Apuntes de la conferencia dictada por V. Starasilis el 17/10/2015 y actualizado con la conferencia "Melancolizaciones y manías; intervenciones clínicas" del 20/02/2021
En la actualidad se nombran síntomas que parecen surgidos de la coyuntura de nuestra época. Es verdad que la época produce síntomas, marca o determina algunos síntomas que “se ponen de moda”. Más allá de esa coyuntura o lugar que pueda tener la época en la producción de síntomas, muchos de ellos que parecen novedosos en realidad ya fueron descriptos por Freud, como por ejemplo los llamados ataques de pánico, que fueron teorizados por Freud como equivalentes de la angustia. Algo así sucede con el trastorno bipolar, o lo que ha popularizado alrededor de él.
El trastorno bipolar viene a sustituir a las psicosis maníaco depresivas, que es la nosografía psiquiátrica con la que se menciona una manifestación clínica particular. La cuestión es que el trastorno bipolar no toma en cuenta lo que la psicosis maníaco depresiva ubica como nombre, que es la forclusión del Nombre del Padre. La otra cuestión del trastorno bipolar es que tampoco toma de qué estructura habla, sino que es muy abarcativo. Es tan abarcativo, que casi todos podríamos ser bipolares, porque hace pie en el observable de la oscilación del humor, que va de la angustia al éxtasis sin escala, en un vaivén oscilatorio que se repite.
Sin embargo la bipolaridad que encontramos en la psicosis maníaco depresiva, es cosa seria y compleja. Lo que allí opera lo encontramos planteado y trabajado en un texto de Freud de 1915 que se llama “Duelo y Melancolía”. Ahí Freud llama melancolía al acentuación del humor depresivo y manía a su contracara. Con la particularidad de que Freud indica que la manía y la melancolía responden a una gran variedad clínica. Con lo cual adelantamos nuestra posición: cuando hablamos de manía y de melancolía, estos términos no se refieren solamente a las psicosis. Puede haber en las neurosis melancolizaciones y puede haber posiciones maníacas. Por otro lado, además de esa indicación freudiana de esta variedad clínica que nos invita a pensar que no solamente esto lo vamos a encontrar en las psicosis, sino que también es terreno de las neurosis, nuestra clínica misma da cuenta de esto. Podemos encontrar sujetos melancolizados que son neuróticos o posiciones maníacas de sujetos neuróticos.
La otra cuestión a ubicar es que no solamente se va a tratar de una variación del humor en donde cualquiera de nosotros podría sentirse identificado. Esto es importante porque hay gente que llega al consultorio diciendo que es bipolar.
Freud separa en el texto citado a la melancolía de la manía. Freud aclara que la manía es muchas veces la defensa a una melancolía. Muchas veces una melancolía vira a una manía y a veces nos llega un sujeto maníaco que al tiempo se melancoliza, pero esto no siempre es así.
La melancolía
En el texto de 1915, Freud hace un minucioso análisis de la melancolía, comparándola con un proceso típico que corresponde a un proceso específico, que él llama pérdida de objeto y que es el duelo. Compara, entonces, a la melancolía con el duelo. ¿De qué se trata esta pérdida del objeto? siempre que pensamos en una pérdida de objeto, pensamos en algo concreto: un ser querido, una persona cercana. El duelo, dice Freud, es la reacción ante la pérdida de una persona amada. La novedad que agrega Freud, que va a ser muy importante, es que además de una persona concreta, es que lo que se pierde puede ser una abstracción que haga sus veces, una posición subjetiva, como la patria, la libertad, un ideal, etc. Es decir, se amplía el espectro de lo que puede ser una pérdida. Puede ser la pérdida de algo concreto o de algo que haga sus veces. Aquí ya hay una operación metafórica que puede sustituir el objeto por una idea abstracta que simbolice algo importante, libidinalmente, para el sujeto.
En tanto afecto normal, dice Freud, el duelo es un afecto normal. Es la respuesta afectiva esperable ante una pérdida y a ninguno de nosotros como analistas se nos ocurriría perturbar ese duelo. Más bien, es deseable y acompañamos al sujeto en ese proceso de duelar lo perdido, de inscribir la pérdida, resignando el objeto y reinstalar la disponibilidad de investir nuevos objetos.
Pero aquí cabe introducir una variante, una desviación: puede ser que ante una pérdida, en lugar de desencadenarse un duelo, aparezca una melancolía, que el sujeto responda con una melancolía. En este caso, se trata de un duelo patológico. La melancolía, dice Freud, se singulariza por:
- Una desazón profundamente dolida.
