Resumen
El autor evoca los maltratos físicos familiares así como aquellos imperceptibles y tenaces, y por lo tanto mucho más invalidantes, que toman la forma de la actuación perversa. En esta época, en la que tienen lugar profundos cambios en las familias, se nos plantean nuevas preguntas clínicas. ¿Por qué una persona se puede sentir en deuda con otra al punto de sacrificar su libertad? ¿Cómo reaccionar cuando uno se siente traicionado? ¿Por qué se aceptan humillaciones y sevicias sin decir una palabra? ¿Cuál es el papel de la vergüenza? ¿Quién tiene más miedo del otro, el perverso o su víctima/cómplice? Palabras clave: perversión, terapia de pareja, terapia familiar, violencia sexual.
La actualidad de este tema es indiscutible. La perversión está presente en los abusos sexuales, en los comportamientos sexuales perversos en las parejas, en las violencias psíquicas que arrojan una sombra sobre las familias, alterando profundamente la naturaleza de los vínculos. Pensamos que es necesaria una puesta al día para precisar los mecanismos en juego, diferenciando las modalidades neuróticas de funcionamiento de las no neuróticas, con el objeto de estudiar el origen de las dificultades, principalmente para poner en perspectiva su estructura inconsciente.
Del sinceramiento en las relaciones entre los géneros y las generaciones al temor de la libertad ¿Por qué asistimos a un aumento de los problemas de naturaleza perversa? Incuestionablemente hay numerosos malentendidos en lo que se refiere a las consecuencias de los cambios actuales en las familias. En pocos años hemos asistido a una liberalización de las costumbres y de las actitudes en el sentido de una intimidad más compartida, de decisiones y tareas entre los cónyuges y entre padres e hijos. Pero tenemos la sensación de que esto produce temor: temores por la liberación sexual, la liberación femenina, del niño, por la pérdida de la autoridad parental; dicho de otra manera, temor a ceder el poder o a perderlo. Las ideas de Eric Fromm (1938) y de Jean-Paul Sartre (1943) son muy esclarecedoras para explicar tales paradojas. Se tiene miedo de la libertad porque uno teme quedar solo, sin el sostén y el calor de su familia, y más ampliamente de sus amigos y colegas. Ser libre implica tomar sus decisiones de manera independiente, y tener que asumir las consecuencias: los éxitos o los fracasos, la aprobación o la crítica, la adulación o la vergüenza y el oprobio. Entonces uno se eterniza en la dependencia; se prefiere la sumisión y se acepta sin reaccionar los vejámenes, aun cuando todo esto duela y se deterioren las capacidades creativas personales. La privación de la libertad no es únicamente el efecto de una opresión exterior, que se apoyaría en el consenso, en las opiniones mayoritarias. El sujeto puede consentir, con frecuencia, ser cómplice inconsciente de una red de la cual no discierne ni los mecanismos ni las consecuencias sobre su integridad.
El estudio de los aspectos perversos en los vínculos de familia se ha hecho indispensable, porque estos corren el riesgo de deslizarse fácilmente hacia el ejercicio de la arbitrariedad. Vincularse con otro y apegarse a él implica una forma de dependencia que conduce a excesos. El carácter discreto de la violencia perversa en acción, juega un cierto papel en este deslizamiento. Además las ventajas narcisistas de la relación son alabadas por el agente de la perversión; el otro se sentirá realzado por la situación, aun cuando esta pueda perjudicarlo.
Los descubrimientos sobre los aspectos perversos en la pareja y en la familia deben mucho a los estudios acerca de la perversión-narcisista; sin embargo, el funcionamiento particular de la pareja y de la familia juegan siempre un papel importante; se trata de uno o varios vínculos intersubjetivos organizados en la red de parentesco, con sus leyes, sus lugares y sus funciones propias (Eiguer, A.; 1989, 1997). Un vínculo es más que una relación entre dos personas; estas se influencian mutuamente; construyen fantasmas, defensas comunes. Su dependencia recíproca los conduce a veces a olvidar que son diferentes, que tienen deseos singulares. Cada uno puede vivir al otro como una parte de sí mismo; lo que sería más grave todavía es vivirlo totalmente como uno mismo. La desviación perversa en los vínculos de familia representa una tentativa por anular la diferencia del otro. Se vive el deseo del otro como una insubordinación o el tener pensamiento crítico. Esto es rechazado y envidiado al mismo tiempo.
