Fuente: Staude, Sergio (2004), "El Goce En La Palabra: El Chisme, Un Preludio A La Sublimación" - Revista Contexto En Psicoanálisis. Nro 7 (julio 2004).-
1) Palabra y goce.
La letra mata. Mata para dar existencia a algo, a lo dicho, a lo nombrado. La incorporación del sujeto al lenguaje, o del lenguaje en el sujeto, al darle existencia hace que la relación natural con el mundo, y en particular con él mismo, quede para siempre perdida. Pérdida que el psicoanálisis define como pérdida de goce que deja como saldo la impronta imperativa de su recuperación. A esa búsqueda de recuperación la llamamos deseo.
Recuperar la dimensión de goce a partir de esa palabra que lo enajenó es un anhelo que se busca de dos modos diferentes: el primero a través del recurso discursivo. Cada una de las modalidades de discurso, que son modos de lazo social, dice de una forma particular de situar y de buscar ese goce perdido. La otra es intentarlo por medio de las variantes de lo escritural que requiere de la eficacia del arte para lograrlo.
Recuperar un goce es un modo de recuperar un cuerpo. Sin goce somos los cuerpos angélicos de la pura representación, o bien el amasijo informe de funciones biológicas. Lo discursivo y la escritura requieren la presencia de otro, pero también es con un otro y a través de otro que la pulsión, esa buscadora de goce, realiza su circuito. Otro que a su vez queda convocado como testigo de la existencia del sujeto como deseante y como ser pulsional.
La singularidad del descubrimiento freudiano mostró que la sublimación, modo o procedimiento que da forma a las creaciones sociales y culturales, es en su esencia un destino pulsional. El descubrimiento pone en evidencia el estrecho vínculo inaugural del goce y de la palabra.
Lacan redoblará esa pertinencia al homologar la pulsión a una demanda proveniente del Otro fundante de la estructura, tesoro de los significantes, que al nombrarnos nos constituye, nos determina y abre en su proceder el camino de las demandas pulsionales. Esa letra que nos marca y distingue necesita de todo un proceder, el de los tiempos de la estructuración subjetiva, para que el sujeto se apropie de ella, se la apropie y pueda hacer algo con y desde ella. Eso lleva toda la vida y aún así queda siempre un resto no dilucidado, enigmático. Esa marca queda inscripta en el sujeto como huella ardiente, como “letra que sufre demora”(1), hasta lograr disponibilidad subjetiva gracias a una lectura que la habilite. La discursividad es el nombre lacaniano de la letra que “sufre demora”, y es lo que constituye lazo social. Letra que puede adquirir diferentes destinos. Es la letra persecutoria en la paranoia, también la que da origen a las acciones “locas” de los actings-out y los pasajes al acto, es la que lleva a incorporar sustancias químicas que remeden o anulen su eficacia inquietante, o bien la que abre las posibilidades de la transferencia como recurso princeps de la cura. Pero cotidianamente, en los trajines de la vida social, es la usina, la promotora del valor y de la eficacia del chisme. Es por eso que la búsqueda de tramitar ese ardor que las palabras producen y transportan requiere siempre de un otro, de un semejante que debe cumplir con dos funciones: la de ser ese cuerpo donde la palabra encuentra al destinatario de la intensión de herir, de ser tocado por esa eficacia es el otro que recibe la acción, es la víctima del hecho chismoso. La segunda función que cumple ese otro prójimo es como oyente cómplice, voluntario o no. Es quien hará las veces de público que testimonia, con su placer o su disgusto la eficacia de la palabra que dio en el blanco.
El chisme tiene el valor de una construcción “cultural” y posee una eficacia social al poner en palabras la verdad de un secreto, al develamiento de aquello que está oculto, “socializa” un saber que dice de la escisión subjetiva de todo ser hablante. El chisme pone de manifiesto en la escena del mundo, esa “otra escena” que habita a todo sujeto deseante.
En esa puesta en escena el chismoso y los que participan de su acto, encuentran una satisfacción pulsional, pudiendo adquirir el valor de satisfacción perversa. Se goza en tanto se toca y se hiere el cuerpo del otro. El chismoso se hace instrumento de un goce puesto al servicio del goce del Otro (el público, por ej.).
Dos caras que caracterizan el acto chismoso y que dan lugar, en sus extremos, a ser preludio de una sublimación posible, o a la perpetuación de ese placer preliminar que se agota en si mismo y se perpetúa como tal.
