La gran cantidad de servicios de psicopatología que los psicoanalistas sostienen a través de su práctica profesional en los Hospitales Generales, Centros de Salud, Salas Comunales y similares, a pesar de políticas sumamente adversas, contesta de hecho una pregunta que aún hoy se formula: ¿es posible el ejercicio del psicoanálisis en una Institución? .
Es altamente destacable el grado de respuesta que despierta la oferta psicoanalítica en el ámbito institucional, reflejada en una concurrencia de pacientes tan numerosa, que hace necesaria la implementación de largas listas de espera. Por constituir esto último un hecho corriente, elevaremos a la categoría de prejuicio el enunciado que ubica al psicoanálisis como una sofisticación que como tal está destinada a unos pocos, prejuicio que el poder político de turno, usa tendenciosamente.
Este es un argumento que se esgrime, así lo creemos, con la finalidad de justificar la disminución creciente de los servicios de psicopatología, y también por qué no decirlo, resulta funcional al pedido que a los psicoanalistas se les formula: que ejerzan como psicoanalistas en el ámbito privado, pero que implementen otro tipo de tratamiento en las instituciones. Decimos que esto es imposible. Porque un psicoanalista ejerce su práctica desde un saber que anida en la teoría pero que fundamentalmente remite a su propio análisis (pilar de la formación). Es por esto que hablamos de un “saber hacer” que no es extrínseco al psicoanalista, no es posible regularlo a voluntad, como sería ponerlo entre paréntesis en algún lugar y darle curso en otro. Si ese “saber hacer” está en función, no será una cuestión geográfica, (el ámbito en donde se despliega) aquel que formalice su límite.
Y esto es muy importante, por que de ninguna manera se trata, tal como Freud lo hace saber, de no ubicar los límites del psicoanálisis (esta postura también acarrea efectos nefastos) sino de ubicarlos desde las dos perspectivas en que estos últimos operan.
Una perspectiva es de orden estructural y es la que refiere a la imposibilidad de analizar todo (también, de educar todo, o de gobernar todo), en tanto siempre quedará un resto que no se deja atrapar. En este sentido Freud es coherente con la manera que define la cura: aquel proceso que dirige al sujeto de su “miseria neurótica al infortunio corriente”, a lo real de la vida, o lo que es lo mismo, aquello que de la vida resulta imposible de reducir.
La otra perspectiva desde la cual podemos hablar de límite es la que hace referencia al análisis del analista, en tanto serán sus complejos no analizados los que oficiarán de puntos ciegos en la percepción analítica.
Freud mismo pudo pensar, ya en el año 1910, la extensión del psicoanálisis a otros terrenos que el de la práctica privada, bajo la cual fuera concebido, precisamente porque los límites no los ubicó en la geografía. Citemos un párrafo de Nuevos Caminos de la Terapia Psicoanalítica:
“Ahora supongamos que una organización cualquiera nos permitiese multiplicar nuestro número hasta el punto de poder tratar grandes masas de hombres, mientras que por otro lado puede preverse que alguna vez la conciencia moral de la sociedad despertará y le recordará que el pobre no tiene menos derecho a la terapia anímica que los que se le acuerdan en materia de cirugía básica.
Se crearán entonces sanatorios o lugares de consulta a los que se le asignarán médicos de formación psicoanalítica, quienes aplicando el análisis volverán más capaces de resistencia y productivos a hombres que de otro modo se entregarían a la bebida, a mujeres que corren el peligro de caer quebrantadas bajo la carga de las privaciones, a niños a quienes solo les aguarda la opción entre el embrutecimiento o la neurosis. Estos tratamientos serán gratuitos. Puede pasar mucho tiempo para que el Estado sienta como obligatorios estos deberes, con lo cual es posible que sea la beneficencia privada la que inicie tales institutos; de todos modos, alguna vez ocurrirá.
Cuando suceda se nos planteará la tarea de adecuar nuestra técnica a las nuevas condiciones. Es muy probable que en la aplicación de nuestra terapia nos veamos precisados de aliar el oro puro del análisis con el cobre de la sugestión directa. Pero cualquiera que sea la forma futura de esta psicoterapia para el pueblo, y no importa qué elementos la constituyan finalmente, no cabe ninguna duda de que sus ingredientes más eficaces e importantes seguirán siendo los que ella tome del psicoanálisis riguroso. Ajeno a todo partidismo.”
Como se verá, este párrafo conlleva un valor predictivo, pero fundamentalmente nos dice de una toma de posición que concierne a una ética: no se hace distingo del que sufre en función de su condición socio- económica. Entonces, y a pesar de las variantes del dispositivo institucional con respecto al clásico del ámbito privado, el psicoanalista deberá tender a dar oro y no cobre. Realizar su práctica en el ámbito institucional de ninguna manera lo habilitará a degradarla.
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Sabemos efectivamente que hay dos variables del dispositivo psicoanalítico clásico que en una Institución sufren alteraciones considerables. Son las que atañen al tema del tiempo y del dinero.
A diferencia de los tratamientos privados, los tratamientos institucionales tienen un límite en lo que al tiempo respecta 1 . Este es el real de toda institución. Si los plazos no existieran, no habría circulación de pacientes (mientras que la duración de un “tratamiento psicoanalítico estándar” no se puede anticipar de antemano aunque, sepamos que por la espesura de la trama neurótica, de consumarse a fondo, implicará necesariamente tiempos largos). No nos olvidemos que el análisis produce cambios sobre la economía libidinal de un paciente.
En lo que refiere al dinero, más allá que cómo esté instrumentado el tema en cada institución en particular, (gratuidad, bono cooperadora, bono contribución) el paciente no le paga al analista.
Surge la legítima interrogación acerca de cuál sería el abordaje bajo estas circunstancias.
Nuestra experiencia nos hace arribar que es el procedimiento analítico el que mejor sabe convertir los obstáculos –si de esta manera se presentaran en la escena transferencial- en motores de la investigación subjetiva.
El sufrimiento de quien consulta, más allá de donde nos consulte halla siempre su razón de ser en fijaciones libidinales que por estar reprimidas son inmemoriales y por esquivar la castración son incestuosas. Resultará muy probable, entonces, que si el consultante es un sujeto cuya configuración pulsional reviste un corte predominantemente anal, intente pagar un monto menor de lo que “objetivamente” puede, en tanto el dinero es un equivalente simbólico de las heces, tal como Freud nos lo enseñara.
El analista sostenido desde su función –deseo de analista- que tanto difiere con el de su persona, sólo por eso es abstinente, está en condiciones de leer la trama cifrada de esta otra realidad: la realidad psíquica.
Muchos años de experiencia en el ejercicio del psicoanálisis clínico en las instituciones, asimismo la de tantos colegas, me ha permitido corroborar que los tiempos de inicio de un tratamiento fundan al psicoanálisis vez por vez. Mi hipótesis, que luego trataré de explicitar, es que si esto finalmente acontece es porque el psicoanalista con su práctica sostiene lo verdaderamente propio de cualquier tiempo fundacional: instalar futuro por no eludir presente.
“Tratamiento Institucional” suele ser el nombre que reciben los inicios, si se desarrollan en un marco Institucional.
Desplegaremos ahora ¿de qué posición hablamos, la del analista, en los inicios
de un tratamiento, si de fundar el psicoanálisis se trata?
Para trabajar este concepto me ha servido de mucho releer a Freud en textos tales como la Iniciación al Tratamiento y la lección número XXVII de Introducción al psicoanálisis: La Transferencia. Tomaré tres párrafos, con el fin de interrogarlos.
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a) “El ensayo previo (lo que hoy con Lacan llamamos entrevistas) ya es el comienzo del psicoanálisis y tiene también una motivación diagnóstica”.
b) “Hay que aclarar que la transferencia como fenómeno surge en el paciente desde el comienzo”.
c) “La primera meta del tratamiento es allegarlo al paciente a la persona del médico, para eso hace falta darle tiempo”.