Tomemos el ejemplo del hombre que golpea a su pareja. En la mayoría de los casos, reacciona con violencia al deseo de separación de esta, al anuncio de su deseo de dejarlo. Antes de esto, la pareja ha podido establecer un vínculo muy simbiótico a fin de evitar que se exprese la originalidad de cada uno, una originalidad que está asociada erróneamente con la ruptura y la pérdida. De este modo, el hombre tiene tanto miedo de ser abandonado como de ser confrontado al hecho de que su esposa piense, de que sepa expresarse con precisión, de que tenga encanto y de que se desprenda de ella un no sé qué de misterioso. Evidentemente, estas cualidades pueden encantar a cualquier otro hombre, también podría darle placer al marido. Pero es lo contrario; lo femenino lo hace ver todo “rojo”; para él es un peligro.
Otros hombres colocados en la misma situación y con temores similares ensayan un método diferente del de la fuerza física; es la fuerza psíquica de la manipulación, de la persuasión y del utilitarismo. Entramos, entonces, en el dominio del vínculo perverso. También las mujeres pueden ubicarse como dominadoras; con frecuencia es un juego alternativo, siendo cada uno a su turno el amo. A su vez, se encuentran mujeres que golpean a sus esposos o que los manipulan, o mujeres que reaccionan con defensas perversas frente a esposos que maltratan físicamente.
En el campo de estos horrores, se pueden encontrar todas las variantes y combinaciones posibles; para nosotros, lo que importa es la identificación de los mecanismos subyacentes.
Deuda y obligación
En la familia, podemos buscar la fuente de muchos de estos excesos en la forma en que es vivido el cuidado, el don y la generosidad. Los padres tienen una función esencial en la formación del pequeño ser. Sin su presencia, cuidado, amor, educación y transmisión de un legado inconsciente, este no podría sobrevivir. Ellos brindan mucho de su persona. Naturalmente tienen el derecho de reclamar lo debido. Es lo que sucede habitualmente. Dar suscita un contra don. El niño se siente su deudor. Ha recibido la vida y una formación, les estará reconocido. Pero no podrá compensar jamás todo lo que ha recibido. Entonces, pagará esta deuda dando a sus propios hijos. Es lo que se denomina el “don vertical”.
Pero quedar en deuda hacia sus padres puede desarrollar en el hijo un sentimiento abrumador, que puede conducirlo al autosacrificio. Si los padres no son capaces de renunciar a ciertas exigencias, pueden querer culpabilizar al niño recordándole lo que han hecho por él y pidiéndole indirectamente que se quede con ellos. Conocemos bien este problema. A veces los padres u otros miembros de la familia inducen sentimientos curiosos: el niño puede estar orgulloso de haber tenido padres “súper”, “únicos”, “superiores”, que habrían transmitido cualidades distinguidas o la capacidad de conquistar el mundo.
Esto se complica cuando los padres no han sabido o podido transmitir el compromiso de que se renunciará a mantenerlos cerca de sí, y que es posible y benéfico para él encontrar su felicidad al lado de otros que no sean sus allegados, proponiéndole instrumentos para saber de qué manera llevarlo a cabo.
Si este no es el caso, el don será desmesuradamente pesado para el niño, que no podrá o no sabrá honrar su contradon más que “donando” su persona, literalmente privándose de una parte de sí mismo, de realizaciones, de un casamiento satisfactorio, de niños propios a su vez bien desarrollados.
En este caso, están en juego mecanismos perversos. Dar se convierte en un medio de presión tan poderoso como frustrar. Los padres hipergenerosos también pueden ser tan destructores como los padres debilitados; llama la atención que en general estos son más citados en nuestros trabajos científicos.
Yo quiero subrayar que esta realidad clínica es muy frecuente. La he encontrado en las familias migrantes en las que un miembro (adulto o adolescente) presenta los siguientes comportamientos: la adicción, las escarificaciones, la bulimia, los estupefacientes. Encontramos juntos demasiado don y demasiada insuficiencia: la sensualidad tiende a compensar la falta de amor; el ofrecimiento de regalos, la falta de seguridad; las confidencias inoportunas, la falta de interés o de comprensión referida a la intimidad del otro.
La incestualidad, especialmente entre la madre y su hijo varón o mujer, está favorecida por la política del don, la que se hace vivir al niño como excepcional, u ofrecida con grandes esfuerzos: “Puesto que yo me sacrifico, tú debes sacrificarte” (entre los contradones reclamados, se encuentra el don de sí mismo, el sometimiento. Para esto el niño no debe pensar, soñar o tener su propio mundo.