2) El hombre es un ser de madriguera
Es en los pliegues, en los dobleces, en las sugestivas zonas de semipenumbra donde cada sujeto hace anidar aquello que atinadamente Freud llamó “el corazón de nuestro ser”. Que allí demos albergue a lo más extraño y extranjero que tenemos no es sino una de las tantas paradojas que nos constituyen. Lo que allí anida se convierte en el más valioso de nuestros secretos y también en el motivo de nuestras vergüenzas y nuestros rechazos. Es lo que el psicoanálisis descubre en el entramado de la relación del sujeto con la pulsión. Contra eso anhelado y anonadante que pulsa en nosotros buscando satisfacción, el aparato psíquico se defiende con repulsa y vergüenza, primeros intentos de ubicación subjetiva ante ese reclamo impersonal. Así la vuelta contra sí mismo y la transformación en lo contrario se constituyen en los modos primeros de encauzar la pulsión. La represión, finalmente, crea el doblez de un espacio interno que escinde al sujeto entre lo que es y lo que en él se desea.
Las alternativas pulsionales se anudan a los momentos fundantes del sujeto: su investimiento libidinal, las vicisitudes edípicas, el reconocimiento de sus carencias. La represión constitutiva de ese aparato incipiente tuvo, en la pluma de Freud, un ejemplo sutil que podemos tomar como anticipo de las creaciones del arte: el giro que se produce en los sueños infantiles. Estos sueños dejan de ser una clara y cristalina expresión de deseos (o así lo suponemos los adultos) para tornarse oscuros y enigmáticos. La represión ha producido efectos, corolarios de la instancia prohibidora paterna. Como el sueño produce extrañeza aún para el mismo soñante, hace necesario el trabajo de interpretación que requiere un lugar otro para escuchar su mensaje y reconocerlo.
Es allí, en el mismo efecto de ocultamiento a la mirada y a la escucha del otro, donde encontramos la certera indicación de que el sujeto del inconciente opera. Así como la completa oscuridad puede ser metáfora de la imposibilidad de un sujeto, de su anonadamiento, la completa transparencia, como lo atestigua la locura del Licenciado Vidriera, es también otro impedimento de la existencia subjetiva.
Se abre así en forma correlativa a la división subjetiva, la inevitable franja de bordes móviles entre lo público y lo privado, un territorio de cosas dichas a medias y a medias reveladas que especifica el modo singular de estar en el mundo con los otros. Es en esta zona que el chisme adquiere el valor de poner de relieve esta condición inevitable del ser humano social.
El chisme abre una perspectiva como modo necesario del sostén de la trama social, no sólo por lo que hace circular como información, como contenido de verdad oculta, sino por el hecho de reflejarnos como deseantes. El chisme sanciona como tal al que queda ubicado como referente, pero adjudica la misma condición al que lo dice y al que escucha.
Como tal es siempre un híbrido, una formación de compromiso, un dispositivo que permite simultáneamente revelar un secreto y resguardarlo, en la medida que dispone siempre del desmentido como manera de neutralizar lo que se ha dicho. Es por eso que es difícil prescindir de él, como del soñar o del fantasear diurno. Refleja el placer secreto que encontramos en revelar secretos, en el susurrarle a alguien al oído las andanzas, aventuras y desventuras de un tercero ausente, pero próximo en la trama de vínculos e intereses, que se convierte en la pieza clave del accionar chismoso. Se divulga algo al modo de la verdad de un secreto oculto, independientemente de que lo sea. Lo que sí es necesario es transmitir la convicción de que lo es.
A esa zona de semipenumbra resulta generalmente placentero y vergonzoso transitarla. Nadie, o casi nadie, se enorgullece de ser chismoso, como tampoco nadie deja de serlo. Algo se presenta como de una imperiosa necesidad, aunque llamamos necesidad a una pulsión que busca satisfacción. La finalidad del chisme es la de descubrir ante un oyente cómplice un aspecto insospechado, oculto, secreto de una vida, de una relación, de un grupo, de una familia o de una institución. No siempre es algo que desvaloriza, pero sí que se oculta y que por lo común se refiere a la sexualidad, al ejercicio del poder, o a ambas cosas.