- Una cancelación del interés por el mundo exterior.
- La pérdida de la capacidad de amar.
- La inhibición de toda productividad.
- Una rebaja del sentimiento de sí que en la melancolía se manifiesta en reproches y autodenigraciones.
Es importante que Freud dice que en el duelo están todos estos rasgos que acabo de mencionar, menos la perturbación del sentimiento de sí mismo. En todo lo demás, dice Freud, melancolía y duelo es lo mismo.
La otra diferencia es que en el duelo se puede saber qué fue lo que se perdió (ya sea concreto o no), pero en la melancolía no se puede recortar qué se perdió.
Lacan, en el Seminario 10 de la angustia, va a hacer un aporte que nos va a servir para pensar qué sucede en la melancolía. El aporte lo hace en relación al duelo. Nos dice que solo podemos estar de duelo con aquel que podamos decir “Yo era su falta”. Es decir, que no solo se trata de la pérdida del objeto, sino de poder ubicar el lugar de falta que éramos para el Otro. Una paciente lo dice así, al perder a su padre: “Esa mirada incondicional orgullosa, de admiración, esos ojos azules mirándome, no los puedo mirar y me produce un dolor insoportable que no estén”. Si estamos de duelo de a quien podemos decir “yo era su falta”, piensen en esta mirada y en lo que ella recorta, esos ojos que se pierden y que eran el lugar de falta para el Otro que ella tenía en relación a ese padre. Si podemos decir “yo era su falta”, es que estamos en el lugar de causa de ese Otro. Ahora bien, Lacan nos dice que para ubicar ese lugar de ser la falta del Otro en un duelo, una pérdida que él ubica fundante tiene que estar operando.
En todo el duelo, además de la pérdida del objeto, lo que se duela es el lugar de “Yo era su falta”, estaba en el lugar de la falta del Otro. Lo que Lacan dice es que para que esto suceda tiene que estar operando una pérdida fundante, que es la que se pone en juego en las operaciones de alienación y separación. Nos constituimos como sujetos neuróticos si siendo el objeto que le falta al Otro (ser el falo del Otro) podemos en la operación de separación restarnos de allí. La neurosis se constituye en el corte de ese luga, en el segundo tiempo de la metáfora paterna, de la que se sale adquiriendo un estatuto fálico.
¿Pero cómo es esto? Lacan plantea que el sujeto “no es”, porque venimos al mundo pura falta en ser. Para constituirse, el sujeto está forzado a entrar en el campo del Otro. La particularidad o paradoja de esta primera operación que llama alienación, es que el sujeto antes de ser representado por el significante no es, por esta falta en ser. Cuando es representado por el significante (arrojándose al campo del Otro), desaparece bajo el mismo significante que lo designa. Esto es lo que nosotros conocemos como “un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante”. Es decir, que el sujeto a partir del baño del lenguaje no es, sino que está representado.
Lacan recurre a los conjuntos de Euler, ubicando al sujeto que “no es” (S), que debe arrojarse al campo del Otro (A), de donde va a extraer los significantes. El punto es que esos significantes designan a un sujeto, pero él no es, no está representado por el significante. Por eso es que le decía que un significante es lo que representa (lo designa) a un sujeto para otro significante. O sea, que continúa la falta en ser, no es algo que se supere.
A esa operación que Lacan llama alienación, este movimiento, produce la desaparición del sujeto. Desaparición en tanto el sujeto no es, porque está representado. Es la afánisis del sujeto. Esa es la carencia de sujeto. Lo que nos dice Lacan es que para que se produzca la separación, que es la otra operación aparte de la alienación, que constituyen las operaciones fundantes del sujeto, para que pueda ser posible la separación deben recubrirse 2 carencias: la del sujeto y la del Otro.
La carencia del sujeto ya la ubicamos, la falta en ser.
La carencia del Otro, es que del lado del Otro, no hay un Otro compacto. Al Otro le falta un significante. Lacan dice que es en los intervalos del Otro, en sus vacilaciones, que se desliza el deseo del Otro.
