Por Stella Maris Rivadero
“Es bien sabido, contra las pasiones de poco valen unos sublimes discursos.” - Sigmund Freud, Puntualización sobre el amor de transferencia.
“En el campo amoroso, las más vivas heridas provienen más de lo que se ve que de lo que se sabe.”- Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso
“Las imágenes de las que estoy excluído me son crueles; pero a veces también (inversión) soy apresado en la imagen” ibidem
Desde siempre el campo de las pasiones del ser: el amor, el odio y la ignorancia, han sido objeto de la reflexión e investigación. “Son las pasiones aquello por lo que los hombres, íntimamente, se diferencian ante el juicio, les sigue a las pasiones como consecuencia tristeza o placer, así son por ejemplo la ira, la compasión el temor y cuantas otras hay semejantes a estas y sus contrarias.”1
Nos interesa abordar la veta del amor-pasión y hoy intentaremos detenernos en una que escuchamos desde siempre pero que toma una coloratura diferente de acuerdo con los significantes de la época, en un suelo apto donde prima el dar a ver, el ofrecerse a la mirada donde la imagen del cuerpo aparece fetichizada: la Pasión por la imagen del cuerpo.
¿Qué consecuencias trae el hecho de que un sujeto capturado ilusoriamente en un juego de espejos, deponga su subjetividad. Y buscando la reciprocidad, permanezca allí, consumido y exaltado por dicha pasión, sin escatimar sacrificios ofreciéndose en el altar de su pasión? Pasión amorosa que generalmente no anota el paso del tiempo, que bien podría ser eterno. Pasión que se monta en una escena fantasmática y la pulsión. Esta última, con su fuerza constante, emerge desintrincada, y en estos casos, de manera arrasadora. En la pasión amorosa cuando se destruye el objeto, ¿de qué amor se trata?, ¿del desanudado? Amor mortífero ¿Ese amor desanudado es la otra cara del odio? ¿Cómo entra a jugar la pulsión con éste
En el amor pasión siempre se trata de un exceso en el cual se ponen de manifiesto tanto los acontecimientos de la relación del sujeto con el Otro, como el rechazo de la falta. “Amores que matan nunca mueren” dice el refrán. El amor aparece como un afecto enigmático y de él lo que importa es el signo. El encuentro amoroso puede hacer emerger aquello que estaba oculto, en estado latente, la pasión desatando la locura. En la dimensión imaginaria del amor, cuando eso se hace pasión también hay tragedia.
La alienación del sujeto en un objeto enlaza el enamoramiento con la hipnosis. Esa fascinación imaginaria necesaria en un tiempo no es igual al amor, Pasión de la ignorancia del real saber sobre la diferencia, en tanto un verdadero amor conlleva la castración y la tolerancia por la diferencia. Podemos subrayar la insistencia en un objeto que diferencia la pasión del deseo, en tanto el mismo se desplaza sin fijarse y es volátil.
La fascinación amorosa e hipnosis son una masa de a dos, el semejante aparece como la inminencia intolerable del goce, olvidando el facto letal que supone el cuerpo del otro.
Cuando la culpa domina al sujeto, enceguece. La lupa del amor apasionado hace que se pierda en los confines de la vida por un tiempo quien piensa en el pasado mientras vive su amor, salvo como un desierto donde el otro no está, o en el futuro, con su absurdo final.
Prima la pasión del amor-odio y la tensión que provoca no tiene otra salida que la destrucción del otro o la propia. La palabra sólo pacifica cuando emerge del campo simbólico, cuando al enunciar la ley del no todo es posible, muerde lo real e inscribe la muerte, haciéndole saber al sujeto que no es necesario “vivir matándose con otros”.
