miércoles, 11 de enero de 2017

Clínica de la melancolía y la manía: conceptos e intervenciones del analista. (2º encuentro)


Apuntes de la conferencia dictada por C. Polak el 24/10/2015

Ocasionalmente, toma la palabra en el consultorio alguien que se cree excepcional. Se describe a sí mismo como quien ha sido afrentado, injustamente tratado por la historia, por el destino, por sus padres, por sus jefes, por sus parejas. Su enunciación es de misántropo, impone su verdad inclaudicable en cualquier contexto a quien tenga enfrente. Nos mira desde arriba del hombro, se embandera y grita a los 4 vientos el sinsentido de nuestras vidas, ya sea de la sumisión de la ley de la gravedad y entonces su lamento se hace apenas audible, en la inmovilidad que lo confina a una cama abandonado a la depresión, a la anorexia, incluso hasta la suciedad. En otros casos, agita la falta de sentido exaltado, apasionado, militante punk de un nihilismo no dialectizable.

¿Cómo lo escuchamos? ¿Lo ayudamos? Rara vez lo solicita. Y en tal caso, ¿desde dónde? ¿Desde la realidad? ¿Desde nuestro confort? ¿Desde nuestra felicidad? Desde allí somos ridículos para ellos, y si lo pensamos un segundo, también para nosotros mismos. 

Los melancólicos, en su diversidad, como subrayaba Vanesa la vez pasada, psicóticos o no, neuróticos más o menos melancolizados, de bordes, en acting, nos dicen en la cara esto: la vida no es bella. Y en el fondo nosotros, con nuestros pequeños libritos, nuestro block de notas y el psiquiatra que nos acompaña con su vademécum, sabemos que tienen razón. La hiperlucidez melancólica se impone a las razones. Tenemos que ir por otro lado. Si estamos aquí, es porque sabemos que además no tienen toda la razón. Que si bien la vida no es bella, podemos arrancarlo un poco de belleza: amando, conquistando, creando, cultivando la amistad, comprometiéndonos con nuestro tiempo, en fin: enlazándonos al pequeño otro, al semejante, con toda la ambivalencia que éste comporta, pero un semejante al que le reconocemos algo radicalmente opaco, indomeniable, heterogéneo, eso que Lacan llama “En tí más que en tú”. Es decir, podemos orillar una salida para el aplastamiento totalizante y narcisista por la vía del objeto de lo que no copula con el significante. 

Manía y melancolía en 2 clases es de antemano una misión imposible, de esas que pueden autodestruirnos con solo intentarlo. Sobretodo, porque la melancolía se viene pensando, escribiendo, novelando, teorizando, desde mucho antes del nacimiento del psicoanálisis, y aún desde la psiquiatría como especialidad médica. Y en esas reflexiones, muchas de las cuales quedaron olvidadas por nuestro lamentable pragmatismo y directamente sepultadas por la pseudo-tecnología DSM, podemos encontrar algunas perlas que podrán orientarnos en el mapeo de lo que se trata en el mundo de la melancolía-manía, por ahora nombro así ese territorio.

¿Qué quiero decir con lamentable pragmatismo? El eje moral de nuestra actual sociedad de rendimiento en la que no pareciera posible poder no poder. Entonces, apuramos lo que nuestros maestros Freud y Lacan fueron proponiendo como pinceladas y los convertimos en conceptos hechos slogans (que significa “grito de guerra”), que nos arengan a la pasión curativa y nos cierran las orejas, que resulta que es lo que teníamos que tener más destapado para nuestro saber hacer. Y entonces, leemos desde la pluma de algunos colegas muy respetados y venerables que la melancolía es una psicosis lisa y llanamente, o que pertenece a la clínica de borde, o que hace par unitario con la manía en un afán psicopatológico que a mi gusto, es más tributario de la psiquiatría y la psicología, que del psicoanálisis. En este punto, acuedo con Allouch: si Lacan no establece una teoría unificada de la melancolía, no es que se olvidó o no tuvo tiempo, sino que nos dice que no establece una teoría unificada de la melancolía. Y la primera conclusión que extraigo y propongo de esta lectura, es esta: no hay “La melancolía”, sino melancolías. Fernando Ulloa, por ejemplo, diferenciaba la melancolía humillada, de la melancolía infatuada. Pero si el afán clasificatorio responde al interés de orientarnos en las intervenciones y la modalidad de nuestra abstinencia, comparto el interés, aunque prefiero tomarme de la mano de la filosofía y del arte, más que de las tecnologías del yo. Por eso hoy quería leerles algunas cosas que fui leyendo en el contexto de la melancolía, ubicar lo que dice Freud y hurgar un poco en el cine.

