Por Lic. Lucas Vazquez Topssian
El presente trabajo trata acerca de una observación efectuada en una presentación clínica tan común, que seguramente sea motivo de nuestro interés. Tal es su frecuencia, que fue observada en 3 casos durante el primer año de posgrado en clínica de adultos en la Institución Fernando Ulloa, a los que se agregan otros 2 de la clínica privada.
Se trata de mujeres que consultan por ciertas conductas de sus hijos o hijas adolescentes, que podríamos calificar como graves: robos a mano armada, hurtos, adicciones y autolesiones. En cuanto a estas mujeres, tienen ciertas características en común: son adultas jóvenes, que se esfuerzan y trabajan duramente para mantener su hogar y su familia; se describen como muy protectoras y dedicadas a sus hijos, con quienes no han tenido problemas sino hasta llegar la adolescencia. En las sesiones preliminares, poco hablan de ellas mismas y si lo hacen, lo hacen desde el lugar de madre. Sus hijos las soprenden y ellas consultan angustiadas, enojadas y preocupadas ante estas llamativas conductas que irrumpen allí, donde antes todo funcionaba bien.
En todos los relatos, los padres de los hijos están ausentes como figura o no tienen demasiada participación. Ellas tampoco reclaman su presencia y en todos los casos no cuentan con ningún tipo de ayuda por parte de los padres, ni siquiera económica. Algunas han logrado formar una nueva relación, pero esta se encuentra en segundo lugar ante la emergencia de sus hijos.
Un detalle importante es que no se trata de la entrevista a padres que antecede a la consulta del propio niño o adolescente en la clínica con niños, así que en ningún caso estuvo la posibilidad de hacer hablar al adolescente, que es el motivo de consulta manifiesto de estas madres. El tiempo tampoco fue un recurso que esté a favor de esta presentación. Los cortes en el cuerpo pueden tener graves consecuencias a la salud, al igual que el consumo de sustancias. Los robos, asaltos y el uso de armas, en el mejor de los casos, pueden tener consecuencias judiciales.
Mi experiencia con estas presentaciones da lugar a la siguiente observación: a poco de comenzar los tratamientos estas pacientes, los hijos cesaron con estas conductas peligrosas, pero no sin que ellas mismas constituyeran su síntoma. Tomaré uno de estos casos como ejemplo, para formular las siguientes preguntas:
¿Qué intervenciones son posibles desde el psicoanálisis ante esta presentación?
¿Cómo pensar estas presentaciones?
Adriana consulta porque que su hijo menor hijo le roba a ella y a otros miembros de la familia, con quienes comparten un terreno. “Roba dentro de la casa, no afuera. En mi casa tengo que estar atenta a dónde dejo la cartera para que no meta la mano”. “Me da vergüenza que le robe a mis padres”. “Tengo miedo que empiece a robar afuera”. Relata que este hijo hurtó dinero de una caja en el trabajo que tenía, motivo por el cual lo despidieron. “Mi hijo mayor también nos robaba en un momento; ahora es policía, trabaja y ya no lo hace”. “Pensé en poner cámaras en mi casa, pero me parece exagerado”. Adriana consulta para ver qué puede hacer.
Al pensar la relación entre la madre y el hijo, difícilmente se pueda obviar aquella famosa frase sobre la madre estrago/cocodrilo, en relación al deseo de la madre. Dijo Lacan: “El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre" Nos referimos a la madre que aloja, como un cocodrilo en sus fauces, hace sentir al hijo apetecible y especial, pero con el don de amor de no cerrar la boca. Que falle el don de amor, del lado de la madre, sería que siendo una estructura neurótica, apriete mucho las fauces.
Es importante partir de que el objeto del psicoanálisis no es la madre, el padre, ni el hijo adolescente, sino sujeto. El sujeto del psicoanálisis está apartado de las aspiraciones de la consciencia; es sujeto de la estructura R-S-I., sujeto que aparece en el intervalo de los significantes y sujeto como respuesta al Otro, entre otras formalizaciones que encontramos a lo largo de la obra de Freud y Lacan.
En esta presentación, como en otras, resulta útil la distinción entre enunciación y enunciado. La "enunciación" no se trata de aquello que se dice —plano del enunciado—, sino la posición en la que queda ubicado el sujeto después de emitir su palabra. En estas presentaciones, más o menos insistentemente, “La madre de…” demanda una solución o pide un consejo. A diferencia de otras terapias, en el tratamiento psicoanalítico de las neurosis, cualquier posición en la que venga el sujeto, el analista tratará de histerizar el discurso. Esto quiere decir colocarla en posición de que el sujeto no sólo demande una solución a algo que lo hace sufrir, lo cual es normal, sino que además se ponga a asociar o producir saber.
Los pacientes llegan con la parte superior del matema, es decir, un sujeto que le pide a un amo (S1), un significante que le solucione el problema, una explicación. En entrevistas preliminares es armar la parte de abajo del matema: el discurso histérico produce un saber (S2) sobre el sufrimiento del sujeto, el objeto de goce (a) de ese sujeto.