Por ejemplo, podemos decir que un niño recibe una demanda a descifrar, pero que esa demanda va a decir más que lo que el Otro formula. Hay en esa demanda del Otro otra cosa escondida y es en esos intervalos, en el equívoco, en la vacilación del Otro, por donde anda el deseo del Otro. Una niña adolescente púber hace el ingreso a su secundaria, que es muy difícil, estudia todo el año muy alentada por la madre que tiene un gran deseo de que la hija entre a ese colegio. Cuando termina ese ingreso, los padres le hacen una fiesta con su comida preferida. La madre le hace este comentario: “Es tu día”, pero la nena escucha “estudiá”. Me parece claro este ejemplo cómo lo que el Otro dice, dice otra cosa. Esa es la carencia del Otro, es decir, que para que suceda la separación tienen que recubrirse 2 faltas: la del sujeto, que es la falta en ser y la del Otro, que dice una cosa pero quiere decir otra.
Aquí va a suceder algo muy importante que va a dar cuenta de lo que podemos pensar que sucede en la melancolía. Lacan nos dice que ante este “¿Qué quieres?”, que es lo que aparece acá cuando la madre dice “Es-tu-día”... ¿Qué quieres?, el sujeto responde con lo aprendido en un tiempo anterior. O sea, con su propia desaparición, con su propia falta en ser. Responde a la falta del Otro ofreciendo su propia pérdida. Es el famoso “puedes perderme”. Es lo que también podemos pensar que Freud planteaba con el fort-da. Lo que está en juego en el fort-da es su propia pérdida. “Puedes perderme” es la respuesta que el sujeto encuentra a la pregunta por el deseo del Otro. Esa desaparición, ese faltarle al Otro, es el primer objeto que el sujeto tiene para ofrecerle a ese Otro en tanto imposible de restar. Hay un ejemplo, insuperable para mí, que se lo escuché a Haydée Henrich: Un niño que se pierde de la mamá y encuentra a un señor. Le dice “señor, ¿no ha visto una señora a la que le falta un nene como yo?”. Ese perderse del Otro es hacerle un agujero, es faltarle al Otro. Me pierdo como algo valioso. Son las 2 cosas que suceden: me resto del Otro, pero como objeto valioso. Este es el primer lugar de objeto que cae de la operación de alienación y separación, donde hay un resto. Este lugar de resto es el primer lugar que este niño ocupa. Lo que se inscribe es el sujeto barrado por la falta en ser, un Otro barrado porque desea y el objeto al que va a ir a parar ese niño. En este “puedes perderme”, con la aclaración que este perderse es restarse como algo valioso, con sentido fálico.
Fíjense que este ser lo que al Otro le falta o de estar en el lugar de lo que al Otro le falta, suena a esto que le había dicho antes de “yo era su falta”, que en el duelo tiene que extraerse. En el duelo, se duela “yo era su falta”.
Pregunta: Si no me resto del Otro, ¿quedo como objeto del Otro?
V.S.: Efectivamente, la operación de separación permite al sujeto restarse de ser el objeto del Otro, pero como me resto como “soy lo que le falta al Otro”, la separación siempre lleva a una alienación, que no es la primera, sino que es la alienación de toda neurosis de ser el objeto que le falta al Otro.
Pregunta: ¿Y esa es la pérdida fundante?
V.S.: La pérdida fundante es poder restarse del Otro, efectivamente, pero como lugar de falta del Otro. Lo que podemos inferir que Lacan dice es que para que alguien pueda duelar, perder el objeto y duelar el lugar de falta que era para el Otro, es necesario que esa pérdida fundante esté operando.
Pregunta: Sino, no habría falta.
V.S.: Exacto, sería un puro resto.
El sujeto, restándose del Otro, pero como algo valioso para el Otro y cavarle un agujero, el sujeto adquiere un estatuto fálico que le permite velar la falta en ser. Esa es la neurosis, que vela la falta en ser. Toda pérdida actualiza esta pérdida original. ¿Qué pasa entonces cuando la respuesta a la pérdida no es el duelo, sino la melancolía? Freud lo dice en “Duelo y melancolía”: el sujeto sabe a quién perdió, pero no sabe lo que perdió en él. O sea, el sujeto melancólico no puede recortar ni resignificar este lugar de ser la falta en el Otro. No lo puede recortar porque, según Lacan, puede haber un fracaso parcial en esta operación de “puedes perderme”. Podemos decir que entonces no puede ubicarse esa pérdida, que lo que se pierde es el objeto que alberga el lugar de falta. Falta que se vea para el Otro. No se puede articular el “yo era su falta”. Y entonces se desencadena la melancolía.
El sin sentido en que vive inmerso el sujeto melancólico, desde esta perspectiva puede pensarse como sin sentido fálico para el Otro. Que nada tenga sentido tiene que ver con que no se ubica ese primer sentido fálico para el Otro.