Antes que Freud, la melancolía llamó la atención de médicos y filósofos desde la antigua Grecia. En ocasiones, maldición diabólica, por momentos signos de genialidad. Hipócrates es el primero en nombrar “melancolía” a esa afección en su célebre teoría de los humores, llamando así al producto de la pena y el temor persistentes. Tomemos nota de la cuestión del temor. En la definición canónica de Freud, el temor desaparece y retorna recién en un tardío Lacan, cuando en “Televisión” enlaza la tristeza melancólica al pecado de cobardía moral de Spinoza. 

La teoría de las enfermedades en Hipócrates es el resultado de la combinación, la prevalencia o el déficit de 4 humores. La melancolía es lo que sucede cuando predomina la bilis negra, el humor negro, frío y seco, que impregnaría el cerebro provocando tristeza, desgano, miedo, ganas de estar solo, inmovilidad, y generando un carácter amargo, avaro y dañino. Se ve que Hipócrates estaba orientado en la fenomenología, pero en lo que se refiere al tratamiento, lo abandonamos: su propuesta de purgas y sangrías eran demasiado melancólicas para seguirlo. Digo melancólicas, porque es un tratamiento que observamos que los propios melancolizados se provocan: cortes hasta sangrar, dietas, vómitos, laxantes, ingestas locas de medicamentos, entre otras excentricidades que los llevan a las guardias médicas o psiquiátricas.

Galeno agrega otra característica: además de la tristeza y el miedo, subraya el odio. Para los melancólicos, la vida es mala y odian a los demás. Un odio que vuelve a ser ubicado en Freud, cuando apunta que la diferencia entre duelo y melancolía es que en aquel falta el autorreproche que agota al melancólico y al que lo escucha. Freud nos advierte que sus quejas son querellas, es decir, hay Otro, solo que al momento de la pérdida no se desinviste pieza por pieza, sino que su sombra recae sobre el yo. De esta manera nos permite ver el suicidio melancólico como un asesinato. Entonces, este odio, ya descrito por Galeno y teorizado por Freud en sus diferentes gradaciones, en su pico máximo lleva al aislamiento, a lo que podría parecer una desconexión con el Otro. Pero en los casos en que el aislamiento es odioso, el Otro está. Y si está podemos entrar transferencialmente. Lo que pasa es que hay que ver si queremos entrar. La entrada es fangosa, porque se trata de esas transferencias en las que el paciente (y no digo analizante porque justamente ese es el problema), se encarga de impotentizarnos, ridiculizarnos, mostrando que nuestros esfuerzos son toscos, vanos e inútiles. Entonces, a partir de la punta de Galeno aprovecho para para preguntarme y preguntarles: ¿Cómo operar con el odio en transferencia cuando el odio se desmezcla del amor? Porque acá no es odio - enamoramiento, sino lisa y llanamente odio. 

Al mismo tiempo se reconoce desde muy tempranamente en la medicina que la melancolía también es el carácter de los grandes hombres. Personalidades destacadas en el mundo del arte, la política, la filosofía han padecido y han hecho padecer su carácter saturnino. La melancolía, entonces, también es un modo de ser, como Saturno: frío, seco, amargo, negro, oscuro. Entonces, tenemos que diferenciar cuando la melancolía es una enfermedad, una afección, con toda la diversidad que venimos subrayando, de las situaciones donde la melancolía es un modo de ser. Cuando es un modo de ser, de estar en la escena del mundo, decimos que tiene que ver con el carácter. Y nos estamos refiriendo a lo que en Freud, en “El carácter y el erotismo anal” ubica como lo más difícil de tocar en un análisis. Aquí no estamos en el territorio de las formaciones del inconsciente (cuando estamos en el carácter), donde la letra en el inconsciente hace litoral entre el saber y el goce… Sino que estamos más bien en el territorio del signo, de aquello del ello que no logra separarse del inconsciente. Sigo a Freud, de la mano de quien podemos ubicar en la melancolía también como tipo de carácter. En sus pequeños escritos sobre los tipos de carácter, describe el de las excepciones. Toma a Ricardo III de Shakespeare como modelo, aquel rey de Inglaterra nacido deforme cuyo lema era algo así: el mundo ha sido injusto y cruel conmigo, entonces yo lo seré con el mundo. 

