miércoles, 6 de diciembre de 2017

Está loco el que se la cree.


"Acerca de la Causalidad Psíquica", escrito del año 1946, probablemente nos ofrezca, como ya hemos dicho, la teorización lacaniana más interesante y específica acerca de la locura. No es la que aprendimos a situar en la psicosis desencadenada, tampoco en las alucinaciones y delirios de la locura histérica, ni en los actings locos que caracterizan a las neurosis graves.

Lacan se refiere allí a la locura como un fenómeno y no hace de ella diagnóstico de estructura. Es así que este fenómeno tanto puede estar referido a la locura del hombre en general, a la locura de la psicosis, como a la locura del que "se la cree": Nos centraremos en este último aspecto.

Tres nociones de Hegel atravesarán este escrito de Lacan. Ellas son:

- La infatuación o delirio de presunción,
- la ley del corazón y
- el alma bella.

Los tres términos están relacionados entre sí, en tanto implican el desconocimiento que es inherente al Yo (moi): el yo es una construcción imaginaria que implica desconocimiento. Un loco es precisamente aquel que se adhiere a ese imaginario, pura y simplemente.2 De modo que cualquiera estaría expuesto a la locura, y aún más: al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.

- Comencemos por situar la infatuación, que nos recordará a "La Excepción" freudiana que abordamos en el capítulo anterior. Lacan la refiere a las identificaciones. En la medida en que no hay identidad, sino falta en ser, es que habrá identificaciones. Lacan va a decir que esas identificaciones pueden ser mediatas o inmediatas, según la distancia que se mantenga respecto de esa identificación. Cuanto más inmediata sea la identificación, más expuesto estará el sujeto a la locura, en la medida en que "se la va a creer". El delirio de presunción o infatuación, consiste en creerse absolutamente eso a lo cual uno se identifica.

Y este delirio de presunción no hace diagnóstico de psicosis, sino que puede darse en cualquier estructura por el solo hecho de ser hablantes, en tanto el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser, es decir del lenguaje para el hombre.

Uno de los ejemplos que encontramos es el del nene bien, el cancherito, presumido, que se las sabe todas, y Lacan dice que esto provoca en los demás un deseo de que tropiece -tal vez hasta le ayuden un poquito-para que no se la crea tanto. Creerse lo que se es, tiene que ver con el ser, allí donde no hay espacio para la falta en ser.

- Ahora bien, aquél que se la cree, también querrá imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, empresa insensata. Hegel dice que las palpitaciones del corazón por el bien de la humanidad se truecan en la furia de la infatuación demencial. Pensemos en el gobernante que se siente llamado a cumplir una misión en el orden del universo. Cuando la ley del corazón no rige sólo para el sujeto, sino que pretende hacerla extensiva a quienes lo rodean, allí comienza su locura, porque, cada uno tiene derecho a estar loco, a condición de que su locura sea privada.

- La tercera característica del desconocimiento consistirá en posicionarse ante el mundo como alma bella, no teniendo nada que ver con los desórdenes que provoca. El loco no se reconoce en lo que le retorna de los demás, él es justo, bondadoso, está preocupado por el equivocado rumbo de la humanidad y no podrá entender las agresiones y discriminaciones de las que es objeto en respuesta a sus propias actitudes. Es el alma bella que aprendimos a conocer en la histeria; ella es ajena a lo que le sucede, simplemente se queja, culpa a los demás, desconociendo su participación en esos desórdenes.

Recordemos que en "Intervención sobre la Transferencia" y en "La Dirección de la Cura" Lacan retomará las categorías hegelianas para abordar el desparpajo con que el alma bella se desentiende de su propia participación en los desórdenes de los que se queja. Lacan descubre que Descartes, en su búsqueda de la verdad se encuentra con la locura: Y cómo podría negar yo que estas manos y este cuerpo son míos, sino comparándome con algunos insensatos cuyo cerebro ha sido de tal modo alterado ( .. . ) que aseguran ser reyes cuando son pobrísimos y que van vestido de oro y púrpura cuando están completamente desnudos ( .. . ) Son ¡por supuesto! locos y yo no sería menos extravagante si me guiase por sus ejemplos.

