La violencia física y la violencia psicológica están vinculadas: ningún hombre se pone a pegarle a su pareja de un día para otro sin motivo aparente, en una crisis de locura momentánea. La mayoría de los cónyuges violentos prepara primero el terreno aterrorizando a su compañera. La violencia física no se produce sin que haya habido antes violencia psicológica. Muchas víctimas afirman que es la forma de abuso más difícil de soportar en el marco de la vida en pareja.
Se habla de violencia psicológica cuando una persona adopta una serie de actitudes y palabras destinadas a denigrar o negar la manera de ser de otra persona. Estas palabras o estos gestos tienen por objetivo desestabilizar o herir al otro. En la violencia psicológica no se trata de un desliz puntual, sino de una forma de relacionarse. Es negar al otro y considerarlo como un objeto. Estos modos de proceder están destinados a someter al otro, a controlarlo y mantener el poder.
Las victimas afirman que el terror se inicia con una mirada despectiva, una palabra humillante, un tono amenazador. Se trata de incomodar a la otra persona, crear una tensión, aterrarla, para demostrar bien el poder que uno tiene.
La violencia no es patrimonio exclusivo de los hombres; las mujeres, cuando recurren a ella, se valen más fácilmente de la violencia psicológica o la manipulación perversa. Ante una situación de violencia, hombres y mujeres no dan las mismas explicaciones. Los hombres tienden a justificar sus deslices dando explicaciones externas; mientras que las mujeres, ante las mismas maniobras, esgrimen una explicación interna (“él no sabe expresar sus sentimientos”)
Los insultos de los hombres a las mujeres son muy estereotipados, de naturaleza sexual la mayor parte de las veces. Rara vez se profieren en público, ya que los agresores intentan preservar una buena imagen de sí mismos. Cuando los ataques se hacen en público, adoptan una forma irónica para granjearse la aprobación de los testigos.
Los primeros ataques verbales son sutiles y difíciles de detectar. Van aumentando gradualmente hasta que la mujer los considera normales. En el nivel vocal, para aterrorizar a su compañera, algunos hombres subirán el tono y gritarán; otros, por el contrario, pondrán una voz suave, amenazadora.
Comportamientos con los que se articula la violencia psicológica:
- El control: se sitúa primero en el registro de la posesión. Consiste en vigilar a alguien de un modo malévolo, con la idea de dominarlo y mandarlo. Se quiere controlar todo para imponer el modo en que deben hacerse las cosas.
- El aislamiento: para que la violencia pueda perpetuarse, es preciso ir aislando progresivamente a la mujer de su familia, que no tenga vida social. Al aislar a su mujer, el hombre procura que su vida se centre únicamente en él. Con frecuencia, las mujeres afirman sentirse prisioneras. Transcurrido un tiempo, puede suceder que sea la mujer quien se aísle, para estar tranquila, al no soportar más la presión que ejerce su marido ante la idea de un posible encuentro. Las personas del entorno son objeto de una verdadera manipulación para inducirles a aceptar la descalificación del otro miembro de la pareja. Mediante insinuaciones o mentiras, también es posible poner a la mujer en contra de sus allegados. El aislamiento es, al mismo tiempo, causa y consecuencia del maltrato.
- Los celos patológicos: sospecha constante, etc. Lo que este cónyuge no soporta es la alteridad de la mujer. Quiere poseerla totalmente y le exige una presencia continua y exclusiva. Estos celos patológicos no están basados en ningún elemento de realidad, sino que provienen de una tensión interna que trata de aplacar de esa manera. Aunque su mujer se someta, siempre sentirá una insatisfacción, ya que ella sigue siendo “otra” y, para él, esto resulta insoportable. A partir de aquí, lloverán los reproches, habrá una búsqueda de pruebas, extorsión para extraer confesiones, amenazas, y, después, llegado el caso, violencia física. Los celos pueden afectar al pasado de la mujer y, en este caso, el hombre no deja dar vueltas a acontecimientos sobre los que no tienen ningún control porque pertenecen al pasado.
