martes, 20 de febrero de 2018

Clínica de la pulsión.


Cuando hablamos de una clínica de la pulsión tocamos, necesariamente, conceptos tales como los de repetición, compulsión a la repetición y pseudopulsión. ¿Pero qué es lo que decimos con cada uno de ellos? ¿Cómo pensamos dichos conceptos? Apoyados en el artículo de Freud Recordar, repetir y reelaborar, hemos estado habituados a entender la repetición como re actualización, en la escena de la transferencia, de la historia de cada paciente. Pero el concepto más duro, en su sentido metapsicológico, tiene que ver, estrictamente, con la pulsión.

En principio podemos aventurar que lo que la repetición arroja es una pérdida de goce, razón de la repetición que tiene su raíz en la diferencia entre la satisfacción buscada y la encontrada, y que su circuito, el de la Wiederholung, bordea un objeto. En la medida en que el soma deviene cuerpo y el lenguaje, que se incorpora por la vía de la pulsión, simbólico, aprehendemos una lengua determinada. Esto es así porque la pulsión, en su circuito normativo, se origina en la demanda del Otro -de la madre o del yo auxiliador, el del complejo del Nebenmensch del que habla Freud en el Proyecto de psicología-, una demanda que está formulada en un lenguaje.

SI el lenguaje de la madre ha devenido simbólico, ella interpreta y lee lo que le pasa a su bebé. No importa si se equivoca o acierta, lo principal es que su lectura, su interpretación, es fundante. Pero además, para que esto sea posible, para que el lenguaje se vuelva simbólico y sea transmitido por esta vía, la madre debe donar, en relación con su propia metáfora paterna -con el padre edípico de la madre-, la falta, la cual ya implica al padre simbólico.

Una falta fundante es, entonces, la que inscribe al objeto a en tanto rien, que es una nada de algo, y posibilita que se monten las especies de los objetos de la pulsión, que puedan caer como perdidos por ese vacío fundante. Pero para que se produzca el montaje de la pulsión, una vez originado el cuerpo pulsional, este debe ser redoblado en el cuerpo narcisista, ese que se adquiere en la operación del espejo.

En el espejo, al Otro le falta algo, y el niño busca colmar esa falta con lo que después va a ser su yo ideal. Mas el llenado no es absoluto, no es completo, sino que también deja un resto, eso que Lacan nombra como "la mancha". Si el Otro, en este caso la madre, acepta al niño con su mancha, el yo ideal devendrá, en algún momento, ideal del yo, operatoria que posibilita que el niño no quede pegado de un modo permanente a aquel lugar. Pero para que esto suceda no alcanza con que la madre acepte al nmo con su mancha, con una imagen no inmaculada, sino que es necesario que en la identificación secundaria, donde para el niño entra en juego el padre edípico, ese que dona el rasgo unario y propicia la identificación a lo simbólico del Otro real, se produzca otra operación, aparezca la faz metonímica de la metáfora paterna. Esta última es la que saca al niño del fondo del espejo, de su lugar de yo ideal, desplazándolo al Ideal del yo.

Cuando en los tiempos fundantes, en los tiempos del espejo, ese yo ideal no se forma, nos encontramos, por ejemplo, con la psicosis paranoica o la megalomanía, las cuales aparecen como intentos constantes de armar un yo ideal, aquel yo ideal del espejo que por diversas razones nunca se inscribió. Que sea por la vía del delirio no invalida que se trate de intentos de restitución.

Otro es el caso de las neurosis narcisistas. En ellas se encuentra la inscripción del yo ideal, lo que no tiene lugar es la extracción, por parte de alguien que funcione como padre, de ese yo ideal que el niüo encarna para el Otro del fondo del espejo. Entonces, así como el objeto, en tanto elemento de la pulsión, es aquello que se ofrece a la exigencia pulsional, en el caso de las neurosis narcisistas o de un yo ideal no extraído del espejo, lo que se ofrece como objeto, de forma permanente, es el yo.

