Apuntes de la conferencia dictada por Miriam Bercovich y Claudia Zaiczik, los jueves 15 y 22 de Junio de 2017, en la Institución Fernando Ulloa.
Clase del 15/06/17 - Claudia Zaiczik.
El tema de hoy se trata de un padecimiento irreductible para el sujeto, que es el otro, como concepto de alteridad, ese que no soy yo: los otros o el otro como diferencia. El otro puede sacar lo mejor o lo peor de uno. El seminario está direccionado para aquellos casos donde el otro implica algo amenazante para mi: ya sea que me muestre lo que no me gusta de mi, o proyectando una amenaza, como si me estuviera privando de algo o quitándomelo y apareciendo entonces la violencia y la agresividad. ¿Cómo trabajar en la clínica cuando aparece esto?
En un análisis, todo paciente habla de sus otros y todos los problemas que ellos les trae. Lo que es particularmente interesante para trabajar en la clínica es cuando aparece un personaje que aparentemente no es del círculo muy próximo al paciente y sin embargo lo trae de manera absolutamente reiterativa, donde es el otro que le provoca todo tipo de padecimientos y hacen relatos muy exhaustivos de lo que el otro le dijo. Se quedan soñando, pensando y fantaseando todo lo que él podría haber respondido o contestado. Lo interesante es que al no pertenecer al círculo más íntimo del paciente, muestra qué fibra le está tocando ese otro para convertirse en una amenaza para él.
Hablemos de sujetos normales o neuróticos, aquellos sujetos que sí pueden hacer lazos amorosos, sujetos que pueden trabajar, responder con responsabilidad, que tienen incorporada la ley y tienen frenos (cuando pasan el límite, tienen consecuencias: culpa, angustia, preocupación por haber hecho algo indebido). Piensan que con eso pueden haber perdido algo, como el amor del Otro o su reconocimiento. Hay 2 cuestiones que son ganancias neuróticas: la culpa y el pudor.
Que el otro sea un motivo de rivalidad está absolutamente descrito en el génesis, porque el primer par de hermanos de la humanidad, ustedes saben, uno mata al otro. El primer par de hermanos, donde obviamente hay una conflictiva de rivalidad, hace que Caín mate a Abel por celos. Y cuando hay celos, se trata de 3: siempre hay un tercero en cuestión, real o imaginario. El tercero puede ser Dios, la mamá, el papá, el jefe, etc. Muy brevemente les voy a contar que Caín y Abel hacen ofrendas a Dios. Caín se ocupaba de la agricultura y Abel de la ganadería. Aparentemente, Dios prefiere la ofrenda de Abel y Caín no lo pudo resistir, matando a su hermano. Hay una cuestión interesante en la consecuencia de esa matanza, una reflexión de Safransky que hace en un libro sobre el tema: Dios se siente parte del asunto por mostrar claramente su preferencia y entonces lo que hace es prohibir que lo maten a Caín. El castigo es que Caín estaba desterrado, alejado y no podía seguir viviendo con su familia, pero prohíbe que lo maten. Esto quiere decir que cuando el tercero -en este caso Dios- siempre está implicado cuando hay conflicto entre 2 pares que se disputan esa mirada.
Ahora, Caín y Abel nacen en un mundo “recién fabricado”. ¿Qué características tiene el mundo humano, a diferencia del mundo de la naturaleza? Podemos decir varias, pero yo tomaré 2. La primera es que se trata de un mundo del lenguaje. El Génesis lo dice: lo primero era el verbo. Eso quiere decir que la palabra es la que inaugura el mundo para el sujeto humano. Sin palabra, no tenemos cosa. Por ejemplo, tenemos una mesa cuando podemos nombrarla. Lo primero es el lenguaje humano, con las características que todos conocemos y es que si bien se dirige hacia un lugar determinado en la articulación de palabras, ninguna palabra tiene un significado unívoco en ella misma. Esto da lugar a que podamos hacer chistes, metáforas, dobles sentidos, de que la misma palabra dicha con un tono y otro quiera decir cosas absolutamente opuestas. No es lo mismo decirle que alguien es un boludo, que encontrarse con un amigo y decir “¡Boludo, cuanto hace que no te veo, cómo te extraño!”. Entendemos perfectamente cuando se trata de un sentido y cuándo se se trata de otro. Pero ninguna palabra porta de manera unívoca un solo significado. Un mono puede entender una palabra como una orden, pero no entiende que pueda decir 10 cosas distintas. El equívoco, que da lugar a lo mejor como la poesía, al arte y la creación, también da lugar a lo peor: el malentendido. “Me dijo una cosa, pero en realidad me quiso decir otra”. esta es la primera característica de este mundo inaugurado.