La perversión en el vínculo madre-hijo es la forma más frecuente y la más dramática de perversión femenina. El niño puede ser sobrevalorado, alabado, llevado a la cima; en realidad, está fetichizado, es considerado como una parte de la madre,su cosa y el instrumento de su deseo de autoidealidad (Eiguer,A.; 2005). He tenido la ocasión de emplear el juego de palabras cautivar/capturar.
Rasgos de la perversión moral
El funcionamiento perverso está marcado por una conducta abusiva. “El agente” hace actuar a su víctima sin que esta lo sepa. La complejidad de su actuar indirecto y a distancia me llevan a hablarles de los rasgos de la perversión moral. He podido establecer un determinado número (Eiguer, A.; 1997), por ejemplo:
• Malignidad.
• Ausencia de sentido moral.
• Buen contacto y buena capacidad social.
• Intento de dominio del otro, manipulación.
• Tendencia al secreto y disimulación.
• Regocijo en el ejercicio de la manipulación y especialmente luego de su revelación; esto suscita temor, vergüenza, autodesprecio en el otro.
• Argumentaciones para justificar la actuación.
Los perversos se comportan sirviéndose de una cantidad de medios:
• Posición altanera.
• No reconocimiento, ausencia de gratitud.
• Lenguaje cínico.
• Formulaciones agresivas: recordar los defectos del otro, sus fracasos.
• Todo esto coloreado por un discurso pseudo moral.
Una de las características de la perversión en la familia o en la pareja es la utilización del otro, de sus recursos, de su saber, de sus dones. Los argumentos sirven para justificar las actuaciones. Con frecuencia las víctimas son las primeras en evocarlos como si ellas fuesen las portavoces de un comportamiento que, sin embargo, tiende a aniquilarlas. El perverso puede iniciar a su víctima en la vida profesional (por ejemplo el Pigmalión). Para esto, trata de probar que su “alumno”, el o la pareja, está incompleto. Esto justifica los sacrificios, los renunciamientos y las reprimendas; al mismo tiempo el alumno debe reconocer que le son necesarias. Los maestros más poderosos juegan con la libertad concedida, con los buenos sentimientos.
En el caso de las perversiones, el pensamiento trata de servirse de teorías sobre el beneficio de las sevicias infligidas. El compromiso es mutuo, uno muestra una voluntad dominadora; el otro consiente en ella pensando que sacará provecho.
El testigo
Fuese como fuese, no es que para el perverso el otro es totalmente inexistente; al contrario, le importa que tenga presencia para anularlo. Aun cuando la reciprocidad intersubjetiva se juega entre dos sujetos, habitualmente están implicadas otras personas. En la familia, los que observan la situación experimentan sentimientos que van de la estupefacción al goce, pasando por el temor de convertirse también ellos en víctimas. Todo vínculo tiene interfunción con otros vínculos.
Esta comprobación clínica ha permitido notar que un tercer personaje forma parte del juego: el testigo. Hablando con propiedad, no es el agente de la perversión o la víctima/cómplice, sino un ser diferente. Está presente en la realidad y en el fantasma compartido de los miembros del vínculo. Gérard Bonnet (1983) observa que el exhibicionista actúa hacia una víctima y también en relación con un testigo, policía, gendarme, juez. Lo desafía, lo provoca, le huye escondiéndose y reapareciendo; le “permite” también atraparlo. Un pacto inconsciente parece anudarse entre estos tres personajes, a pesar del sentimiento consciente que la víctima y el representante de la ley pueden tener respecto de esto. Estos últimos son integrados de manera fortuita, ocasional y, por supuesto, reaccionan mostrándose ofuscados y se rebelan frente a su implicación. Ignoran que el paciente ha decidido de este modo.
El testigo es un personaje cuya presencia es vital para el conjunto del desarrollo: horrorizado por lo que ve, recurre a la ley. Apoyándose sobre las desventuras a las que puede conducirlo el respeto de la ley, el perverso no se privará de señalar que es “ridículo” someterse a ella.
Se pueden proponer diferentes ejemplos que ilustran el hecho de que los terceros sufren por los efectos del funcionamiento a distancia de un perverso aislado o de una pareja de perversos. Estas son figuras emparentadas con las del testigo.
Se lo puede presentar de otra manera: la perversión se produce en una red de lazos en la que se encuentran el subgrupo del público, el de los agentes inconscientes, etc. ¿Cuál es el lugar en esta red de la esposa del violador, con frecuencia respetada, admirada, temida por alguien que frente a otras mujeres puede ser un terrible agresor sexual? Este puede vivirla como inalcanzable, como que no se deja “penetrar psíquicamente” por sus proyecciones. ¿Es por estas evitaciones recíprocas que la relación de la pareja termina por volverse insulsa?