LA REPETICIÓN Y EL JUEGO DEL FORT-DA
La lectura que Freud hace del juego de su nieto, que el niño repite activamente la ausencia de la madre que sufre pasivamente, no es la única enseñanza que este arroja.

En un primer tiempo del fort-da, y antes de jugar con el carretel,el pequeño, siendo aún bebé, arroja un objeto fuera del campo de la mirada, del campo de lo visible, hasta que el adulto que está junto a él lo trae y vuelve a ponerlo en el campo de lo visible. Este juego es celebrado con gran júbilo por el bebé. En el segundo tiempo, ahora sí el del carretel, el nmo lo expulsa fuera del campo de lo visible y acompaña este movimiento con la emisión del fonema "0-0-0" -fort-, aunque cuando lo trae nuevamente para sí, hacia el campo de lo visible, dice "a-a-a" -da.

Ooo-aaa, esbozos de la inscripción simbólica, campo del lenguaje incorporado, metaforizan, en el caso del 000, la posibilidad de la ausencia de la madre, y en el caso del aaa, la de traer no a la madre sino un sustituto -si creyera que con el aaa trae a la madre, estaría psicótico.

Ese juego de ausencia-presencia ya es, entonces, metáfora, aunque no solo, también expone la forma incipiente de la pulsión escópica, porque se trata del campo de lo visible y de lo invisible. En el tercer tiempo, el niño juega otro juego, variante con la que culmina el fort-da. En esta oportunidad es él mismo quien se esconde, ya sea detrás del espejo, de un pape! o de un trozo de tela. "¿Dónde está el nene?'; "¡acá está!". Juega con su yo, ya no es un objeto sino el nene.

Lo curioso de este momento, en relación con la pulsión escópica, es que, aunque él ve que la otra persona está presente, el hecho de ocultarse tras un papel o lo que fuese permite, en la medida en que se corre de plano la mirada, que funcione la ausencia.

Si desde muy pequeño el niño puede jugar este juego y puede traer un sustituto de la madre es porque él tiene la certeza de que ella lo ama, tanto es así que lo ha aceptado con su mancha. Esto es lo que permite que pueda jugar y hacer de la mancha un juguete. Pero en la clínica con niños a veces nos encontramos con chiquitos que no juegan al modo de la repetición, sino que evidencian una serie de signos que resultan de la compulsión a la repetición, niños que no juegan a las escondidas sino que se pierden o se accidentan. ¿Qué es lo que ellos ofrecen bajo esa forma mortífera? Por no poder jugar ni con el objeto ni con el yo, terminan por entregar su propio ser.

Para que el circuito de la pulsión devenga en repetición y no en compulsión a la repetición es requisito que se produzca la intrincación pulsional, es decir que armados los bordes del cuerpo como fuentes de las diferentes pulsiones, se intrinquen entre sí. Esto se alcanza si el Otro primordial ha transmitido, más allá de lo que explica o lo que dice, la falta, esa que tiene que ver con el Nombre del Padre de la madre. Si hay transmisión de la falta, hay transmisión del falo, o sea que para la madre, el niño se ubica en la ecuación niño=falo.

Este modo incipiente de trazado del falo es lo que va a permitir la mencionada intrincación, es decir, que una pulsión haga de borde a otra pulsión; que una madre, cuando dé de comer a su niño, además de darle e! pecho lo mire, le hable, lo sostenga' Pero además es requisito, para que ella tenga lugar, que el cuerpo pulsional sea redoblado en el cuerpo narcisista.

LA COMPULSIÓN A LA REPETICIÓN (MEDERHOLUNGSZWANG)
En Más allá del principio de placer Freud trabaja el concepto de, compulsión a la repetición, el cual se diferencia de la repetición. ¿En que? En que a la exigencia pulsional se responde, no con un objeto ni con el yo como objeto con el que se juega a tal o cual cosa, sino, lisa y llanamente, con el yo. El yo, por ende, pasa a tener el estatuto de objeto, pero no cualquiera, sino aquel con que el Otro exige al niño responder.

