María del Socorro Tuirán Rougeon "Le deuil, version fémenine". Traducción del francés a cargo de Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Desde el Jardín de Freud, Número 11
Resumen
¿Qué pasa con el duelo para una mujer? Después de recorrer a Freud y a Melanie Klein, la autora se interesa en lo real del cuerpo de la mujer para poder interrogar su relación con la pérdida, apoyándose en los trabajos de psicoanalistas que hablaron desde su clínica, después de Lacan. La histeria y la neurosis obsesiva dan a la mujer el mecanismo para protegerse de lo real que le es propio; la clínica del adolescente esclarece, en la relación madre-hijo, este asunto de una manera particular.
Esta vez empiezo por el diccionario antes de introducir mi pregunta. Le Petit Robert1 dice al respecto:
n. m. Dueil, s. xv; doel, duel s. xii; bajo latín dolus de dolore, "sufrir". 1. Dolor, aflicción que se experimenta por la muerte de alguien. 2. Figurativo y literario: aflicción, tristeza, "La naturaleza está de duelo" para hablar del invierno. 3. Muerte de un ser querido. La pérdida. 4. Signos exteriores del duelo. 5. Tiempo durante el cual se lleva el duelo. 6. Cortejo fúnebre. 7. Hacer su duelo de una cosa: renunciar, resignarse, estar privado de ello.
Por su parte, el psicoanálisis define al mismo tiempo la pérdida de alguien, de un ser querido, la reacción a esta pérdida, así como el proceso de desapego del ser perdido. En "Duelo y melancolía"2, Freud marca la diferencia entre el duelo normal en tanto reacción a la pérdida de un ser amado, el duelo patológico definido por él como una dificultad para retirar la libido de los vínculos que retienen al doliente al lado del objeto perdido, y la melancolía, que la define como la reacción a una "pérdida de objeto sustraída de la conciencia"3.
En una elaboración posterior, "El yo y el ello" (1923) 4, define el ideal del yo como heredero del complejo de Edipo. El ideal del yo constituye la introyección del objeto perdido en el yo. La ambivalencia en ese proceso de introyección del objeto será el factor determinante de las complicaciones en los procesos de los duelos vividos luego. Melanie Klein 5 describirá la posición depresiva en el niño. Luego de los adelantos planteados por Freud y Abraham sobre el duelo, Klein elabora esta posición como un dispositivo propio de la evolución normal del niño que se reactivará cada vez que tenga la experiencia del duelo posteriormente. Ese dispositivo se instala, según sus observaciones, desde los primeros meses de vida del infans.
En cuanto a Lacan, radicaliza la función del duelo de la pequeña infancia, en razón de nuestra condición de ser hablante, puesto que define el objeto causa del deseo como perdido para siempre jamás, dejando un lugar vacío que es necesario para la constitución de todas las relaciones de objeto y que da lugar a toda posición subjetiva.
Todo objeto, luego, solo podrá ser metonimia del que falta y que hace advenir al sujeto y a su deseo. En este mismo lugar Lacan alojará el significante fálico como el que ordenará a todos los demás objetos que jalonarán el recorrido del niño (oral, anal, mirada y voz). Podemos plantear ya, a partir de estas pocas coordenadas, que el duelo se declina en tres registros: Simbólico, Imaginario y Real. El registro simbólico del duelo sería el proceso psíquico por el cual una persona llega a separarse de los vínculos que lo apegan al objeto perdido; ese proceso restablece la presencia sobre un fondo de ausencia.
El registro imaginario podría estar constituido por los signos exteriores de duelo, así como todas las representaciones que emergen sobre el ser querido perdido, representaciones que parecen ser efecto de una idealización. En lo que concierne al registro real, se trata de la ausencia misma del objeto, de su muerte, tanto más cuando ha sobrevenido de manera brutal, accidental o injusta. ¿Pero qué decir del duelo en femenino? ¿Tendría características específicas para ella? Les propongo plantear esto de entrada: para una mujer, su ex-sistencia se define a partir de la pérdida. Aun cuando para un hombre la pérdida no estará ausente en su trayectoria, no se confronta con esta desde el mismo lugar.
Para Lacan 6, ante el espejo, tanto la niñita como el niñito tienen que enfrentarse a la caída del objeto causa del deseo, por ser representante de la compleción con la madre, pero también a la pérdida de la imagen jubilosa que constituye la unidad corporal. Pero sabemos desde Freud que, a la salida del Edipo, la niñita no tiene que vérselas con la misma pérdida que el niñito; este ha de perder el falo para obtenerlo más tarde; ella no lo tiene, y solo podrá serlo o más bien representarlo para un hombre, posteriormente. En ese proceso la niñita debe soltar su objeto de amor primero (la madre) para poder volver hacia ella en un proceso de identificación secundaria; por lo tanto, es invitada a perder su lugar y a migrar para hacer de su padre su objeto de amor.