La melancolía como un modo de ser, como un tipo de carácter, representa un gran desafío clínico. En estos casos, no sé si cabría decir que la sombra del objeto cae sobre el yo y entonces el trabajo de la melancolía, como propone Freud, consistiría en formar los autorreproches en querellas. En la melancolía como modo de ser no solemos escuchar el reproche, sino lisa y llanamente el rencor, ya sea en el decir amargo, ya sea en el pasaje al acto como Ricardo III. 

En la Edad Media, la melancolía pasa a ser un pecado. Originalmente, los pecados capitales eran 8. Luego se condensan a 7, porque la tristeza y la acedia se unifican en la pereza. El desgano para trabajar o cumplir con los bienes espirituales. Las principales víctimas de la acedia en la Edad media, eran los monjes, a quienes el día se les hacía largo y aburrido. Estos monjes, en su asedia, están cuestionando la capacidad de Dios para dar sentido a la vida, ese es el pecado. Dante les otorga un lugar en el 5° círculo del infierno. ¿Y adivinen con quiénes comparten el 5° círculo del infierno? Con los coléricos. Perezosos y coléricos se reúnen en Dante indicando mucho antes que la psiquiatría que melancolía y furia maníaca pueden conformar una unidad oscilante. Y muchísimo antes que Freud intuye que la furia puede operar como un antidepresivo no-químico exitoso, pero que deja al pecador en una locura circular que hoy chatamente se nombra bipolaridad, como si el sujeto afectado no fuera más que una pila alterada. 

Si estamos cuestionando la noción de bipolaridad como una metáfora de poco alcance y proponemos desde el psicoanálisis mantener la rigidez de los significantes manía y melancolía, no es por mero prurito nominalista. Manía y melancolía son significantes que hunden sus raíces en una genealogía de saber, sin la cual las tecno-ciencias nos conducen a un mundo robotizado y a la vez, paradojalmente melancólico en el que el sentido se pierde tras el imperativo de poder producir. La concepción de la melancolía como pecado es quizá lo que le permite a Lacan, como les decía hace un rato, tejer un lazo con Spinoza cuando nos señala en “Televisión” que la tristeza de la depresión, nominación ya post-psicofármacos, es una falla moral, una cobardía moral, como la nombra Spinoza, que tiene que ver con una claudicación del deber de bien decir, o de reconocerse en el inconsciente. Advertimos cómo este comentario enlaza esa tristeza con la ferocidad del superyó. Cobardía moral, [¿???] del inconsciente, fracaso del bien decir, triunfo de lo mudo, lo no dicho, lo que se muestra, desenlace y triunfo de la pulsión de muerte. Y por otro lado, si tomamos acedia desde el punto de vista etimológico, advertimos que el significante tiene una raíz griega, que conecta con la amargura, la tristeza, la acidez, pero también una raíz latina acidĭa, que además tiene que ver con la falta de cuidado: el descuido de los muertos que quedan insepultos, por lo cual no tienen descanso. De esta forma, encontramos el gérmen de lo que será el gran paso que dará Freud en “Duelo y melancolía”, no hecho nadie antes que el: en enlace de la melancolía con el duelo. El enlace de la melancolía con la pérdida del objeto o de un ideal que haga sus veces. Con la pérdida, digamos, porque en la melancolía es bastante difuso qué se perdió, pero si advertimos que esta pérdida no ha tenido el debido proceso, como dirían los abogados, o las debidas inscripciones rituales, ubicamos justamente ese lazo con la etimología de la no ritualización de la pérdida de un ser querido. Y como dice Lacan: en un mundo de abogados americanos, el estrellato no es el de la psiquiatría, sino más bien el de la psicofarmacología que la aplasta. Es en este marco que se inscribe el significante “depresión” y una nosología utilitaria y mercantilista resuelve una tensión que Freud se ocupó muy bien de mantener: que la melancolía no es una unidad clínica. Sin embargo, para la psiquiatría o farmacia, la cosa es sencilla: hay psicosis maníaco-depresiva y hay depresión neurótica. El vademécum es claro y en los años ‘50, el laboratorio Geigy tuvo que inventar la entidad nosológica “depresión”, dado que no vendía los suficientes antidepresivos.