Veamos la segunda diferencia. ¿Qué hace Dios inmediatamente, cuando ya están Adán y Eva en el paraíso? Dios separa y divide, ordenando el mundo. Separa el cielo de la tierra, lo mojado de lo seco, el mar de la tierra… Inmediatamente, aparece una prohibición, una ley. Cuando aparece una ley, nos da la libertad de saber que lo otro sí se puede hacer. Adán y Eva saben de la prohibición de la manzana, la incorporan, pero como todos sabemos, no la cumplen. la serpiente tienta a Eva con la manzana del árbol del conocimiento que no podían comer, ella la acepta y tienta a Adán. La consecuencia de ese mito bíblico es que, a partir de tener un Otro que los mira (eso quiere decir incorporación de ley) y de haber hecho aquello que estaba prohibido, es que aparece la culpa y la vergüenza. Ustedes saben que ellos se tapan sus genitales por vergüenza. Tener culpa es el temor a perder del Otro su protección, su cuidado, su amor, lo que llevaría al desamparo que desde muy chicos somos conscientes. Desde muy chicos sabemos que nos conviene no tener líos con los jefes, que nos conviene portarnos bien. Muchos niños le cuentan a la madre el lío que hicieron porque no pueden soportar mentirle y no tener inmediatamente el perdón de la mamá.
Volviendo a Caín y a Abel, siempre de lo que se trata es de un tercero y donde el terror está en que no nos apruebe. Si uno pasa de lo familiar a lo social, tenemos que no queremos que no nos apruebe nuestro grupo de amigos, nuestros colegas, los otros que nos están escuchando, porque tememos perder un lugar. Ese lugar es fundamental para sentirnos sujetados -ahí hablamos de sujetos- a un mundo que nos sostiene y nos protege. Esto quiere decir que la prohibición de hacer lo que el Otro quiere para tener su aprobación y la seguridad o hago lo que yo quiero -la libertad- siempre es conflictiva. Si hago lo que quiero, que el Otro no aprueba, tengo como posibilidad perder el amparo del Otro. Si hago lo que el Otro quiere, me siento infiel a mí mismo y esto puede generar mucho malestar. Separarse de los padres nos confronta con esa conflictiva: me separo y hago lo que quiero porque necesito sentir que estoy separado o les doy el gusto y me quedo pegado. Hay una paciente que tiene treinta y pico de años, pero cuenta una y otra vez una anécdota infantil de cuando era chiquitita. Cuenta que fue con los padres a un parque de diversiones y con los tíos y su primita de su misma edad. A la primita le dejaron subir a los autos chocadores y la madre le dice la siguiente frase: “Yo creo que sos muy chiquita y es muy peligroso para vos, pero hacé lo que quieras”. El “hacé lo que quieras”, la mató. Otra escena similar es lo mismo pero en el mar, que estaba peligroso. La madre le dice que el mar estaba muy peligroso, la primita entra, le dice que ella haga lo que quiera y ella las 2 veces no se subió a los autitos ni entró al mar. Una y otra vez repetía “¿Por qué no lo hice?”. Por supuesto que lo repetía porque su motivo de conflicto era un pegoteo a la madre que le costaba mucho romper y no cumplir con el mandato de llamarla cada vez que llegaba a su casa, incluso a cualquier hora. O sea, la libertad es conflictiva y uno diría que es más cómoda la esclavitud al Otro, aunque ella no es si consecuencias. Los adolescentes a veces intentan de manera muy tajante demostrarle a los padres que quieren separarse. Todos conocemos la cara de orto adolescente, o el ladrido del adolescente, que es la manera de tienen para demostrar que van por un camino propio y libre.