Nos preguntamos qué efectos se producen cuando la pasión del cuerpo y de la imagen, adquiere una dimensión tal que el objeto a como causa de deseo desaparece. El factor común del a minúscula es estar ligado a los orificios del cuerpo. Freud introduce la consideración que el sujeto se estructura en el desajuste radical entre el saber y el sexo. Para el armado de la imagen va a ser fundamental el lugar, la posición y la inclinación del espejo plano comandado por la voz y la mirada del Otro. La imagen del cuerpo propio comienza en la infancia en cómo un niño es mirado, hablado y nombrado. En el segundo despertar sexual, se actualiza el esquema corporal, y en los diferentes momentos de la vida se resignifica nuevamente.
El cuerpo pulsional necesita verse como uno o yo ideal, el cuerpo pulsional necesita redoblarse en cuerpo narcisista. Cuando una pulsión se conjuga en voz pasiva me veo, me hago ver a mí o sea que uso mi yo como objeto de exhibición. Se ama todo lo que parece suturar el agujero del Otro y se odia todo lo que hace desajuste con el agujero en el espejo.
Ellas son bellas y exitosas mujeres a las cuales el amor les es esquivo, no así las locas pasiones. Sus cuerpos están esculpidos desde muy jóvenes por múltiples cirugías y remodelaciones para acceder a una imagen perfecta. Se preguntan por qué ellas, que han trabajado tanto por modelar y embellecer sus cuerpos, no sólo con tratamientos quirúrgicos, sino con horas extenuantes de gimnasio, no tienen éxito en el amor. Aunque sí lo tienen con los hombres, cuya condición es que también sean bellos, que los cautivan con su imagen, pero luego desaparecen por propia decisión o porque ellas rápidamente se desencantan. En general, siempre hay alguno “de repuesto”, que en el primer momento del flechazo aparece con todos los atributos, el enamoramiento. La verliebheit no es el amor, es sólo fascinación imaginaria, necesaria e importante durante un tiempo para que haya posibilidad de encuentro. De pasión en pasión va pasando la vida, pero el verdadero amor nunca llega.
M. de 30 años es traída a la consulta porque hace un mes que está deprimida sin comer, ni dormir. Está tirada en la cama llorando porque cortó con su novio, ella lo apuró para casarse y él no estaba aún seguro. Me aclara de entrada que ella hizo muchos tratamientos pero que de todos se aburrió, porque empezaban con la historia infantil y ella tenía todo claro, su desesperación actual es por qué H. la había dejado, no lo tolera. Ella ha tenido muchos novios pero se desencanta. Este era el candidato ideal, profesional exitoso, buen nivel cultural, su mitad complementaria, el ideal para su familia.
Sus sesiones son un relato vehemente, apasionado y furioso del dolor que le causa esta situación. Su relato es pulsional. Cualquier situación para ella despierta su ira y la furia, donde constantemente está en una zona difícil de pasaje al acto. Al poco tiempo otro caballero queda prendado de su belleza. Ella lo maltrata y le exige que sea un ser de excepción. Constantemente busca ser reconocida por el otro y cualquier desvío de la mirada del otro, la sume en un paroxismo de furia incontrolable, con un catarata de demandas incontrolables, sin siquiera notar a veces, que la no respuesta del otro la deja a ella en una búsqueda constante de reconocimiento.
Se pregunta cómo el otro se pierde a una mujer como ella que es toda una mujer. Después de un arduo tiempo para que se instale algo de la confianza en la palabra, en transferencia, ella cuenta que todas sus relaciones tienen ese alto grado de peleas, todo la saca de quicio, los otros son imperfectos y ella no tolera el error ajeno. En el transcurso del análisis, M. se apacigua de a ratos. Cuando vuelve a aparecer su novio, a veces con carácter de novio, otras de amante, ella está dispuesta a cualquier cosa con tal de estar con él. A pesar de los desplantes del mismo, ella está empecinada en que él es el hombre de su vida. Por otro lado la cristalización amorosa aparece en el corazón mismo de la transferencia.
Para M. el amor es posesión, no tolera que para amar sea necesario soportar la pérdida. Su atrapamiento narcisístico le impide ver más allá de su imagen, no da lugar al amor contingente que vela la imposibilidad de la relación sexual.