Para Freud, en “Duelo y Melancolía”, en la melancolía se trata de una pérdida en la que el yo no sabe qué perdió, está desorientado. Solo vemos que a diferencia del duelo, este yo se maltrata cruelmente, que muchas veces un acceso maníaco intenta defenderse de esta caída en la sombra del objeto que recae sobre el yo. ¿Pero cuál es el objeto perdido y qué perdió en él? Por el contrario, como cualquier sombra, se agiganta y adquiere dimensiones dispersionadas respecto del objeto real. Hagan sino la prueba jugando con las sombras chinescas. El monstruo amenazador, el dragón, no son más que los dedos de nuestras manos enlazados de tal o cual manera. Y Freud escribe algo pocas veces subrayado: que después de un tiempo, el acceso melancólico pasa. Remite, cuando no se lleva puesto al sujeto… Como si hubiese un trabajo de la melancolía similar al trabajo de duelo, ese que desinviste las ligaduras libidinales con el objeto pieza por pieza. En la melancolía, el trabajo consistirá también en conducir las quejas a las querellas, en reconducir el odio al objeto, desalojándolo del yo. El riesgo es la salida maníaca, en la que el yo triunfa sobre el acoso superyoico, pero locamente, arrojando al sujeto a la cadena metonímica sin el lastre del objeto, que es lo que Vanesa desarrolló la vez pasada.

Hace un rato ubicábamos que Freud recurre a Shakespeare para dilucidar el tipo de carácter, particularmente difícil de tratar clínicamente. Hizo lo propio para teorizar las neurosis, recurriéndo a Sófocles y su tragedia, Edipo. También hay referencias de Lacan a la literatura, al arte, cine son innumerables. No es psicoanálisis aplicado, sino exactamente al revés. Es tomar lo que el arte nos muestra y nos enseña para formar una hipótesis que tenga cierta eficacia. 

Cine: “Melancholia” (Lars Von Trier).
Esta película me parece que muestra una zona clínica de la melancolía y la manía como su intento de defensa, al mismo tiempo que muestra el entramado de la dialéctica en la que el sujeto y el Otro quedan capturados; en donde el objeto, que debiera ser el resto de la misma, no cae sino que pervive incrustado en el yo, atormentándolo.

La película Melancholia se divide en 2 capítulos: en el primero, la mirada está puesta sobre Justine y en el segundo, sobre su hermana Claire. 

La primera parte comienza con Justine en un enorme auto de bodas junto a su elegante novio a casarse. De pronto, sobreviene un pequeño incidente: el auto se atasca en un camino de tierra rural. Hay una curva que el largo auto no puede sortear, pero la sonrisa y la belleza de Justine no se alteran. Su novio también es hermoso, se aman, van a casarse, nada parece alterar su dicha. Son puro encanto y alegría. Cuando llegan varias horas tarde a su propio casamiento, la hermana de Justine (Claire) y su marido, los reprenden. “Todos los invitados esperan, aún el sacerdote, todo ha salido muy caro para que ellos se comporten de una manera tan irresponsable”. 

A lo largo de la fiesta, asistimos al desmoronamiento de Justine. Comienza con algunas actitudes extrañas. cada tanto se ausenta de la fiesta y hace cosas locas. Primero, tiene que ir sí o sí a la caballeriza a saludar y a hablar con su caballo sin miramientos por el retraso que ya lleva, sin miramiento por los otros, a quienes continúa haciendo esperar. Luego, acompaña a su sobrinito a dormir y se queda dormida con él. Después, va a orinar al medio del campo. El colmo es cuando se hace abordar sexualmente por un joven y conocido invitado a la intemperie, bajo la luz de la luna. En ese transcurso, los esfuerzos del novio por convocarla, por traerla a la escena de la boda son infructuosos, y hasta parecen ridículos. ¡Cualquier parecido con los esfuerzos del profesional de la salud y sus cruzadas por la cura y el bien son mera coincidencia! 

La hermana le dice que se comporte, que no arruine todo como siempre. El cuñado, que parece el pilar fálico de la familia, se enoja y se queja. No le hubiese importado el dispendio de dinero de semejante fiesta si Justine realmente lograra su felicidad, pero todo parece haber sido en vano.