En cuanto a los autorreproches, que ocurren en la melancolía y no en el duelo, Freud nos dice que la pérdida no se resigna, sino que se erige en el propio yo. El sujeto se identifica a ese propio objeto y todos reproches y denigraciones que en la melancolía el sujeto le dirige a su yo en realidad, van dirigidos al objeto.
Material clínico sobre melancolía: caso Paula.
Paula consulta con 17 años. Padecía una inhibición melancólica, que se desencadena con fuerza a raíz del encuentro con el otro sexo, aunque ya habían indicios en la infancia, expresadas por una timidez y querer ser igual a la madre. La madre estaba sumida en una melancolía crónica grave, con intentos de suicidio.
En la adolescencia ella conoce a un joven y no puede enfrentar la situación de acercarse a ese joven. Si bien esa situación acentúa lo que se llama desesperación melancólica y hace que Paula le pida a los padres un análisis, ya habían indicios de esta melancolía en su infancia, que era explicada por sus padres como un parecido a la mamá de Paula. Más allá de una identificación posible a esa mamá, vamos a ver que hay otras cosas que están operando.
Se trataba de una melancolía a la que no le faltaba nada: empobrecimiento del yo, autodenigración y autorreproches. En las primeras entrevistas, Paula lloraba sin parar, diciendo que era tonta, fea y boluda. No tenía amigos. Cada vez que se acercaba a alguien, la imagen que el Otro le devolvía, según su interpretación, era la de objeto rechazado. Al tiempo de las entrevistas, donde ella repetía que era tonta, fea y boluda, se quedaba muda por ratos eternos en el consultorio, moqueando, llorando sin parar, con la mirada en un punto fijo y luego de mucha insistencia, ella podía articular alguna cosa y cuando lo hacía, decía que ella era un desastre, que la vida era una mierda, que nada tenía sentido. Esto daba cuenta de la ferocidad del superyó, había un automaltrato feroz.
La ferocidad del superyó es algo que Freud ya percibe, describe y teoriza en “Duelo y melancolía y lo nombra como conciencia moral. Aún antes de la segunda tópica, lo va a mencionar como instancia crítica, pero el superyó es una de las cuestiones que está en juego en la melancolía y en la manía. El superyó denigra y hostiga al yo. Diría que hoy vamos a tomar 2 cuestiones: el superyó y lo que les adelanté, que es el objeto.
Ser una boluda remitía en Paula a una escena infantil que propongo disparadora de la melancolía, por la pérdida que allí se pone en juego. Los padres se habían separado cuando ella tenía 7 años. Ella veía cómo los padres de sus amigas se separaban, pero estaba convencida de que tenía una familia feliz y de pronto el padre se va de la casa.
Recordemos que Freud nos dice en ese texto que las ocasiones de la melancolía rebasan, las más de las veces, la pérdida por causa de muerte y abarcan todas las situaciones de afrenta, de menosprecio y de desengaño. Y agregaría yo, con lo que vimos, pone en juego la dimensión de la pérdida.
La escena es que la madre y la hermana lloran y Paula hace un chiste. Lo que recoge del chiste es “qué boluda”, como qué boluda por hacer un chiste en esa situación. Lo que ella pierde allí es la idea de lo que ella llama “La familia Ingalls”. Esa pérdida no puede inscribirse como tal, porque no está operando una pérdida fundante. La mamá de Paula, al estar sumida en un estado melancólico crónico: ningún objeto la llenaba y Paula no fue la excepción. Se trata de una falla en el primer tiempo, que se reactualiza cuando los padres se separan.
A diferencia de lo que recorta la paciente de la mirada del padre que pierde, no había esa mirada en la madre de Paula. La madre de Paula era un puro agujero incapaz de ser cubierto por algún objeto. Esto es muy importante, porque la falta del Otro no es el agujero. Esta madre era un puro agujero y eso no es estar en falta, no es la falta del Otro. La falta del Otro es el deseo. La madre de Paula era un puro agujero y en eso Paula no tenía lugar, no pudo ser mirada por esta mamá.
Esta madre parecía no poder investir ningún objeto, no pudiéndose entonces para Paula recortar un sentido de ser algo para el Otro. La vida entonces, era un gran sin sentido.