Esto dará ocasión a Lacan para agregar lo que es central en su formulación: "si un hombre cualquiera que se cree rey está loco, no lo está menos un rey que se cree rey": Quien crea que debe encarnar una función en el orden del mundo, está loco. Cuando la identificación no está mediada produce infatuación y aumenta el riesgo de locura. Así, podrá afirmar que Napoleón no estaba loco porque no se creía Napoleón.

El riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser, dice. Dependerá de cuánto nos dejemos fascinar por nuestras identificaciones, que vayamos o no a caer en la locura. El problema no va a estar en la inadecuación del atributo (el problema no radica en no ser lo que se cree, como los insensatos a los que se refiere Descartes), sino en el modo del verbo, porque creérsela es estar loco. Entonces, hemos situado hasta aquí, la infatuación, la ley del corazón y el alma bella, y subrayado algunos términos: verdad, libertad, inmediatez de las identificaciones, creerse.

Ahora bien, ¿quién estaría expuesto a esta clase de locura? Contrariamente a lo que se esperaría, Lacan dice que no basta un organismo débil, una imaginación alterada y conflictos que superen las fuerzas. Puede ocurrir que un cuerpo de hierro, poderosas identificaciones y las complacencias del destino, inscritas en los astros, conduzcan con mayor seguridad a esa seducción del ser.

Por lo tanto: lejos de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia. Una grieta que no es contingente sino estructural y que eventualmente puede ser llenada con esta locura. Se produce así una estasis del ser en una identificación ideal. Una identificación coagulada por la cual el loco se la cree y difícilmente pueda haber algo que lo haga dudar. Y el ideal está representado para él por su libertad, la libertad de imponer la ley de su corazón, el derecho de no admitir mediación alguna con aquello que se cree.


El misántropo
Los personajes de las comedias satíricas de Moliere le vendrán muy bien a Lacan para ejemplificar esta locura. Resumamos muy brevemente la trama: Alcestes, el misántropo, odia a toda la humanidad y está muy orgulloso de ello. Además, tiene que decir toda la verdad, odia la hipocresía y el medio-decir, pretende decirlo todo y de frente, aun cuando sea injuriante y ofensivo, y esto obviamente le traerá algunos contratiempos.

Está enamorado de Celimena, quien tiene un carácter exactamente contrario al suyo; para ella, todos son subterfugios, engaños, intrigas, halagos mentirosos. Tiene 5 ó 6 pretendientes además de Alcestes, y a todos les da esperanzas, mientras que habla mal de ellos a sus espaldas.

El poeta, Oronte, le pide a Alcestes que opine sobre sus versos, y éste no vacila en criticarlos duramente. Oronte también es uno de los pretendientes de Celimena y, en determinado momento, ella se ve obligada a elegir entre ellos. Aparece entonces una carta escrita por Celimena en la que se burla de todos. Ellos se ofenden y se retiran, a excepción de Alcestes quien vuelve a pedir su mano, a condición de que acepte irse con él al desierto, cosa a la que obviamente no accede. Sin embargo, ella estaría dispuesta a aceptarlo sin la condición de exiliarse, pero a esa altura él ya está ofendido y decide irse solo, lejos, a donde un hombre de honor pueda vivir libremente.

Recordemos que Lacan nos remite a esta obra porque A1cestes representa el prototipo de la locura que intenta teorizar. Podrá fácilmente situar en él la infatuación, la ley del corazón, el alma bella, como también el ideal de la libertad y de la verdad. Los diálogos más interesantes, por el ridículo que transmiten, se dan con, su amigo Filinto.

Alcestes: Quiero que haya sinceridad y que, como hombres de honor, no pronunciemos palabra en la que no creamos. (...) Yo no puedo soportar este cobarde proceder que afecta la mayoría de vuestra gente a la moda; y nada odio tanto como (...), esos afables donadores de frívolos abrazos, esos obsequiosos habladores de palabras inútiles, que asaltan a todos con sus amabilidades y tratan en la misma forma al hombre de mérito y al tonto. (...) Yo quiero que se me distinga; y para decirlo claro, el amigo del género humano no es cosa que me convenga. Filinto: Pero cuando se anda en sociedad, preciso es cumplir con algunos convencionalismos que exige el uso.

