martes, 28 de octubre de 2025

La verdad del deseo y la brújula de la culpa

Un análisis muestra que la relación del sujeto con el deseo desborda el campo de los objetos que en apariencia podrían colmarlo. “Sólo quien escapa a las apariencias puede llegar a la verdad”, dice Lacan en La ética del psicoanálisis. Se trata de la verdad del deseo —esa verdad que sólo puede medio decirse mediante el significante.

El “más allá de las apariencias” al que alude Lacan introduce la necesidad de atravesar los velos ilusorios del fantasma, y es en este punto donde las figuras de Homero y Tiresias cobran relevancia. Ambos, ciegos, encarnan la posibilidad de una visión que no depende de la mirada; su ceguera, metáfora mediante, los libera de los engaños del espejismo.

El espejo y el cuadro, como emblemas de la escena, señalan que hay una topología trágica que el dispositivo analítico repite y torsiona. En la transferencia, esa torsión permite que lo que antes se hallaba tras bastidores —la posición sacrificial desde la que el sujeto se ofrece a la supuesta completud del Otro— se vuelva visible.

En ese momento del trabajo clínico, las brújulas son la culpa y la angustia. Si la angustia es el signo del deseo del Otro, la culpa, en cambio, marca el punto donde el sujeto actúa “para el bien” de ese Otro, traicionando su propio deseo. Allí Lacan ubica la responsabilidad, inseparable de la imposibilidad de garantías.

La referencia al héroe trágico, que venimos retomando estos días, permite situar la culpa como un índice clínico privilegiado: señala los lugares donde el sujeto se traiciona, donde “penar de más” se vuelve su modo de sostenerse. Son esos puntos —los que “valen la pena”— los que permiten leer el nudo singular entre deseo, goce y pérdida.

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