El pudor y la vergüenza son resguardos necesarios para la conservación de esa zona intermediaria entre lo público y lo privado. El chisme va a jugar con ambas orillas para transgredirlas y a la vez conservarlas. Devela algo ajustándose a la regla de la difusión furtiva, siempre alerta para desdecirse, evitando que se termine de sancionar públicamente algo en forma definitiva. No llega a ser denuncia, no actúa como fiscal de una verdad. Cuando excede sus límites estamos en otros planos de lo discursivo: es la noticia, la información, es el alarde exhibicionista, o el de la traición y la injuria. Su producción implica un cambio de posición subjetiva en el que las realiza.
En la perspectiva psicoanalítica el chisme es ubicable en lo que Freud denominó psicopatología de la vida cotidiana y Lacan llamó “formaciones del inconciente” : los equívocos, los lapsus, los tropiezos, los olvidos, pero en la misma línea de aquellas producciones más elaboradas como el chiste y el síntoma. Como estas dos formaciones participa del juego retórico y al mismo tiempo conserva y tramita una dimensión de goce. Es posible distinguir así un doble plano en el ejercicio chismoso: el primero es el placer del habla, el de la conversación. Un placer que, como en el soñar y en el chiste encuentra satisfacción en el mismo hecho de producirse, el deseo se da por realizado y por cumplido al ser reconocido. A diferencia del soñar, pero cercano al chiste, el chisme necesita de un público cómplice para alcanzar su cometido. Pero a diferencia de los otros el chisme tramita un goce que excede la dimensión de la representación, un goce oscuro que se transmite en silencio aunque paradojalmente sea la palabra la que lo efectúa. Un goce que combina la fijeza gramatical de la pulsión y se apoya, sólo en parte, en el juego retórico del deseo.
La complejidad y riqueza del hecho chismoso se debe a que convergen en su eficacia las teorías sexuales infantiles, las fantasías diurnas, tanto como su conexión con lo cómico y con la puesta en escena.
En el habla cotidiana, esa que Lacan definió con una frase de Mallarmé; “el intercambio de una moneda cuyo anverso y reverso no muestran sino figuras borrosas que pasan de mano en mano, en silencio”, (2) el chisme introduce allí, pone en escena, una dimensión deseante y de goce que el uso cotidiano del habla pierde por su misma función.
El tema del goce del chisme, entendido como satisfacción pulsional, se abre en una doble perspectiva: aquel que se logra en el mismo hecho chismoso, un goce que puede perpetuarse y fijarse en el preludio de una sublimación, y aquel otro que se extiende y alcanza su fin en el hecho creativo, francamente sublimatorio, en la producción de algún tipo de escritura.
3) El chisme como práctica discursiva. Su estructura formal.
El chisme, como vemos, no es un hecho trivial (3) y por eso no es fácil encerrarlo en una rápida definición. Más fructífero es partir de algunos intentos de definición y proseguir desde allí su análisis. El diccionario lo define así: “el chisme es una noticia verdadera o falsa que pretende indisponer a una persona con otra (u otras) o lo que se murmura de algunas”.
Agrega que es “una baratija o trasto pequeño , insignificante”. La etimología remite a niñería, a cosa despreciable y también a la palabra injuriosa. Tomarlo como cosas insignificante, sin trascendencia, permite retomar la mejor de las tradiciones freudianas de valorar aquellas cosas que, por insignificantes, fueron dejadas de lado por el sentido común y la ciencia: las teorías infantiles, la sexualidad infantil, las mentiras histéricas, las equívocos, los tropiezos cotidianos y otras. Permite vincularlo también a la definición lacaniana de goce “es lo que no sirve para nada”. (4)
La primera parte de la definición lo vincula al hecho discursivo y lo relaciona con la verdad y la falsedad. Distinción irrelevante si el objetivo es indisponer a alguien contra otro. El chisme da cuenta de que es posible herir y lastimar con la verdad cuando es el daño la intensión primera. Lo que no es irrelevante es el logro de verosimilitud. Lograr creencia es central.
En esto se asemeja a la función del sueño, crea una escena que tramita la realización de un deseo. El sueño lo hace en el escenario íntimo de la subjetividad del soñante. Si necesita contarlo, transmitirlo, es porque ese sueño no alcanzó totalmente su cometido. El chisme en cambio necesita del espacio virtual de la relación con otros, necesita de la escena social entre lo íntimo y lo francamente público.