Alcestes: Os digo que no; se debería castigar inexorablemente ese vergonzoso comercio de las apariencias de la amistad. Quiero que seamos hombres y que en toda circunstancia aparezca en nuestras palabras el fondo de nuestro corazón, que sea él quien nos hable y que nunca se disfracen nuestros sentimientos bajo cumplidos vanos.

Filinto: Hay muchas ocasiones en que la franqueza absoluta resultaría ridícula y poco al caso; y a menudo, mal que le pese a vuestro austero honor, es bueno ocultar lo que tenemos en el alma. ¿Sería adecuado y decente decir a mil personas todo lo que pensamos de ellas? Y cuando hay alguien que nos desagrada o a quien odiamos ¿debemos declararle la cosa tal como es?

Alcestes: SI. ( ... ) Sin duda.

Un poco más adelante:

Alcestes: ... odio a todos los hombres: a los unos porque son malos y dañinos ya los otros por ser complacientes con los malos y no tener para ellos ese odio vigoroso que debe provocar el vicio en las almas virtuosas. (...) a través de su máscara se ve al traidor plenamente (...) a menudo me sobrevienen súbitos impulsos de huir a un desierto lejos del contacto de los hombres.

Filinto: Dios mío, no nos aflijamos tanto por las costumbres de la época y concedamos algún crédito a la naturaleza humana; no la examinemos de acuerdo con un rigor sin límites y miremos con alguna indulgencia sus defectos. Es una locura sin igual querer ponerse a corregir e! mundo. ( ... ) Yo tomo a 105 hombres como son, buenamente, acostumbro a mi alma a soportar lo que hacen...

Alcanza con estos párrafos para tener una somera semblanza de Alcestes: la ley de su corazón le impide dejar pasar absolutamente nada. En las antípodas de la definición que da Allouch de la salud mental: poder pasar a otra cosa.6 O como nos gusta decir: "poder dejar pasar".

Y como bien dice Filinto: es una locura sin igual atribuirse la misión de corregir el mundo. Otra característica que subraya Lacan, es la pretensión de ocupar un lugar de excepción: la verdadera clave del sentimiento aquí expresado es la pasión de demostrar a todos su unicidad, aunque más no sea en el aislamiento de la víctima, en el que encuentra, en el último acto, su satisfacción amargamente jubilosa. Efectivamente, cuando Celimena se rehúsa a ir con él al desierto, Alcestes concluye: Yo, traicionado por todos, abrumado de injusticias, vaya salir de este torbellino donde triunfan los vicios para buscar sobre la tierra un apartado lugar, donde se pueda ser hombre de honor libremente.

Así termina la obra, más convencido que nunca de su inocencia, de sus virtudes y de las injusticias del mundo; y también de su inclaudicable derecho a una libertad sin condicionamientos, tan valorado también en nuestra época.

Infatuación, locura, melancolía
Lacan se sirve del Misántropo pero, como nos hace saber, también podía haber situado la ley del corazón en cualquiera de los personajes que han hecho correr tanta sangre en el mundo. ''Acerca de la Causalidad Psíquica" es un texto de 1946, recién terminada la segunda guerra mundial; no es raro que haga mención a Hitler y su siniestra ley del corazón.

Lacan nos advierte que después de Pinel nos hemos vuelto más humanos para con el común de los locos, pero que no se ha reconocido el riesgo supremo que representan estos otros locos. Cuando se combina la infatuación con la pretensión de llevar la propia ley del corazón a toda la humanidad los efectos son incalculables.

A otra escala, esto también aparece en lo más cotidiano: no es raro encontrar sujetos que pretenden imponer la ley de su corazón a sus semejantes. ¿Cómo va a reaccionar nuestro loco cuando su propio mensaje le retorne en forma invertida? Probablemente como alma bella que no entiende nada de las perturbaciones que genera. Si nos detenemos en estas características que Lacan sitúa, es porque consideramos que son mucho más frecuentes de lo que solemos pensar.