Si el yo ideal, que en la constitución subjetiva ocupa un lugar originario, no se desplaza al Ideal del yo, se da el fenómeno de la compulsión a la repetición, porque lo que se ofrece al Otro es el yo en tanto ser.

Un alto en la pulsión escópica permitirá aclarar el panorama. En ella se trata de qué tipo de mirada ofrece una madre: si mira a su hijo sin intervalos -porque no puede dejar de mirarlo-, si lo mira mal, si lo mira disgustada porque no le gusta la imagen de su niño -pero no al modo de la mancha, del "esto no me gusta, pero igual te quiero'; sino que todo él es un disgusto para ella-, si ni siquiera lo mira. Todos estos fenómenos, que van de un extremo al otro, de mirarlo demasiado a no mirarlo, tienen que ver con la mancha, con lo que el hijo puede generarle a la madre, que es legítimo que suceda, y si esta puede deponer la mirada cuando la mancha le indica alguna decepción.

El fragmento clínico que expongo a continuación deja al descubierto una manifestación de la deriva de la pulsión escópica y su anclaje, a la manera compulsiva, en una pesada hipocondría.

Nota: Entiendo que la hipocondría es un intento fallido de corpsificación del soma, cuando
el soma retorna en forma completa o como órgano sin la dimensión del cuerpo. El padecimiento del hipocondríaco se debe a una alienación al soma o a partes del mismo.

Hace varios' años me consulta un joven que llega derivado por su médico clínico - que era el médico de cabecera de toda la familia-, quien escucha interesado los padecimientos que, más allá de lo estrictamente orgánico, presenta su paciente, hasta que las demandas hipocondríacas de! muchacho lo superan.

Su pubertad comienza con una creencia continua, cree estar enfermo y, además, que va a morir.

Se realiza unos cuantos estudios complicados, casi todos implican tener que mirar adentro del cuerpo, como las endoscopias o las audiometrías, pero ninguno arroja algún resultado.

Encuentra a un médico que le propone operarse de adenoides. Se lo interviene quirúrgicamente, pero la operación fracasa y él termina por organizar una teoría de tipo delirante. Sostiene que e! cirujano, conocido por sus inclinaciones nazis, lo ha operado mal por su condición de judío.

De la intervención hereda un daño orgánico irreparable, momento en que el médico familiar se ve superado y decide derivármelo. Las primeras entrevistas estaban caracterizadas por un exhaustivo relato de sus posibles enfermedades. Llamaba mucho la atención que sus padres se adecuaran y acompañaran esa idea de realizarse tantos estudios sin demasiadas preguntas, sin cuestionarse nada al respecto.

Dentro de la retahíla de sus historias médicas empieza a relatar, en las entrevistas conmigo, una escena que escapa a esta serie y que cuenta varias veces, como si fuera una muletilla o un estribillo. Dice que cuando está en su cuarto, la madre irrumpe, lo mira, y él se queda petrificado. Frente a esa mirada, él se siente petrificado, no le puede dar ninguna significación, ningún sentido, no puede asociar nada al respecto.

Le pido que me cuente sobre su infancia y narra el siguiente episodio. A los ocho años, un accidente por demás serio lo pone al borde de la muerte. No alcanza a calzarse adecuadamente sus botines de fútbol y, para estar a tiempo en el partido, sale corriendo.Se lleva por delante un ventanal de blindex del club. La ambulancia tarda en llegar y por la profundidad del corte pierde mucha sangre. Dice que de este episodio solo le quedan algunas cicatrices. Sus padres recuerdan e! hecho como algo traumático, sobre todo la madre, pero no por lo que le pasó al hijo sino por no haber estado ahí. Ella lo nombra como "la luz de mis ojos': está especialmente embelesada con él, que es el mayor de tres.

Con las chicas no le va muy bien. Le gusta mirarles los pechos y la cola, pero cuando es sorprendido por la mirada de ellas se paraliza y no puede hacer nada. Sufre de inhibiciones, así es como lo dice. Queda petrificado, lo mismo que le sucede cuando la madre irrumpe en su cuarto y lo mira.

