Porque empecé a prestar atención a la forma de continuar la frase que había comenzado,
queriendo evitar incoherencias.
Y la conclusión es que, limitada como es, mi atención no puede ocuparse de dos cosas distintas.
Aquí lo prioritario es la letra y no el estilo, de modo que las incoherencias están permitidas.
Afloja la tensión, muchacho, y dedícate a tu laboriosa tarea de dibujo.
No es fácil olvidarse de la necesidad de coherencia.
Mario Lebrero
La propuesta no es pretenciosa, se trata de hacer algunas observaciones respecto a la única regla entre todos los consejos promovidos por Freud. Reunidos bajo los llamados escritos técnicos. Textos en los que Freud hace un esfuerzo enorme por delinear la posición ética del analista, siempre un poco a riesgo de naufragar. Razón por la cual, el comienzo de una enseñanza, de una formación, de una transmisión del psicoanálisis no debe olvidar las coordenadas delimitadas a lo largo de los escritos técnicos. Al ser esta única regla a la que ambos, analista como analizante, se supeditan es preciso tener en el horizonte el uso que se haga de la misma.
En su acto de enunciación de la regla fundamental, Freud se sirve de una metáfora visual para enunciarla: “compórtese como lo haría un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su vecino de pasillo cómo cambia el paisaje ante su vista” (Freud, 1913, 135-136). La propuesta freudiana tuerce la cuestión, dado que vira del cara a cara, del ojo a ojo, de una imagen al campo de la palabra efectivamente pronunciada.
Es Lacan quien va a retomar el enunciado de la regla, reformulandola: “diga cualquier cosa”, despojandola así de los elementos que componen el enunciado, para llevarla a una estructura sostenida en el diga. Reformulación que como tal, procura eludir que el enunciado sea usado por el sujeto para sujetarse al principio de placer, principio desde el que supone agradar. Si ella apunta a un más allá del principio de placer, a partir del enunciado de la misma el sujeto puede elevarla al estatuto superyoico. La consecuencia es tal que, cuando al sujeto se le otorga la total libertad de elegir por donde tomar la palabra, decide determinado por la creencia de saber lo que el analista espera escuchar.
La libertad de elección de sus enunciados, los del analizante, se amoldan así a un discurso determinado por el supuesto de lo que desea aquel sujeto, el analista. Degradando el enigma, el deseo del analista, aquella x que Freud coloca entre paréntesis en el historial de Dora. Que en el primer encuentro entre el hombre de las ratas y Freud, es el consultante quien socava ese enigma, a una secuencia ordenada cronológicamente sobre la evolución de su sexualidad al día de la fecha.
Si el analista invita a hablar con el mayor grado de libertad, “elija por donde comenzar”, a alguien que se presenta solicitando ser desembarazado de determinado padecimiento, que lo aqueja desde hace cierto tiempo, un tiempo sin origen certero. El sujeto habla, pero no de aquello que desagrada. No es sino con su acto que el analista direcciona hacia donde el sujeto debe transpirar la camiseta, hacer el esfuerzo para empezar a desalojar el síntoma. No es sin ese acto que el síntoma emigra de la adaptación, de la que el sujeto se ha percatado de su anormalidad funcional, a un extrañamiento. Acto que produce que el síntoma vire de lo no analizable a lo analizable.
Simplifico, lo que se encuentra en el centro del acto de enunciación de la regla fundamental es el síntoma. Acto sostenido por la ética, por el deseo del analista, no por el adoctrinamiento a la palabra de Freud, porque el analista sabe por experiencia propia, que ese deseo direcciona la cura en el sentido ético.
Los invito a tomar otro elemento del enunciado de la regla donde Freud anticipa que, el analizante se encontrará con puntos de insatisfacción, de displacer, en el despliegue de la cadena asociativa. Puntos en los que se verá tentado por interrumpir su discurso, ahorrándose así el displacer concomitante. Freud lo dice con todas las letras, “dígalo a pesar de la crítica que siente a hacerlo, y justamente por haber registrado cierta repugnancia a hacerlo”. Enunciado que en principio no garantiza otra cosa que el sujeto quede advertido de la existencia de cierta repugnancia que puede suscitarse al hablar. La repugnancia por excederse de cierto principio. Es así que el analizante puede hablar de lo desagradable divorciado del afecto. Forma en la que el hombre de las ratas arma su discurso, enunciados aparentemente desagradables, tras los que fantasea estar alimentando la escucha del Dr. Freud. Ese a quien le supone un parentesco cercano con Leopold Freud, conocido criminal vienes.
