“Los que fracasan cuando triunfan” es el segundo ensayo de la serie “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, de 1916, que empezamos a abordar con Los sujetos excepcionales.
Éxito y enfermedad
Éxito y enfermedad
En el fenómeno descrito por Freud en “Los que fracasan cuando triunfan” (1916), no hay duda acerca del vínculo entre la enfermedad y el éxito. Justo cuando está a punto de realizar su deseo, el sujeto enferma y surge el fracaso, como si la dicha no pudiera ser soportada.
El destino ataca la posibilidad deseante ahí donde el éxito estaba al alcance de la mano. No se trata del deseo que circula en la fantasía, sino de la realización del deseo por el acto mismo.
Freud trae dos ejemplos clínicos.
El primer caso trata de una joven que escapa de la casa paterna para vivir aventuras. Se da a una vida sin límite, hasta que conoce a un hombre que la lleva a su casa y ve en ella otro tipo de muchacha. Al tiempo decide proponerle casamiento, lo cual representaría para ella la concreción de su mayor deseo para ese momento: ser una señora. Acto seguido, sin embargo, la joven comienza a descuidar la casa que sería suya, hacía desplantes de celos injustificados a su pareja, no lo deja trabajar, hasta que contrae una enfermedad anímica incurable que impide el matrimonio. Los poderes de la “conciencia moral –nos dice Freud– impiden toda posibilidad de final feliz”; ya veremos por qué.
El siguiente caso corresponde a un joven profesor universitario que anhelaba ser el sucesor de su maestro, quién lo había preparado mientras él era su ayudante. Pero, ante el retiro del anciano, una enfermedad no le permitió a este profesor sostenerse en el lugar para el que se había preparado tanto. Para el sujeto, ocupar el lugar del sucesor está en relación con el lugar paterno, y hacia allí se dirigirá la lectura de Freud.
De la ambición al sacrificio
En “Tótem y tabú” empieza a insinuarse en la teoría freudiana una culpa estructural en todo hijo ligada a su genealogía y su filiación. Esa culpa ha de encontrar una vía: dentro de la Ley como don y deuda simbólica, o en sus bordes como deuda de sangre que sólo puede pagarse con un trozo de la vida o con la vida entera.
Para los que fracasan al triunfar, el sacrificio de los frutos de la ambición no es sino la tramitación fallida de la culpa por el crimen del parricidio.
En el tipo de carácter de los que fracasan al triunfar –por culpa– cuando triunfan –en su ambición– no es posible para el analista hacer circular la culpabilidad por el camino de la deuda simbólica. Se trata de sujetos que no soportan recibir los dones del padre.
Por eso mismo, resulta imposible sostener la transferencia por el lado del don del amor. Se juega la incidencia de la “instancia crítica” o sea la instancia superyoica, cruel, vía lo peor de la culpa y del padre. No obstante, la culpa vuelve a recaer en el ambicioso fracasado, pero no como conciencia de culpa, sino bajo la dimensión del fracaso y, por lo tanto, se preserva de ella. Pareciera que del fracaso es responsable el destino y no el sujeto.
Esta cuestión Freud la sostendrá años más tarde en la “Carta a Romain Rolland” de 1936, con ese envés de la cobardía culposa que configura el acto de “ir más allá del padre” gracias, precisamente, a los dones del padre.
Allí nos plantea que “Uno no se permite la dicha”. ¿Por qué? Porque, en muchos casos, “uno no puede esperar del destino algo tan bueno”.
Freud nos da una pista para ubicar esto que es totalmente inconsciente para el sujeto: la satisfacción por haber llegado tan lejos se mezcla con el sentimiento de culpa, de modo tal que prevalece la crítica infantil al padre, como si continuara prohibido querer sobrepasarlo.
Como nos plantea Lacan, ir más allá del padre está en relación a un punto fundamental en la clínica de las neurosis, las versiones del padre y el complejo de castración. Es en esta dirección que debemos orientar la cura.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario