Por Lucas Vazquez Topssian
Como siempre, la clínica nos provée de interrogantes a los que uno puede dedicarse a investigar. En este caso, una paciente cuenta que cuando se siente con baja autoestima, sale a dar un paseo por el cementerio. Camina sola entre los mausoleos, recorre las lápidas y al cabo de un rato refiere sentirse aliviada. Dice que siente que sus problemas resultan relativos y minúsculos ante la idea de morirse o de que alguien querido fallezca. El truco le funciona por algún tiempo; luego, repite el ritual. ¿Cómo funciona este comportamiento?
Lo que esta paciente no sabe es que está haciendo uso -y abuso- del memento mori. El memento mori literalmente significa "recuerda que morirás" y podemos ubicarlo en distintas expresiones artísticas, la literatura y la religión. Por ejemplo, tomemos el famoso reloj astronómico de Praga:
Allí vemos cuatro figuras que representan la lujuria, la codicia, la vanidad y la muerte. A cada hora, las tres primeras giran su cabeza de un lado al otro para negar los pecados que encarnan, menos la figura que representa a la muerte, que simplemente mueve su guadaña. Esto se ha interpretado como que la muerte tiene siempre la última palabra.
Localmente en la ciudad de Buenos Aires, encontramos una gran cantidad de ejemplos de memento mori en los cementerios, como podría ser el caso de la simbología que hallamos en la entrada del Cementerio de la Recoleta:
El huso y las tijeras: simboliza el hilo de la vida que se puede cortar en cualquier momento.
La cruz y la letra P: la paz de Cristo en los cementerios
La corona: voto de recuerdo permanente
La esfera y alas: el proceso de la vida y de la muerte que gira incesantemente como la esfera.
Cruz y corona: muerte y recuerdo.
Abeja: símbolo de laboriosidad.
La Serpiente mordiéndose la cola: el principio y el fin
Manto sobre urna: abandono y muerte
Antorchas con llamas hacia abajo:la muerte
Búho: vigila atentamente y según algunas creencias, anuncia la muerte
Reloj de agua o Clepsidra: el transcurrir del tiempo, el paso de la vida.
La historia nos enseña que en la antigua Roma, cuando un general victorioso marchaba por las calles, se acostumbraba a que un siervo le recordara permanentemente que él no era un dios y le advertía lo limitado de la naturaleza humana, según se dice, para que él no se excediera en su poder por sobre las leyes y la costumbre y no incurriera en la soberbia.
Posteriormente, durante el Barroco y en los Países Bajos, aparece el género artístico vanitas (vanidad, del latín vanus, "vacío"), un subgénero de la naturaleza muerta. En este tipo arte aparecen pintados objetos que aluden a cualidades humanas efímeras como el saber, la riqueza, el placer o la belleza, acompañados por cráneos, relojes, velas consumidas, fruta podrida, insectos, vasos vacíos. El conjunto representa, de esta manera, lo breve y lo efímero de la vida. El género siguió hasta nuestros días. Por ejemplo, podemos ver en las modernas instalaciones artísticas donde usan animales muertos o huesos.
En el texto de Freud Lo Perecedero, este es el tema en cuestión que le plantea Rilke: ¿Por qué alegrarse por el florecimiento de una campiña, si vendrá el invierno y arrasará con todo aquello?
En cuanto al memento mori, nos preguntamos ¿A quién le sirve realmente? La opinión generalizada apunta a que se trata de una advertencia contra la soberbia. En este sentido, soberbia se define por el diccionario como el sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos. De esta manera, según esta lectura, lo que el memento mori haría es un llamado a la humidad: cuidado que la gloria es efímera, así como también lo es la vida.
Lo que se omite en esta última versión es la posición de los espectadores del general victorioso romano que camina por las calles. ¿Qué beneficio obtienen exactamente ellos al resaltarle su transitoriedad? Salvaguardar su narcisismo. Recordemos que el yo y el narcisismo es en relación a otros. Solo puede haber admiración por el general victorioso si los demás pasan a un segundo plano. Es decir, salvo en el caso del amor (no del enamoramiento) y en el agradecimiento, la estima al objeto es en detrimento del yo.
Ahora, sabemos por el consultorio que cuando un paciente nos dice que su autoestima está baja, si uno se pone a escuchar y a historizan un poco, lo que se descubre es un enorme amor propio. Por amor propio y amor a uno mismo no se está conforme con aquello a que se accedió. ¿A lo que se accedió respecto a qué? Al ideal del yo.
Recordemos qué es el ideal del yo, literalmente según Freud:
Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.
A propósito, el terreno de las depresiones neuróticas justamente se ubica entre el yo y el ideal del yo. Aquí hay un desarrollo muy interesante que hace Dardo Tumas al respecto. En esta entrada, también Daniel Paola sostiene en ubicar aquí el conflicto y nos dice además que la cara oculta de la depresión es la soberbia. En el discurso depresivo, se escucha un desprecio por todos aquellos que gozan un poco de la vida.
La depresión del estado de ánimo se debe a la pérdida del ideal del yo, que afecta a su economía libidinal narcisista y también la relación con los otros. ¿Dónde ubicamos al memento mori? En un paso previo a la depresión y como un movimiento preventivo ante ella. Como dice el escritor Alfonso Reyes, se trata de un suicidio filosófico, algo que también observamos en la envidia. En la envidia, partimos de un sujeto totalmente capaz cierta cualidad pero que ha reprimido su deseo. No obstante, el envidioso aún logra ver esa capacidad en otro. Ni bien la ve, el invidioso intenta destruir al portador de esa capacidad, que es la constancia de todo aquello a lo que el envidioso renunció. El envidioso no tiene esa cualidad y de lo que se trata es de que el otro tampoco la tenga. Se trata de un sentimiento masoquista, porque en el otro está proyectado algo propio que el envidioso quiere destruir.
El envidioso siempre nivelará por lo bajo: con tal de no vencer los obstáculos internos que hacen que él no pueda tener algo, intentará destruir a quien le recuerde sus deseos frustrados. "Recurda que morirás", dice el memento mori y para el envidioso, aunque a él también el principio lo incluya, dirigírselo al otro resulta en un conveniente -aunque masoquista- mantenimiento de la homeostasis de su aparato psíquico.
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