El pudor es la segunda consecuencia, a parte de la culpa, de infringir una ley. Estamos hablando de neuróticos, en donde cuesta perder ese amparo del Otro. Jean Copiec, en uno de sus 4 estudios, habla del pudor. Dice que el pudor es la manifestación externa de una intimidad. Cuando algo nos da vergüenza, no necesariamente es porque algo sea malo. La vergüenza es a que nos vean la hilacha, a que nos capten, a que el Otro se avive de algo muy íntimo y nos podemos enrojecer por esto. Ella habla de las mujeres musulmanas que usan una burka, que deja descubierto solamente los ojos y ella dice que eso las priva del pudor. Las priva de que el mundo vea cuál es la consecuencia que tienen en ellas lo que les pasa en l mundo externo. Ella dice que el pudor es una ganancia, como relación entre lo externo y lo interno, aunque nos dé pudor que se vea el pudor. Ustedes saben que hay muchos pacientes que se enrojecen como síntoma y lo que les da vergüenza es que se note que tienen vergüenza, digamos. Se hace un círculo vicioso. Algo de lo íntimo tiene que quedar en uno.
Hace un tiempo atendí a un paciente psicótico -nos alejamos de la neurosis- que me contaba que para él su primer brote, que implicó una internación, para él fue una ganancia. Dice que aprendió algo que antes no sabía y que para él fue fundamental y se lo explicó un psiquiatra: que lo que él no tenía era pudor. Dice que ahora entendía por qué ahora entiende que cuando en la secundaria se masturbaba en la sala todos sus amigos se reían de él. “Yo no sabía que a ellos eso le daba vergüenza y por eso lo hacía público. Ahora intento ver qué es lo que a la gente les da pudor para no hacer en público lo que a otros les dé vergüenza y me miren raro. Ahora entiendo qué es lo que no tengo”. Uno podría decir que no tiene eso porque no hay un Otro que lo esté mirando. Está encerrado afuera del mundo. En su historia aparece que él fue abusado por su madre y lo que dice es que el psiquiatra también le explicó que el padre le había prohibido el incesto muy tarde. O sea, que el pudor y la culpa son ganancias de tener la posibilidad de un nudo atado, de no desatarnos muy seguido y que no sea sin consecuencias cuando hacemos algo al ponernos agresivos o violentos.
Cuando decimos que algo nos da celos, o le tenemos envidia al otro porque cuenta con el amor y el reconocimiento del Otro, ¿De qué estamos hablando? Del lazo amoroso en el cual tenemos lugar. Si no tenemos esa posibilidad amorosa, no se puede tener celos, envidia de que el otro tiene eso que queremos tener. En El Banquete de Platón, Sócrates dice que todo lo que sabe del amor se lo dijo una mujer, Diotima. Dice que el amor no es ni bello, ni feo, ni bueno ni malo: está en el medio. El amor trae lo mejor y lo peor. En realidad lo define como un gran demonio, porque todos sabemos que tanto el amor como el desamor nos hace sufrir. Aunque se trate de un amor idealizado y sin conflictos, igual se sufre ante el miedo de perder eso.
Hay 2 películas que se me ocurrió nombrarles para desidealizar al amor. Una es Hable con ella (Almodóvar), donde un enfermero está cuidando a una mujer en estado de coma. La cuida de manera amorosa (la peina, la saa a un lugar para que tome el sol), se enamora plenamente de ella. Uno diría que cuando el otro está medio muertito, es muy fácil proyectar lo que uno quiere sobre el amor. Cuando el otro está vivo y nos cuestiona, nos critica, es diferente a uno, no sigue nuestro ideal, es mucho más difícil. Sócrates decía que uno ama a quien le devolvía una imagen amable de uno mismo, haciendo que uno se quiera. este enfermero era tan amoroso con esta mujer que se sentía plausible de ser amado. El problema es cuando uno se despierta y se diferencia de uno.