En el momento de la pubertad, que viene a anunciarle su entrada en la adolescencia, la muchacha ha de vérselas de nuevo con la pérdida. Los cambios en su cuerpo, esas formas de mujer que se le imponen, la instalan también en una relación de espejo con su propia madre, espejo que no necesariamente le devuelve la buena imagen —en todo caso no la que ella querría ser— e igualmente descubrirá ese flujo que la acompañará durante numerosos años, que vendrá a dar ritmo a su vida un mes tras otro y le recordará su condición de mujer y una posible procreación. Ese flujo, llamado menstruaciones —que recuerda el ritmo mensual— o reglas —como para decir cómo regulan la vida de una mujer—, puede también ser llamado pérdidas. En efecto ella paga con la pérdida de su sangre el tributo a su feminidad, a su cuerpo que se defiende, y en lo que se escapa de su cuerpo se escapa también la representación de la fecundación que no tendrá lugar.
La fisiología propia de una mujer le inflige otra pérdida en el encuentro con un hombre: la de su virginidad. Allí donde ella tendrá que permitir que su cuerpo se abra, al mismo tiempo tendrá que darle lugar simbólico a un hombre en su vida. El precio a pagar esta vez es el himen, ya sea para ella el trofeo a preservar o el obstáculo a eliminar. Cuando se ha convertido en mujer y madre, en el momento del parto tendrá que encarar la pérdida de nuevo; pierde a aquel que ella ha portado en su vientre durante nueve meses y que la ha colmado; es esta experiencia la que puede ponerla ante el des-ser que le permite crear a ella misma un real, el real del cuerpo del niño que no corresponde al que ella haya podido fantasear. Esta pérdida se juega entonces en los tres registros: Real, Imaginario y Simbólico.
En el acompañamiento de este niño ella tendrá que tener varias veces la experiencia de la pérdida. El destete, la marcha, la entrada al jardín y luego a la escuela, la adolescencia y luego la partida definitiva de la casa son momentos del niño que la remiten a sus espaldas a esta noción de pérdida. Llega luego el momento de la menopausia: hela ahí ante una pérdida de nuevo. Pascale Bélot-Fourcade 7 recuerda ciertamente que no se trata de la pérdida del objeto a en ese momento, sino acaso que el hecho de verse confrontada a este "nunca más", nunca más fecunda, viene a volver a poner a la mujer frente a la pérdida constituyente. Es asunto de crisis para la mujer en este periodo de su vida, crisis que la conduce a tener que volver a hallar sus coordenadas inconscientes, como en la adolescencia.
La fisiología del cuerpo de la mujer le impone pues un real a partir del cual ella tendrá que definirse. Además, ese real acarrea cierto número de representaciones imaginarias que jalonarán el curso de su existencia, representaciones que pueden llegar a ser significantes para algunas. Cuando llega al mundo, ella es asimilada a una "alcancía"; en el momento de la pubertad se agitan en torno a ella las imágenes de la virgen o la mujer pura; cuando se convierte en madre, ella desprende la imagen de la nutricia, de la "mamá" omnipotente, ¡para culminar en bruja cuando ya no tenga sus reglas y por lo tanto ya no tenga que vérselas con el riesgo de la procreación! Pero no está empeñada enteramente en la pérdida y la pérdida no es forzosamente todo para ella; aun cuando lo real de su cuerpo se organice a partir de esta, ¿cómo llega a ex-sistir en el recorrido de la vida? ¿Cómo construye su subjetividad? Jean Paul Hiltenbrand8, en su seminario de este año, recuerda que la muchacha puede hacer caso omiso del nombre del padre, de la metáfora paterna, para construir su identidad, ¿pero podrá hacer caso omiso del asentimiento del padre para asumir su feminidad?
La histérica nos da la figura de la que se considera víctima de ese real y que estará dispuesta a adentrarse en el combate contra esta injusticia; el encuentro con el hombre será vivido realmente como una gran violencia y su cuerpo será el lugar donde la represión tendrá lugar, como nos lo recuerda Charles Melman9.
La neurosis obsesiva le da otro tipo de mecanismo que la defiende de su propio deseo. Como el movimiento de los significantes organizados por una cadena significante solamente contiene los antecedentes y los consecuentes, el deseo inconsciente permanece reprimido.