A semejanza del chiste, esa otra matriz de la creación cultural, requiere una estructura de relaciones entre tres personajes (que puede incluir una o más personas) que no son sino
lugares articulables. La primera de esas personas es el narrador, el que cuenta el chisme, el que se ubica como el agente de la narración chismosa. No es el sujeto de la historia, sino el agente de su producción, que suele dejar en la oscuridad la procedencia y el origen de lo narrado: “se dice”, o “se dijo” o “escuché por ahí”. Es agente en el mismo acto en que ubica a otra persona (o personas) en calidad de objeto, el referente del hecho narrado. Esta segunda persona es al mismo tiempo motivo del hecho discursivo y blanco de la intensión en juego: burlona, hiriente, desvalorizante, humillante, o por el contrario revalorizada o exultante de ese otro . La tercera persona que completa el circuito es quien sanciona con su presencia, su aprobación - que puede ser de placer o de rechazo - lo que se dice . Esta aprobación funciona como un guiño dado al narrador respecto de un similar deseo inconciente en juego. El tercero es quien recibe una posibilidad de goce sin tener que pagar un precio por ello ya que el gasto, la inversión y la invención corren por cuenta del que lo dice y este sólo puede habilitarse en su goce por la sanción aprobatoria del tercero.
Todo este trabajo, al servicio del goce, implica un proceso de transformación, de elaboración desde un hecho, de un rasgo oculto, de un secreto, un aspecto oscuro e ignorado de la vida de alguien que es necesario poner de relieve. Hasta aquí el chisme adquiere la estrucutura formal del chiste, pero a diferencia de este necesita poner en acción un efecto que lo acerca mucho más a la función de lo cómico (5). Porque el efecto buscado es la caída de alguien: caída de la inocencia, caída de la apariencia sin mácula ni pecado, caída del prestigio o del renombre e, incluso, del poder. A veces no hay caída sino por el contrario una sobreestimación pero siempre de un aspecto “non santo” que no deja de implicar una caída. El chisme se acerca a lo cómico en su propósito de ubicar al destinatario, a esa segunda persona, como una cualquiera en el mundo, escindido, como todos, entre sus deseos, sus pasiones y su moral o su apariencia, aquella escisión subjetiva que oculta el pudor y la vergüenza. El chisme se acerca al humor irreverente, al hazmerreír. Pero a diferencia de este conserva el interjuego de los tres lugares simbólicos, necesita del otro como un público sancionador y aprobador.
El que cuenta el chisme necesita habitualmente desimplicarse de su acto, transformando la información que pasa en algo impersonal, movimiento que lo ubica como homólogo a la posición del inconciente, ahí donde el sujeto desea pero no es. El desimplicarse de la responsabilidad de ese acto no lo hace ingenuo o inocente, el que narra busca adquirir el valor de poseer un saber secreto, un saber que oficia de anzuelo para el interés del oyente. Ambos, al compartir el chisme, serán no incautos respecto de ese saber. Esto consolida, fijándolo, el placer oculto que el chisme tramita. Fija la cuestión en ese goce preliminar al convertirse en un emblema de impostación yoica.
Este saber que se supone que poseen, el narrador y el oyente, lo acercan a la magia y al encanto de las teorías sexuales infantiles, aquellas que surgen y sostienen su eficacia donde el saber imaginario sobre la sexualidad tapona un hueco, una carencia de saber. Como las infantiles, el saber del chisme, está encaminado a responder por enigmas dando respuestas que adjudican sentido y significación a hechos y personajes. Su valor se apuntala en el revelado de una verdad, a la vez que oculta otra, abriendo así a una deriva infinita. Un chisme sólo concluye para iniciar otro, en otro lugar, en otro escenario y con otros personajes.
Dos planos de goce tramita el chisme. Uno es el que Lacan denominó “la otra satisfacción” (6) aquella que encontramos en el hablar. Como en todas las formaciones del inconciente es reflejo de nuestra condición neurótica, se goza un poco a fin de evitar un goce en exceso que anonada. De ahí que constituya una actividad ineludible de la vida social que permite, sin quebrar sus normativas, incluir el mundo fantasmático y deseante del que somos sujetos. Esto es lo que lo acerca y preludia a la labor creativa, a la labor propiamente sublimatoria que requiere para consolidarse, como lo advirtió Freud. la aceptación de un público más amplio que el de los parroquianos intervinientes, el de un público lector, descifrador. Requiere de un lazo social que valore la transformación de la creación del arte, el pasaje por una pérdida a partir de la cual alcanzar un goce.
