La elección a la que puede conducir un análisis —aquella que se juega entre las posiciones del deseado y del deseante— está, por su naturaleza, cargada de paradojas.
No hay en ella pureza alguna: se trata de un punto donde interviene inevitablemente el Superyó, como instancia moral del ser que habla.
El hecho de que el sujeto se entrelace en esa diferencia entre deseado y deseante es efecto de una precipitación estructural, la misma que Freud denomina declinación edípica.
Allí se instaura el Superyó, que testimonia una prohibición, íntimamente ligada al mandato moral y, por tanto, al destino trágico. Esta prohibición, sin embargo, vela una imposibilidad. Y es precisamente en la discrepancia entre prohibición e imposibilidad donde Lacan irá trazando una de sus divisiones fundamentales de campos.
A lo largo de su enseñanza, esta división adopta diversos modos, pero mantiene una constante: su relación con el trabajo de reformulación del estatuto del Nombre del Padre.
En cada momento, la operación consiste en rearticular una frontera:
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entre saber y verdad,
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entre impotencia e imposibilidad,
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entre verdad y real.
Desde esta perspectiva, el Superyó puede concebirse como la instancia que pone en acto un borde, un punto de litoralización entre esos campos.
Más que un simple mandato, el Superyó delimita el espacio donde la moral tropieza con lo imposible, el lugar donde la exigencia de goce se confunde con la prohibición que la sostiene.
La diferencia entre impotencia e imposibilidad introduce entonces la dimensión de un riesgo absoluto.
Llamarlo así no es dramatizar, sino reconocer que el riesgo pertenece al acto mismo: es la soledad del sujeto ante el acto, la confrontación con el hecho clínico —tan sobrio como decisivo— de que “hay nadie”.
De este modo, la prohibición, más allá de su función limitante, se revela solidaria de una ilusión del Otro.
Esa ilusión justifica la forma en que el Otro aparece en la fórmula de la metáfora paterna, como garante imaginario de una ley que vela su propio vacío.
La imposibilidad, en cambio, denota al Otro barrado, despojado de consistencia, y con ello, restituye al sujeto su relación con el deseo como falta estructural.
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