En e! Seminario XI: Los cuatro conceptos ..., Lacan dice que no hay coincidencia dialéctica entre el ojo y la mirada. Recurre a las típicas frases que se escuchan en la vida amorosa de las parejas: Nunca me mIras desde donde yo te ved: "lo que miro no es lo que quiero" o, como dijo un paciente al terminar una relación con una mujer de la que había estado muy enamorado: "Cuando la vi, estaba llena de celulitis. ¿Qué le vi? Seguro que antes también la tenía: Esa es la discordancia entre el ojo y la mirada.

"El cuadro, desde luego, está en mi ojo. Pero estoy en el cuadro':s es decir que e! cuadro es, así lo refiere Lacan, una trampa para cazar miradas que pone en juego la dialéctica entre el ojo y la mirada, una trampa cuya función es que el sujeto se localice como tal.

Al retomar el planteo de Freud en Pulsiones y destinos de pulsión subraya la diferencia que existe entre la pulsión escópica y el resto de las pulsiones. Destaca que en la dialéctica entre contemplar, ser contemplado, mirar-ser mirado, hay un tercer tiempo en e! que aparece un nuevo sujeto, eso es lo específico de la mirada. De ahí que el cuadro sea una trampa para cazar miradas y localizar al sujeto, aunque en el caso de aquel muchacho, algo de! cuadro no le permitía localizarse.

Un trozo de soma, puesto en el ojo, retorna en la mirada petrificante de la madre cuando irrumpe en su habitación, en el accidente con el ventanal de blindex -que por ser transparente no permIte ver su borde-, en ser la luz de los ojos de su madre, en la parálisis ante la mirada de las chicas. Es ahí donde para él hay coincidencia entre el ojo y la mirada.

En un momento dado comienza a dudar sobre su virilidad, a causa de lo que le sucede con las chicas, y para constatar si es o no hombre, como sucede con muchos adolescentes, comIenzan a incursionar en los boliches gayo Allí descubre que goza con los juegos de miradas que utilizan los homosexuale; Y ese savoir faire tan particular para el levante, para la seducción.".

Tiene algunos encuentros que él califica d: pareja y empieza a nombrarse homosexual, aunque aclara: “Yo no me siento una mujer". Deja a la vista de sus padres una carta de uno de sus amigos gay y, al modo del acting, se los hace saber. Ellos, encolerizados por haberse enterado del entorno en que ahora se mueve su hijo, culpan al psicoanálisis en general y a la psicoanalista en particular, por conducir a la gente por los caminos de la perversión, de la promiscuidad, etc. …

En este estado de cosas, le prohíben que siga con e! análisis. Él no obedece y comienza a registrar -yo ya lo había notado- que los fenómenos hipocondríacos han desaparecido, de hecho jamás volvió a hablar de la posibilidad de enfermarse ni a visitar medico alguno. Se pregunta, perplejo, por qué los padres no velan su cambio y se pusieron locos por la carta que vieron. Dejar a la vista esa carta, que suscitó un escandalo mayusculo, promovió una salida del ojo de la madre y una significación de su mirada, aunque de reprobación, le encontró una significación. La mancha hizo su aparición y él la puso a la cuenta de los padres.

Nota: Su madre era escribana y venía de una familia de escribanos, título que. como el de los reyes, es hereditario. Tanto la madre como el abuelo materno habían pensado en él como el heredero de ese "linaje". Efectivamente, el comienza a estudIar para continuar con la tradición familiar, pero luego deja todo y arma una banda de rock: Algo en relación con esa mancha ya decepciona a la familia. Más aún,. como el linaje viene por diado materno, y lógicamente, el joven no lleva su apellido, la madre habla pensado dárselo para que, Cuando fuese un profesional titulado, todos supIeran que él venía de una tradicional familia de escribanos.