En este primer capítulo, la cámara también se posa en los padres de Justine y Claire. Ahora son los padres que Justine recorta, es el capítulo de Justine, son los que ella ve. Me resulta importante subrayar esto, porque el recorte que hace Claire de los padres es muy otro, dada la posición subjetiva tan diferente que tiene en relación a su hermana. este es el punto crucial, que distingue la mirada del psicoanalista respecto de la del psicólogo o ambientalista. Consideramos que la subjetivación es producto de la dialéctica inconsciente entre el sujeto y el Otro y no mero producto del Otro sobre el infans.

Los padres están separados. El padre concurrió a la fiesta con sus 2 mujeres, a las que llama Betty: una gorda y una flaca. La madre, amarga, cruel, seca, es interrogada sobre su presencia en la boda, ya que ella no cree en el amor. Tiene un breve parlamento, dice algo así como que el amor es ilusorio, fugaz, condenado al fracaso. ¿Para qué fue, entonces? nos preguntamos. Para no dejar de decirlo, para hacérselo saber a todos. para enrostrarle a todos su verdad que pretende pasar por “La verdad”. 

La caída de Justine es imparable. Un padre sin lastre del objeto, en posición maníaca, como dice Lacan en “La Angustia”, que triunfa del acoso de la voz obscena de la madre de sus hijas renegatoriamente, está arrojado a una metonimia en la cual cualquier mujer es una Betty, un nombre casi homónimo, en el que cualquier mujer no importa si es gorda o si es flaca, Betty o Jane, lo arrastran y lo arrasan. Este es el recurso estilístico del director para mostrar que este hombre no distingue de la singularidad de ningún objeto de amor. No distingue a ninguna mujer nombrándola como su mujer. Baila un momento el valz con su hija y la cámara nos muestra que es muy difícil saber allí que se trata del baile del padre con luna hija. Hay un destello de erotismo que arroja a la hija a ser una mujer más, una cualquiera, como denuncia Justine en el acting que se hace abordar sexualmente por cualquiera, no pudiendo entregarse en la escena de amor con el novio tras la boda, razón por la cual el joven muchacho, apesumbrado se va. ¿No reconocemos allí algo que hemos visto tantas veces en este entramado clínico maníaco - melancólico? Hemos sido testigos en los que, en ocasiones, el arrebato erótico promiscuo es un intento de compensación a la caída del sinsentido melancólico, arrebato al que se intenta extraer un signo de amor que daría sentido a la existencia y que al fracasar recrudece aún más el imperio del vacío. Arrebato que intenta ubicar el lastre del objeto que haría que el que se desliza por la metonimia no sea el sujeto, al tiempo que intenta también, fallidamente, expulsar de sí al objeto que no se pierde por estar incrustado en el yo. 

La hiperlucidez cruel de la madre se encarna en Justine como una sombra. La muchacha, ponderada por sus logros laborales, bella, joven, sin embargo tras la boda fallida cae en una crisis melancólica vera. No come, no se baña, no habla. La actriz Kirsten Dunst es magistral en su oficio, ya que pasa de presentarnos de una novia primorosa a la sin solución de continuidad a encarnar una bolsa de huesos sin vida, grave, andrajosa, cadavérica. 

El segundo capítulo mira a Claire y a la vez nos revela su mirada. Está casada con el exitoso gerente de un club de golf, con quien tiene un hijito. Su vida parece funcionar, aunque está preocupada por un fenómeno celeste: un planeta llamado Melancolía, que no solía verse desde la Tierra porque siempre estaba detrás del sol, ha alterado su recorrido orbital, por lo cual podría estrellarse con nuestro planeta y ocasionar el fin del mundo. Su marido, aficionado a la astronomía, la tranquiliza. Él ostenta saber, resoluciona. Estudió el fenómeno. La prensa amarilla agita el tema, pero los científicos serios afirman que nada pasará. Para calmar aún más a su mujer, le da un pequeño aparato circular hecho de alambre con el que podría medir que el planeta es cada vez más pequeño, es decir, se aleja de la Tierra. No habrá estallido, aunque si lo hubiera, no habría dónde esconderse. Sería el fin del planeta y el fin de toda la humanidad. Mientras que ella está cada vez más inquieta, el film nos muestra a una Justine más allá del fenómeno celeste, encerrada en su propio lamento narcisista, indolente, ajena a las cosas del mundo. impotentizando a quienes se acercan a ayudarla.