Así pues, la figura de la Virgen valorada por la religión puede constituir su destino, llevándola a ahorrarse la no relación sexual. En particular, hay una clínica que me interesa: la adolescencia; esta clínica ofrece igualmente la ilustración de cómo una mujer, en tanto madre, puede ponerse al abrigo de su deseo.
En el camino del goce, el objeto a viene a obstaculizar (Lacan lo significa en el seminario Les non dupes errent10 con el aplanamiento del nudo borromeo).
"Para una mujer, un niño puede llegar a ser alojado en el lugar de este objeto a, como una barrera contra el goce fálico"12, recordaba recientemente Jean Paul Hiltenbrand. Este objeto a es, en efecto, común, en el tiempo de la primera infancia, entre la madre (o aquella que está en posición de A primordial) y el niño. Ya Lacan en el seminario sobre la angustia 13 establece una flecha que parte del sujeto, del cuerpo del sujeto y que privilegia el objeto siguiendo la demanda del Otro, la demanda al Otro, la potencia del Otro y el deseo del Otro; en otras palabras, el sujeto desengancha su objeto a del lugar del Otro.
La posición mediana del falo señala que es a costa del paso por esta dimensión que los objetos libidinales se vuelven objetos causa del deseo, marcado pues por lo simbólico. Si esta operación no tiene lugar, dichos objetos perduran como el elemento en juego de la relación madre–hijo a través de objetos positivados.
En el momento de la adolescencia, el niño tiene que desenganchar su propio objeto y organizar su propia subjetividad; como en la exhortación "la bolsa o la vida" (figura 3), haga lo que haga, no saldrá indemne, puesto que si quiere recuperar sus canicas tendrá que sostener su deseo y por lo tanto su división subjetiva.
Pero lo que está en juego entre él y su madre puede ser de la misma incumbencia para la mujer que está en posición de madre. Esta se verá confrontada con la pérdida que tendrá que soportar para que el adulto advenga en la persona de su hijo. Tendrá que apoyarse en su propia subjetividad y sostener entonces su ex-sistencia y por lo tanto su posición femenina, situándose como representante del A/ (figura 5). Esta posición supone que ella soporte el hecho de ser mermada en su ser materno para hacer las veces de representante del tesoro de los significantes. Por el contrario, si no soporta la pérdida, por momentos o todo el tiempo, podrá verse tentada a venir a situarse del lado del ser, el ser materno que se supone indispensable, insoslayable ahora y siempre; ella se supone toda para su hijo, manteniendo así el objeto en común (figura 4).
En la lengua de Cervantes18 la palabra duelo significa dos cosas: la muerte y el proceso de desapego, del latín dolus, como en francés; pero también el duelo, en el sentido de combate, derivado del latín duellum, próximo a (duo), con una letra de diferencia respecto a duelo en francés. Si seguimos el diccionario, de una lengua a otra hay una tensión entre el duelo y el combate. Sostener esos dos cabos puede ser otra manera de decir esta tensión entre el significante A/ y el falo, distancia que ahonda la posición femenina, entre la positivización o no del niño en lugar del objeto a y la representación o no de ese A mayúscula (Otro).
Entonces, es entre la existencia y el ser, entre el suponer y el soportar, entre el ser y el tener, que ella tendrá que migrar nuevamente. Mi hipótesis, en la escucha de esas mujeres que se confrontan con la adolescencia de sus hijos o de su hija, en el diván o en la institución, es que el adolescente llegará o no a adentrarse en su propio deseo, según la posibilidad que la madre tenga de soportar esta pérdida que la remite a la pérdida inicial, la de su propio objeto causa de su deseo.
Le toca a ella soportar ese real, mientras que su hijo tendrá que descubrir su propio deseo. En esto consiste el trabajo de duelo principal de toda mujer que resulte representando ese gran Otro para su hijo. Duelo no solamente del hijo que fue, sino también del que ya no advendrá; duelo que la remite a todos esos duelos que la han labrado a todo lo largo de su vida. Es otra manera de decir el "no toda". "Ese saber inconsciente no se soporta en lo que existe, sino en huellas que esta insistencia deja", dice Lacan en el seminario Les non dupes errent.19
Ese saber inconsciente para una mujer se soporta en sus huellas, huellas que ese real de la pérdida deja en su propio cuerpo. Justamente es en ese real que su goce irrumpe. Pero como tiene que vérselas con el lenguaje, ella no puede ser "toda" y ese real insiste para ella en diferentes momentos de su vida. En ese mismo seminario, Lacan reitera, y hace escuchar "que tenemos que concebir lo simbólico como escabullido, sustraído al orden Uno del goce fálico". En ese recorrido que la lleva de la hija a una mujer, ella se ubica de una manera singular entre el significante del A/ y la función fálica.