En las familias donde reina un padre incestuoso, los otros miembros están implicados en diferentes grados. Actuando por inducción a distancia, el perverso es estimulado por los efectos que puede producir su comportamiento. Su esposa, deprimida, desvalida, parece a veces aceptar en silencio lo que se trama a sus espaldas: ella es como el testigo del incesto. El padre sabe utilizar su carisma sexual junto a su hija para destruirla y humillarla. Sabe poner celosas a las hermanas de la víctima. Se impone un mito familiar, al cual adhieren en mayor o menor medida todos los miembros: el de la superioridad de la sexualidad como emblema de poder y de fuerza; ser utilizado sexualmente no es presentado como un oprobio sino como un privilegio. En el grupo familiar del agresor sexual, se puede evocar la ideología del sacrosanto espíritu de familia. Un caso conocido es el del padre paidófilo o incestuoso, que invoca el respeto de la unidad familiar para exigir la retractación de la hija que lo ha denunciado.
El padre de Patricia había comenzado a tocarla cuando la niña tenía entre 7 y 8 años. “El peleaba con mi madre y venía a contarme, diciendo horrores de ella. Hizo todo para crear una enemistad entre ella y yo. Prácticamente yo ya no tenía a mi madre. Siempre me comporté como si ella no existiese, yo no la conocía, no pude apoyarme en ella. Mi padre quería quedar como “padre único”. Me pregunto si no ha sido esto lo que me hizo peor que las caricias” (Eiguer, A.; 2005).
Las diferentes piezas de este rompecabezas, esta distribución de las funciones no son fortuitas, sino que están articuladas entre ellas. Refuerzan el abuso sexual. El hecho de que sea uno de los miembros de la familia el que lo dirige, no excluye que, desde el punto de vista grupal, el conjunto sea trágicamente coherente. Pensar de esta manera no significa en absoluto atenuar el papel instigador y decisivo del abusador. En cambio, esto permite presuponer que a veces se puede hacer bascular el conjunto hacia una salida cambiando uno de los elementos, lo que sucede espontáneamente cuando la adolescente abusada se enamora de un joven: un tercero la ayuda a captar la gravedad de la situación y a encontrar, llegado el caso, un recurso en el exterior de la familia. Este joven se convierte en un nuevo testigo, un testigo activo.
Es así como los perversos dominadores tienen tendencia a funcionar en red; el síntoma sexual se inscribe en una lógica de “reagrupamiento, de organización de una multitud”. El abuso sexual se duplica con la persuasión. Parece que el punto de vista del grupo se considera más justo que el que está centrado en el individuo, que pone el acento sobre el hecho que la hija abusada o el esposo marginalizado pueden lograr un goce de ello. El abusador no es menos monstruoso porque se apoye sobre una situación colectiva e interfuncional.
De la misma forma en que ciertos perversos tienen una tendencia a reagruparse (grupos sadomasoquistas -SM-, neofetichistas, sectas satánicas) en los grupos perversos naturales, los papeles del agente, de la víctima y del testigo son inducidos por el conjunto de los miembros. Cada uno es contenido en el conjunto conteniendo al otro.
La idea del triunfo sobre la ley y la burla frente al padre está, por lo tanto, confirmada. “Siendo muchos, podemos reafirmar que tenemos razón”. Ya sea que esté ubicado lejos o cerca, el testigo tiene una función significativa en su forma de observar al perverso.
Este puede “pedirle” que funcione como un espejo que le devuelva su imagen, a lo que este no llega, porque le falta la integración de la capacidad de verse a sí mismo como otro (Ricoeur, P.; 1990). En lo esencial, con el testigo mantiene una relación que remite a su vínculo con el padre, hecho de desafío, de provocación del padre y de cuestionamiento del fundamento del apego a la ley, que este representa. Pretende ser el amo del padre (per-versión, juego de palabras en francés padre-versión: contra el padre, busca la inversión de las funciones).
El testigo vive a veces las angustias de la humillación, ya sea del enamorado de la prostituta, del técnico/cónyuge de la mujer que se exhibe en la web. Es un personaje conocido en la literatura; el valet Mosca de Volpone podría ser un testigo (Romains,J. y Zweig, S.; 1923); es el asistente celoso de las maniobras fraudulentas de este último. Pero al estar al tanto de las maniobras de su amo, también aprovecha a su vez para extorsionarlo.
Otro testigo sería Leporello, el valet de Don Juan (Mozart, W.A. /Da Ponte, 1787), una especie de maestro de ceremonias que dirige el conjunto sin parecerlo y sin cometer infracciones: Leporello mantiene al día la lista de las mujeres seducidas, arregla los encuentros de su amo, lo protege de las agresiones. Si el perverso maltrata o aterroriza al testigo, este último, desde su lugar de observador, se brinda a sí mismo un goce secreto y alimenta su autosuficiencia. El perverso trata al testigo de “cobarde” si tiene escrúpulos. Finalmente, Mosca y Leporello salen airosos del asunto una vez que las supercherías son desenmascaradas y reencuentran su libertad confiscada.
A nivel de la transferencia, comprender la función del testigo es esencial (Eiguer, A.; 2007). La noción de vínculo intersubjetivo nos permite pensar que la perversión engendra una escena en la que se trata que el analista ocupe una posición, justamente la de testigo, ¿por qué?
Aun si esperaba hacer de su analista un cómplice, el perverso tendrá dificultades. Entonces ¿qué salida le queda? Desear ubicar al analista en el lugar de un testigo significa atribuirle el papel del que detenta la ley como para “mostrarle” que es ridículo privarse de las satisfacciones que esta ley prohíbe.
Las conductas perversas permitirían verificar las ventajas que aporta la transgresión. En sesión, estas se traducen por “incitaciones” a violar las reglas del encuadre y muchas otras. Estas son como el producto y la puesta en práctica de las teorías; las consecuencias servirían de demostración, en general sobre el interés de desviar el camino correcto: la sexualidad perversa sería más picante y placentera.
Caso de terapia de pareja
Los cónyuges Gauthier vinieron a verme porque peleaban sin parar. El la acusaba de tener la intención de contradecirlo siempre y de cuestionar sus puntos de vista, especialmente cuando había que tomar alguna decisión, inclusive en los detalles ínfimos. Su desavenencia se había instalado progresivamente; para el hombre, era “grave”. Cuando se habían unido, alrededor de los 50 años, la mujer era afable y de una disponibilidad sin reparos hacia él. Se habían encontrado dentro del ambiente de trabajo. El era director ejecutivo de una firma importante; ella, su asistente. Ella sabía tener en cuenta todo y lo protegía de las dificultades. El pensaba que una mujer así también lo comprendería y que esta unión sería para él mucho más interesante que su anterior matrimonio. Está orgulloso de haberla conquistado, bella, despierta y abierta. Durante una de las primeras sesiones, ella dijo que no le fue fácil cambiar su estatus de asistente al de compañera, pero tenía una “confianza absoluta” en él.
Con el tiempo todo esto se arruinó; uno y otro comparten este sentimiento. Me explican que luego de un tiempo de matrimonio, el hombre le propuso ir a un club de sexualidad colectiva (pluralismo). Ella aceptó por curiosidad, para seguirlo, pero en el fondo estaba reticente. Decían que, al comienzo, esta nueva experiencia, que duró más de cuatro años, reforzó su complicidad; nada complicado, se divertían juntos; era “ligero”, “despreocupado”. Los hombres del club cortejaban a la mujer con entusiasmo; ella se sentía orgullosa de gustar, de tener “tanto éxito”. Esto le habría parecido inimaginable cuando era más joven. Pero el marido comenzó a volverse desconfiado; imaginaba que ella admiraba a tal o cual miembro del club; la abrumaba con preguntas. Ya no se respetaron las reglas del juego. Ella trataba de tranquilizarlo; no había nada que hacer. El se volvió muy celoso y luego comenzó a beber. Fuera de sí, ya no podía discernir las cosas. Por otra parte, su esposa le parecía ingobernable. Decidieron no volver al club en cuestión.
Por un tiempo, la vida de la pareja volvió a la calma. En las sesiones, ella le recuerda que fue por iniciativa de él que comenzaron a frecuentar el club de los pluralistas. El replica que quería hacerle conocer “la verdadera vida, intensa, sin pesadez”. El la veía como una joven sin experiencia, los dos sacarían provecho de ello.
En realidad, se bosqueja otra razón, pero esto mucho más tarde durante la terapia de pareja, que tenía un ritmo bimensual. El marido se consideraba “privilegiado” por poseer una joven tan bella y sexy. Necesitaba que otros la “vieran”, que lo supieran. Este club no le era extraño; él lo había frecuentado mucho antes de encontrarla a ella. Esta vez no quería cortar con ese pasado; también quería encontrar otras mujeres, confiesa con medias palabras.