Una mañana, Claire busca a su marido y no lo encuentra. En un intento de calmarse, usa el aparatito para medir la cercanía del planeta Melancolía y grande es su sorpresa y terror cuando descubre que, contrariamente a los pronósticos científicos, el planeta se acerca. Claire cae en la certeza del fin del mundo. Corre a buscar a su marido, seguramente para refugiarse en él, su soporte fálico, pero lo encuentra suicidado en la caballeriza. El hombre se ha tomado el veneno que Claire había escondido por si el pronóstico científico fallaba. Claire se desespera, busca a su hijito. Agitada, no sabe qué hacer: ¿ir a la ciudad más próxima? ¿Esperar el fin del mundo montando una escena dionisíaca, tomando vino?

Y aquí nuestra sorpresa: Justine renace como un ave fénix. Serena, toma las riendas del asunto. Su cuerpo se re-erotiza. Hay una escena que la muestra desnuda, bella, exultante, bajo un cielo excéntrico, iluminado por la luna y el planeta Melancolía. Ahora ella sabe qué hacer y como la tía y la hermana más solícita le propone al sobrinito juntar ramas: van a construir una casita mágica, donde estarán a salvo del meteoro. La escena es de una ternura conmovedora. Los 3 se sientan en el piso bajo las ramas mágicas en posición de indio y se toman de la mano. Son una familia, el amor fraterno y filial se restablece. En el fin de los tiempos, Justine aplomada es una más, puede formar parte de la familia, puede darle la mano al semejante… ¿Qué pasó, qué podemos aprender de esto los psicoanalistas? 

Hasta la salida del planeta Melancolía desde detrás del sol, Justine vivió siempre como excepción. El relato de su novela familiar la describe afrentada, con una madre desilusionada y cruel y un padre arrojado a la metonimia. Él como sujeto, en lugar de ser el objeto que opere metonímicamente como vector del deseo. Así, Justine se replegó en su propio planeta melancólico. Intuimos que en Justine la melancolía era un modo de ser, un ser que no terminaba de perderse en el laberinto del significante. Justine no pudo amar: encerrada en su narcisismo, apuntemos que los esfuerzos reformistas, si bien intencionados de la hermana y el cuñado, no hacían más que fracasar. En el caso de Justine, como en tantos de nuestra clínica, el carácter melancólico no es el resultado directo de un duelo patológico. Sin embargo, el diálogo entre la melancolía y el duelo abierto por Freud, sigue resultándonos fructífero.

