El plural del término señala una advertencia: no hay "la anorexia", hay anoréxicos.
El abordaje de esta manifestación en la adolescencia, y en sujetos neuróticos, supone conectarla -así lo entiendo yo-, por su relación directa, con la aparición de los caracteres sexuales secundarios. Ellos implican la subjetivación de una nueva imagen del cuerpo que requiere de ciertas condiciones, pero si estas no se cumplen, el recurso a la anorexia tiene por función hacer desaparecer las marcas que los mismos dejan. Se transforman en "una tabla”:
Una joven de veinte años recurre al análisis luego de "ponerse lolas nuevas", ya que perdió las propias cuando a los catorce dejó de comer. En ese entonces le habían crecido de forma abrupta y no sabía qué hacer cada vez que por la calle le decían obscenidades. En el colegio los varones la miraban con lascivia y sus amigas se morían de envidia. La imagen que tenía.de sí misma era la de una "loquita", un poco puta, un poco gordita. La significación de su anorexia pudo ser construida durante su análisis. Ella temía ser engullida por la mirada de los otros.
Debido a que la pulsión oral y la escópica estaban superpuestas, no intrincadas, encontró un modo de diferenciarlas dejando de comer. Pero resulta que ahí se encontró con la típica mirada de horror de los otros frente a un cuerpo demasiado flaco. El intento fallido de sustraerse a la mirada voraz la llevó a sacrificar sus propias lolas.
El sacrificio de los caracteres sexuales secundarios, que incluyó una amenorrea importante, hizo que obtuviera un beneficio secundario. El abuelo materno, que por entonces vivía en la casa familiar, de quien se decía que tenía demencia senil, cada vez que estaba a solas con su nieta, se le abalanzaba sobre sus pechos y le decía que eran iguales a los de su abuela. Ella se lo contó a sus padres, entre risas y angustias, pero ellos solo lo tomaron a risa, ya que aludían a la inocencia del pobre viejo que no estaba en sus cabales. La lectura que hizo de semejante comentario fue que la entregaban a su abuelo como ofrenda de gracia por su deplorable estado senil. Con tufillo a incesto, su respuesta no tardó en llegar.
Este episodio agregó un motivo más -no cualquiera- a su anorexia. Varios años de análisis le llevaron a esta joven inscribir dicho episodio en el registro de la novela familiar del neurótico.
En el Manuscrito G, Freud establece un paralelismo entre la anorexia y la melancolía. La melancolía, cuyo afecto es el duelo o la aflicción por alguna pérdida, es pérdida en la vida instintual del propio sujeto. La anorexia nerviosa de las adolescentes representa "[...] una melancolía en presencia de una sexualidad rudimentaria". Freud concluye que: "Pérdida de apetito equivale, en términos sexuales, a pérdida de libido".
Por eso, en ocasiones la anorexia viene acompañada de melancolizaciones que resultan de duelos no tramitados simbólicamente y que traen corno consecuencia la caída del deseo, la falta de libido y el desinterés por la sexualidad. Pero la cura analítica, bajo los tiempos que la transferencia auspicia y la función deseo del analista propicia, permite que los hechos traumáticos se vuelvan mitos y que sea posible su trasmisión.
La alternancia anorexia-bulimia es homóloga a la que hay entre depresión-manía. La anorexia es a la depresión, lo que la bulimia es a la manía. En ambos casos se trata de duelos que no terminan de producirse.
Si la anorexia es una respuesta a la intrusión del Otro, debemos pensar qué goces se juegan en esta respuesta que indudablemente es pulsional.
Para que el fantasma cumpla con su función de responder al deseo del Otro y regule los goces que se juegan en el lazo social, se requiere el pasaje, en un tiempo anterior, por la prueba del deseo del Otro.
Lacan dice que la anoréxica come nada, es decir que rechaza el circuito de la necesidad que implica alimentarse, a cambio de la demanda por la prueba de algún deseo del Otro, en ocasiones la madre. Su mensaje dice que el objeto de la necesidad no es el alimento del deseo. El Otro que dice comé encarna al superyó que ordena gozar, y la respuesta no como, que es simétricamente opuesta a esa orden, aparece cuando la demanda es percibida como un arbitrario mandato que es “inasimilable” por la ingesta. Es que falta la pregunta fundamental: cuando me ordena que coma, ¿qué quiere de mí?
Cuando el Otro tiene una compacidad tal que no hay resquicio por dónde entrar, dicha pregunta no puede formularse. Para que el sujeto tenga un lugar en el Otro, para poder localizarse, el Otro debe poder ofrecer su falta. Adelgazar, adelgazar hasta desaparecer, es ofrecer la propia falta para inscribir un lugar. Morir de hambre desplaza el lugar de la falta que el Otro no ofreció hacia el propio sujeto, quien se ofrece al Otro, sacrificio que connota un goce masoquista que apunta a generar la angustia del Otro. Se trata de un intento de separación que extrema la pregunta: ¿puedes perderme?