Ese acting inscribió un punto de inflexión en la imagen del cuerpo. De ser el objeto de goce de la mirada del Otro, la luz de los ojos de su madre -el ventanal de blindex que no ve, la mirada paralizante de la madre que irrumpe, la mirada de las chicas que lo inhiben de responder-, él pasa a gozar con la mirada, a darle un tono lúdico en los encuentros con los gay, que también incluían la mirada de las chicas, del sexo femenino.

El pasaje por la homosexualidad fue una contingencia que posibilitó la unificación de la imagen del cuerpo narcisista, cuerpo que antes estaba despedazado en la hipocondría y sin intrincación pulsional.

La pulsión escópica, por no haber podido cerrar el circuito de la vuelta contra sí mismo, porque no contaba con e! sí mismo, se manifestó en la hipocondría. Costado mortífero de la desintrincación pulsional, muerte y sexualidad no estaban articuladas hasta e! pasaje operado por la homosexualidad.

La manifestación clínica era la compulsión a la repetición. Él ofrecía su yo, su moi, como objeto a la demanda del Otro. La fijación pulsional, no libidinal-porque la fijación libidinal brinda la posibilidad de jugar con e! objeto-, escópica, evidencia la falta de ligazón a las otras pulsiones. Se trata de una mirada sin texto, desligada de la incorporación del lenguaje en tanto simbólico, pero también de una mirada sin velo, sin esa pantalla que habilita que funcione lo imaginario.

Lo específico de lo humano, dice Lacan a propósito de la pulsión escópica en e! seminario sobre los cuatro conceptos, es que aísla la función de la pantalla, lugar de la mediación, y juega con ella, juega con la máscara como siendo ese más allá del cual está la mirada. Habla del mimetismo y trabaja un texto de Roger Caillois, Medusa y cía.: pintura, camuflaje, disfraz y fascinación en la naturaleza y el hombre. A propósito, Lacan dice que e! mimetismo tiene que ver con tres cuestiones: con el disfraz -pensemos en los chicos, sobre todo en las nenas, cuando se disfrazan; con el camuflaje -usado en las situaciones de guerra; con la intimidación. Todos estos son recursos para poder responder, desde el juego, a la terrorífica mirada, si está pegada alojo.

Mi joven paciente carecía de la función media de la pantalla, la cual pone en juego la ambigüedad de la pulsión escópica, y su imagen se estabiliza en e! encuentro con otro, semejante, en la contingencia de! pasaje por la homosexualidad. La vuelta contra sí mismo del cierre de la pulsión empieza a desplegarse al "hacerse ver" con los gays, momento en que la pulsión cobra su carácter de pura actividad. Hasta entonces, las innumerables visitas a los médicos eran un "hacerse ver" que repetía -como ya me encargaré de aclarar- el voyerismo materno. Así, la mirada pasa a ser, de su lado, un objeto pulsional, lúdico, vía por la que alcanza adornarla.

Lacan dice que el pintor invita, a quien mira el cuadro, a deponer la mirada, a domar la mirada -él habla del "doma-mirada". De lo mismo se trata en el uso del diván. Aunque Freud alegaba usarlo por no poder sostener largo tiempo la mirada en el trabajo cara a cara, en realidad se trata de lo que dice Lacan, de deponer la mirada.

Pero el cuadro, además, tiene una condición, no es cualquiera, no da lo mismo un cuadro apolíneo que uno dionisíaco. Mientras lo apolíneo tiene que ver con la armonía, con la tranquilidad, lo dionisíaco remite a lo demoníaco. En el caso del joven, la mirada de su madre era absolutamente demoníaca, dionisíaca, por eso él no podía jugar con el objeto mirada.

Mirada petrificante que en lugar de encontrarse a nivel del deseo queda, por su falta de significación y de deposición, en el registro de un goce siniestro. En el lenguaje popular eso se llama "mal de ojo", de hecho, en una de las primeras entrevistas, la madre me dijo: "Yo creo que él está ojeado':

Cuando Freud habla de la pulsión escópica en relación con la contemplación y la exhibición, habla del voyeurismo, o sea que la piensa por el lado de la perversión. La mirada de esta madre era, efectivamente, perversa, ya que quedaba exclusivamente en el campo del voyeurismo, exigiendo a su hijo una exhibición. En el análisis alcanzamos a construir una conjetura, puesto que nada apareció de sus tiempos fundantes. El accidente, del cual la madre dice que lo peor que le pasó fue no haber estado presente, no haberlo mirado, ocurre a sus ocho años de edad, y a partir de este momento él ubica la irrupción de ella en su cuarto. Pero la hipocondría comienza en la pubertad.