- El acoso: repitiendo hasta la saciedad un mensaje a alguien se consigue saturar sus capacidades críticas y su juicio, y se logra que acepte cualquier cosa. La otra estrategia consiste en vigilar a la persona, seguirla por la calle, acosarla por teléfono, etc. Esta forma de violencia se produce con mayor frecuencia tras una separación.
- La denigración: se trata de atacar la autoestima de la persona, demostrarle que no vale nada, que no tiene ningún valor. Se expresa en actitudes desdeñosas y palabras hirientes, frases despectivas, observaciones desagradables. Denigrar sus capacidades intelectuales; negar sus ideas o emociones; criticar su físico; también es atacar a su familia, a sus amigos, sus valores mediante críticas sistemáticas. La descalificación puede realizarse mediante palabras que parecen sinceras y correctas. Se trata de manipular a la mujer sin que sea consciente de ello, atacar su autoestima, inducirle a perder confianza en sí misma. Los ataques son distintos en función del sexo: los hombres atacan más el rol materno de la mujer, sus capacidades domésticas o sus cualidades como amante, algo que se corresponde con el estereotipo social de la mujer; los ataques de las mujeres apuntan, con buena lógica, a los estereotipos masculinos.
- Las humillaciones: a menudo poseen un contenido sexual. Propician el nacimiento de una sensación de vergüenza, lo que constituye un obstáculo suplementario para hablar del tema y recibir ayuda. Las violencias psicológicas, la denigración sistemática, los insultos, provocan una ruptura de la identidad, un desmoronamiento interior.
- Los actos de intimidación: cuando una persona se desahoga con sus objetos, el otro miembro de la pareja puede interpretarlo como una forma de violencia controlada. A pesar de todo, se trata de una violencia indirecta. El mensaje que quiere transmitirse al otro es: “¡Mirá mi fuerza! ¡Mirá lo que puedo hacer(te)!”. El objetivo de estos comportamientos es suscitar miedo en el otro.
- La indiferencia ante las demandas afectivas: es mostrarse insensible y desatento ante el compañero y hacer alarde de rechazo o desprecio. Es ignorar sus necesidades, sus sentimientos o crear a propósito una situación de carencia y frustración para mantener al otro sumido en la inseguridad.
- Las amenazas: pueden sugerirse represalias con los allegados. La anticipación de un golpe provoca tanto daño en el psiquismo como el golpe que se asesta de verdad y esto se ve intensificado por la incertidumbre en la que se mantiene a la persona con respecto a la realidad de las amenazas. El chantaje con el suicidio constituye una violencia sumamente grave, ya que propicia que el compañero cargue con la responsabilidad de la violencia.
Lo que constituye la violencia es la repetición y la duración en el tiempo, así como la asimetría en los intercambios. En este tipo de relación basada en la violencia psicológica quien es violento pone en el punto de mira las emociones del compañero o, más concretamente, sus debilidades emocionales.
La violencia psicológica constituye un proceso que tiene por objetivo establecer o mantener una dominación sobre el compañero. Se empieza por el control sistemático del otro; después llegan los celos y el acoso para, finalmente, acabar en humillaciones y denigración. Todo eso para engrandecerse, a costa de rebajar al otro. La repetición y el carácter humillante de estas situaciones pueden provocar un verdadero desgaste mental e incluso inducir a la persona al suicidio. Las amenazas y los actos destinados a aterrorizar al otro constituyen la última etapa antes de la agresión física. Pero en este estadio no se ve nada; en cambio, cuando existe violencia física, elementos exteriores (certificados médicos, testigos oculares, etc) demuestran la veracidad de la violencia.