En las primeras entrevistas con Adriana, primaba la queja. Ella trabaja largas horas para llegar a su casa y cocinar, lavar la ropa, planchar, baldear el patio. Deja de comprarse sus propias zapatillas para comprarle varios pares botines a los hijos, que lustra y ordena con esmero. Limpia los pisos, lava la ropa, plancha, cocina. Se queja: “Estoy cansada, nadie me ayuda. Ni tengo tiempo para dormir una siesta. Encima que hago todo, me tengo que estar cuidando que mi hijo menor no me saque plata”. En su relato el hijo aparece colmado y no tiene nada que demandar. “No le falta nada, en casa tiene todo”
Y si no le falta nada, ¿Para qué seguís trabajando tanto? - intervengo.
Adriana cuenta acerca de su niñez con carencias, situación que no quería para sus propios hijos. Esto remite a su propia historia, donde aparte de estas carencias, Adriana cuenta que su padre era violento y la golpeaba repetidas veces. Para escapar de su familia, ella vino a Buenos Aires y comenzó a trabajar hasta tener su casa. Cuenta una situación de abuso por parte de uno de sus tíos, cuando ella tenía 12: “Me metió los dedos de repente. Yo no entendía lo que él me hacía, de repente sentí dolor”. También relata que la poca diferencia de edad entre sus hijos se debe a que ella fue forzada a mantener relaciones sexuales por su ex-pareja, durante el puerperio tras haber tenido al primero de sus hijos, quien se le tiró encima mientras ella miraba la televisión.
En el curso de las sesiones, Adriana decide dejar de atender tanto la casa -y a sus hijos- y comienza una actividad: se va a tomar clases de zumba con una amiga en un gimnasio. Cuenta que la pasa muy bien, pero que aunque ella se va a bailar al fondo, le llama la atención lo bien que el profesor la trata y que él la acompañe a la parada del colectivo, hasta que se suba, para que no esté sola esperando de noche. Adriana se ataja “Igual yo no quiero saber nada con los hombres”.
Ah, con los hombres ¿Y con ese hombre? - le pregunto.
El tema de las sesiones empieza a girar alrededor del profesor de zumba: “Me pone ansiosa, pero no sé de dónde viene esa ansiedad. Me siento una pelotuda”. "A veces veo hombres lindos, pero me da miedo que me quieran coger". Habla de los fracasos sexuales con su ex marido. “Yo tenía sexo con él porque se ponía pesado, sentía que tenía que cumplir con él pese a que yo no gozaba". "Si me invita a salir, voy a ir". “Mi amiga me lo quiere robar”.
En ''Dos notas... ", leemos que el niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. También dice que el síntoma puede representar la verdad de la pareja familiar. La hipótesis que planteaba, en estos términos, era que estos adolescentes estaban respondiendo a algo sintomático de sus padres. En la respuesta del sujeto ante lo que el Otro le propone, encontramos el intervalo (que no está cuando el niño realiza la presencia del objeto en el fantasma materno). En estos casos de respuesta subjetiva, dice Lacan que es "más complejo pero también el más abierto a nuestras intervenciones”.
¿Cómo pensar estas presentaciones? Por la vía del acting-out. En el S. X , leemos que el acting out, va a ser considerado toda acción en la que un sujeto, impedido de manifestarse como deseante, apele a poner el objeto causa de su deseo en la escena y mostrarlo como tentativa de reconocimiento. Muchas veces el acting posee gran dramatismo, pensemos en la carta que Dora le deja al padre anunciando su suicidio o lo que para esa época significaban los paseos de la Joven homosexual con la Cocot. Este último caso nos permite visualizar el riesgo de que el acting out evolucione en un pasaje al acto (cuando se tira a las vías del tren ante la mirada del padre). De todas maneras, tanto el acting out, como el pasaje al acto, aparecen como posibles salidas a la angustia.
¿Qué intervenciones son posibles desde el psicoanálisis ante esta presentación? Ofreciendo la dimensión de la falta. ¿En qué momento estos adolescentes cesan con sus acciones? Pareciera que en el instante en el cual las madres muestran una falta que hace diferencia con la consistencia del Otro primordial. ¡Y qué mejor que el síntoma de la propia madre! El síntoma es un producto de la castración simbólica en cuanto que, como "formación de compromiso" (por utilizar una definición clásica de Freud) implica una paradoja: el síntoma señala aquella parte del goce que es prohibido como tal por la Ley edípica. Por otro, el síntoma indica la modalidad de realización inconsciente de la satisfacción pulsional.
En este sentido, uno puede tomar la queja de estas madres, en primera instancia, para saber cuáles son sus otros, qué piensan de ella, qué dice de estos otros y qué es lo que se repite. Y en un segundo tiempo, de separación, intentar ver qué clase objeto es ella en eso que se queja. Damos lugar, así, a que aparezca el fantasma y el síntoma.
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