Comencemos con la interrogación propuesta:
¿Desde dónde poder pensar genuinamente una afirmación fuerte como “en el comienzo está el psicoanálisis”?
Freud decía que es sólo desde la experiencia que proporciona el análisis personal (esa que situábamos como pilar de la formación) que se extrae la convicción de la existencia del inconsciente. El analista sabe desde ahí que somos sujetos divididos entre un saber que conocemos - y en este sentido es vivido como autónomo - y una verdad que ignoramos y que a la vez nos determina, esa que apunta al carozo de nuestro ser.
Si hay un analista, opera desde esta convicción (más allá de los tiempos de formación en que se encuentre). Y es por este motivo que su escucha será desde el comienzo analítica - si por tal entendemos aquella que se opone a la síntesis – y por lo tanto le permitirá atender a hiancias, a las puntuaciones discontinuas de un discurso, es decir, a aquello que apunta a lo que queda en los intersticios del decir.
Sigamos con el segundo párrafo haciéndonos la pregunta que le compete: ¿Desde dónde se puede pensar la pertinencia de la frase “hay que aclarar que la transferencia como fenómeno surge en el paciente desde el comienzo”?
En el texto Dinámica de la transferencia Freud expresa:
“No corresponde anotar a la cuenta del psicoanálisis aquellos caracteres de la transferencia sino atribuírselos a la neurosis. No es correcto que durante el psicoanálisis la transferencia se presente más intensa y desenfrenada que fuera de él. En institutos en donde los enfermos nerviosos no son tratados analíticamente se observan las máximas intensidades y las formas más indignas de una transferencia que llega hasta el sometimiento”.
De lo expuesto en este párrafo deducimos que la transferencia halla su razón de ser en la estructura. Entonces podemos preguntarnos ¿a qué se debe?.
Cuando hablamos de estructura neurótica, partimos del supuesto de que en tiempos instituyentes la ecuación “niño = pene” sostenida desde la premisa universal del falo (premisa del lenguaje, porque en lo real a la mujer no le falta nada) es una ecuación lograda, por cuanto en este tiempo que es constitutivo, el niño se identifica (identificación imaginaria) como siendo el falo que a la madre le falta, se transfiere como objeto, taponando la falta en la madre. Es un tiempo necesario porque para dejar de serlo primero hay que haberlo sido.
Es por esta razón que el neurótico, como ya nos lo advierte Freud, pone a jugar en la vida su capacidad de transferencia; esta le es estructural y le oficia de marco para todas las relaciones que establece.
Este es el motivo por el cual un analista debe estar advertido de que, por conformar un hecho de estructura, lo que diga y especialmente cómo lo diga, entra a formar parte del terreno transferencial... desde el comienzo (puede ser ya desde el llamado telefónico).
Entonces, si de entrada hay un sujeto que posee estructuralmente esta capacidad de transferencia y un analista que lo escucha en posición de tal, también desde el comienzo, nos podemos preguntar qué maniobra le cabe al analista para propiciar el armado de la escena analítica.
Siguiendo a Freud, en este texto dirá: “Ligarlo a la persona del médico”. En otro párrafo dice, “a la autoridad del médico” y agrega, escuchémoslo: “Para eso hace falta darle tiempo”.
Sin esta ligazón progresiva que un analista intentará promover y que tenderá a vincularse con el prestigio y el respeto (soportes del concepto de autoridad), NO termina de armarse la condición necesaria (libidinal) para la apuesta analítica.
No sin la ligazón, no sin el tiempo para que se produzca..