Pero una nueva explicación saldrá a la luz, no sin dificultad. El deseaba que su nueva mujer estuviese en contacto con otros hombres para “someterla”, para que ella perdiera un poco de su orgullo. El efecto producido fue muy diferente del que buscaba. Ella llegó a brillar frente a los otros.
Por mi parte pienso que había un verdadero desafío entre los dos miembros de la pareja. El hombre debía rechazar el brillo de su esposa, su encanto, su capacidad de gustar, como si un fantasma de prostitución animara su espíritu. A pesar de sus argumentos de que ella iba sin demasiadas ganas, la mujer se dio cuenta de su expectativa de fascinar y excitar a los hombres, dirigiéndolos unos contra otros, en primer lugar su marido.
La transferencia me permitió aprehender estos movimientos: los cónyuges trataron de reproducir una situación parecida en la sesión. El marido se mostraba cada vez más hostil conmigo, criticando mis intervenciones que disecaba en detalle; parecía celoso de ella, que se oponía sin reparos a sus argumentos. La esposa expresa al mismo tiempo su admiración por la “sagacidad” de mis interpretaciones, que -sin embargo- evitaban favorecer a uno u otro. Por momentos, tuve la impresión de que estas eran entendidas solo desde el punto de vista formal.
Mientras que la mujer se vestía con cuidado y rebosaba salud, M. Gauthier parecía estar cada vez peor. Su alcoholismo se hizo tenaz; para mi sorpresa, la mujer entonces manifestó una verdadera preocupación por su estado y manifestó ternura frente a él. Se reveló un poco más maternal que lo habitual y menos excitante; la sensualidad perdió preponderancia en su relación. De hecho ella nunca le había servido para crear un vínculo estable, del que él parecía tener una gran necesidad. Se mostraron muy carenciados y desorientados, sin saber cómo solicitar el apoyo y el afecto del otro.
En el momento del final de la terapia, el clima se calmó entre los tres. La mujer comprendió un poco más que su marido estaba ávido de reconocimiento y ella desplazaba sobre él viejos rencores contra los hombres, irritándolo con su actitud de protesta.
Hallazgos acerca de la perversión en la pareja
Este ejemplo nos introduce en la problemática de la perversión sexual en la pareja. En innumerables parejas, la sexualidad es fuente de dificultades. El término de desencuentro sexual ha sido propuesto para señalar la implicancia de los dos miembros y su interfuncionamiento, lo que conduce al trastorno, aun cuando desde el punto de vista clínico sea uno solo de ellos el que lo presenta. Lo que señalan M. Hurni y G. Stoll (1996) es el hecho de que en gran cantidad de estos casos las dificultades se acompañan de comportamientos perversos. No están tentados por la perversión sexual como se puede observar en los casos de parejas sadomasoquistas, que se entregan a una sexualidad plural o al intercambio, o inclusive se complementan para la realización de gestos exhibicionistas por parte de uno de ellos, en general la mujer, mientras que el otro se mantiene apartado o dirige la puesta en escena, especialmente por Internet. Para Hurni y Stoll se trata de una perversión del vínculo, estando perturbada la sexualidad: inhibiciones, eyaculación precoz, impotencia, anorgasmia, etc. Esto abre perspectivas que confirman la intuición siguiente: la perversión sexual, si es llevada a cabo en condiciones de consenso, puede evitar los deslizamientos hacia los excesos, como el ultraje del otro. En algunos casos de no entendimiento sexual, la relación está marcada por la humillación del otro o su sometimiento. Los eyaculadores precoces o las mujeres anorgásmicas son rebajadas a causa de su dificultad; se tiene el sentimiento de que es difícil hacer desaparecer la dificultad, y ello viene como para confirmar su estatus de humillación, aun cuando digan lo contrario.
Al tratarse indignamente, ciertos cónyuges reaccionan frente a la ruptura de los pactos establecidos entre ellos: uno de los cuales prescribe la regla común de la discreción, el deseo de que la intimidad sea respetada: abstenerse de comentar a extraños los secretos compartidos. La intimidad inspira y es inspirada por la confianza que uno tiene en el otro y el sentimiento de que él sabe escuchar, si uno lo hace partícipe de las dificultades personales o de los elementos desagradables de su historia.
El pudor entre los dos implica sentirse seguro de que no se es demasiado extravagante o demasiado inmaduro; dicho de otra manera, esto permite que la autoestima se vuelva más sólida. En otro sentido, es tener menos vergüenza de sí mismo, de lo que se experimenta, piensa, hace o de lo que se ha vivido.
Ahora bien, el envilecimiento de esta intimidad de a dos desencadena una serie de decepciones: en el fondo el compañero que revela los secretos compartidos exhibe las fallas del otro y parece burlarse de ellas.