La segunda película para desidealizar el tema del amor es Átame (Almodóvar). Se trata de que la misma víctima le pide al otro que lo ate. No se trata del otro que lo ata o que lo condena, sino “átame”. Más allá de que se trate de una comedia, ¿Cuándo uno necesita ser atado? Cuando no se está seguro de tener un lugar en el Otro. Entonces, más vale ser atado y ser ese objeto indispensable para el Otro, que no tener ese lugar. Lacan dice que el masoquismo es el peor lugar que se puede tener con el Otro, pero es un lugar. Nada es peor que no tener ningún lugar en el Otro. Eso es verdaderamente el horror.
En los primeros seminarios, Lacan habla de la cuestión imaginaria del amor, pero en los últimos habla de la famosa frase “no hay relación sexual”. No nos vamos a meter con ese tema que es complejo, pero de lo que se trata es que no hay una adecuación o un complemento ideal entre los sexos. Que haya 2 personas no quiere decir que se complementen a la hora de tener sexo, sino que van a la cama cuando se complementa algo del fantasma, o sea, algo de lo imaginario. Por ejemplo, cuando se complementa alguien que necesita ser pegado y otro que pegue; alguien que necesita ser cuidado y otro que necesita cuidar; alguien que necesita ser admirado y otro que necesita admirar. Ese es el complemento posible en el amor. No hay una adecuación sexual que va de suyo y esto causa que a veces las cosas no funcionen sexualmente aún cuando hay amor. Siempre hay un desfasaje con lo que el otro no es, no tiene, no puede, trae de a destiempo, trae de más, trae de menos. Esto es lo que se escucha permanentemente en el consultorio. Esto está bueno, porque el amor idealizado trae consecuencias muy complicadas. Lo que nos salva de esa complicación es tolerar esa pequeña insatisfacción, que el otro no sea todo para uno y sobre todo tolerar que uno no sea todo para el otro, que puede disfrutar de sus amigos, de la cancha y no por eso nos deja de querer.
Otra película que se me ocurría era El amor, primera parte. Es una película argentina en de Santiago Mitre y Juan Schmidman. No es una película muy buena para recomendar, pero tiene una cuestión muy interesante: muestra cómo por las mismas pavadas que uno se enamora del otro (el lunar que tiene, la forma de sonreír, el libro que leía), es por lo mismo que empezamos a no tolerarlo. Puede ser cualquier cosa: no arregla la cortina, respira de determinada manera, etc. Los motivos del enamoramiento y el desenamoramiento son casi inubicables en la razón. Hay algo que se da o algo que se cae y los pacientes dicen cosas como que tendrían que enamorarse de tal porque es un partido maravilloso y no pueden. Hay algo de lo racional que en el amor se escapa.
Vayamos al tema que nos convoca: cuando el otro no nos devuelve una imagen amable de mí, o me muestra algo que no me gusta, esto puede desatar situaciones de agresividad, violencia. El malestar no está solamente por lo que le hacemos al otro, sino por cómo nos quedamos nosotros con esa imagen que le dimos al otro y a nosotros mismos. Lacan inventa una palabra -entre tantas- que es el odioamoramiento. Él dice que el amor y el odio van de la mano. No se puede odiar a quien no se amó. De ahí el tema de la venganza, porque en lugar de simplemente dejar a la pareja, necesita matarla. En general esto trae consecuencias para el propio sujeto, como la cárcel o el suicidio. En principio yo pensaba que la venganza es directamente proporcional a la herida narcisista que el otro nos provocaba. Se trata de la peor manera de salvar esa herida narcisista, porque no solo no la salva, sino que empeora todo.
Vayamos a otro mito griego. ustedes saben que los mitos griegos no se privan de ninguna exageración, por eso son tan contudentes y nos enseñan tantas cosas. Se trata del mito del laberinto de Minos. Minos manda a construir un laberinto que tuviera la cualidad de que nadie pudiera salir de ahí. Antes de eso, Pasífae (la que brilla para todos), su esposa, es embrujada por Poseidón. Poseidón le había regalado a Minos un toro blanco para que lo sacrificara como muestra de agradecimiento. Minos no sacrifica el toro blanco porque lo considera muy bello y entonces Poseidón se venga embrujando a Pasífae y haciendo que se enamore de ese toro blanco. Para ella era un problema enamorarse de ese toro blanco porque quería ser poseída por el oro, mas no podía por ser una diosa mujer. Entonces le pide ayuda a Dédalo, el primer arquitecto, y él le arma una vaca de madera para que el toro la posea. Ella se mete adentro de la vaca, el toro se apareaba con la vaca de madera y así Pasífae quedó encinta, pariendo un horrible monstruo mitad hombre y mitad toro: el Minotauro. Dédalo construyó entonces un complicado Laberinto, en el que Minos encerró al Minotauro.
