miércoles, 9 de noviembre de 2022

Diario de un psicólogo en apuros: Análisis financiados

En la clínica con niños, diversos aspectos del encuadre dependen siempre de un adulto tercero, en general los padres o alguno de ellos. Del adulto depende que el niño asista al análisis, el pago de la sesión, el seguimiento de las indicaciones correspondientes, etc. 

La participación del otro parental no es sin demanda, que siempre va a diferir a la que efectivamente haga el niño. Al respecto, recordamos en esta conferencia la mención sobre esta cuestión que hace Freud en el texto de 1920 sobre la joven homosexual, cuando los padres que demandan que su hijo se cure.
El médico puede lograr, sí, el restablecimiento del hijo, pero tras la curación él emprende su propio camino más decididamente, y los padres quedan más insatisfechos que antes. En suma, no es indiferente que un individuo llegue al análisis por anhelo propio o lo haga porque otros lo llevaron; que él mismo desee cambiar o sólo quieran ese cambio sus allegados, las personas que lo aman o de quienes debiera esperarse ese amor.

También tenemos la conferencia 34, de 1932, la famosa frase donde dice:
Cuando los padres se erigen en portadores de la resistencia, a menudo peligra la meta del análisis o este mismo, y por eso suele ser necesario aunar al análisis del niño algún influjo analítico sobre sus progenitores.

En cuanto a la clínica de adultos, no es raro que personas relacionadas al paciente se ofrezcan a pagar el tratamiento. Casos recientes que uno escucha:

- Un caballero llama pidiendo ayuda urgente para su novia, ante un "ataque de nervios" de ésta, ofreciendo pagar por el tratamiento. El analista detecta algo raro y aloja a la joven en una sesión privada. Efectivamente, en la primera sesión confirma que ella es víctima de violencia de género, lo cual termina en una denuncia que da lugar a una causa penal. El tratamiento no dura más de tres sesiones, pues la dama no lo puede costear.

- La madre de un joven de 19 años, casi por cumplir 20, solicita un turno para su hijo, a lo cual el analista le pide que sea él quien haga la demanda. Él pide la consulta, pero es la madre quien paga el tratamiento. La madre comienza a llamar al analista luego del pago de la sesión, para deslizarle diversos pedidos: "No lo veo estudiar, se la pasa en la computadora, no hace ejercicio, no busca trabajo...".  El joven asiste a la primera sesión y pide tomar agua, luego toma todos los papeles tissue de una caja, finalmente agarra un adorno del consultorio para jugar con él... Toma, toma, toma... A la segunda sesión, hace lo mismo. Y a la tercera sesión, el analista interviene señalándole esto -lo mismo que su madre-, lo que provoca una automática resistencia del paciente, el cual se queda mudo por varios minutos hasta que el analista decide cortar la sesión. Corte anticipado que termina expulsando al paciente, pues éste no volverá. En la supervisión, el analista reconoce haberse sentido influenciado por las demandas de la madre del paciente.

Personalmente, desconfío de cualquier tipo de financiamiento con carácter desinteresado. Por ejemplo, tomemos el mecenazgo, que la infame RAE lo define como la “protección o ayuda dispensadas a una actividad cultural, artística o científica”. Para muchos, el mecenazgo es una colaboración desinteresada e incondicional por parte del mecenas, que actúa movido por el altruismo y es fruto de su compromiso social. Ciertamente, aunque el mecenazgo suele pensarse sin intereses comerciales, éste suele tener beneficios fiscales, porque son una forma de participación privada en la realización de actividades de interés general. Además el mecenazgo potencia la imagen de una empresa con los valores sociales frente al público, aunque con menos eficacia que el patrocinio.

En el ámbito de un análisis, siempre hay que preguntarse por qué paga quien paga por un análisis que no le es propio, aunque ese desembolso se haga en nombre del amor de pareja o el de una madre. Por otro lado, también hay que preguntarse por qué un adulto sano no es capaz de pagarse su propio análisis. Después de todo, estamos en la Argentina de Perón, y vivimos bajo Su Verdad:

Verdad peronista n° 4: No existe para el peronismo más que una sola clase de personas: los que trabajan.
Verdad peronista n° 5: En la nueva Argentina de Perón, el trabajo es un derecho que crea la dignidad del Hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.

Sabemos que hay dos tipos de ociosos: los que quieren trabajar pero no pueden, de lo cual se puede hacer un síntoma, y los que directamente no quieren. Estos últimos suelen ser refractarios al análisis, en cuanto el análisis implica ceder y es también es un trabajo (psíquico) para el paciente. La vagancia, en tanto la falta de ganas de trabajar, es una de las formas de goce más duras de conmover sino es por medio de la necesidad. Esto es, que otro deje de pagar la bohemia.

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