[...]antes de postular el carácter mortal de la pulsión sexual o dicho de otra manera, la existencia de Otra pulsión que se contrapusiera a la pulsión sexual, Freud había descubierto un lugar tal para la propia muerte que todo el inconsciente tópico se encontraba en correspondencia con éste. No obstante, ántes de interrogar la pulsión de muerte acerca de su relación con el lugar de la muerte, tanto la propia como la del Padre llamado Muerto, es preciso poner nuevamente a trabajar las relaciones que mantienen entre sí las pulsiones sexuales. Porque la idea más consistente al respecto, la más seguramente transmitida en la historia del psicoanálisis, es aquélla que postula que la muerte, en la pulsión, no se descubre sino en su desintrincación.
Para ello, sin embargo, deberemos aclarar nuestro camino con otra hipótesis relativa a la dualidad pulsional. Ya que cuando Freud intitula el anteúltimo de sus capítulos de El Yo y el Ello como Los dos tipos de pulsiones "Die beiden triebarten", nosotros elegimos leer —respetando el dual del cual carece el castellano, la marca del singular del sustantivo y dándole otro sesgo a la polisemia del alemán Art—: "Ambos modos de la pulsión". Proponer que "de vida" y "de muerte" no sean especies sino modos nos lleva a precisar el dónde y el porqué de su báscula. Cuestión que nos obliga a que el "Sésamo" de la palabra desintrincación no pueda ya, para la determinación de su sentido, depender sólo del recurso al acontecimiento que la produce'', sino de un estatuto tópico que ha de ser articulado.
Cuando el grito obtiene la presencia del Otro que acude, su naturaleza de llamado, no sólo encuentra en ese entre-dos, con la ausencia, el silencio que le permitirá descubrirse voz. Sino que, desde ese instante, el prae de la pre-sencia, eso ante lo cual se ubica el Otro, dará respuesta al llamado de la voz, y allí es donde será esperada: del lado de lo visible. Esta ligazón con lo visible la convierte en portadora de la mirada cuando es proferida fuera de la vista. En el momento en que nos hablan, se inviste nuestra imagen corporal, y asegura sus bordes o se nos la quita instantáneamente a la menor inflexión. Esta respuesta de presencia —prueba a veces falaz, pero única prueba en definitiva, del deseo del Otro— tácita sin ser silenciosa, a la exigencia de la Hilflósigkeit, da nacimiento a la demanda antes que cualquier enunciación sea fonéticamente articulada''.
Nota: Así, el deseo del Otro se anuda a la demanda del sujeto que él mismo ha creado con su ofrecimiento; su demanda da lugar y se anuda al deseo del sujeto, que no pasa por por la satisfacción de las necesidades, ni se detiene en el significante. Si el Grafo tomaba sobre todo su punto de apoyo en la necesidad y la articulación de la demanda, respetando ese estrato, el nudo permite encarar la aparición y la articulación de la pulsión al saber, girando en torno al goce.
Esto es exactamente lo que nos enseña el cachorro humano, cuando sigue con la mirada la voz de su madre, que se mueve cuando le habla fuera del estricto campo visual que su edad y su posición horizontal le permiten. Que los ojos busquen al Otro y su mirada, más allá y más acá del campo de lo visible, muestra que el marco en que esta aparición es posible, nos es dado no sólo por lo escópico a secas, sino por la voz que le enseña que el campo de la mirada sobrepasa ampliamente el recorte de lo visto que nos impone nuestra percepción visual. Así es como la voz del Otro también es objeto de su mirada, en la medida en que la enmarca. Esa es la voz que la mira, fuera del campo de lo visual.
En cuanto a ella, ¿qué es la voz, sino investidura del vacío, del vacío como diferencia, que es la voz sino moldeo del aliento? Es por la voz y en la voz que un sujeto es nombrado: es nombrado y su nombre existe en la voz, sin que su pronunciación sea necesaria. Pero también puede que un nombre sea proferido, sin que la voz dé cuenta de todo aquello que no es dicho aunque sea pronunciado. En ese caso, ni ella ni nada recogerán ni transmitirán el don del nombre. Y dado que la voz nos nombra —sin dar pruebas de su acto— cabe afirmar que, apenas dice, puede ser incorporada, que la voz del Otro nos erige en cuerpo y nos da así nuestra estatura, cuando es la alteridad misma de lo que se dice.
Por ello podemos ser llamados con la mirada, y la seña que se nos hace, aunque vestida de silencio, no es, sin embargo, necesariamente un llamado sin voz. ¿Acaso hay algo más tentador para seguir, allí donde el amor roza la sinrazón, o más atemorizante y en el límite de la muerte, que un decir sin palabras? Al igual que el niño que muestra, antes de reconocerse en el espejo, que la voz lo mira, ¿cómo podríamos decir "eso me concierne", hablando de seres que jamás hemos visto, o de cuestiones cuya abstracción les quita todo parentesco directo con la mirada, sin que la palabra o la escritura nos las hayan presentificado como formando parte de, no tan estrechamente del campo de lo escópico —que es un recorte—, sino del territorio donde la estima de mí-mismo (mi selfregard has!) hace que me sienta interpelado? Creemos, pues, que los objetos pulsionales difieren no sólo por su "naturaleza" —la mirada y la voz, el pecho y el excremento— sino también y sobre todo, por su estructura formal, y mantienen entre sí una relación al menos doble.
Una pulsión enmarca a la otra.
Las Pulsiones se significan unas a otras.