Estas palabras podrían ser suyas: “Apenas mis ojos atónitos contemplaron su belleza me abalancé a él desvanecida. Como la llama en la llama, nos quemamos en el mismo fuego. Al fin había encontrado a mi igual, a mi otro yo: no éramos dos, sino uno, ese único ser maravilloso del que habla Platón en su Fedro dos mitades de la misma alma.”2
El cuerpo no está destinado al intercambio sino a dejar pasmados con la belleza, a la adoración de su imagen, es un cuerpo fetichizado. Engarce de la demanda del Otro materno con la demanda del Otro social “éxito, belleza”, que no hay que descartar si están abrochados a su posición deseante y no como simple obediencia al imperativo.
Cuando el sujeto se encuentra capturado en la imagen, sacándole brillo y lustre, más alejado está de su deseo. La pulsión va a ir de la fuente rodeando el objeto y desviándose a catectizar la imagen. La pulsión inviste como primer objeto al yo ideal, el primer objeto es nada, es el vacío fundador.
Estamos frente a un avance del mito de Narciso, una historia de amor en la que el sujeto termina por conjugarse tan bien consigo mismo, que por encontrarse consigo encuentra la muerte. El destino narcisista del sujeto, si lo sabe o si se engaña, al enamorarse de otro que cree que es él mismo o al apasionarse por alguien sin darse cuenta que se trata de sí, pierde en todas las ocasiones y se pierde.
Las marcas fundantes de la subjetividad se efectúan en el proceso de la serie de las identificaciones, que estructuran tiempos instituyentes y es a partir de la tercera identificación “a lo Imaginario del Otro real”, que es posible recuperar narcisismo fuera del espejo. El afecto afecta lo real. El odio se dirige al ser. Hay un odio que surge cuando el sujeto vive una decepción ante el otro, que nace cuando el Otro cesa de responder a la demanda del sujeto. El odio enamoramiento, en un análisis, podrá enlazar con el amor. Será cuando el sujeto advierta que el Otro no responde a la demanda, porque no tiene significantes para hacerlo. Este es un odio que bien encausado es propiciatorio cuando el sujeto que se dirige al ser del Otro advierte su incompletitud: es invitado a producir sus propios significantes.
Si se trata de la relación entre un hombre y una mujer estaremos situando un desencuentro. Sin embargo dicho desencuentro es aún más profundo en las pasiones, allí donde se pone en juego la alienación del deseo en un objeto.
Sólo el amor mortal es novelesco, ese amor amenazado y condenado por la propia vida. Se trata de la pasión de amor y aunque la pasión implica el sufrimiento, cuando se está apasionado, cuando se vive una pasión, no se tiene registro real del sufrimiento sino lo que se resalta es el carácter sufriente.
La pasión guarda relación con la castración, quienes se enamoran apasionadamente son los neuróticos, dado que su fantasma es perverso. Con la pasión y el amor se procura borrar la falta. Pero como el amor no es eterno, es imposible saturar la falta que siempre vuelve a exteriorizarse. El Ideal se ve conmovido por la pasión.
Destruir el objeto causa es destruir aquello que descompleta la imagen del otro. El objeto causa del deseo, el objeto con que el otro goza descompleta la imagen que yo quiero ocupar en el campo del otro.
De las tres pasiones fundamentales el amor, el odio y la ignorancia, sería esperable que el analista en su función no participe de ninguna.
Lo real pulsional no cesa de golpear. La pasión del deseo es una agitación del alma causada por los espíritus, por el cuerpo, que la disponen a querer para el porvenir las cosas que se presentan como convenientes.
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1. Aristóteles, La Retórica, España, Ediciones Aguilar. 1963.
2. Antología del amor apasionado Selección y prólogo de Ana María Shua y Alicia Steimberg – Capítulo De Mi vida, autobiografía de Isadora Duncan, Alfaguara, Argentina, 1999.
Fuente: Imago Agenda #193, noviembre de 2015
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