LA PSEUDOPULSIÓN
El dolor, ejemplo clínico del que se sirve Freud para tratar el tema, es, según él, una pseudopulsión Esto es así porque no es efecto de la represión -una de las vicisitudes de la pulsión, junto a las dos prerrepresivas, que son la transformación en lo contrario y la vuelta contra sí mismo, ya la sublimación- y, además, porque puede suprimirse mediante la administración de analgésicos. Por su carácter de perentoriedad, rasgo que comparte con la pulsión, exige una rápida supresión.

Pero el dolor es diferente de la vivencia de dolor, la que según Freud tiene como causa un objeto hostil puesto en el otro. Se trata de una imagen en el recuerdo, aunque con carácter de percepción, que produce displacer. El dolor, en cambio, implica la irrupción de lo real, la que deja un surco abierto a la descarga permanente que se manifiesta de ese modo, como dolor y si Freud dice que se trata de una pseudopulsión es porque alguna relación con la pulsión tiene, de lo contrario la llamaría de otro modo.

A través del trabajo clínico he encontrado ciertos puntos de conexión entre la ansiedad -manifestación clínica presente en varios fenómenos, por ejemplo la hiperkinesis, la manía, la bulimia, las adicciones, las caracteropatías- y el dolor como pseudopulsión. Ese aspecto compartido es el de la perentoriedad, todo tiene que ser ya, no hay ninguna posibilidad de espera -en una época los "pseudokleinianos" hablaban de una falta de tolerancia a la frustración.

La ansiedad también supone la exigencia de una descarga permanente, tal como define Freud a la percepción del dolor con relación al objeto hostil, sin traza fálica que le haga de borde o sin pantalla que le haga de velo. Por eso no hay discontinuidad sino un continuo que requiere de intervenciones en lo real de la transferencia, ya que la interpretación no surte ningún efecto de corte.

Hay un momento de la vida, alrededor de los ocho meses -tiempo en que Spitz ubica la angustia, Lacan el estadio del espejo y Klein la ansiedad depresiva-, en que el niño no va con cualquier persona, o si ve a alguien que no es la madre se larga a llorar. Esto significa que él ya ha identificado quién es la madre. ¿Cómo la identifica? Sabiéndose apetecible para ella, la madre ya le ha transmitido su deseo de comérselo (porque es rico), pero también -y esto es lo que hace al mecanismo de incorporación - que la madre se abstiene de comérselo. Esto es, precisamente, lo que pesca el niño, ycon ello se identifica, con la abstinencia de la madre de comérselo. La paradoja que engendra este movimiento bascula entre el ser y no ser. Ser, porque me quiere comer, y no ser, porque no me come.

El mecanismo de incorporación también es relativo a la comida totémica. El mito cuenta que el padre es asesinado y cada uno de los hijos ingiere un trozo de su carne. El efecto del asesinato pasa a ser simbólico y engendra la culpa y el amor al padre, con lo cual nadie piensa, salvo que se trate de un caníbal, que al comer, se está comiendo al padre. El lenguaje, lo simbólico, se incorpora por la vía de la pulsión -esto es lo que planteaba al comienzo y lo que nos transmite el mito de Tótem y tabú. Entonces, si no hay identificación a esa ausencia de la madre de querer comérselo, la incorporación se produce sin corte. Vale decir que de ese modo la madre transmite un borde a la pulsión, algo de la traza fálica en su propia pulsión. Pero una incorporación sin corte se vuelve fatalista, irremediable, y puede ir desde el mandato superyoico que ordena gozar, hasta la demanda pulsional bajo un objeto que, aunque parcial, es vivido como total y pone en cuestión el ser del sujeto y su envoltura narcisista. Víctima de un deseo de muerte del Otro -acá estamos ante el objeto hostil del que habla Freud cuando trabaja el dolor, esa pseudopulsión-, el sujeto encuentra una salida por la vía de la ansiedad, de ese movimiento continuo -hablar mucho, comer mucho, todo lo que se presente sin intervalo-, un recurso para defenderse de la supresión del Otro' Otra nota a destacar en relación con la pseudopulsión está dada por la función de la inhibición en los tiempos de la constitución subjetiva, que no es la de Inhibición, síntoma y angustia, esa por la que el neurótico posterga el acto, lo torna imposible. Este concepto lo encontramos desarrollado, de diferentes maneras, tanto por Freud como por Melanie Klein y por Lacan.

