sábado, 25 de octubre de 2025

El deseo como límite y condición del sujeto

El deseo da la estructura de la condición humana.
Lacan lo plantea con toda su fuerza en el Seminario 6, donde señala que el deseo comporta una “esencia” en tanto se articula a dos dimensiones inseparables:
su íntimo vínculo con la muerte, y el efecto castrativo que le es consustancial.

La relación entre deseo y muerte remite, en parte, a la mortificación que el significante introduce en el hablanteEsa mortificación inscribe en el sujeto la finitud, la paradoja y la aporía que estructuran su existencia. El deseo, en este sentido, se anuda a un límite: el punto donde la vida se encuentra con la imposibilidad de su plenitud.

Y cuando, en La ética del psicoanálisis, Lacan aborda la transgresión del deseo, lo hace en términos de una incursión en el campo del goce más allá del deseo, allí donde el límite se vuelve su propia condición.

Tomar esta perspectiva implica que, si el psicoanálisis se orienta por el lugar y la función del deseo, el trabajo analítico conduce al sujeto a enfrentarse con el desamparo, desbaratando las coartadas simbólicas e imaginarias con las que procura evitar la soledad estructural que lo habita.
Allí donde la neurosis, sostenida por su entramado fantasmático, preserva la ilusión de un Otro completo, garante del sentido y del amor, el análisis empuja hacia el punto donde se revela que no hay nadie —donde el Otro falta.

Pero para alcanzar ese límite, se hace necesario atravesar el campo trágico, aquel que Lacan lee en la tragedia antigua como matriz estructural de la ética del deseo.
De allí su propuesta: extraer las coordenadas de la escena trágica para leer las coordenadas fantasmáticas del destino en el sujeto.

En Antígona, por ejemplo, distingue dos escenas: una dominada por el mandato, otra por el entramado significante de la verdad.

Entre ambas se juega el destino del sujeto, empujado hacia el deber, incluso cuando éste lo conduce a su ruina.

¿Cómo se entraman, entonces, estas coordenadas en la demanda analítica?
¿Y de qué modo el deseo, en su función, comanda esa demanda?

El trabajo analítico, al introducir una bifurcación estructural, abre la posibilidad de una elección paradójica:
entre el deber costoso del deseo o el riesgo que se evita al renunciar a él.
En esa disyuntiva se juega el pasaje del sujeto deseado al sujeto deseante, cuya consecuencia inevitable es la castración del Otro —la caída de su consistencia como garante del deseo.

El deseo, así, no se opone al límite: es su forma humana.
Y la ética del psicoanálisis, orientada por él, consiste en saber sostener ese límite sin clausurarlo, haciendo de la falta no una desgracia, sino una condición de libertad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario