jueves, 29 de abril de 2021

Amenazas de abandono y expulsión del hogar en niños

(Bowlby, 1980)

Las amenazas de los padres en el sentido de que no querrán más al niño si no se porta bien, como causantes de ansiedad, en Inhibición, síntoma y angustia (1926), Freud analiza su importancia. Evidentemente ejerce efectos mucho más profundos la amenaza de abandonar al niño realmente. En los informes clínicos rara vez se hace referencia a esas amenazas, y en la bibliografía especializada son muy contadas las sugerencias de que desempeñarían un rol significativo o clave. Tampoco parecen haber sido objeto de estudios y análisis sistemáticos. La razón de ese descuido reside, casi con certeza, en el hecho de que los padres no están muy dispuestos a hablar de ellas.
De gran importancia, es la amenaza realizada en momentos de enojo y cediendo a la impulsividad, que hace uno de los padres en el sentido de abandonar a la familia, llevado por su desesperación, e incluso de cometer suicidio. Por último debe tenerse en cuenta la ansiedad que se despierta en el niño cuando éste oye discutir a sus padres y (lo cual no deja de ser natural) teme que uno u otro lleguen a abandonar el hogar.

Hay pruebas de que las amenazas de este tipo, sean accidentales o deliberadas, con fines punitivos, distan de ser infrecuentes, y casi siempre ejercen efectos sumamente perjudiciales al llenar de temor al pequeño.
En su estudio de 700 niños y padres en Nottingham, Newson y Newson (1968) informan que no menos del 27 % de todos los padres entrevistados admitieron haber proferido amenazas de abandono como medida disciplinaria. La frecuencia era menor en las clases sociales I y II (profesionales y directivos) , en las cuales llegó al 10 %. Entre los padres de las restantes clases sociales llegaban al 30 %. Los Newson se mostraron particularmente sorprendidos al advertir que los empleados de oficina o de negocios profirieron esas amenazas con tanta frecuencia (34 %) como los trabajadores manuales especializados.
Sea como fuere, los niños de la muestra sólo contaban cuatro años, y para un pequeño de esa edad es muy difícil no tomar en serio dichas amenazas. Algunos padres, no obstante, empeñados en dar una lección a sus hijos, profieren amenazas con grandes gestos teatrales, tal como se desprende de los siguientes ejemplos registrados por los Newson.
En respuesta a preguntas sobre los métodos disciplinarios aplicados a su hijo de cuatro años, la esposa de un minero negó al principio efectuar ese tipo de amenazas, pero luego se corrigió:
No ... oh, digo alguna que otra mentira, como ocurrió una vez... y se mostró tan trastornada que no lo volví a hacer nunca más. (¿Qué le dijo?) Bueno, estábamos discutiendo, y me dijo: “¡Tú no vives aquí! ¡Vete!” y respondí: “¡Oh, muy bien, ya me voy! ¿Dónde está mi abrigo? ¡Me marcho!” Me puse el abrigo y me fui. Sólo alcancé a salir por la puerta cuando la oí llorar amargamente. Apenas volví, me tomó de la pierna y no me dejaba mover. Nunca repetiré eso.
La esposa de otro minero también tenía resquemores de utilizar esos métodos con su hijo de cuatro años:
Le dije que si se portaba mal me enfermaría y me marcharía, y entonces no tendría ninguna mamita para cuidarlo, y tendría que vivir con alguna otra persona; sé que está mal decir eso, pero lo hice. El papá le dice: “¡Prepara las valijas... saca esas valijas, y pon sus juguetes, que se va!” Y una vez incluso puso alguno de sus juguetes y ropa en la valija, y el nene casi se vuelve loco... yo me sentí mal, pero no quise entrometerme, sabe.
Sears, Maccoby y Levin (1957) descubrieron que la extrema renuencia de las madres a admitir que utilizaban amenazas (por ejemplo, de retirarle su amor o abandonar al hijo) para atemorizar al niño determinó que en la mitad de los casos se obtuvieran datos inexactos. En la otra mitad, sobre la cual se creyó obtener datos adecuados, dos de cada diez madres reconocieron valerse de esas amenazas, con frecuencia considerable, y tres de cada diez admitieron hacer uso moderado de ellas. En su conjunto, ello representa la mitad de los casos pasibles de evaluación. Los casos de niños que se vuelven “histéricos” o “lloran a mares” cuando las madres los amenazan con expulsarlos de sus hogares (enviándolos, por ejemplo, de regreso al hospital donde nacieron) no difieren en absoluto de los citados por los Newson.
El hecho es que en una muestra representativa de hogares de clase media baja y clase baja de la zona central de Gran Bretaña en la actualidad el 30 % de las madres admiten utilizar ese tipo de amenazas, en tanto que un 12 % amenazan con retirarle al niño su amor si se portan mal (las cifras para Nueva Inglaterra resultan comparables)

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