RESUMEN: El presente trabajo tiene por fin indagar algunas de las conceptualizaciones que realiza J. Lacan sobre la sexualidad femenina, fundamentalmente tomando lo desarrollado en la última parte de su enseñanza. El interés de esta temática radica en poder situar como dicho autor, a partir de plantear un más allá del padre y del falo, culmina en la formulación de una lógica para lo femenino diversa de la fálica en aquello atinente al goce. Esto se efectúa mediante la construcción de las fórmulas de la sexuación y el concepto de no-todo, correlativos de la ausencia de relación sexual y de la inexistencia de lo universal femenino, lo cual conlleva pensar el estatuto de la distribución sexual como así también el lugar de lo femenino en la lógica de los encadenamientos y desencadenamientos y sus relaciones, particularmente de oposición, con el sinthome histérico.
En el Seminario XX, Lacan se sirve de la construcción de las fórmulas de la sexuación, a fin de dar cuenta de las dos lógicas en juego en el ser hablante. Para presentarlas, Lacan recurre al cuadrángulo aristotélico y su repartición de las proposiciones particulares y universales. Lo interesante con respecto a ello es que, a diferencia de Aristóteles, Lacan presenta de un modo inédito una categoría inexistente en este último: el concepto de no-todo, y lo utiliza justamente para sostener que “la mujer es no-toda”[i] en relación al falo. Por ello, retoma el esquema de Peirce inmerso ya en el orden de la lógica moderna, en tanto posibilitó un examen diverso al aristotélico, al dar lugar a una mayor formalización desde la lógica que invierte a aquel, allí donde lo particular reviste una importancia radical que funda lo universal, donde el padre de la horda que goza de todas las mujeres es “almenosuno”[ii] que dice no a la castración y opera como excepción fundando el universo “todos los hombres están sujetos a la castración, a la función fálica”, como función de goce. Sin embargo, del lado femenino es imposible fundar un universal del todo y la excepción, dando lugar a la contingencia existente en relación al falo que no puede hacer existir a La Mujer, afirmando por ello que ésta es no-toda.
MÁS ALLÁ DE LA LÓGICA FÁLICA
Lacan sostiene que las fórmulas cuánticas de la sexuación implican una elección del sexo por parte del sujeto. Al respecto, este autor afirma que el sexo es un decir, por lo cual el parletre procede a la elección de su sexo de acuerdo a su inscripción en dichas fórmulas. Lacan las construye recurriendo a la función proposicional que funda la lógica moderna a partir de Frege, como así también a la teoría de conjuntos de Pierce y a la lógica modal. A partir de allí plantea a la función fálica -como instancia bifásica entre la palabra y el goce que media la relación entre los sexos- como aquella proposicional única e invariable que inscribe al goce y la castración vía el significante. No obstante, y en función de lo ya señalado, la falta de universal del lado femenino hace que sólo exista el particular de las mujeres y su “particular” relación con el goce. Ello da lugar entonces a una distribución en la que del lado hombre prima la lógica del todo y la excepción respecto del falo, y del lado femenino la del no-todo, que conlleva a la vez una división interna entre el goce fálico y el Otro goce. Asimismo, esto también implica la imposibilidad de escribir la relación sexual a partir de la falta del significante que nombra a La Mujer, ubicándola en el plano del Otro radical, del cual el inconsciente no puede decir sino la falta, llevando a Lacan a su ya conocido axioma “No hay relación sexual”[iii], en la medida en que la repartición sexuada no se hace en forma complementaria en virtud de las dos lógicas en juego en el ser hablante, es decir, dos polos diversos designados por el significante Uno y por aquel que designa al Otro y su falta, resultando imposible escribir una relación entre ambos. Al decir de Lacan: “el goce no conviene a la relación sexual. Porque habla, dicho goce, la relación sexual no es”[iv].
Del lado izquierdo de las mismas, el lado hombre, se ubica, como ya se ha mencionado, el particular en el padre de la horda como excepción que funda y hace funcionar el universal que rige para todos o paratodo, tal la designación impresa en El Atolondradicho. Al decir de Lacan, resulta necesario que al menos uno no esté sujeto a la castración para que sea posible la existencia del hombre como valor sexual, para quien funciona la castración.
Del lado derecho no hay la mujer que funda el universal fijando un límite, por lo cual el axioma resulta “no hay x que no se someta a la función fálica”, allí donde se sitúa lo imposible que no cesa de no escribirse como categoría que funda lo real. No obstante, la mujer se encuentra no-toda sometida a la castración, es decir parcialmente, no-toda sujeta a ella, allí donde “paratodo se paranotoda”[v]. De este modo, el no todo femenino se ubica en relación a la función fálica como producto de la inexistencia de uno que diga no a dicha función, sin por ello negarla. Así, mantiene relación tanto con el significante fálico como con el significante de la falta del Otro a nivel del goce. Resulta importante señalar que los lados de las fórmulas no se postulan ya sea como pares de opuestos o pares complementarios, ya que lo femenino constituye un orden suplementario -a diferencia de aquellos que lo proponen como una falta-, “suplementario respecto a lo que designa como goce la función fálica” [vi]. Es que justamente no toda en la función fálica “no quiere decir que no lo esté del todo. No es verdad que no esté del todo. Está de lleno allí. Pero hay algo de más”[vii].