Al respecto, en otro párrafo del mismo texto dice:
“Se debe condenar el procedimiento que querría comunicar al paciente las traducciones de sus síntomas tan pronto las coligió, o más aún, que vería un triunfo particular arrojarle a la cara esas “soluciones” en las primeras entrevistas. A un analista ejercitado NO le resultará difícil escuchar nítidamente audibles los deseos retenidos de un enfermo ya sea en sus quejas y/o en su informe sobre la enfermedad, pero qué grado de irreflexión hace falta para revelarle a un extraño no familiarizado con ninguna de las premisas analíticas, y con quien apenas se ha mantenido trato, que él siente un apego incestuoso con la madre, abriga deseos de muerte contra su esposa a quien supuestamente ama, etc. Según me he enterado hay analistas que se ufanan de tales diagnósticos instantáneos y tratamientos a la carrera, pero yo advierto a todos que no deben seguir esos ejemplos.
De esa manera uno se atraerá un total descrédito sobre sí mismo y sobre su causa, y provocará las contradicciones más violentas: y esto, haya o no acertado, en verdad la resistencia será tanto mayor mientras mejor acertó. Por lo general el efecto será nulo y definitiva la intimidación ante el análisis”.
Estamos en condiciones de preguntarnos por qué produce estos efectos desvastadores intervenir de esta manera, sin esperar la ligazón a lo que el autor llama aquí “La autoridad del médico”. .
Vayamos a la conferencia Sobre la transferencia, no sin antes resaltar el grado de agudeza del concepto que a continuación comentaremos, al que además propongo como pieza clave de nuestro quehacer. Dice así:
“Lo que decide el resultado de cualquier intervención no es la penetración intelectual sino la relación con el médico, porque en la medida en que su transferencia es de signo positivo reviste al médico de autoridad y presta creencia a sus comunicaciones y concepciones, sin esta transferencia o si ella es negativa, ni siquiera presta oídos al médico o a sus argumentos.
La creencia repite entonces su propia historia: es un retoño del amor y al comienzo no necesitó de argumentos. Sólo mas tarde admitió examinarlos siempre que les fueran presentados por una persona amada.
Argumentos sin semejante apoyo nunca valieron y en la mayoría de los hombres nunca valen”.
Para que la transferencia, desde la perspectiva analítica encuentre oportunidad de instalarse, se necesita –así lo advertimos- tanto del discurrir del tiempo cronológico como de la investidura de un amor sublimado sobre el psicoanalista.
De desarrollarse el tratamiento en una Institución, se nos hará posible situar la instancia recién mencionada en el tiempo aquel en donde el paciente realice el pasaje del punto de partida (el nombre del establecimiento al que concurre) al nombre singular del analista que lo atiende.
Retomando la pregunta que arriba nos formularamos: ¿de que posición hablamos, la del analista, en los inicios de un tratamiento, si de fundarlo se trata?
Diremos que estamos en condiciones de afirmar que no importa dónde lo encuentre el psicoanálisis al analista si la propuesta es fundarlo, interesa cómo lo encuentre.
Para concluir, agregaremos que si se dispone y procura desde su posición no desmentirlo, estimará los inicios de un tratamiento como un tiempo preciado, por significar una ocasión que marque un antes y un después para quien nos consulta.
Nadie sale igual, en el sentido estricto del término, si hizo la experiencia de haber sido alojado en su condición de sujeto. Si finalmente esto es lo que ocurre, es porque no se ha escamoteado presencia –que será de analista- se ha dispensado a su vez genuino interés por la problemática –que será abstinente- y se ha otorgado buen trato, unos de los principales nombres que recibe la consideración del otro como alteridad.
En una institución se agrega un hecho mayúsculo como es que un paciente pase de ser alguien, identificado con un número de historia clínica, a ser un sujeto con nombre y apellido propio, para quien a partir de allí, será su analista.
Instituir las coordenadas de la dignidad humana, desde los inicios, es función del analista, vía su presencia. Un primer acto analítico, en tanto agujerea la mortificación que el sufrimiento psíquico inflige al sujeto. Herramienta potente del psicoanálisis, desde donde el psicoanalista talla futuro porque puede usarla en cada tiempo presente.
Fuente: Miriam Mazover, Fundadora y Directora académica de la Institución Fernando Ulloa
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