En el comentario sobre la regla fundamental, André Albert destaca el desplazamiento de displacer que se produce tras la engañosa obediencia. Es así como Paul puede relatar sin experimentar displacer la manera en la que se metía dentro de las polleras de las niñeras, para tocar sus vaginas, o cuando se infiltraba en los vestuarios para ver desnudas a sus hermanas. Pero cuando el discurso ronda ciertas prácticas tortuosas y hasta un poco sádicas, que escucho decir a un tal capitán que leyó que se hacen en algún lugar de la china, rompe con la regla, se calla, pide que por favor lo perdone pero no puede continuar hablando. Se retiene de hablar de aquello que desagrada profundamente, que toca las fibras de su síntoma expresado en aquella particular expresión. Freud no se ahorra actuar, interviene para decir que continúe hablando, que obedezca a la única regla ya enunciada. Intervención sostenida en el enunciado de la regla ya realizado.
El sujeto no abandona la política del avestruz, no se somete a la regla fundamental, si no ha operado el analista. El analista vía la operatoria de su acto, insuficiente con el mero enunciado, contaminara al sujeto para despojarlo de la conciencia reflexiva a la que hace alusión Mario Lebrero. Hable de esas imágenes que atraviesan sus pensamientos, trastoque las fantasías en enunciados, en palabras, en significante, para arrancarles a ellas su carácter de representación cosa y alcancen la materia con la que opera el analista. El analista interviene y el sujeto suda la gota gorda, porque no hay posibilidad de salir del síntoma sin ese esfuerzo, así lo advierte Lacan.
Freud anuncia, da sus razones para ello, solo hace falta recoger sus escritos técnicos para encontrarlo, que la asociación libre tiene su correlato en la posición del analista, atención parejamente flotante escribe. Atención con la vertiente engañadora de la palabra, la escucha se orienta hacia la posición del sujeto frente a sus enunciados; y no por la veracidad de los acontecimientos relatados. Qué dirección hubiese tomado el análisis de Dora, de enquistarse en las deshonrosas conductas que Dora denuncia en relación a su padre. Ante aquella pretensión narcisista del analizante de querer agradar, se abren dos vías no excluyentes entre sí. Por un lado el intento de convertirse en el objeto amado del analista, torciendo la dialéctica analítica para producir la metáfora del amor. El analizante puede enunciar las cosas más desagradables, guiado por alguna certidumbre de aquello que el analista desearía oírle decir, en tanto que sujeto de lleno en la transferencia. Procurando, como lo hace el obsesivo, reducir el deseo al campo de la demanda.
Hace no mucho tiempo una analizante, bastante impregnada con el discurso psicoanalítico decía que ella era una excelente analizante, o más bien dirigía la pregunta al analista, de quien no esperaba la respuesta. Esta estaba anticipada en su posición, pues se decía divertida, graciosa en la forma de contar las cosas, traía sueños, recuerdos, no faltaba y como si fuera poco, así lo dice, asociaba mucho.
La pregunta que cualquier analista podría formularse respecto a la regla fundamental, no se responde de manera rápida. Indudablemente el momento de cierre del inconsciente, del eclipsamiento de la palabra, con el advenimiento del pensamiento, de la fantasía, en torno a la figura del analista repugna enunciar al sujeto. Repugnancia redoblada: no sólo el sujeto experimenta displacer y pudor de hablar; sino que de decirlo sería desagradable de escuchar para el analista. El analizante en su silencio se ahorra someterse a la asociación libre. Así sucede en una entrevista entre Freud y Paul. Este habla de las cosas más indiferentes, cosas nimias pero habla. Se detiene en su discurso, alcanza a decir que se encuentra angustiado, absolutamente angustiado. Ha tenido una crisis. Se niega a hablar, Freud insiste, dice haber tenido fantasías de las más espantosas, le resulta imposible enunciarlas, permanece callado. El analista opera, interviene para que el sujeto obedezca a la regla. Él alcanza a esbozar que los pensamientos tienen que ver con la hija del analista. Freud da por terminada la sesión. Para el sujeto no solo desagrada decir, su decir se ve duplicado por el desagrado de ser escuchado.
El analista no ahorra al sujeto su división, la abstinencia promueve el dilema que conlleva tomar la palabra, elegir por donde comenzar. ¿Cómo proseguirá hoy? pregunta Freud a su analizante. Privarle de la libertad de elegir, al analizante, el punto de apertura de su decir, excluye la posibilidad de que haga uso de un pequeño margen de libertad. Salir, vía una elección, del dilema al que lo lleva el tomar la palabra, pequeña división que marca la estructura misma del análisis. Así es que el analista es invocado a pagar con sus expectativas, el acto de abstinencia ofrece entonces un campo fértil de libertad para la producción de la división del sujeto. Enunciación de la regla, sostenida en cada sesión, en cada inicio, en cada punto en el que la función de la palabra vira hacia la presencia del analista. Instante en el que la palabra se aproxima al hueso duro del síntoma, al núcleo patógeno, interrumpiendo la encadenación significante.