Ante la imposibilidad de hallar de este lado la excepción que haga de límite o borde permitiendo la existencia de “todas las mujeres“, plantea mencionarlas una por una en una serie infinita. De esta manera “el imposible como causa de que la mujer no esté esencialmente ligada a la castración permite que el acceso a la mujer sea posible en su indeterminación”[viii].
Así, la existencia del lado izquierdo (macho) de al menos uno que dice que no, aquello del orden de lo necesario que no cesa de escribirse, hace posible -lo que cesa de escribirse- que todo hombre esté inscripto en la función fálica, permaneciendo ambos en contradicción, ya que “no hay universal que no tenga que contenerse con una existencia que lo niega”[ix]. Ahora bien, ello no se contradice con el no-todo, el cual se plantea como contingente -aquello que cesa de no escribirse- respecto del goce fálico y ubicándose entre ambos el objeto a en tanto falta. A la vez dicha contingencia y la imposibilidad de hacer existir a la mujer producen lo indecidible -proposición que se apoya en el teorema de Godel y que implica la imposibilidad de que las mismas sean refutadas o demostradas- cerrándose este circuito nuevamente en la existencia que delimita lo que existe y lo que no.
Para dar cuenta de la diferencia entre el goce fálico el femenino y los impasses que existen entre el encuentro entre un hombre y una mujer, Lacan recurre a la paradoja de Zenon, la cual tiene por protagonistas a Aquiles y la tortuga a la que matemáticamente nunca puede alcanzar en virtud de la imposibilidad del encuentro a partir de hallarse en una dimensión diversa a la significante y que impone hablar de la noción de número real, es decir, de límite, allí donde el significante del Otro se enuncia por su falta. Tal como sostiene Lacan, “un número tiene un límite, y en esta medida es infinito. Aquiles, está muy claro, sólo puede sobrepasar a la tortuga, no puede alcanzarla. Sólo la alcanza en la infinitud”[x]. De igual manera para el hombre, la mujer resulta imposible de alcanzar en tanto es no-toda suya, siendo el goce fálico un obstáculo para alcanzarla, ya que sólo se goza del órgano, en un goce idiota -en tanto prescinde del Otro-, mientras ella se halla de forma inaccesible del lado del cuerpo en su dimensión real, fuera del alcance de lo nombrable, es decir, del lado del Otro goce, “ese goce suyo que no la hace toda suya: por en ella re-suscitarlo”[xi]. Cabe señalar que ello también repercute del lado femenino en lo que atañe al encuentro con el partenaire por estar ella también sujeta al goce fálico, sólo que a diferencia del hombre, ella tiene distintos modos de abordarlo, ubicándose del lado femenino un plus, un “en más”.
EL SINTHOME HISTÉRICO Y EL GOCE FEMENINO
Estas diversas modalidades de relación con el falo dan lugar a diferentes posicionamientos respecto de lo femenino. De este modo, podríamos ubicar por un lado a la histeria en su queja y denuncia sobre la ausencia de una identidad femenina y responsabilizando de ello al padre -ya que idealmente éste sería el único que podría brindarla- y su insuficiencia, a la cual la histérica tiende a reparar o a desafiar, exigiendo que el falo pueda dar un signo de la identidad femenina. Así, “la histérica se aterra porque debajo de la máscara de la falicización de la imagen del cuerpo, no haya sino “eso”, es decir, lo real orgánico a lo que se reduce el cuerpo desexualizado”[xii]. De este modo, en su búsqueda de una identidad femenina denuncia el semblante de la máscara fálica, pero al hacerlo no encuentra aquella sino un real asexuado del cuerpo, requiriendo por ello nuevamente dicho semblante y el anudamiento sinthomático que comporta la armadura del amor al padre, como respuesta al lapsus de la estructura a partir de la ausencia de relación sexual. De este modo, permanece ubicada del lado izquierdo de las fórmulas, ya que “hace de hombre”[xiii], es decir, prevalece en tanto hommosexuelle, es decir, bajo un goce norme mâle -norma macho-, a partir de la pregnancia de la función fálica vía su identificación viril, en tanto excepcional que sostiene -tal lo afirmado por Lacan en el Seminario XVII- la insatisfacción y el goce en la privación, esto es, en el goce de gozar demasiado poco, a raíz de su interés en la otra mujer, imposibilitando despliegue de la pregunta por lo femenino en su hacer de hombre y en la estabilidad que comporta la respuesta fantasmática y su sinthome sostenido en el amor al padre, que otorga una singular consistencia y estabilidad al sujeto histérico en tanto lo previene del encuentro con el punto real de la estructura en el cual lo simbólico no responde y que desestabiliza su unidad, aquel señalado -tal como ha sido mencionado- por la pregunta por lo femenino.