Adelanto el material clínico para preguntarnos: ¿Cómo intervenir con un paciente así? Ella me orientó. Paula no veía la falta por ningún lado, por ningún lado la pérdida. O ella era el mismo agujero que la madre. A Paula le costaba mucho elegir lo que sea, como una carrera. Le costaba perder e investir algún objeto. Para elegir algo, hay que perder otra cosa. Cuando uno elige un objeto, elige un objeto perdible. No podía elegirlo ni investirlo. Lo que a mí me ayudó a orientarme fue que ella me ubicaba como “la perfecta”, la otra cara de la no pérdida. Yo era la perfecta, la que tenía una vida genial, la que nada le faltaba, etc. Me orientó que ella, con la persona que más hablaba, era con un tía que era como la tonta de la familia. Entonces, empecé a jugar un poco ese lugar en la transferencia. Era difícil, porque si era una tonta era boluda como ella. Si era perfecta, era el superyó.
Una de las intervenciones, en estos casos, es poner a jugar algo de la falta. El analista debe mostrarse lo más barrado posible y alojar al paciente.
En estos casos no conviene sostener la mudez del paciente, porque es superyoica. Se puede preguntar, hay que remarla, empujar y sostener. También hay que prestar palabras.
La otra cuestión importante fue apostar a lo libidinal. Yo creo que con estos pacientes esto es fundamental. En este caso de Paula, el reproche que ella tenía para sí misma de ser una boluda, con el tiempo empezó a ser el reproche dirigido a la madre, cuestión muy típica en la melancolía, porque en verdad el reproche va dirigido al objeto. Pero como el objeto no se pierde y el sujeto se identifica al objeto, se forma el autorreproche. Este es un primer movimiento en estos cuadros, en donde el paciente con mucho cuidado debe sacarse de encima al objeto con el que se identificó y no hay diferencia.
Por ejemplo, Paula años después venía llorando diciendo que la mamá le hizo para su fiesta de su cumpleaños unas empanadas, y decía algo así como “mi mamá hace empanadas con nada. Es un asco, todo mal hace, con nada, con nada, sin aceitunas, ni huevo, con nada...” La intervención entonces ahí era “Con nada, entonces, tu mamá hace empanadas”. Apostar a qué bueno, la mamá le hacía empanadas, porque hay que libidinizar ahí algo de esta sombra tremenda que es la melancolía. Por supuesto que no me decía nada cuando le decía eso. Es importante que espere el material para ir ubicando qué lugar el paciente ocupa en el Otro.
El análisis también cayó en este lugar de la degradación, por momentos, pero con el tiempo Paula terminó una carrera, con mucha dificultad, remándola mucho. Pudo trabajar y tuvo un novio, al que también hostigó bastante. Esta es la crueldad melancólica, que se puede encontrar en un texto llamado así de Hassoun.
Melancolizaciones
Freud nos advierte que la melancolía tiene diversas formas de presentarse y su unidad no es viable. Entramos en el terreno de las melancolizaciones, que forman parte de un duelo patológio. Las melancolizaciones son terreno de las neurosis.
Es lo que en psiquiatría llaman depresiones subclínicas. No entran en los estándares de la depresión.
Las melancolizaciones las podemos pensar en sujetos que expresan tristeza, desgano y aburrimiento. Son pacientes que andan medio perdidos, que no saben lo que quieren. Lo expresan o directamente se nota. Pareciera que no hay nada que los causa. Justamente, esa causa es el lugar de la falta. Para que algo nos cause, tiene que estar en disponibilidad el lugar de la falta. En estos casos, no lo está y por eso no está disponible el deseo. Esto hace que se encuentren extraviados.
No tener ganas no significa "no tener ganas de no tener ganas", como sucede con la melancolía. Estos sujetos están pinchados, pero no desplomados. En la melancolía da lo mismo comer que no comer, morir que no morir...
Las interevenciones en las melancolizaciones es recorrer el borde deseante del sujeto. Se trata de tallar por qué el sujeto hace lo que hace, porque son pacientes que cualquier colectivo les viene bien. Ejemeplo, cambios de carrera, de pareja.
La manía
En la manía también encontramos también una diversidad clínica. Por ejemplo, tenemos:
- Manías que aparecen en las psicosis.
- Manías extremas: son pacientes que no pueden dejar de moverse, hablan a una velocidad espeluznante. Cuesta seguirlos cuando hablan, aparecen totalmente desinhibidos. En las manías extremas, vemos que el sujeto dice o hace cosas poco adecuadas.
- Estados maníacos ó posiciones maníacas. Son sujetos que les cuesta parar, son trabajadores inagotables, tal vez no duermen bien, grandes emprendedores. Pueden hacer muchas cosas a la vez, etc. Aquí la inhibición está conservada.