¿Cuál es la pérdida que Justine no pudo inscribir y entonces no se anotó como tal? Esa que se perpetúa como una herida siempre abierta, ya sea en los actings o en los pasajes al acto en los que aún sin suicidio cae como sujeto de la escena del mundo esa bolsa de huesos tras el casamiento fallido? En el seminario de la angustia, Lacan hace una valiosísima aportación sobre el duelo que ya Vanesa subrayaba la vez pasada, porque no es siempre la muerte de un ser querido la que desencadena un proceso de duelo. Dice: “Estamos de duelo por a quien fuimos fu falta”. Y Justine no parece haber ocupado ese lugar, al menos para la madre, certera en su posición de saber del sin-sentido, de la banalidad, que la han dejado sin ilusión ni entusiasmo. Si la madre hubiera dudado un poco respecto de que su verdad fuera toda e inapelable, podría haber donado su falta o amor. Según la versión de Justine, no fue el caso. Si el sujeto a advenir no puede ubicarse como aquello que tapona la falta en el Otro, donde hay que inscribirse como sujeto del inconsciente, si no hay la ilusión amorosa de completarlo, es decir, que ocupe un lugar en el mundo, y el estilo de subirse al mismo oscilará, como en Justine, entre la mímesis de la melancolía materna, el derrape paterno con la ortopedia adaptacionista, frágil y de fácilmente reversible que le proponía la hermana y el cuñado. Sin embargo, parece curada ante la certeza del fin del mundo. Se levanta de la cama, hace, ama, cobija… ¿Qué pasó? Recordemos que al final de “Duelo y melancolía”, Freud nos dice después de un tiempo, la melancolía puede remitir tras un trabajo y humildemente, agregaría que sí, pero según determinadas contingencias. es decir, algo puede inscribirse o no. Y creo que ese “algo” en Justine, es la castración. La lectura que les propongo es que hay un pasaje en la subjetivación de la pérdida desde la frustración hasta la castración. En Justine, la privación de poder acceder a todo el goce era producto de una afrenta, de una injusticia, de una frustración cuyo agente, como sabemos, suele ser la madre. “Si mi madre no me quiso, yo no puedo querer” solemos lamentarse a estos pacientes. “No puedo dar lo que no tengo y no lo tengo porque no me lo dieron”, parece ser una versión melancólica de la castración vivida como frustración. En Justine, asistimos al repliegue en el mundo narcisista en el que si no hay capacidad de amor, como decía Freud, hay enfermedad. Cuando Lacan distorsiona esta verdad y propone que amar es dar lo que no se tiene a quien no es, pone en el corazón del amor, a la castración. Y nos presenta que el amor puede, además de inscribirse en el registro de lo imaginario, transitar la cuerda de lo simbólico, castración mediante. En este registro, quien ama lo hace desde la falta, lo sabemos desde “El Banquete” de Platón. El don del amor es el don de la falta, si no nos encontramos en el proceso de subjetivación con esta falta en la dialéctica entre el sujeto y el Otro, cualquier restricción al goce es vivida como una afrenta, como un cercenamiento individual, como una injusticia que “me hacen a mi”, a mi yo. Territorio de la ofensa, de la venganza, de lo insaciable. 

Con el avance del planeta Melancolía hacia la Tierra, el estallido será para todos. La ley no es injuria ni ofensa, es para todos, es general y el sujeto pasa así en su renuncia a ser un particular de ese general, no la excepción. En ese intersticio, que en el caso ha sido contingente, entre la comprobación de la ley general y la muerte, Justine se erige, trabaja, ama, se erotiza. Melancolía, pasa de ser una afección, un desastre, a ser un astro. Recordemos el apunte de Lacan: los dioses son de lo real. ¿No es acaso así para todos? 

Pregunta: ¿Podrías ampliar sobre la diferencia que hace Fernando Ulloa sobre las melancolías?
C.P.: La postal que solemos tener es la de la melancolía humillada, toda la fenomenología de la bolsa de huesos que cae. La melancolía infatuada es la melancolía querulante, es esta melancolía que me parece que está bien en Ricardo III. No es alguien que está deprimido, es el querulante. Me parece que Ulloa ahí está en esta línea de Freud la variedad clínica y no solo de la psicosis maníaco depresiva.

Pregunta: Pensaba en la necesidad de trabajar por la línea de la castración y la identificación. ¿Cómo diferenciar las excepciones? Porque la madre de Justine es una excepción radicalizada. Justine tiene alguna chance de ser una excepción que puede dejar de serlo.
C.P.: Me parece importante esto que decís, porque uno podría decir que la melancólica vera es la madre, sin duda. En este sentido, me parece que servirnos de la lógica moral para pensar cuándo la castración es… Ustedes saben que las categorías modales son las que ponen estos cuantores cuando algo es necesario, cuando algo es posible, cuando algo es contingente o cuando algo es imposible. Uno podría decir que en Justine hay la contingencia de la castración. Puede inscribirse o no. En este caso, el fenómeno celeste de que se termina el mundo inscribe algo que de otra manera no se venía inscribiendo. Ahora, seguramente en la madre, ni aún así. En el caso de la madre, hay que volver a la psicopatología. Con esa madre, no se puede ni que se choquen los planetas, aunque estemos usando esta película como ensayo y para traer agua para nuestro molino. Pero me parece que la película muestra que en Justine hay lo que los autores hablan de la identificación narcisista, la identificación a la madre.

