lunes, 27 de enero de 2020

El estadío del espejo en la clínica

Hoy repasaremos la formulación lacaniana del estadío del espejo para tomarla como brújula de nuestra práctica clínica.

Partimos del descubrimiento freudiano, el descentramiento del yo, donde el yo no sabe del sujeto que lo habita. Distinguimos, por lo tanto, la noción de sujeto y de yo.

El sujeto de ese saber que lo habita y del cual el yo nada sabe lo venimos ubicando, por ejemplo, desde las formaciones del inconsciente.

Cuando Lacan emplea el término sujeto, no se refiere a quien manipula un objeto, sino al sujeto como sujetado, que es efecto de lo simbólico, del Otro del lenguaje. El lenguaje determina al sujeto, y esto no será sin consecuencias para él.

En los primeros tiempos de su enseñanza Lacan sitúa los tres registros de este modo:

El orden simbólico preexiste a la entrada que el sujeto hace en él, es previo al sujeto, está antes de su advenimiento.
Lo real se trata de esas primeras vivencias, que no pueden ser simbolizadas. El niño está sumido en un real puro. No hay palabra para nombrar lo que sucede.
Lo imaginario está unido a la imagen. Por eso a esta altura es esencial para Lacan la diferencia entre el yo y el sujeto.

En este marco escribe “El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, o sea, en la experiencia clínica, en el dispositivo analítico.

Lo presenta por primera vez en el Congreso de Marienbad el 16 de junio de 1936 y trece años después en Zúrich, en el XVI Congreso Internacional de Psicoanálisis, el 17 de julio de 1949.

El estadío del espejo se constituye en un tiempo que va desde los seis a los dieciocho meses de vida, donde el niño anticipa su unidad corporal mediante una identificación con la imagen del semejante y por la percepción de su propia imagen en el espejo.

En principio coloca dos dimensiones para situar este tiempo que toca la constitución: la de acto y la del acontecimiento.

A partir de este texto conceptualiza el yo (moi) como construcción imaginaria y el yo (je) como posición simbólica del sujeto.

Es un acto que no se agota —como sí sucede, a diferencia del niño, en el chimpancé— en lo inútil de una imagen; hay un efecto en el niño “en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente”, en esta alegría del niño al asumir su imagen reflejada.

Lacan también le da valor de acontecimiento cuando nos dice en el texto que un lactante frente al espejo, “que no tiene todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura en pie, pero que, a pesar del estorbo de algún sostén humano […], supera en un jubiloso ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su actitud en una postura más o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo de la imagen”.

Lacan comprende el estadio del espejo como una identificación, o sea, “la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”.

El hecho de que su imagen especular sea asumida por el ser sumido en la impotencia motriz y la dependencia al Otro manifiesta una matriz en la que el yo (je) se precipita, antes de la relación con el otro y antes del lenguaje.

En este tiempo se da la primera identificación imaginaria, tronco de las identificaciones secundarias, siempre y cuando se haya dado la identificación simbólica, la entrada del rasgo unario.

La primera identificación simbólica la funda la entrada del Nombre del Padre; se constituyen el rasgo unario y la marca simbólica del Ideal.

La identificación imaginaria es el mecanismo por el cual se crea el yo en el estadio del espejo y da origen al yo ideal.

Este primer momento de armado de la imagen corporal —es decir, la forma total del cuerpo— donde el sujeto se adelanta a su maduración, le es dado siempre en una exterioridad. Es un drama que se precipita de la insuficiencia a la anticipación.

El estadio del espejo se inaugura por identificación con la imagen del semejante y por el drama de los celos primordiales (por ejemplo, con el nacimiento de un hermano). Funda entonces un primer modo de vínculo con los otros.

Con el espejo, el sujeto quiere adueñarse de la completud que le supone al otro, su semejante, lo cual es una mera suposición, porque esa incompletud es estructural.

El sujeto es sujeto del inconsciente, está dividido, algo se ha perdido para su constitución, y el yo es una prótesis, viene a poner algo donde no hay.

Por eso, el yo se resiste, se defiende, mientras que el sujeto insiste.

De la diferencia entre sujeto y yo dependerá cómo ubiquemos la clínica, porque quien consulta viene a hablar desde su yo, desde esa prótesis. El yo, como sabemos, es engañoso, en la medida en que es sede de identificaciones imaginarias. Pensar la clínica desde el sujeto es algo diferente.

Desde ese discurso manifiesto del que consulta, durante el trabajo de las entrevistas preliminares, la puntuación del analista hace surgir el sujeto del inconsciente y no se queda sólo con lo imaginario, como sí lo hacen, por ejemplo, las psicoterapias.

Es allí donde, desde el psicoanálisis, planteamos una diferencia.

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