Uno podría preguntarse por qué Minos no mata al minotauro, como si quisiera vengarse Pasífae diciéndole que no puede acceder a él ni el minotauro puede salir. Nadie que entre tampoco puede salir. El tema es que la ofrenda que se le tenía que hacer al minotauro eran 7 jóvenes y 7 doncellas que morían. Teseo dice que esto no puede seguir así por ser injusto y las muerte que implicaba y le pide a Ariadna, su amada, una manera de salir del laberinto y todos conocemos el famoso hilo de Ariadna que ella le provee para que teseo mate al minotauro y pueda salir del laberinto. Logra hacer todo eso y se va con Ariadna hacia Naxos (isla de Grecia), la deja ahí y sigue su camino.
El tema es que a partir de que Minos conoce esa ofensa que le hace Pasífae con el toro, le es infiel con cuanta doncella encuentra. Y acá va la tercera venganza: Pasífae recurre a una bruja y convierte el semen de su marido en víboras, escorpiones y cucarachas que matan a todas las doncellas con las que Minos tiene sexo. La venganza, de las grandes de los mitos o de las pequeñas que uno puede escuchar en la clínica, hace que no se pueda salir sin heridas, porque hay algo de la propia imagen que queda herido. Y por otro lado, a mi se me ocurrió pensar que esto de la venganza con el otro hace quedar al sujeto pegado y no poder escapar a la libertad. Cuando uno se enfrenta al otro de yo a yo, desde la violencia, la agresividad o la venganza, lejos de salir del otro, uno queda preso y metido en un laberinto. Cuando uno enfrenta de yo a yo al otro, es no salir del laberinto y podemos seguir el consejo de Borges, que decía que de todo laberinto se sale por arriba. Por arriba sería no enfrentar de yo a yo con el violento, y ver de qué manera recuperamos nuestra libertad.
A lo largo de mi clínica, mis pacientes me han contado pequeñas venganzas que han tenido con sus partenaires, cuando les han provocado heridas narcisistas, lo interesante es que si bien son venganzas menores, vuelven una y otra vez desde el lugar del pudor. Recuerdo una paciente que le dijeron que ya no la amaba, ella automáticamente se levanta y le destruye las lentes de contacto de un pisotón. Esto le vuelve 30 años más tarde una y otra vez en sueños, en lo que le pasaba ella lo relacionaba con eso. Otra paciente, que tenía que entregar su heladera en la división de bienes, contrata a un electricista para que le junte 2 cables de manera que cuando él la encendiera se quemara el motor de la heladera. Y de nuevo, aparece el pudor cuando uno se tiene que enfrentar con sus propias miserias. Y no solo con lo que hace, sino con lo que uno piensa.
La envidia, que es el dolor de que el otro tenga lo que uno no, la salud tiene que ver con poder ir a llorar al baño pero no destruirle el objeto al otro. Pasar al acto podría ser uno de los límites con los que contamos y que en ese momento no nos funcionó y por el cual nos sentiremos culpables. Si no hay pudor y no hay culpa, ya estamos hablando de otra estructura, como el caso del paciente psicótico que les contaba.
Lacan dice que no desata la agresividad en el mismo punto a los histéricos, a los obsesivos que a los fóbicos.
- En general, la histérica agrede con alguien que le quita, le quitó o le podría quitar protagonismo. A veces de manera más abierta o solapada. A la histérica le cuesta no ser agresiva ahí donde alguien puede quitarle el protagonismo que quiere tener.