Pregunta: Acerca del carácter, de este modo de ser, que es fantasmático, no hay ninguna pregunta del lado del sujeto. ¿Cómo intervenir allí cuando nos encontramos con eso?
C.P.: ¡No sé! Cuando se trata del ser se trata del ello. Se trata del fantasma, si, pero de la parte que ensambla lo pulsional con el inconsciente, pero es más lo pulsional. Es verdad, no hay pregunta, por decía que hay que decir paciente y no analizante. Y los análisis por ahí avanzan un montón, pero la parte del carácter tenemos que rezarle al Dios de la contingencia. Eso es un límite para nosotros, que no sabemos todo ni podemos todo. A veces hay análisis de 10 o 15 años y de pronto hay un evento, hay un acontecimiento… Por ejemplo, cuando Freud habla de los tipos de carácter como el que tiene que ver con el superyó, de los que fracasan cuando triunfan. De pronto, ahí es en la bancarrota cuando se relanza algo del deseo del sujeto. Recién es en la enfermedad orgánica cuando logran dejar de atormentarse con el superyó. Entonces, me parece que eso está bueno también como analistas: que no sabemos, que hay millones de cosas que se nos escapan… 

Pregunta: ¿Qué llevaría a una persona con este tipo de carácter a un análisis?
C.P.: Te lo contesto con algo que trabajamos ayer con el grupo de posgrado: ayer traje un caso de una paciente que tenía todo este cuadro melancólico, con dificultades para levantarse a la mañana, muchas preocupaciones hipocondríacas, con el cuerpo completamente lavado, desabrido. Ella consulta porque no consigue novio. Y el tema es ese, no es el de su melancolía. Ella quiere tener novio, su debut amoroso. Es otra cosa lo que le ha pregunta, no su modo de ser.

M. Mazover: En general, lo que se constata es que estos pacientes consultan porque les va mal en el mundo, en las relaciones interpersonales. La clínica muestra que estas personas con carácter donde algo no se desliza ni se desplaza, incrustado en la parte inconsciente del yo, son personas que se hacen expulsar y concurren echándole la culpa al otro y eso mismo por lo que consultan lo traen en la escena transferencial. El analista no es investido por un sujeto supuesto saber, uno es alguien que escucha el testimonio de lo malo que son los otros. Rescato de esta exposición el concepto para la dirección de la cura, que es “a través del amor”. Esa castración que está tan ausente y fallida, el analista como posición de no tener que enojarse, aunque debamos delimitar cuestiones en relación de “esto si, esto no”, pero siempre por la vía del amor. Y el amor castra, como decía Carolina, porque además de la vertiente imaginaria donde el amor es maltratado.

Pregunta: Vos decías que el riesgo de la salida melancólica, es la manía. Muchas veces el paciente se va del consultorio. Para mi es un enigma esto de “tanta felicidad” en la manía no psicótica. 

C.P.: Para mí esto que decís es interesante y en la película se marca bien la diferencia cuando Justine está en esta modalidad maníaca donde hace cualquier cosa, donde uno podría decir qué libre que es, donde hace esperar a la gente y no le importa nada…. Que esa posición final, donde contingentemente hay algo de la castración que se inscribe y donde ella puede amar, cobijar, hacer la casita y sabe que todos vamos a morir. Entre 2 muertes, hay una vida posible. Es una más. este juego que ella hace de la casita, si no hay ley no puede hacerse. Los que trabajan con niños saben que donde no hay ley, no se puede jugar a nada. Es la agitación loca en el consultorio o la inhibición, el retraimiento… La castración es abandonar esa totalidad de goce para recuperarla en la escala invertida de la ley del deseo. Justine ubica que la ley es general cuando se van a chocar los planetas. No es ella la exceptuada, como Ricardo III. 

Pregunta: ¿Cómo hacer en la clínica para hacer de una contingencia un acontecimiento?
C.P.: En principio, te diría lo que no hay que hacer. Hay que tener cuidado con no ir al furor curandis, porque en la película, el destino es el de la hermana y el cuñado. El cómo hacer tiene que ver con la ética, con la abstinencia, con el acto analítico y tiene que ver con la castración del lado del analista. Hay cosas que podemos hacer y otras que no. Los tiempos del otro son propios, por eso hay que tener paciencia, no apurarse y después en el estilo del analista, que se basa en el querido y pequeño truco del análisis del analista, lo que uno aprende en las horas de diván que tuvo y estuvo allí como analizante, como el piloto necesita horas de vuelo. Nosotros necesitamos muchas horas de diván para no apasionarnos. Como dice Silvia Amigo, hay 2 cosas que no podemos hacer con nuestros analizantes: ni gozarlos ni amarlos… Humildad y castración del analista que se obtienen vía el análisis.

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