Diferentes situaciones de violencia:
- Las agresiones físicas: la mayor parte de las veces, la violencia física sólo aparece cuando la mujer se resiste a la violencia psicológica. El hombre no ha conseguido controlar lo suficiente a una compañera demasiado independiente. Cuando se recurre a la policía o las asociaciones, se hace normalmente tras una agresión física. Cuando las agresiones físicas no son frecuentes, las mujeres rara vez se sienten víctimas. Para ellas, los golpes aislados siempre tienen una explicación lógica. Pero en realidad surgen cuando hay una imposibilidad de hablar sobre un problema, cuando no se consigue pensar y expresar el malestar mediante palabras. Cuando la violencia física no parece intencionada, la mujer no siempre la reconoce como tal. Cuando no se denuncian, siempre se produce una escalada de la intensidad y la frecuencia. Después basta con evocar la primera agresión mediante amenazas o un gesto para que, según el principio del reflejo condicionado, la memoria reactive el incidente en la víctima y la induzca a someterse de nuevo. La violencia física incluye un amplio abanico de malos tratos que pueden ir desde un simple empujón hasta el homicidio. Por medio de los golpes, se pretende marcar el cuerpo, causar una fractura en el envoltorio corporal de la mujer y provocar así la caída de la última barrera de resistencia para poseerla por completo. Es la huella que permite leer en el cuerpo la aceptación de la sumisión. Este tipo de violencia también puede expresarse de forma indirecta torturando a un animal familiar o maltratando al hijo de otro matrimonio… aunque los golpes no se hayan propinado de verdad, la mujer experimenta el sufrimiento en su cuerpo y está comprobado que presentan un estado de salud claramente menos bueno que las demás mujeres y consumen muchos más medicamentos.
- La violencia sexual: recubre un espectro muy amplio que va desde el acoso sexual hasta la explotación sexual, pasando por la violación conyugal. puede consistir en obligar a alguien a realizar actividades sexuales peligrosas o degradantes, escenificaciones desagradables, pero la mayor parte de las veces se trata simplemente de obligar a una persona a mantener una relación sexual no deseada, ya sea mediante una sugerencia o una amenaza. Una relación sexual no deseada suele permanecer silenciada porque forma parte del “deber conyugal”. Este tipo de violencia no tiene nada que ver con el deseo, para un hombre es simplemente una manera de decir “Me perteneces”. Esta violencia de dominación y avasallamiento puede afectar a un hombre en una pareja homosexual o heterosexual; los daños que provoca son de la misma categoría: se “feminiza” al hombre. Cuando las mujeres tratan de denunciarlo al exterior, les suele costar hacerse oir ya que, para muchos, son masoquistas por naturaleza. Sabemos que el masoquismo consiste en obtener placer al someterse en un juego sexual. Puede suceder que un hombre imponga, por la fuerza y el chantaje, este tipo de prácticas a una mujer que no lo desea en absoluto. En este caso, ella se encuentra en una posición de esclava sexual. La violencia sexual puede proseguir incluso después de la separación con amenazas y acoso.
- La presión económica: el caso más clásico es el temor a las dificultades materiales, consecuencia de su dependencia económica, impide a las mujeres abandonar a un cónyuge violento. La presión económica se ejerce de un modo distinto según los entornos, pero en todos los casos se trata de arrebatar a la mujer su autonomía. Esta dependencia puede existir, sea cual sea el nivel de ingresos familiares y, en algunos casos, puede suceder que el hombre oculte la presión económica a la que está sometida la mujer en la vida cotidiana con algún regalo caro de vez en cuando. El hombre puede intentar convencer a su mujer para que abandone su actividad profesional o sus estudios.
- El homicidio del cónyuge: es una de las causas principales de mortalidad femenina. En el crimen llamado “pasional” se excusa al criminal por el carácter imprevisible de su acto, pero, además, suele invocarse con frecuencia la contribución de la víctima a la génesis del crimen. Asesinar al cónyuge puede ser un acto impulsivo cometido con un trasfondo de repetidas violencias y celos. En este caso, la degradación de la relación ha alcanzado tal paroxismo que el miembro violento de la pareja no soporta al otro. También puede suceder que el fallecimiento sólo sea un desliz en un contexto de violencia física habitual. El asesinato del cónyuge suele producirse con mayor frecuencia durante una separación. El homicidio se corresponde con una toma de conciencia de la insoportable alteridad del otro. Puede ocurrir que el asesinato haya sido más o menos premeditado. El pensamiento obsesivo “Si me deja, no la va a tener ningún otro hombre” invade al sujeto hasta tal punto que no puede considerar otra solución que no sea el asesinato, aunque pueda resultar perjudicial para sí mismo. El asesinato de la compañera constituye un acto de dominación extrema.
¿Violencia cíclica o violencia perversa?