Desde hace mucho tiempo se ha señalado que la traición es un arte exquisito practicado por ciertos perversos: “soltar la lengua”, “cantar”; “entregar al amigo” aparece regularmente en el comportamiento de ciertos delincuentes. El perverso parece tomar un estatuto superior a la traición; esto forma parte de su religión del mal.
En la terapia de la pareja French, este problema se manifiesta regularmente. Ellos vienen luego del descubrimiento por la señora de una serie de notas en la agenda de su esposo que dejan entender que él frecuenta a otra mujer, cosa que el niega enfáticamente. Unos 10 años atrás, él sufrió un grave accidente, a raíz del cual estuvo en coma durante largos meses. Cuando despertó, se lo consideró como algo milagroso, y luego quedó frágil, ansioso, colérico y parcialmente amnésico. Todavía hoy en día, el señor French tiene que anotar todo, en sus actividades profesionales. Además, desarrolló una psicosis maníaco-depresiva. Su esposa lo sostuvo y “soportó” mucho. Es por esto por lo que en este momento se siente más engañada al sospechar su infidelidad.
Una vez comprometida la terapia, ella repite que él es frágil y que se comporta como un ser brutal, todo esto “confirmado por los médicos”; el señor French 56 presenta secuelas caracteriales por su accidente cerebral. Aun cuando ella agrega que hay que “saber perdonarlo”, lo humilla. También se deja llevar por los comentarios de sus dos hijas: “es malo”, “intratable”, hipersensible a todos los abusos, como el alcohol. A veces ella es insinuante, lo que es una forma más penetrante de crear un efecto.
Aunque estos señalamientos sean justos, intervienen en el intercambio como para confirmar el estatuto de inválido del esposo; él se presenta como “un perro apaleado”, luego reacciona torpemente, se enoja, y termina por ofrecer la prueba viviente de su debilitamiento. Todos sus argumentos son desarmados. En realidad en el debate se juega el poder sobre las dos hijas. Cada uno solicita el amor de estas para mostrarse fuerte frente al otro; por el acuerdo inconsciente de los esposos, ellas son designadas como jueces, son convertidas en padres.
Imagino que frente a ellas los padres se dejan llevar por la seducción. El principio de autoridad cede terreno al de la uniformidad de las funciones familiares. El primer elemento que mostraron en el momento de la demanda de terapia de pareja lo prefigura: “la infidelidad del marido”. En realidad fue la figuración de la rivalidad sexual de la pareja frente a otra mujer (mujeres), sus hijas.
En la terapia, logré deconstruir lentamente estas posiciones perversas, mostrando poco a poco que cada uno quiere utilizar a un tercero para afirmar su supremacía.
La moral de la perversión
Los diferentes rasgos de las parejas que tienen una relación perversa (Hurni y Stoll, 1996) contienen algo de chocante que nos asombra y nos produce el sentimiento de encontrarnos frente a una moral inversa, en la que el mal se convirtió en un credo. Los miembros del vínculo se respetan porque el otro se muestra “no respetable”. Determinado número de estos rasgos ha sido descubierto durante las terapias de pareja. He aquí algunos:
• Disonancias en la vestimenta en cada uno de los miembros de la pareja. La pareja Gauthier es un ejemplo de esto. El marido podía venir con vestimentas ridículas y mal combinadas, arrugadas, a veces sucias; ella se vestía con elegancia pero con una nota sensual, que bordeaba el mal gusto, en todo caso, desde mi punto de vista.
• Odio hacia las estructuras, tanto las organizaciones, como el matrimonio o las instituciones en las que trabajan.
• Representación de “pareja grandiosa”.
• Gusto por el riesgo, la ordalía, el vivir peligrosamente.
• Anestesia corporal y afectiva.
• Frialdad.
• Problemas de comunicación en diferentes niveles. La voz, la entonación, la pronunciación: disonancias fonéticas.
• Lenguaje perverso: desmentida o silencio, denigración de los valores o de la belleza, designación del otro como inmoral, canalización de los propios defectos; incumplimiento de las promesas, realización de maniobras fraudulentas.
• Ataques y ausencia de reacción.
• Estratagemas y manipulaciones.
• Tensión intersubjetiva perversa.
• Elección de objeto: antipareja (en el sentido de una elección disonante, no de apoyo).