En el otro extremo, se mantiene la adherencia a un modo que se fija en el “puro bla...bla” perdiendo la dimensión creativa que pudiese alcanzar. En su pasión extrema el chisme se ancla en la finalidad de golpear, de herir, de ensuciar el cuerpo y la subjetividad de alguien. El chisme adquiere en este modo la dimensión perversa del insulto y de la injuria, que no cejan en el intento de confinar al otro como objeto de esa trama pulsional mortífera.
4) Del chisme al escrito: la producción sublimatoria.
La letra libera. La eficacia escritural permite abrir una brecha, una distancia que posibilita la desintrincación pulsional de la mirada y la voz, el terreno fértil del chisme. Este corte, esta hiancia, es la que abre la creación sublimatoria. En un trabajo anterior (7) hice referencia a la labor creativa de Manuel Puig, que logró utilizar su estructura y su eficacia para el trabajo creativo de su escritos. Puig supo partir desde una moción claramente pulsional como la voz, para transformarla en motor y sostén de su narrativa. El mismo cuenta que ante las dificultades en dar con el tono adecuado al relato en una novela con que intentaba describir las andanzas de un personaje donjuanesco de su pueblo natal, se encontró en una franca inhibición. Inesperadamente para él, el conflicto se resuelve cuando encuentra en su memoria una voz que le llega desde su infancia, es la voz de una tía, una voz de mujer. Empieza a registrar y a dar forma literaria a esa voz y así avanza en el texto. “La traición de Rita Hayworth” se había puesto en marcha. (8)
Hay en su obra un interés explícito en reconstruir, literariamente, ese objeto voz. La voz de esa tía le permite recuperar y fijar ese vínculo de particular intensidad que tiene con su infancia, su entorno y la sexualidad. La voz se transforma en un objeto a ser narrado, siendo un polo simultáneo de atracción y de rechazo. La infancia que recupera es un universo de pasiones, de intereses mezquinos y hasta miserables. La voz le permite recuperar, ya en el plano de la ficción ese pasado, al mismo tiempo que lo transforma en otra cosa, en algo más allá de lo vivido. En ese interjuego constante de pérdidas y de ganancias se gesta Puig como escritor, gesta su obra y se va configurando la voz como objeto orientador de su producción.
Un objeto que se ubica como causa de esa producción. Ser fiel en reproducirla más que el valor testimonial o referencial de la misma, le permite recuperar las remembranzas a medias oídas y a medias imaginadas, excitantes y dolorosas de su infancia. La voz se revela como el objeto de un goce secreto y oculto, a la que se aferra al escribir al mismo tiempo que la transforma en otra cosa.
Doble presencia del cuerpo en la letra: la del goce del chisme que queda atrapado en los efectos del decir pulsional, y la huella recreada de esa voz que lo marcó, dejando una impronta sobre la que es necesario operar y producir algo diferente, algo que implique la presencia de un otro interlocutor, de un lector. Una producción que es necesario incluir en
una trama social. Puig mismo lo sintetiza así “Cuando estoy escribiendo tengo que creer en la voz que me está contando la historia. Esa voz debe ser la de un ser vivo autónomo, que no dependa de mi fantasía ni de mi capricho. Tiene que ser alguien que me habla y yo le crea. El arte de narrar es cosa simple: no hace falta más que creer en una voz, no en su verdad, en la realidad de lo que dice, sino en ella misma (9).
Hay otros escritores que han tomado del chisme elementos valiosos para la producción de su obra. Voy a referirme muy sintéticamente a dos a partir de un valioso trabajo que hizo sobre el tema Edgardo Cozarinsky (10). Los escritores son Marcel Proust y Henry James.
En el primero el rescate del valor del chisme está dado por su función de corte, de perforación de la realidad consensual y cotidiana que al modo de una superficie oculta su carácter ficcional porque se la ha naturalizado. Realidad que pierde valor de goce, e interés, a la vez que vela y oculta los resortes de su funcionalidad. Oculta la verdad de su establecimiento y los resortes de su poder. El chisme es lo que le permite al novelista “revelar vínculos insospechados, recortar los fragmentos que su intervención ha producido en figuras inéditas , elocuentes, veraces; el chisme procedería como las ciencias positivas en su combate por dominar los datos y poseer una verdad”...” en esa cosa universalmente difamada..el chisme...impide que el ánimo se adormezca sobre la visión falsa que tiene de lo que se cree que son las cosas y que sólo son su apariencia. Con la destreza de un filósofo idealista da vuelta esa apariencia y nos presenta rápidamente un ángulo insospechado del revés de la trama” ....”el chisme permite romper el hábito que realizan sobre nosotros, acumulando encima de nuestras impresiones verdaderas, para ocultárnosla por completo, las nomenclaturas, los fines prácticos que llamamos falsamente la vida” (11).