En Freud lo leemos en las primeras páginas de Inhibición, síntoma y angustia. Allí la especifica como una función del yo ligada a la estabilización del narcisismo, a la constitución de la imagen, es decir que le otorga un valor fundacional del psiquismo. Por su parte, Melanie Klein la sitúa en el período de latencia, cuando hay un aquietamiento de toda exigencia pulsional que reaparece en la pubertad, y se manifiesta en la sublimación. Y Lacan, en el Seminario XXV: El momento de concluir, plantea que la inhibición, a la que nomina "registro de lo imaginario'; tiene por función inscribir el borde de la pulsión. En su libro Lo incorpóreo, Daniel Paola toma esta idea de Lacan y dice que la nominación "imaginario" no es lo que nombra lo imaginario sino aquello que hace de límite a lo simbólico y a lo real, y que por eso mismo, no todo es imaginarizable.

La función de esta inhibición, por ende, tiene efectos a nivel de lo que luego va a ser la constitución de lo imaginario, la imagen del cuerpo narcisista, en tanto produce la forclusión de sentido, pues no todos los sentidos son posibles.

Por la operatoria de lo simbólico, la identificación secundaria arroja una identificación a lo simbólico del Otro real, y la terciaria, una identificación a lo imaginario del Otro real. La función de la inhibición antes mencionada se enlaza muy estrechamente a lo imaginario ya la tercera identificación, en la medida en que el Otro puede donar sus velos, puede abstenerse de mostrar todos sus goces, los tenga o no. No contar con ella hace que aparezcan todos aquellos fenómenos que se encuentran ligados a la pseudopulsión y se manifiestan bajo todas las formas de la ansiedad antes señaladas.

Una paciente relata que cada vez que se encuentra en una escena complicada con su pareja, piensa en tal o cual amiga, en cómo reaccionaría la otra si estuviese en su lugar, si le pasase lo mismo que a ella. Esto no es ninguna novedad entre las mujeres, implica una identificación en la dialéctica del ser y del tener. Lo que ella no puede tener, lo quiere ser a través de la figura de sus amigas; pero eso no es. La identificación como tal no opera porque lo que ella está buscando es una identidad que calme su ansiedad. Tomada por la pseudopulsión, al querer sustancializar el objeto, busca una identidad que calme la ansiedad.

En ese intento de calmar su ansiedad, hurga en los bolsillos de su partenaire, en su correo electrónico, en su celular. Busca. ¿Pero qué busca? A la otra, siempre busca a la otra. Alguna que otra vez la encontró, pero un episodio que va en la misma línea produce, por las consecuencias que tiene, un punto de inflexión.

Chateando con un novio se hace pasar por otra y lo seduce. Él responde y ella lo invita a un encuentro. La aceptación del muchacho confirma sus ideas celo típicas. Pero no advierte que en este caso, la otra es ella. Yo se lo digo y esto le produce un alivio temporario. Decide ir al encuentro fijado. Y cuando el novio aparece en la escena real, se ríe al verla, toma el hecho con muchísimo humor y dice que ella es una genia, que es muy creativa. Por primera vez, se angustia, pero además siente pudor. Dice: "Me moría de vergüenza': nunca antes había aparecido esa dimensión del pudor, que es una forma de contar con alguna veladura.

