El convenio o contrato fraterno es adecuado al fin. Por ejemplo, los semáforos son adecuados al fin. Pero si una persona actualiza regresivamente ante los semáforos su conflicto infantil y las prohibiciones del complejo de Edipo, entrará en conflicto cada vez que enfrente un semáforo. El contrato fraterno no es condición de la represión. Cualquier deseo infantil que accede a la conciencia puede ser sometido al juicio de hacerlo o no hacerlo, pero el yo domina la situación. Si uno es consciente de esos deseos en última instancia, si prefiere renunciar a ellos porque no le conviene, por temor conciente, por amor a los padres, etc., sentirá frustración, lo que no ocurre con la represión que sigue al mandato superyoico: en ese caso, si retorna el deseo no será en forma consciente, sino como síntoma o inhibición, es decir, el yo estará invadido por el conflicto pero no podrá dominarlo.
El contrato fraterno ya se ve en la infancia cuando un niño quiere entrar a jugar en un grupo de chicos. Le transmiten las reglas de juego, y su aceptación o no influirá en la integración al grupo. Nadie puede negar el origen en el conflicto con el padre de esas reglas de juego, pero ya no son condición de la represión.
Dice en Tótem y Tabú: ... la prohibición del incesto, tenía también un poderoso fundamento práctico. La necesidad sexual no une a los varones, sino que provoca desavenencias entre ellos. Si los hermanos se habían unido para avasallar al padre, ellos eran rivales entre sí respecto de las mujeres. Cada uno habría querido tenerlas todas para sí, como el padre, y en la lucha de todos contra todos se habría ido a pique la nueva organización. Ya no existía ningún hiperpoderoso que pudiera asumir con éxito el papel del padre. Por eso a los hermanos, si querían vivir juntos, no les quedó otra alternativa que erigir -acaso tras superar graves querellas - la prohibición del incesto, con la cual todos al mismo tiempo renunciaban a las mujeres por ellos anheladas y por causa de las cuales, sobre todo, habían eliminado al padre. Así salvaron la organización que los había hecho fuertes y que podía descansar sobre sentimientos y quehaceres homosexuales, tal vez establecidos entre ellos en la época del destierro.
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