- Con el obsesivo, sabemos que les cuesta mucho encontrarse con los puntos que manchan su imagen. Lacan dice que el obsesivo tiende a camuflar, desplazar, negar y amortiguar la agresión. Empieza a ponerle todos los paños que puede y en la clínica vemos que si hay algo de esa violencia que sale, en vez de agarrarse con el prójimo, van y le dan una piña a la pared y se fracturan la mano ellos mismos. O rompen objetos, etc. Lacan dice que ahí el obsesivo se pone muy agresivo, se siente muy violento cuando alguien le pesca la mancha o le señalan aquello que no hizo.
- El fóbico ladra cuando tiene miedo de quedarse apresado en el Otro. Cuanto más implicado está el fóbico en el Otro, más le ladra. Podemos pensar en la adolescencia como un momento fóbico donde el adolescente puede quedar pegado a los padres.
Kierkegaard dice, hablando de la esclavitud y la libertad, dice que la angustia aparece justamente ante la libertad y puede preguntarse “¿Y ahora qué hago?”. Frente a la posibilidad de elegir aparece la angustia.
En el seminario VII de la ética, Lacan cuestiona la famosa frase de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. A veces uno se ama a sí mismo tan mal, que amar al prójimo como a uno mismo no necesariamente es algo bueno. Lacan compara, teniendo en cuenta que la libertad tiene mucho mejor pronóstico que cualquier otra posibilidad, a Kant con Sade. Uno podría pensar que son opuestos. Kant llamaba cuestiones patológicas cuando se mezclaban lo afectivo en la ley. No propone hacer el bien para que a uno lo quieran, sino hacer el bien por el bien mismo. Se trata de una ética de la cual no se puede salir: obra de tal manera que tu acción pueda convertirse en ley universal. Lacan lo compara con Sade, porque Sade tampoco puede elegir salir de ese lugar de goce sádico total. Esa libertad no es accesible, tanto para el que quiere hacer el bien permanentemente y para el que no puede dejar de hacer el mal permanentemente. Hay algo que hace que por más altruista que sea nuestra acción, siempre vuelve en beneficio del sujeto. El semejante puede ser prójimo e identificarme con él. Si me identifico, no le hago el mal, porque no me gustaría que me lo hagan. O puede resultar todo lo contrario y que por eso me dé miedo. Tenemos muchos ejemplos en el mundo donde lo distinto da tanto miedo que hay que eliminarlo o desterrarlo. En este caso, el otro es tan ajeno a mi, que me da miedo.
El tema de la identificación a un semejante y no herirlo para no sentir que me estoy hiriendo se puede ver en un capítulo de Black Mirror, donde a unos soldados le insertan unos chips en la cabeza para que vean a la gente como cucarachas y que de esa forma la puedan matar sin ningún tipo de angustia ni culpa. Cuando el chip empieza a fallar y ven a al otro como humanos, son mucho peor soldados y los sacan de la labor. Cuando el otro se vuelve un extranjero, se puede desatar violencia. La identificación al otro me puede servir de freno.
La relación al otro la podemos dividir en 3 planos, aunque de manera artificial porque se dan simultáneamente.
El plano simbólico: Todas las coordenadas culturales que nos determinan con el lazo con el otro. Todo lo que está permitido y prohibido en una sociedad. Qué lugar tiene uno en la familia, en el país, de lo que pasa en el mundo. La ideología y la religión. Todo eso nos atraviesa en el lazo con el otro, más allá que uno pueda ir diferenciando esto heredado, no hay manera de que eso no influya en mi.
El plano del narcisismo: Se refiere al lugar en que el otro me completa, cuándo soy exactamente lo que al otro le falta y por eso me siento que tengo un lugar, o cuando el lugar queda chico y la herida que eso significa. Es el famoso “nosotros”, que es el que trae problemas cuando uno empieza a perder el lugar en el Otro.
El plano del goce: Se trata de la satisfacción pulsional, donde el otro “por un rato” puede ser nuestro objeto o nosotros sentirnos objeto de goce del otro. Cuando el goce se enlaza al deseo o al amor, se crea un límite para que el otro no sea un objeto que uno pueda destruir.
Hay una cuestión del límite y el poder. En La lista de Schindler hay una mujer, al cual un nazi le dice que tener el poder es tener la posibilidad de matar al otro y no hacerlo. El deseo y el amor nos salva de pretender ser Uno, el Uno del totalitarismo con el Otro.
