jueves, 3 de julio de 2025

El trauma como huella del Otro y el giro en la teoría del Principio de Placer

Las neurosis de guerra pusieron de manifiesto, para Freud, fenómenos clínicos que lo llevaron a reconsiderar algunos de los fundamentos de su teoría, en particular el modo de entender el funcionamiento del proceso primario.

La conceptualización del trauma desde una perspectiva estrictamente económica —clave dentro de la metapsicología freudiana— supuso también una desimaginarización radical del fenómeno traumático. En este marco, el trauma deja de pensarse como un impacto excepcional desde fuera del aparato psíquico, para ser comprendido como una consecuencia estructural de la constitución del sujeto en su relación con el Otro.

El desamparo originario, la absoluta dependencia del cachorro humano, instala desde el inicio una marca traumática. Lo traumático no es aquí un evento, sino el efecto estructural de una falla de mediación entre el deseo enigmático del Otro y el sujeto que intenta ubicarse ante él. Lo que en el Otro aparece como sin respuesta, sin ley que ordene o regule su deseo, deja una huella imborrable en el psiquismo.

Este giro teórico se formaliza en Más allá del principio de placer, texto clave donde Freud introduce la dimensión específicamente analítica del trauma. A partir del análisis del sueño traumático, señala que el más allá del principio de placer implica la existencia de un tiempo lógico anterior a la tendencia onírica del cumplimiento de deseo. Como él mismo escribe:

Si existe un ‘más allá del principio de placer’, por obligada consecuencia habrá que admitir que hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo... No son imposibles, aún fuera del análisis, sueños que, en interés de la ligazón psíquica de impresiones traumáticas, obedecen a la compulsión de repetición.

Este señalamiento introduce una excepción a la lógica del principio de placer, una ruptura en la economía del aparato que apunta a aquello que no se deja ligar, que permanece por fuera de la articulación simbólica. No se trata de una lógica formal, sino del indicio de un borde, de un resto que, al no ser integrable, parece sostener —desde su exclusión— la estructura misma.

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