Contrariamente a ello, la feminidad connota ya no el carácter de excepcional sino que ubica a la mujer como síntoma y única para un hombre, lo cual le permite incluirse en la demanda de amor sabiendo “operar con nada”, tal como sostiene Eric Laurent y tal como lo ha sabido anticipar Lacan, al plantear la posibilidad de convertirse en Otro para sí misma. Justamente en relación con esto último, interesa destacar que existen “otras” formas privilegiadas de abordar el problema de la relación entre la mujer y el a pues “hay otro fantasma, si ustedes quieren, pero no le surge naturalmente, no lo ha inventado ella, lo encuentra ready-made”[xiv], ubicando como paradigma a los místicos como Santa Teresa y San Juan de la Cruz, quienes en su discurso dan cuenta de una desubjetivación, al sentirse arrebatos y envueltos en un rapto irresistible, dando cuenta de un goce situado más allá del falo que desanuda el conjunto que rige la lógica fálica. Por otra parte, Lacan sostiene que esta posición es diversa de aquella sostenida por la erotómana, ya que “la diferencia está en función del nivel donde colapsa el deseo del hombre con lo que él representa, más o menos imaginario, como enteramente confundido con el a”[xv] y que en la erotomanía no se propone pues se impone. Asimismo, la posición femenina diverge de la posición perversa, en tanto esta última no es más que una caricatura de aquella, a partir de su creencia en el Otro vía el escenario que necesita armar cada vez para constituirse en instrumento de su goce.
CONCLUSIONES
Tal como se ha mencionado, el lado femenino posibilita a la mujer posicionarse de diversos modos en relación al falo. Ello en la medida en que “hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas”[xvi]. Ello da cuenta del plus respecto del goce fálico que permite este goce suplementario en las mujeres pero que, a la vez, no está en todas, de allí la imposibilidad del universal y el hecho de que el mismo se presenta en su carácter de indecible, de fuera de lenguaje, es decir, en tanto que escapa y desata al dominio significante. De esta manera, el Otro que se ubica en la dimensión del goce, constituye un Otro real, sexuado, diverso del Otro de la palabra. Tal como afirma Lacan: “Ese Otro, si sólo hay uno solito, ha de tener forzosamente alguna relación con lo que aparece del otro sexo”[xvii]. Ello instaura un nuevo modo de conceptualización ya que “así se la satisficiera en la exigencia del amor, el goce que se tiene de una mujer la divide convirtiendo su soledad en su pareja, mientras que la unión queda en el umbral”[xviii]. Es decir, hay una división entre el goce fálico y un goce otro que la deja a solas. Ahora bien, el goce es siempre solitario y así como el hombre encuentra el obstáculo fálico, la mujer halla en el otro goce la imposibilidad de encuentro total con el partenaire, lo cual determina la falta de relación sexual que se intenta suplir vía el amor.
NOTAS *El presente trabajo forma parte del Proyecto de Investigación UBACyT. Código P022 -en evaluación. Título: “El sinthome en las neurosis”. Período: 2008- 2010. Director: Prof. Lic. Fabián Schejtman.
[i] Lacan, J.; El Seminario Libro XVIII, Clase del 19 de mayo de 1971, inédito.
[ii] Lacan,J.; “El atolondradicho” en Ornicar? Nº 1, Paidós Biblioteca Freudiana, Buenos Aires, 1984, p. 50.
[iii] Lacan,J.; op. cit., p. 24.
[iv] Lacan, El Seminario Libro XX “Aún”, Paidós, Buenos Aires, 1981, p. 76.
[v] Lacan,J.; “El atolondradicho” en Ornicar? Nº 1, Paidós Biblioteca Freudiana, Buenos Aires, 1984, p. 36. [vi] Lacan, J.; El Seminario Libro XX “Aún”, Paidós, Buenos Aires, 1981 p. 89. [vii] Lacan, J.; op. cit., p. 90. [viii] Tendlarz, S.; Las mujeres y sus goces, Colección Diva, Buenos Aires, 2002, p. 134. [ix] Lacan,J.; “El atolondradicho” en Ornicar? Nº 1, Paidós Biblioteca Freudiana, Buenos Aires, 1984, p. 19. [x] Lacan, J.; El Seminario Libro XX “Aún”, Paidós, Buenos Aires p. 15-16.
[xi] Lacan,J.; “El atolondradicho” en Ornicar? Nº 1, Paidós Biblioteca Freudiana, Buenos Aires, 1984, p. 37. [xii] André, S.; “¿Qué quiere una mujer?, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2002, p. 116.
[xiii] Lacan,J.; “El atolondradicho” en Ornicar? Nº 1, Paidós Biblioteca Freudiana, Buenos Aires, 1984, p. 35. [xiv] Lacan, J.; El Seminario, Libro X “La Angustia”, Ed. Paidós, Bs. As., 2006, p. 220.
[xv] Lacan, J.; op. cit., p. 220. [xvi] Lacan, J.; El Seminario Libro XX “Aún”, Paidós, Buenos Aires, p. 90.
[xvii] Lacan, J.; op. cit., p. 85.
[xviii] Lacan, J.; “El atolondradicho” en Ornicar? Nº 1, Paidós Biblioteca Freudiana, Buenos Aires, 1984, p. 37
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