Violencia cíclica: la violencia se va asestando progresivamente en la pareja, al principio mediante tensión y hostilidad. El primer episodio violento suele producirse durante el embarazo o en los momentos inmediatamente posteriores al parto. El niño que va a nacer se percibe como un intruso que retirará al hombre la atención de su compañera y éste puede tener miedo de verse excluído.
El ciclo de la violencia se desarrolla en cuatro fases y de manera repetitiva; y en cada etapa el peligro aumenta:
- Fase de tensión: de irritabilidad del hombre, relacionada, según él, con preocupaciones o dificultades de la vida cotidiana. La violencia no se expresa de modo directo. La compañera al sentir la tensión, se bloquea, se esfuerza por ser amable, calmar la agresión para rebajar la tensión. El hombre tiende a responsabilizar a la mujer de las frustraciones y el estrés que hay en su vida.
- Fase de agresión: el hombre da la impresión de perder el control de sí mismo. Se producen, entonces, gritos, insultos, amenazas; también puede romper objetos antes de agredirla físicamente. La violencia física se inicia de modo progresivo. No es extraño que en esta fase el hombre desee mantener relaciones sexuales, para marcar mejor su dominación. Los hombres suelen hablar del estallido de violencia como de un alivio, una liberación de energía negativa acumulada.
- Fase de disculpas: el hombre trata de anular o minimizar su comportamiento. Es cierto que estas explosiones de violencia van seguidas de remordimientos, pero el hombre trata de desembarazarse de ellos buscando una explicación que pueda liberarle del sentimiento de culpa. Lo más fácil es responsabilizar a su compañera; ella le ha provocado. O justificar su comportamiento con motivos externos. La función de esta fase es culpabilizar a la mujer y propiciar que olvide su ira. El hombre pide perdón, jura que no se repetirá, que irá al psicólogo. Si la mujer finalmente logra marcharse, se pondrá en contacto con un allegado para convencerla de que vuelva. En ese momento, el hombre es sincero, aunque eso no quiere decir que no lo repita. Con demasiada frecuencia, las mujeres se creen a ciegas las hermosas promesas hechas durante esta fase y conceden rápidamente el perdón.
- Fase de reconciliación o fase de luna de miel: el hombre adopta una actitud agradable y, de repente, se muestra atento y solícito. En ocasiones, esta fase se interpreta como una manipulación perversa para controlar mejor a la mujer. En realidad, en ese preciso momento, los hombres son sinceros, ya que sienten pánico ante la idea de haber ido demasiado lejos y que su mujer los abandone. El miedo al abandono es lo que produce este cambio puntual y ese mismo miedo es el que, más tarde, les conducirá a recuperar el control de su mujer. Las mujeres piensan que van a curar a ese hombre herido y que, con amor, cambiará. Por desgracia, esto no hace más que incrementar su umbral de tolerancia a la agresión. En esta fase la mujer retira la denuncia.
En el hombre violento se produce una especie de adicción a este comportamiento, no sabe calmarse si no es recurriendo a la violencia. Cuando se inicia el ciclo, sólo puede interrumpirlo el propio hombre. Ante la violencia verbal, las mujeres intentan explicarse o tranquilizar a su compañero. Ante las agresiones físicas, intentan huir o refugiarse en otra habitación. Para ellas es una cuestión de supervivencia.
Violencia perversa: se caracteriza por una hostilidad constante e insidiosa. Desde el exterior, parece que todo marcha con normalidad. Al principio, la mujer está deslumbrada por un hombre seductor y brillante. Pero la tranquilidad no tarda en verse perturbada por el miedo que se insinúa en su estado de ánimo, que va transformándose en angustia de modo progresivo. Mediante pequeños ataques verbales, miradas de desprecio y, sobre todo, una fría distancia, parece que le reprocha algo, pero ella no sabe qué es. Después los ataques se multiplican: frases mordaces delante de testigos o en privado, críticas malévolas sobre todo lo que hace o dice. Sin motivo, la violencia para a un estadio superior. Los golpes bajos y los insultos se multiplican. La violencia perversa es un puro concentrado de violencia. Este movimiento mortífero continúa incluso sin la presencia de quien lo ha iniciado, y no se detiene nunca, ni siquiera cuando la mujer ha decidido abandonar a su cónyuge violento.
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