Tenemos que hablar de Kevin.
¿Qué pasa cuando no hay una neurosis y no se trata del amor y del deseo articulado? Tomaré el caso de la película Tenemos que hablar de Kevin, que nos permite pensar esta cuestión. No hay punto, ese es el punto. Esa es la respuesta que Kevin le da a su madre cuando ella le pregunta angustiada “¿Por qué lo hacés, cuál es el punto?”. No entendía por qué su hijo coleccionaba cds con virus que destruían archivos. Él coleccionaba esos virus para destruir archivos de las computadoras de sus conocidos. Pero esto era solo el comienzo del horror. El por qué del acto monstruoso que comete el adolescente lo encontrará Eva, la madre, e invitará al espectador a acompañarla en esa búsqueda. La película no nos permite tranquilizarnos con ninguna certeza. Podemos esbozar algunas hipótesis y tan sólo suponer la causa de semejante atrocidad. La causa siempre es supuesta. El argumento de Tenemos que hablar de Kevin es muy duro, pero la belleza de las imágenes nos da un respiro para que a pesar de todo disfrutemos de la obra.
¿Qué es la maldad? ¿El malo nace malo o es producto de un déficit de amor o de un lugar que se le ha dado? ¿Se trata, como algunos creen, de una falla constitucional o de algo en relación al deseo materno y al Nombre del Padre? La historia: Eva es una escritora de guías de viaje, casada con Franklin, hombre al que ama. Al juzgar en la casa en la que viven, les va muy bien, hasta que nace Kevin, la confronta con aquello que la atormenta: no puede quererlo, calmarlo, disfrutarlo. Solo lo padece. No se siente capaz de hacerle un lugar, aunque no es una madre que lo descuide. Al contrario, hace lo que tiene que hacer no solo respecto a los cuidados corporales; también lo lleva a profesionales para que lo evalúen, que le respondan por qué su nene no se comunica. Ella le tira una pelota y él no se la devuelve. ¿Por qué no habla? Lo hizo muy tarde. ¿Por qué no presenta emociones? Kevin no presenta problemas intelectuales ni de aprendizaje, pero no tiene amigos.
A medida que el niño crece y se muestra cada vez más cruel, ella se va dando por vencida. Llega a sacarle un ojo por accidente a su hermanita. El marido niega y mira para otro lado hasta que ocurre la tragedia. En un acto premeditado y planificado con sumo cuidado, Kevin masacra en la escuela a 11 compañeros y a una profesora. Luego mata al padre y a la hermana, dejando viva a la madre como último gesto de extrema crueldad, como si necesitara un testigo del horror, igual que en la dictadura, cuando los militares dejaban vivos a algunos prisioneros de los campos de concentración para que cuenten lo que vieron, para que den testimonio de lo peor de la condición humana.
La película se centra en la madre. Ella se siente víctima de su propia incapacidad y cuando la gente la agrede en la calle acusándola de haber criado a un monstruo, de alguna manera no lo desmiente: se siente parte. A pesar de todo, va a visitar a su hijo a la cárcel, intentando entender. Kevin pareciera ser el alumno dilecto del Marqués de Sade, que tenía como ideal a la apatía, rechazando todo padecimiento, empatía o bienestar. El ideal sadiano promete una libertad sin freno, pero en realidad responde como esclavo a una ley del mal. No es libre de elegir y aunque niegue todo límite, ya sea de la realidad, de la ley, del dolor del otro, se ofrece como objeto o instrumento de un Otro maligno.