La sexualidad perversa en la pareja y fuera de ella
He tenido ocasión de mencionar las diferentes posibilidades de la sexualidad perversa en la pareja (Eiguer, A.; 1989, 1998). Uno o los dos cónyuges mantiene(n) una sexualidad perversa fuera de la relación, ocultándola, o la practican conjuntamente. En todos los casos, la vida de la pareja parece ser árida, sin intensidad, sin pasión. Los vínculos narcisistas, los que crean un sentimiento de proximidad y de encantamiento recíproco, que se expanden en proyectos futuros compartidos o en la impresión de unidad y orgullo, no están muy desarrollados. La sexualidad perversa vendría a dar una nota picante a una relación morosa o a un psiquismo en riesgo de derrumbe. Si la perversión se hace de a dos, no es raro que uno sea el instigador y que conduzca al cónyuge a practicarla con otras parejas, si la tendencia es querer llevarla al exterior. Existen diferentes grados de compromiso, de implicancia y de gravedad de cada pareja o miembro de la misma pareja. Pero aun si la pareja consiente al juego perverso o si se mantiene excluido, inclusive ignorando las prácticas perversas del otro en el exterior, está comprometido psíquicamente. En este último ejemplo, puede realizar vicariamente sus propios deseos sexuales transgresores.
Las dos dimensiones, la ruina psíquica, emocional o imaginaria, y el odio, se encuentran con regularidad: odio del otro, al que se puede desear envilecer y corromper. En las parejas SM, la noción de falta es significativa; hacer experimentar el castigo por el dolor físico y el miedo, esto puede ir lejos en las formas extremas, como el bondage (acto de atar, impedir el movimiento usando cuerdas, cadenas, pañuelos, etc.), la tortura, o los juegos con la muerte, el estrangulamiento, la cogulla (encierro de la cabeza con una bolsa de plástico).
Por cierto, los aspectos lúdicos no están excluidos, y permiten airear y endulzar la violencia. En las fiestas neofetichistas aparece el gusto por las vestimentas extravagantes. Pero en las sectas satánicas o de bebedores de sangre, los ritos crueles pueden terminar en la muerte. Es sabido que todas las sectas, ya sea que practiquen o no en su interior, ritos sexuales, tratan de incorporar parejas; es más tranquilizador para afincar un adepto. O ayudan a los solteros a encontrar su pareja entre los otros adeptos.
Conclusiones
Termino mi exposición sobre las condiciones de la vida moderna y sus consecuencias acerca de los vínculos de familia, cuando estas los pervierten.
La clínica nos orienta respecto de una de las causas mayores de la desavenencia de las parejas: la guerra de los géneros. La perversión toma también como terreno privilegiado el vínculo filial; la guerra de los géneros es su caldo de cultivo: Imponerse al otro género por su superioridad sirviéndose del hijo, de sus propias cualidades. Además, estando determinada la intersubjetividad por la necesidad de construir el vínculo, cada miembro teme que el otro no lo reconozca en su singularidad. Entre otras derivaciones, esto conduce a querer dominarlo.
En la medida en que la libertad asusta, el temor a los progresos humanos hace temer la pérdida del control de la situación. Son siempre las mismas fragilidades las que potencian las rupturas y las tentativas perversas de apropiarse de los comandos de la relación. La seducción narcisista y la inducción de conductas son medios que se muestran útiles para ganar la batalla, ¡pero qué botín irrisorio! Un aura, una notoriedad arrancadas al precio de transformar la vida del hogar en una prisión mortalmente aburrida.
Bibliografía Eiguer, A. (1989), Le pervers-narcissique et son complice, París, Dunod. Eiguer, A. (1997), Petit traité des perversions morales, París, Bayard. Eiguer, A. (2001), Des perversions sexuelles aux perversions morales, París, Odile Jacob. Eiguer, A. (2005), Nouveaux portraits du pervers moral, París, Dunod. Eiguer et al. (2007), La perversion dans l’art et la littérature, París, en prensa. Fromm, E. (1938), The Fear of Freedom (El miedo a la libertad), Londres, Routlege & Kegan Paul, 1963, 257 p. Hurni, M. y Stoll, S. (1996), La haine de l’amour, París, L’Harmattan Mozart, W.A. y Da Ponte, L. (1787), Don Giovanni, Editions de l’Opéra de París. “2008, 12” Pág. 46-60 Ricoeur, P. (1990), Soi-même comme un autre, París, Le Seuil. Romains, J. y Zweig, S. (1923), Volpone, según Benjohnson, París, Gallimard, 1950. Sartre, J.P. (1943), L’être et le néant, París, Gallimard, 1975 (nueva edición). Fecha de recepción: 29/05/08 Fecha de aceptación: 11/09/08 60 “2008, 12”
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