La particularidad en la manía, en los 3 casos, es que el sujeto siente una gran liberación, que es lo que quiero acentuar hoy. Incluso aparece una gran desinhibición, donde desaparece uno de los diques de la represión, que es la vergüena.
Este asunto se ve muy claro cuando la melancolía hace un viraje a la manía y el sujeto se siente absolutamente liberado. Es un enigma qué es esa liberación. Así como Freud apoya la melancolía en el modelo del duelo, para la manía se apoya en el estado de bienestar y triunfo, que es el estado bien característico de la manía. Pero la verdad que esto produce enigma: ¿Qué hace que un sujeto que vira de la melancolía a la manía pase de un yo atormentado y ensombrecido al agrandamiento del yo? ¿Qué produce esa liberación? ¿De qué estopa es esa liberación? ¿Qué significan estos síntomas tan opuestos, de sentir que nada tiene sentido, a decir que se lleva el mundo por delante? ¿Son realmente opuestos estos síntomas? fenomenológicamente, claramente que si. ¿Pero opera lo opuesto?
Para ver un caso sobre el viraje de la melancolía a la manía en el cine, recomiento la película El hombre irracional. El pasaje entre un estado a otro es de la noche a la mañana y es muy enigmático lo que produce ese pasaje. El mecanismo por el cual el superyó hostiga o libera al yo es el mismo: la no inscripción de la pérdida.
En “Duelo y Melancolía”, yo les decía que Freud dice que la cuestión en el duelo de la melancolía y la manía es con el superyó. Así como en la melancolía el superyó hostiga al yo, en la manía hay una liberación absoluta de este superyó. La liberación es tan absoluta que en las manías psicóticas, o en las manías que llamamos extremas, se acompañan de una desinhibición total, donde todo lo que piensan lo dicen. Ejemplo, salen a la calle, gritan, etc. En las posiciones maníacas que les decía antes (ir, venir, no parar, hacer mil cosas), la inhibición está conservada, pero igual hay una gran liberación. Lo que nos dice Freud es que en la manía el objeto, a diferencia de la melancolía que no se puede perder, en la manía sí. Se resigna, por eso el sujeto sale voraz a la búsqueda de nuevos objetos. Yo acá me permito cuestionar lo planteado por Freud, porque me parece que esa voracidad, tan típica de la manía, da cuenta de que no hay pérdida del objeto. Si hay pérdida, no debería haber esa voracidad de pasar de un objeto al otro. O sea que en la manía tampoco está en juego la falta.
Lacan dice que en la manía se trata de la no función del pequeño a. El sujeto no tiene el lastre de ningún objeto a, lo cual lo deja sin posibilidad alguna de liberarse de una pura metonimia de la cadena significante. O sea, ahí donde Freud habla de liberación del superyó, atención que Lacan dice que el sujeto no se puede liberar de la metonimia infinita, porque no cuenta con el lastre del objeto a. Pasa de un objeto a otro con una velocidad espeluznante porque no cuenta con el lastre, que es el peso que se le pone a una embarcación para que funcione.
Mientras que el la melancolía vemos la cara punitiva del superyó, en la manía podemos pensar que se muestra la cara de empuje al goce. Se trata de un superyó que dice "No hay límites, goza sin pausa, un objeto detrás de otro".
Caso clínico de manía. Caso Luisa.
Luisa asiste a tres consultas por una pérdida: a su marido lo había detenido la policía, implicado en una estafa, en la que a él le habían hecho la cama al firmar papeles sin mirar. Ella estaba destruída y lloraba como si se hubiese muerto. La paciente no pudo sostener el espacio, pues tenía hijos pequeños.
Cinco años después, ella consulta en un estado absolutamente maníaco. Estaba irreconocible. No se le podía seguir mientras hablaba, la tenía que frenar. No se podía quedar quieta, no se quedaba sentada en el sillón. Lo único que decía era que quería que yo la ayudara a separarse del marido, que ya había salido de la cárcel. No tenía registro de su estado maníaco; ella se encuentra perfecta, mejor que nunca, que ella está bárbara, que está absolutamente liberada.
Estaba de acting en acting y de pasaje al acto en pasaje al acto. Se conocía con hombres con los que se acostaba, uno atrás de otro, y no tenía ningún problema ni pudor en relatar las escenas sexuales. Eran situaciones donde ella buscaba ser abusada, lo cual era un acting puesto en juego: ser abusada como había sido abusado su ex marido y la "cama" que le hicieron. Aunque le dije esto, ella no escuchaba, solo quería separarse. No podía anclar, no hacía lastre, lo cual hace muy difícil nuestra intervención en la manía.