Según la ley, tanto el perverso como quien presenta esa posición subjetiva psicopática, son imputables, porque son conscientes de sus actos, a diferencia del psicótico. En el seminario El reverso del psicoanálisis Lacan habló de los canallas. Lacan dice que el canalla es inanalizable y dice: Toda canallada se basa en querer ser el Otro de otro, de alguien para manipular sus deseos. Proclama la verdad desde el lugar del Otro para operar sobre los deseos del Otro. Mazzuca hace la siguiente articulación, que me parece aplicable al personaje. La posición del canalla es en el lugar del Otro, manipular al otro usando métodos perversos. En relación a la psicopatía, dice que se trata de una patología del superyó y que el psicópata no es capaz de amar, no siente culpa, se maneja con seguridad y habilidad en la acción. Kevin no se presenta como sujeto, no se siente dividido, sino que divide al otro y lo angustia. Basta que la madre muestre algún mínimo apego por algo, por ejemplo el estudio donde trabajaba, para que el hijo arruine sus paredes con una pintada horrenda. En una oportunidad, en medio de una pelea, forcejean y Eva sin querer lastima la mano del hijo. Cuando está frente al padre, el chico miente respecto a cómo se lastimó. No involucra a la madre, ¿Para protegerla? Sabemos que no. La obliga a callar, a ser cómplice de su mentira, demostrando el poder sobre ella como la escena que les conté en la La lista de Schindler, donde pudiendo hacerlo, no lo hace.
La directora de la película deja en claro las perturbaciones en la función paterna. El padre pareciera desconocer qué hijo tiene. Lo ama y niega de tal manera, que le regala un arco y flecha para que el nene juegue en el jardín. El apoyo incondicional al hijo no reconoce el caso particular: apoyarlo hubiera sido prohibirle el arma que resultó letal. Kevin se mostraba amoroso con él, lo seducía, haciéndolo fracasar en su función simbólica. No podríamos afirmar desde ningún saber por qué Kevin resultó lo que resultó, pero pareciera que tanto la dificultad de Eva para poder amarlo como la enorme distracción del padre, lo despistaron de la carretera principal, esa que no conduce a un punto. Cuando se obra el nombre del padre tenemos fe de conseguir lo que buscamos, tener un lugar en el Otro y ser amados. El final de la película deja abierta un rendija por donde entra la luz. En una de las visitas que hace Eva a su hijo, este le dice “Antes sabía por qué lo hacía, ahora no sé”. El “no sé” abre a una pregunta que antes no existía. Abre lo cerrado, pareciera que ese acto monstruoso dedicado a Eva, al ser respondido en tanto que ella no cerró los ojos, lo vio, se implicó, lo soportó, no se mató, parece ser que algo tocó al hijo que la mira por primera vez con otros ojos. Es tarea de los jueces juzgar y la nuestra tratar de entender la lógica que lleva a alguien a cometer un crimen tan siniestro que tan mal le viene -a él mismo- y tan solo lo deja.
Uno pudiera preguntarse en qué hacer éticamente cuando un paciente nos cuenta que va a cometer -no digo un crimen- algún pequeño acto delictivo. ¿Lo denuncio, voy a la policía, le digo que está prohibido? Tuve un paciente que solía tener riñas en la calle con diferentes personas y una vez tuvo un accidente en la moto, donde lo atropellaron. Él gana un juicio por ese accidente y tiene un segundo accidente donde queda la pregunta si fue provocado por él para ganar el juicio. Él sentía que el mundo le debía algo y por lo tanto sacaba pequeños objetos de diferentes lugares. Él los llamaba souvenirs. Si lo atendían mal en un bar, se robaba un cenicerito, una copita… Robaba pequeñas cosas como venganza del otro por no haber actuado correctamente, como diciendo “acá estamos a mano”. En un momento me cuenta -o sea, intenta hacerme cómplice- de un acto que va a cometer: él había ido a hacer un tratamiento a lo de una doctora que lo iba a hacer adelgazar. Le cobra una determinada suma, no lo hizo adelgazar y por lo tanto dijo que iba a robarle del escritorio donde guardaba el dinero la misma cantidad que ella le cobró. “No soy un ladrón”, dice.
¿Qué hace un analista ahí? No somos jueces ni podemos decirle que está mal, porque él ya lo sabe. Yo lo que hice fue pedirle un tiempo. Poder trabajar eso para poder mostrarle a él por qué no le conviene ese acto de repetición, más allá de la doctora que le importaba bastante poco. Y que si en ese tiempo él seguía con ganas de robarle, cortábamos el análisis y él podía hacer lo que quisiera. Por supuesto que nunca volvió a hablar del tema y a mi no me importaba mucho si lo hizo o no lo hizo, pero al menos yo no era cómplice de eso.
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