Desde una perspectiva temprana, el fantasma comienza a vislumbrarse vinculado a la dimensión de la escritura. Inicialmente, se manifiesta enmarcado dentro de un campo asociado a la ecuación e incluso a lo algorítmico, tal como se plantea en el texto “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”. Sin embargo, en esas primeras formulaciones no se aborda explícitamente una lógica del fantasma. Esto plantea interrogantes fundamentales: ¿qué justifica su necesidad? ¿Qué impulsa la formulación de una lógica específica del fantasma?
Cuando Lacan se adentra en delimitar dicha lógica, lo hace en un contexto de producción relacionado con la escritura, estableciendo una estrecha colaboración entre ambas dimensiones. Escritura y lógica se articulan para definir el campo de la praxis analítica, es decir, el tratamiento de lo real mediante lo simbólico.
En este marco, el Seminario 14 representa un momento de transición crucial. En él, Lacan emprende un proceso de exploración para formular una lógica capaz de superar el principio de contradicción freudiano. Su objetivo es delinear una lógica que permita abordar lo real en su carácter irreductible al principio de contradicción y, por ende, más allá del principio de bivalencia. Esto implica trascender la lógica de la oposición clásica.
El desarrollo de “La lógica del fantasma” adquiere aquí un carácter decisivo. Lacan establece que la lógica emana de lo real y se organiza a partir de la fórmula del fantasma. Esta fórmula no solo se construye, sino que también se desarma, un proceso que cobra relevancia clínica dentro del psicoanálisis.
La noción de lógica del fantasma surge como una exigencia inevitable, ya que no existe acceso directo a lo real salvo a través de la escritura. En este sentido, el fantasma ofrece una respuesta particular frente al impasse, una respuesta que no se asemeja a las demás. Esto lleva a una reformulación del campo del valor, donde se trascienden las nociones clásicas de valor de uso y valor de cambio, para centrarse en la oposición entre valor de verdad y valor de goce. En última instancia, el valor se origina en la pérdida, y el fantasma se convierte en un punto de recuperación frente a dicha pérdida.
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