Ahora bien, un lector de Lacan que nos hubiera seguido hasta aquí no dudaría en detenernos en este punto para preguntarnos si la determinación de estructura —la significación fálica en tanto representante del discurso como tal— no sería suficiente para dar cuenta de la intrincación pulsional. Si ese fuera el caso, le contestaríamos que es necesaria, pero que hay que otorgarle, sin embargo, sus articulaciones.
Necesaria, porque sólo bajo el régimen general del falo un objeto es investible. Pero si lo fuera por una sola pulsión, el despedazamiento del cuerpo que vendría luego pondría rápidamente fin al placer que el sujeto podría sacar de dicha investidura. En francés, se pueden "beber” las palabras de alguien o bien éste puede "salir por los ojos", en castellano, "estar sin voz" suena exactamente igual que "estar sin vos", y podríamos seguir con los ejemplos en cualquier lengua hablada. Estas expresiones muestran que las intrincaciones pulsionales se hacen en el campo de la metáfora.
Esa es su fuerza y su debilidad. Ocurre, en la experiencia analítica más corriente, que en determinado momento se descubre que una palabra, amada al punto de ser un soporte de la vida, era intencionalmente engañosa y mentirosa. Que sea además la del padre, puede no dañar irremediablemente su metáfora como tal, pero carga con tanto peso el intercambio con el otro que ya no habrá palabras confiables, esmerándose el sujeto para que suceda lo mismo con la propia.
Aquello que, en la lengua, es efecto de metáfora y nada explica, es tomado de ahora en más, como real no sólo por el Inconsciente, sino también por el yo. Este hundimiento de la metáfora produce, al deshacer la trama discursiva, la desligazón pulsional y pone en peligro al sujeto cuyo principio de placer resulta sin recurso alguno ante, por ejemplo, tal imagen de la belleza frente a la cual se encuentra repentinamente extático e inerme, siendo abandonado súbitamente' por todo goce posible.
El hecho de que las pulsiones se signifiquen una a otra produce el tejido sin el cual el principio de placer carece de todo punto de apoyo para impedir que el goce propio del objeto se apodere o haga tabula rasa de aquél que el sujeto puede tener en sí. Cuando ello ocurre efectivamente, el campo de la metáfora ha sido deshecho, la pulsión se enuncia, a partir de ahí, solamente en voz pasiva.
Entonces, cuando Lacan formulaba la pregunta: "¿Acaso goza eso de lo cual gozamos?' apuntaba —a nuestro entender—, a ese punto, a ese instante de báscula, oculto, donde el sujeto, carente del sostén de la intrincación pulsional, se ve amenazado por el espectáculo de un objeto cuyos contornos se marcan de pronto de manera tal, que desborda los límites de la escena y amenaza entonces tanto al mundo como al sujeto con desaparecer. Desde este ángulo, toda desintrincación, contingente e incalculable, es el reencuentro de una desintrincación que ya estaba esperándolo. Ésta, de la cual sería exorbitante decir 'preexistente', resulta ser el efecto de una frustración de amor", o bien es sometida a la modalidad de lo imposible de escribir.
Por otra parte, una de las condiciones de la indicación para proponerle a un paciente que se recueste o no en el diván, surge de su capacidad de no sentir que una voz procedente de un detrás invisible podría no venir del cuerpo de un semejante. Es decir, el marco de la pulsión escópica permite, gracias a su intrincación con la pulsión invocante, más allá del simple recorte de su ventana, que aquello que no es visto siga visible'. La cura analítica es pues, desde esta perspectiva, la experiencia de ver a través de la voz.
Paul Claudel lo había percibido muy bien, y da cuenta de ello la importancia otorgada a esta intrincación en sus ensayos "Acerca de la Música" o "Los Salmos y la fotografía", publicados junto a estudios sobre la pintura española y holandesa en una magnífica compilación cuyo título es sugestivo: El ojo escucha. Para este gran trágico, el pintor, con su toque singular busca infinitamente, replegado en lo más profundo de la naturaleza, el núcleo de una palabra revelada. En este punto esclarece que no habría mirada que posar en el cuadro, si no hubiera un discurso previo. ¿Pero se trata de un discurso que yace ahí o de su resto? Por ello, al oír grabaciones de Wilhelm Furtwangler y compararlas con otros directores de orquesta que han sido tan destacables para el siglo, lo notable de la escucha de su manera de marcar el tiempo con la batuta, de la concepción del tiempo que impone a su orquesta y hace escuchar a los oyentes, además del sentimiento de una extraordinaria claridad de análisis, sino la percepción, a través de todo lo que posee el cuerpo de sensibilidad al volumen, es una masa sonora modelada, estirada, moldeada por sus manos, como si se tratara no solamente de leer e interpretar las notas en el tiempo, sino de imponer su presencia de masa en el espacio, tal una escultura, con una pasta cada vez más densa o aireada, hecha ante nuestros ojos".
La desintrincación pulsional hace que el cuerpo se resuma súbitamente a una sola pulsión, que la piel y los órganos, los otros bordes, se aplasten sobre uno de sus recorridos. Esto puede conocer una duración ilimitada en el tiempo, o tener un alcance más o menos permanente. Ahora bien, es el fenómeno mismo de la desintrincación que se abre a dos experiencias del objeto diferentes en cuanto al goce:
La del falo como tal, cuyo impacto, más que su aprehensión, se hará como lo real del significante.
La de un cuerpo o de un pensamiento del cual uno aspira apoderarse, más acá de la presencia, por cierto incómoda, de la pulsión"
Fuente: Yankelevich, "La lógica del goce"
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