Proust enfatiza la función de corte con aquello que enarbolándose como criterio de realidad
oculta una verdad e impide advertir la presencia de aquello que el chisme aporta, la dimensión de goce presente en todo vínculo social y discursivo. Lo paradojal de la advertencia proustiana es vincularlo al tema de la verdad, no a lo referencial como ya lo advirtió Puig, sino las verdades que portan los seres parlantes.
Henry James, que es otro admirador del papel jugado por el chisme rescata dos cuestiones.
La primera es que el chisme le permite también producir un recorte pero distinto al de Proust, aquel con que sitúa, en sus palabras, “el germen”, “las semillas” “los hallazgos” que van a requerir luego los desarrollos, las extensiones y las complicaciones que harán el cuerpo mismo de la trama narrada. El chisme permite rescatar, lo que entiendo que es para James, el corazón mismo que motoriza el relato, el motor del interés y donde suponemos que anida un goce oculto. Un comentario fugaz, una frase dicha como al pasar en una reunión o en una cena, da pie para todo un entramado ficcional generalmente complejo.
La otra cuestión es que el chisme permite el despliegue de una gran diversidad de puntos de vistas respecto a una misma historia o un mismo acontecimiento. James nos dice que toda verdad es una verdad a medias, es una verdad que el discurso vela y revela a la vez. En esto coinciden ambos, James y Proust, porque esa es precisamente la verdad que el chisme pone al descubierto, más allá o atravesando el telón de una apariencia de verdad que brinda un fantasma congelado que se arroga el derecho de instituirse como “la realidad”.
En ambos se advierte la compleja elaboración, el trabajo creativo, sublimatorio que implica el pasaje del chisme como hecho social y como forma de goce individual y social, a la obra
escrita. Obra que necesita recuperar en otro plano, para el autor y para el lector, el necesario
goce que, en tanto perdido, la obra requiere para ser producida.
Sólo así la obra de arte cumple su función, logrando que ésta sea “como en los sueños una
satisfacción imaginaria de deseos inconscientes , fabricados para interesar y cautivar; para que el placer circule, como una impalpable moneda, entre las fantasmales figuras del “destinador” y el “destinatario”. ¿Y qué es el chisme sin la circunstancia más modesta en que el relato cumple esa misión?. (12).
Referencias bibliográficas.
1) Jean Allouch. “La letra que sufre demora” , pag. 225, en “Letra por Letra”. Ed. EDELP.
Buenos Aires l993.
2) Jaques Lacan; “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. pag. 73.
Escritos I ,Siglo XXI, México D.F. 1976.
3) Hugo Beccacece: “El chismoso más grande del mundo”. Rev. “La Nación”. 5.3.89.
Buenos Aires Argentina.
“Arte y suicidio: el chisme en Proust y Truman Capote”. Suplemeto literario de “La Nación”,
6.8.90. Buenos Aires Argentina.
4) Jaques Lacan: Seminario XX. “Aún”. pag. 4. Ed. Paidós, Barcelona, España, 1975.
5) Cristina Marrone y Pablo Kovalovsky : “Lo cómico en el final del análisis”. pag. 100. Cuadernos Sigmund Freud No.12. Escuela Freudiana de Buenos Aires. Buenos Aires
Argentina, l988.
6) Jaques Lacan: op.cit. en 4), pag 65.
7) Sergio C. Staude “El rastro del cuerpo en la letra: chisme y escrito”.
Publicación interna de Escuela Freudiana de Buenos Aires. Argentina, Octubre 1993.
8) Alberto Giordano: La experiencia narrativa”. pag. 62. Beatriz Viterbo Ed., Rosario, Pcia de
Santa Fe 1982.
9) Alberto Giordano. op.cit. 8), pag. 94
10) Edgardo Cozarinsky: “Sobre algo indefendible”. Suplemento literario de “La Nación”. 17 y 24/2/74. Buenos Aires, Argentina
11) Edgardo Cozarinsky, op.cit. en 10).
12) Edgardo Cozarinsky, op.cit. en 10).
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