Se dio cuenta de que la otra era ella y este episodio, cuyo correlato fue la angustia, inscribió, en forma precaria, la fórmula del deseo, esa que dice que el deseo es el deseo del Otro, deseo del otro sexo, deseo de lo que el sujeto no es. En acto, el hallazgo de la otra convertida en ella o de ella convertida en la otra, auspició una identificación sexual que atravesó el impasse con respecto al deseo que antes se veía llenado por la ansiedad. Propició una salida del goce narcisista, del apego al yo ideal del espejo que clínicamente se manifestaba como ansiedad, signo de una fatalidad promovida por la antinomia entre el otro O yo. Le reveló que hacer semblante de objeto no es ser el objeto. Aparecieron escenas infantiles con una hermana menor, los pactos que ambas hacían y la otra no cumplía. Ahí se entrama ese punto mortífero de la identificación, cuando la exclusión, o ella o yo, se juega como sustrato lógico. Las reglas que toda actividad lúdica conlleva eran transgredidas, en el momento más inoportuno, más inesperado, por la hermana, así el juego no podía continuar.

Otro recuerdo encubridor, fechado alrededor de la época de su nacimiento, nos permite hacer una construcción en el análisis. Una hermana materna fallece a causa de un accidente de tránsito mientras la madre se encuentra pariéndola a ella. Dice que desde muy chica ella se dedicó a alegrarla para sacarle la tristeza. En la familia, sin embargo, circuló el relato de que su depresión posparto fue tal que estuvo cercana a la psicosis puerperal. Si el nacimiento es un discontinuo, lo es para la madre que está pariendo, pero también para el niño que está naciendo. En esta joven, su nacimiento quedó inscripto en simultaneidad con una muerte y un discontinuo la marcó con aquella disyunción: o ella o yo. Esta lógica pregnante como marca de su nacimiento no llegó a constituirse en un mito, que fue lo que construimos en el análisis, pero se desplazó a la relación con la hermana, con sus pares, con sus parejas. ¿De qué modo? ¿Cómo se manifestaba? Como una ansiedad sin intervalos, un movimiento continuo.

Como los niños hiperkinéticos, que no pueden parar de moverse; como las partículas de polvo que el movimiento browniano lleva en todas las direcciones hasta que, quizá, llegan al mismo lugar. No hay orientación, pero sí una razón, la de defenderse de la hostilidad del Otro, es por eso que están en constante movimiento y no pueden parar.

Entonces, si bien hay una conexión entre la pseudopulsión y la compulsión a la repetición, la diferencia está en que en la compulsión a la repetición la única chance del sujeto es ofrecer el yo como blanco al Otro, al goce de! Otro. En cambio, el efecto que desencadena esta pseudopulsión, que se manifiesta por la vía de la ansiedad, busca evitar tener que ofrecer el yo a la hostilidad del Otro, busca auto sustraerse del espejo, del yo ideal deL espejo, de ahí e! movimiento continuo, que de todas formas es mortificante. A veces se llega al punto de pensar en morir para terminar con ese agotador "trabajo”.

Mientras que en el primer caso, el del joven, el Otro da en el blanco, lo fija, lo inmoviliza,lo petrifica, en el caso de esta muchacha aparece un recurso para no ser atrapado, se vuelve un blanco móvil. Sin posibilidad de usar el disfraz, el camuflaje o la intimidación, sólo puede apelar al movimiento continuo.

Freud dice que bajo la compulsión a la repetición lo que se repite es lo displacentero. No ocurre lo mismo con la pseudopulsión, ella busca evitar repetir lo displacentero. Tanto es así que en las caracteropatías, e! sujeto no se implica en lo que le acontece porque está convencido de que su yo va a ser atacado. Dirige, entonces, la queja al otro, al destino, y justifica sus males por la historia que tuvo, la familia que le tocó, etc. Esa es la pulsión de muerte dirigida hacia afuera, y sus resultados se vislumbran en términos de expulsión del otro del lazo social.

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