El superyó es heredero no sólo del complejo de Edipo, sino también del narcisismo infantil: en su función de Ideal del Yo, así como yo debes ser, se ofrece como una fantasía de perfección, es decir, de ausencia total de sexualidad objetal. El ideal es siempre un ideal inalcanzable, si se alcanza deja de ser un ideal. En Psicología de las masas está dicho claramente: la satisfacción elimina la idealización. Es decir, la frustración es condición de la idealización.
El superyo genera formaciones reactivas o conductas suicidas en pos de un ideal que demanda el sacrificio de la propia vida. En efecto: El mismo superyó es una formación reactiva, y la conducta suicida ocurre en la posición melancólica del yo que retira la libido de si mismo y se entrega al superyó. Si el precio es la vida propia, el crimen del que se le acusa es haber matado a alguien.
El superyó que ayuda a la convivencia social.
No es así. El superyó es un imperativo categórico que impulsa a borrar las deferencias (empezando por las sexuales, y luego todo lo que sigue), sostén del fanatismo narcisista, ni siquiera evita el incesto y el parricidio pues al reprimirlos impide al yo controlar esos impulsos que afloraran en ciertas circunstancias ya fuera del control de la posibilidad de desestimación por el juicio de parte del yo. La convivencia social no es fruto del imperativo superyoico sino del convenio fraterno. La ley, tan mentada, se crea como un convenio entre hermanos, que por supuesto albergarán el deseo de pasar por encima de ella y ser seres excepcionales y retornar al narcisismo de His Majesty, y tener preferencias.
El superyó (ideal del yo) lleva a cabo el juicio de realidad.
Otro error común. En Psicología de las Masas lo enuncia así y lo corrige en El yo y el ello, debido al reconocimiento de que es el Yo, por su particular ubicación, el que lógicamente lleva a cabo dicha función. Además, siendo el superyó condición de la represión, si actúa de este modo, aleja de la realidad, pues al imponer al yo la eliminación de representaciones preconscientes, como dichas representaciones están indisolublemente unidas a un fragmento de la realidad, al ser reprimidas simultáneamente se deja de percibir una parte de la realidad.
El superyó como una instancia protectora, bondadosa.
Apoyándose en una única oportunidad en que Freud alude a esa función, en el artículo El Humor, el cual es una manifestación del período de reubicación de la nueva teoría estructural, que incluye la idea de que en la psicosis triunfa el Ello, muchos analistas (la misma Melanie Klein y muchos posteriormente hasta hoy mismo) han intentado seguir esa línea. Pero ni antes ni después aparece ni por asomo una "actitud" de ese tipo de parte de la instancia psíquica nacida de lo traumático del final del complejo de Edipo y que está destinada a reaccionar contra la actividad de agredir y amar. Veamos, por ejemplo, la posición terminante en las Nuevas Lecciones de Introducción: el superyó sólo prohíbe y castiga.
El humor no se debe a un costado benigno del superyó sino que es una actitud del yo de no amilanarse ante el superyó, aunque no negando el efecto de sus prohibiciones e idealizaciones, es decir, no entrando en una manía.
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