El analista debe estar advertido al respecto y ser muy cauteloso en sus intervenciones, para que estas no queden homologadas a la intrusión de los otros que rodean al paciente, ya sean sus padres, otros familiares, la nutricionista, el médico, etc.
En la primera entrevista, una paciente con serios "trastornos de alimentación” que es derivada por su médico para que resuelva sus problemas psicológicos, empieza a hablar de sus ingestas, los horarios de las mismas, su peso, sus problemas odontológicos y unas cuantas cuestiones más alrededor del monotema. Sin poder disimular mi aburrimiento le pregunto qué otras cosas le pasan en la vida. Ante su sorpresa por mi pregunta, le agarra un ataque de risa y me dice que hace mucho tiempo que nadie se interesa por ella salvo por sus "trastornos de la alimentación" que, lejos de inscribir alguna falta llenaban su vida y la relación con los otros. Esta intervención de lo más inocua en apariencia, leída en el aprés-coup [retroactivamente] dio lugar al despliegue de las condiciones de posibilidad de la transferencia analítica. Partimos de un acuerdo: ella era la que sabía sobre los alimentos, las calorías, los kilos, la actividad física, y yo sabía sobre la feminidad, la sexualidad, los amores, los hombres, etc. Por supuesto que no era para creérsela, sino más bien para producir un marco lúdico que diera lugar al despliegue del deseo.
No sabemos con anticipación cómo va a responder un paciente a nuestras intervenciones. La risa de esta muchacha me orientó para proponer el pacto de intercambio de saberes al modo del juego.
A veces el analista es llamado a intervenir en situaciones de emergencia. Tal fue el caso de una adolescente internada en una clínica, a punto de ser intervenida con una sonda nasogástrica por haber pasado la línea de riesgo nutricional. Muda, con la mirada perdida y una delgadez atroz, le pido que me cuente algún sueño. Relata casi balbuceando que está frente a una panadería, quiere comer churros, pero le parecen inalcanzables. Le pregunto si hay algún "churro” (en Argentina se emplea la palabra "churro" para hablar de un hombre buen mozo) que le guste en especial. La respuesta corporal fue inmediata. Se incorpora en la cama, sonríe, me mira con atención y me dice que esos "churros" no son para ella.
Es la menor de varios hermanos y la hija de la vejez de sus padres. Su destino ya está determinado: quedarse en la casa paterna para cuidar de sus padres hasta que mueran. En este caso, la anorexia era el intento de invertir los lugares. Ella se iba a morir y los padres la tenían que cuidar. Respuesta especular que fija la misma posición de objeto en la que se encontraba. La sustitución de churro por churro, que nuestra jerga legítima, aspiraba a inscribir o reínscribir el orden fálico para que los churros no le resultaran inalcanzables.
Si la pubertad es, tal como digo al comienzo del capítulo, un campo propicio para el cultivo de los fenómenos de borde, ellos no hacen a la estructura del sujeto, por lo cual el desafío con que el analista se enfrenta en la clínica tiene que ver con situar, en cada caso, de qué se trata cada fenómeno.
No es lo mismo el desencadenamiento de la psicosis en la pubertad que una psicosis tóxica producida por el consumo de ciertas drogas. O los delirios en las paranoias, que no son equivalentes a las teorías delirantes (por su carácter certero), que los anoréxicos que se las saben todas acerca de nutrición, calorías, ejercicios fisiccis, etc. Estas observaciones orientan en el tratamiento posible de los diferentes cuadros, cuando el psicoanálisis se encuentra en el horizonte.
Cuando el lenguaje no ha sido incorporado, su efecto no es simbólico y el cuerpo, O partes del mismo, son puro organismo. Avatares de la vida a veces resultan en pérdidas de la imagen del cuerpo como tal, retornando el soma en estado crudo.
Atravesar la adolescencia, que no es un avatar, acontece en el cuerpo, por lo cual la alternancia consumo-abstinencia reproduce el juego del fort-da, en el mejor de los casos, de la construcción del fantasma. Los fenómenos de borde también intentan el juego del fort-da, pero la diferencia con la ausencia-presencia está en que la desaparición del sujeto, para el Otro no tiene valor simbólico, de ahí la monotonía de la repetición, pero en su faz compulsiva. Por no poder metaforizar la falta, esta debe producirse en lo real: desaparecer hasta morir, si hace falta.
El alcohol, la droga, la comida funcionan, a veces, como suplementos que alimentan el narcicismo. Cuando son el único plato del menú, hay que dilucidar el tratamiento posible por el psicoanálisis. Freud decía que la cura de la toxicomanía era posible en una internación para investigar el origen de la misma.
Casi todas las ofertas de curación del mercado sanitario apuntan a lograr la abstinencia de las adicciones, sin tomar en cuenta al sujeto de las mismas. Por eso el analista no debe retroceder ante estos fenómenos, siempre y cuando tenga en cuenta los alcances del análisis y la capacidad de inventiva para intervenir en el campo del deseo que, aplastado el plus de goce, queda vedado para el sujeto.
Fuente: Wainsztein Silvia, "Los 3 tiempos del despertar sexual", capitulo 5.
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