¿Cómo intervenimos en la manía? El margen de intervención en estos casos es muy limitado, porque el sujeto se siente mejor que nunca y absolutamente liberado y hay una suspensión del sujeto supuesto saber.
Una de la interevenciones posibles en las manías extremas podría ser señalar la falta, sencillamente con cuestiones insignificantes: hacerle gestos para que hablen más despacio, decirles que no se los puede seguir, hablar uno de un modo más pausado... Hacer registros de los horarios para la sesión.
Hay que intentar restaurar la inhibición, algo que haga de dique de la represión, que podría ser el pudor, como resguardar la intimidad.
Tanto con la melancolía como con la manía, puede ser necesaria la interconsulta con el psiquiatra. Con la manía, si no se trata de la posición y se trata de la extrema, también. No siempre es necesaria la medicación, como es el caso de las melancolizaciones.
Mis intervenciones en el caso apuntaban a algo que le haga de lastre, de peso. Esto es muy difícil, y aparte, ¿cómo pensamos esa liberación si además nosotros podemos decir que en el recorrido de un análisis nos aporta esa liberación del superyó?
Uno podría decir que el análisis, en la medida que avanza nos hace sentir más liberados del superyó. Acá me aparece que hay que diferenciar la liberación que es producto de un análisis de la que es producto de una manía. El texto que nos orienta pensar esta cuestión, el articulador, es “El humor”. En ese texto, Freud plantea exactamente esto que dice para la manía. Freud dice que en el humor el sujeto logra un rehusamiento a la realidad. Si leyeron el texto, recordarán que hay un sujeto que en un día lunes hace una humorada diciendo “qué bueno que empieza la semana”. Logra huir de esa realidad mediante el recurso del humor, dice Freud, gracias a la fase amable del superyó que suspende su hostigamiento al yo, provocando un sentimiento liberador. Freud mismo dice que este mecanismo lo encontramos en otras situaciones. En el humor, el mecanismo no significa un daño a la salud anímica. En la manía sí.
Si el mecanismo de liberación del tormento del superyó es lo más parecido a lo que sucede en el avance de un análisis, ¿qué diferencia podemos encontrar para aseverar que no es lo mismo la liberación del superyó producto del recorrido del análisis, cuyo modelo es el humor, de la liberación propia del sujeto maníaco? La liberación que el sujeto encuentra en el recorrido de un análisis, es producto de un trabajo de duelo. El duelo es por la existencia del Otro, esto que ubicamos acá en donde habíamos dicho que este lugar de objeto que el sujeto ocupaba era velar la falta en ser. Al mismo tiempo que el sujeto vela la falta en ser, vela la falta del Otro, entonces se es este objeto para el Otro. El trabajo de duelo, producto del recorrido de un análisis, es ubicar que el Otro no existe, o que el Otro está barrado. La liberación del superyó, la liberación producto del recorrido de un análisis, tiene que ver con ese duelo. Es lo que también de alguna manera se pone en juego en el humor, que no es lo mismo que el chiste y lo cómico. No es lo mismo aquel que satura todo el tiempo con el chiste y con lo cómico (donde está en juego la renegación de la falta y no la falta), pero el humor permite otra relación con la falta. Poder hacer una humorada con lo que antes atormentaba, implica otra relación con la falta.
Quise aportar hoy que la operación en la manía y en la melancolía, justamente lo que está complicado es este duelo, por no estar disponible una pérdida fundante. Está complicado este duelo, entonces el sujeto responde con lo que puede, que puede ser una melancolía o una manía, que tienen que ver con que la falta no está en juego. Cuando la falta no está en juego, el duelo no es posible, sino que el sujeto puede responder con manía o con melancolía.
Pregunta: ¿Qué estrategias pensás para la manía?
V.S.: Hay analistas que dicen que no es un momento donde se pueda intervenir, toda intervención cae como en saco roto. Hay algunos análisis donde los pacientes dice “ya estoy bien, ya estoy bien, ya estoy bárbaro” y se va. Se precipitan a interrumpir el análisis. Las intervenciones en la manía son muy difíciles, yo te diría que la falta va a volver. La cuestión es instaurar un lastre. Por ejemplo, esta paciente que les contaba se ofrecía a una vida sexual muy desprolija, dejando evidencias por todos lados, donde todos lo podían ver, como las hijas. Entonces mis intervenciones apuntaban a un lastre, que era “no se puede de esa manera”, no se puede ir a la casa de cualquier hombre, que se anotara el horario (porque venía a cualquier hora), preguntarle si no tenía agenda… Eran mínimas intervenciones que produzcan un lastre en cuestiones que haya algo que pueda anclar al sujeto y que no caiga en un lugar superyoico, que es difícil. Esas intervenciones muchas veces caen en un lugar superyoico.
Pregunta: Esta paciente maníaca, ¿por qué se presentó a la consulta?
V.S.: Ella ya había venido en un tiempo anterior, viene porque quiere separarse del marido y el marido no le da la separación y no se va de la casa. Entonces viene a darle alguna solución a eso. Ella estaba bárbara, pero ese era su motivo de consulta.
Respecto de la manía, ella no se hace pregunta, porque la manía, a diferencia de la melancolía que es el sin sentido, la manía es el pleno sentido. El sujeto en la manía está agarrado de un sentido. Pero en algún momento, la falta va a volver y el sentido va a agujerearse. Hay que sostener la transferencia a la espera de que ese sentido caiga de nuevo. Se puede intentar hacerlo caer, pero es riesgoso. No me parece que suceda porque ahí es como el sentido pleno de la vida.
Pregunta: Muchas veces a mi me parece que con la manía se despliega la liberación de un superyó muy sádico que tiene que ver con la melancolía anterior.
V.S.: Totalmente de acuerdo, se trata de otra cara del superyó. Si bien Freud ubica que hay una liberación del superyó y efectivamente el sujeto está liberado, se trata de otra cara del superyó: la que empuja al goce. Hay muchísimas propuestas hoy en día, como la de una marca muy conocida, que dicen que “nada es imposible”. Es la cara superyoica de puro goce. La apuesta de hoy en día es al sentido pleno. Por eso las posiciones maníacas son muy habituales hoy en nuestros consultorios. Habría que preguntarse si detrás de esas posiciones maníacas no hay algunas veces una melancolía, o sea un sin sentido… Si esa manía no es la defensa a una melancolía. Como si al no poder soportar el sinsentido, la respuesta fuera total.
Pregunta: ¿Podrías esclarecer la idea de superyó freudiano o lacaniano? Porque tenemos varias versiones como el de la resolución edípica, la que tiene más que ver con el goce en Lacan. Y ¿cómo pensarlo en estos cuadros?
V.S.: Lo que está en juego en la melancolía es la cara del goce del superyó. Freud en “Duelo y melancolía” no habla de superyó. Luego,“El yo y el ello”, recién ahí ubica a la instancia superyoica en relación a la manía. Estoy hablando de la cara que tiene que ver con el goce, no con la otra cara que tiene que ver con la ley. Se trata de la cara del superyó que hostiga al yo. Lo que propongo yo es que no deja de ser una cara superyoica, aunque el superyó no atosigue al yo, sin el autorreproche.
Pregunta: Me quedo pensando en lo siguiente: la manía es el ideal neurótico de lo que se espera de un análisis. “Vengo a liberarme, vengo a poder”. Muchas veces se confunde lo que es el pasaje al acto del deseo decidido, que es lo que se espera de un análisis, con la liberación maníaca. Así como Freud dice que las fantasías perversas son la estopa de la neurosis (no es perversión, porque está en la fantasía), como que pareciera que la demanda de análisis, y con esto se juega la ética en análisis, donde tiene que operar el imposible: no se puede todo. Y la liberación es esto que vos proponés, que tiene que ver con la escritura de la falta. Es otro tipo de liberación, no la del humor permanente, no la la manía post capitalista.
V.S.: Será por eso que Lacan, respecto al recorrido de un análisis en relación a la libertad, dice “el poco de libertad”.
Pregunta: Esa cara que empuja al goce del superyó, empuja a un exceso que no permite la tramitación. Ya sea que empuje al hostigamiento narcisista o a la exaltación, en ambos polos se empuja al sujeto a un exceso, a un límite donde lo real va a operar. La cuestión es cómo hacer para que ese real aparezca de un modo que no venga de la mano de una lesión tan grave para el sujeto o para un tercero.
V.S.: De acuerdo con lo que decís. Yo creo que el cómo hacemos es esto que estamos ubicando: todo el tiempo intentar remitir a la falta, pero vuelvo a decir que en el momento que el sujeto está en esa posición maníaca, es muy difícil que haya lugar para que esto pueda ser escuchado. Es muy difícil que sea escuchado en ese momento, pero opera para que pueda ser tomado en otro momento probablemente.
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