Es con el estilo propio de cada analista, con la manera particular de actuar, que el enunciado de la regla alcanzara el cuerpo pulsional del analizante. Es así que Freud en cada encuentro y con cada analizante pondrá en juego su estilo, basta acercarse al análisis de Elizabeth Von R. Historial que evidencia su deseo por la causa del síntoma paralizante, solo se ira circunscribiendo a partir de los enunciados de la analizante. Ensaya con la hipnosis, pero ella se resiste a dejarse hipnotizar; prueba presionando en la frente de Elizabeth procurado aplastar la conciencia y la emergencia del inconsciente, lo único que consigue es generar dolor. No son esas técnicas aisladas, son ellas en tanto evidencian el acto puesto en consonancia con la enunciación de la regla. “Indiqué a Elizabeth la siguiente enunciación: diga todo cuanto se le cruce como una imagen o cualquier recuerdo que se le presente”. El efecto es inmediato, luego de un silencio que calla cierta inquietud, Elizabeth confía un secreto en relación a un joven huérfano. Una serie de recuerdo van tejiendo una trama amorosa, ella revela haber fantaseado con esperarlo hasta que logre cierta estabilidad económica para casarse. Sin embargo en el momento más álgido de la relación, cuando él le declara su amor e intenciones, el conflicto se desencadena y ella huye junto a la enfermedad de su padre.
Las asociaciones que surgen como respuesta a la exhortación freudiana, no se limitan al campo de lo enunciado sino a la posición causante de Freud. La joven se encuentra a punto de entregarle un secreto que solo le ha sido confesado a su más íntima amiga. El uso que hace el analista de la regla fundamental, en tanto apunta a la causa del síntoma, tiene consecuencias evidentes. “Es el síntoma lo que está en el centro de la regla fundamental” dice Lacan comentando la intervención de André Albert. Si esta apunta al corazón de aquello con lo que dialoga el analista, con lo analizable, el síntoma, es el inconsciente quien responde con enunciados particulares, con asociaciones. En lo que si me permiten el término sería un triálogo. El sujeto responde naufragando por asociaciones de enunciados particulares, enunciados del inconsciente, que sólo podrá revelarse a través del arduo camino de la transferencia abierto por la asociación libre.
El analista con su acto de decir, “con la imposibilidad de no regalar nada sobre lo que no tenga el poder”, conduce a hablar sin pensar, a un hablar sin saber hacia la producción del saber. El discurso analítico introduce la necedad, en cuanto que ella es una dimensión del ejercicio significante. Así es como la puesta en acto de la regla fundamental no se arroja sobre un saber, una coherencia discursiva, sino al enunciado de un significante más, a una asociación que libere las posibilidades del cuerpo. Por supuesto no se trata del yo pensante, reflexivo al que intenta convencer Mario Lebrero, es un sujeto que no piensa. En su seminario RSI Lacan dirá que el sujeto es propiamente aquel a quien comprometemos, no a decirlo todo, que es lo que le decimos para complacernos -no todo se puede decir- sino decir necedades. Ahí esta el asunto. Si la enunciación de la regla es diga cualquier cosa, tras lo que resuena dígalo todo aunque resulte imposible, apuesta a producir un cambio en la posición enunciativa del sujeto, un decir más libre del principio de querer agradar. Un decir que toque el cuerpo pulsional, que desarticule las solidificaciones del fantasma, sosteniendo aquella frase preciosa que Lacan articula: El analista le dice al que se dispone a empezar Vamos, diga cualquier cosa, será maravilloso (Lacan, 1969-1970, 55).
Bibliografía.
-Lacan, J. (1969-1970). El seminario 17. El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2008
-Lacan, J. (1974-1975). El seminario 22. RSI. Inédito.
-Lacan, J. (1975). Comentario del texto de A. Albert sobre el placer y la regla fundamental.
-Lebrero, Mario (1996). El discurso vacío. Bueno Aires: Literatura Random House. 2014.
-Freud, S. (1913). Sobre la iniciación del tratamiento. En obras completas. Vol XII. Buenos Aires: Amorrortur, 1990.
Fuente: Candia, Santiago: "Enunciación de la regla fundamental"
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