Como lo indica Lacan en el cuadro de la sexuación en el seminario Encore 20, una mujer (una por una, puesto que el artículo "La", que haría creer que ellas podrían hacer grupo, está tachado) sostiene su posición dividida entre su relación con el gran Otro tachado, A/ , (flecha ascendente) y la función fálica, ϕ, (flecha orientada hacia la izquierda), la cual irá a buscar en un hombre.
Pero hay que escuchar ese "tenerse" como un movimiento permanente, del uno al otro. Esto constituye ciertamente su fragilidad, pero al mismo tiempo toda su riqueza. Enfrentarse a ese real de su cuerpo le permite soportar el dolor de la existencia de manera diferente al hombre, tener que sostenerse entre el gran Otro tachado, A/ , y la función fálica le da esa suavidad que ella necesita para existir como hija, como mujer, y para poder consentir ser el objeto para su compañero por momentos y para definirse en torno a su propio objeto, todo eso al mismo tiempo, a la vez. Y sin embargo, ¿acaso puede ella contar su vida de una manera que no sea a partir de esos encuentros con los hombres?
Notas:
1. Alain Rey et ál., Le Petit Robert 2007, 40ème éd. (Paris: Le Robert, 2007).
2. Sigmund Freud, "Deuil et Mélancolie", dans Métapsychologie (Sarthe: Gallimard-Folio Essais, 2002). Véase también Sigmund Freud, "Duelo y melancolía" (1917 [1915]), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1989).
3. Freud, "Duelo y melancolía", 243.
4. Sigmund Freud, "El yo y el ello" (1923), en Obras completas, vol. xix (Buenos Aires: Amorrortu, 1989).
5. Pearl King et Riccardo Steiner, éds., La controverse Anna Freud-Mélanie Klein (1941-1945) (Paris: puf, 1996).
6. Jacques Lacan, Séminaire 4. La relation d'objet et les structures Freudiennes (1956-1957) (Paris: Ed. Association Freudienne International, 1994).
7. Pascale Bélot-Fourcade et Diane Winaver, éds., La ménopause: Regards croisés entre gynécologues et psychanalystes (Cahors: Érès, Point Hors Ligne, 2004).
8. Jean Paul Hiltenbrand, Séminaire 2010- 2011 (Paris: Ecole Rhône Alpes d'Etudes Freudiennes et Lacaniennes, 2011).
9. Charles Melman, Nouvelles études sur l'hystérie (Paris: Ed. Joseph Clins, 1984).
10. Jacques Lacan, Séminaire 21. Les non dupes errent (1973-1974) (Paris: Ed. Association Lacanienne International, 2009).
11. Figura empleada por Jacques Lacan para dar cuenta del anudamiento de los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario, en los que puede situarse toda experiencia humana. Véase Jacques Lacan, Seminario 22. R.S.I. (1974-1975). Inédito. [Nota de la editora]
12. Hiltenbrand, Séminaire 2010- 2011.
13. Jacques Lacan, Séminaire 10. L'angoisse (1962-1963) (Paris: Ed. Association Lacanienne International, 2005).
16. Gráfica de Lacan (Alienación- Separación) que indica la relación inicial, alienante, del Sujeto con el Otro en la cual debe producirse una separación (se ha tomado acá solo unos detalles de la gráfica establecida por Lacan). Ibíd., 219. [Nota de la editora]
17. El Otro, madre, separada de su objeto, que ha quedado en pérdida. 18. María Moliner, Diccionario de uso del español (Madrid: Gredos, 1983). 19. Lacan, Séminaire
20. Jacques Lacan, Séminaire 20. Encore (1972-1973) (Paris: Ed. Association Lacanienne International, 2009). 21. Cuadro de las fórmulas de la sexuación establecido por Jacques Lacan. Véase también Jacques Lacan, El seminario. Libro 20. Aún (1972-1973) (Buenos Aires: Paidós, 2004), 95.
21. Les non dupes errent.
Bibliografía
Bélot-Fourcade, Pascale et Diane Winaver, éds. La ménopause: Regards croisés entre gynécologues et psychanalystes. Cahors: Érès, Point Hors Ligne, 2004.
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Freud, Sigmund. "El yo y el ello" (1923). En Obras completas, vol. xix. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.
Hiltenbrand, Jean Paul. Séminaire 2010-2011. Paris: Ecole Rhône Alpes d'Etudes Freudiennes et Lacaniennes, 2011.
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Melman, Charles. Nouvelles études sur l'hystérie. Paris: Ed. Joseph Clins, 1984. Moliner, María. Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos, 1983. Rey, Alain et ál. Le Petit Robert 2007. 40éme éd. Paris: Le Robert, 2007.
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