La infatuación, la ley del corazón yel alma bella, son fundamentales en la configuración de este particular tipo de locura, y a nuestro modo de ver, tampoco son ajenos a la melancolía. Muchas veces nos encontramos con sujetos que nos resultan un poco demasiado convencidos de algunas de sus identificaciones, pero en relación a los cuales nos faltan otros parámetros como para diagnosticar su locura. No hablamos de alucinaciones de un delirio propiamente dicho, salvo en este punto del delirio de presunción", que no suele bastar para pensar en una megalomanía psicótica. Alcestes no alucina ni delira y sin embargo, tanto para Filinto como para Lacan, está completamente loco, totalmente inflado de autosuficiencia.

Freud siempre se sirvió de la sabiduría popular, y todos conocemos el dicho según el cual los chicos y los locos siempre dicen la verdad. Hay gente que cree, efectivamente, que tiene que decir Siempre la verdad, no sólo como si se la pudiera decir "toda" sino también como si fuera su misión y su derecho; y la obligación del otro, escucharla.

Ahora bien, si un hombre cualquiera que se cree rey está loco pero no lo está menos un rey que se cree rey, tenemos ya aquí dos modos diferentes de locura, y sólo de la primera supondríamos que se trata de una psicosis.

Respecto de la segunda, tal vez podamos encontrar también una subdivisión, según lo "exitosas" que sean las "poderosas Identificaciones" . Cuando lo son, no es mucho lo que un analista atiene para decir allí, seguramente no sería consultado por Alcestes. Cuando no lo son, cuando la infatuación se desinfla, deja dramáticamente en evidencia su contracara de máxima inconsistencia melancólica. Es esto lo que hace tan difícil el manejo de la transferencia: en estado de infatuación no hay análisis posible, pero algunas veces tenemos que reconocer que es la infatuación la que previene del derrumbe.

Como bien señala Héctor Yankelevich, estos "sujetos no son excepcionales por sus logros -aunque eventualmente puedan acumular muchos- ni por una megalomanía discreta, sino por el ambiguo encanto de un exceso de estima de sí, inclusive, y es una defensa temible para tratar, porque puede mutar en pura derelicción cuando se trata de un cuadro de melancolización narcisista". 

Difícilmente encontremos un reverso alentador para la melancolía en la manía, como por momentos pensaba Freud; probablemente la estabilización se encuentre más cercana a esta posición infatuada con algunos tintes paranoides. Como dice Daniel Paola, es más tranquilizador cuando el melancólico está un poco paranoico.

Dos caras de la misma moneda que pueden relevarse entre sí o bien coexistir. Recordemos la sorpresa de Freud en Duelo y Melancolía cuando constata que las personas melancólicas ...están muy alejadas de demostrar sumisión y humildad ante su entorno, como correspondería a personas tan indignas; antes bien son sumamente mortificantes, siempre ofendidas y como si les hubiera sucedido una gran injusticia. Esta reflexión resume inmejorablemente lo que estamos tratando de subrayar: víctima y victimario a la vez; particularidad que también queda de manifiesto ya en el título del libro de Jacques Hassoun: "La crueldad melancólica".

Pero no todos pueden retirarse del mundo como Alcestes "para vivir libremente como un hombre de honor". ¿Cómo intervenir cuando el sujeto no cu"enta con ese recurso, sino que intenta por todos los medios ser aceptado y amado, a la vez que hace gala del más descarado autoritarismo, como vimos p.ej. en la Sra. Oggi. Como indica Freud en el Manuscrito E, el melancólico tiene acumulada "una gran añoranza de amor". Y efectivamente, hará cualquier cosa por obténerlo, porque tiene la certeza de que lo merece, que ya ha sufrido demasiado, que ha sido injustamente abandonado: también éste puede ser el mandato de la ley del corazón.

Fuente: Heinrich, Haydee "Locura y melancolía", cap. 4.

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