Teofrasto, discípulo de Platón y de Aristóteles, en sus “Caracteres morales”, Ἠθικοὶ χαρακτῆρες, describía en el siglo IV aC comportamientos peculiares y frecuentes en su tiempo que hoy, en el nuestro, llamamos obsesivos.
Se refería al supersticioso, por ejemplo, como aquel que “si ve que una comadreja atraviesa el camino que él lleva, no lo pasará hasta que otro pase primero, o tire tres piedras sobre el camino”. O a ese que “purifica su casa con frecuencia; no se acerca a los sepulcros, no concurre á entierros; no visita paridas.”
El griego nos enseña que los temores a contaminarse no esperaron a Pasteur para desplegarse a sus anchas: “si un ratón casualmente roe el costal donde tiene la harina, va á ver al agorero ó adivino, y le pregunta qué es lo que debe hacer. Si acaso le responde que lo dé al costalero para que lo remiende, no se conforma con esto, sino que, mirándolo con aversión, se deshace de él”.
Era en las prácticas religiosas donde Teofrasto recogía la mayor parte de sus observaciones. Está el que “lavándose las manos, y rociado todo con agua lustral o bendita, sale del templo llevando en la boca unas hojas de laurel, y todo el día se pasea sin dejarlas”, y el que, “ansioso de ser ordenado en los misterios, va a visitar todos los meses a los sacerdotes de Orfeo con su mujer, y si ésta no está desocupada, va con el ama y con sus niños”, o el que “para salir de una encrucijada, se lava la cabeza, y, llamando á las sacerdotisas, les pide lo purifiquen, aplicándole, ó una cebolla albarrana, ó un cachorrillo”.*
Nota:
*. Las citas son de Teofrasto, “Los caracteres morales”, Biblioteca Internacional de Obras Famosas, Tomo II, pp. 878-879.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario