miércoles, 24 de julio de 2019

Cuando el amor enloquece: erotomanías.

Notas de la conferencia dictada por Élida Fernandez, el 03/07/2019

Cuando Clerambault sistematiza la erotomanía, dice que se da predominantemente en mujeres. Prácticamente no lo sitúa en los hombres y ahí viene mi primera pregunta: ¿Se da la erotomanía exclusivamente en mujeres? La erotomanía toca la pasión, la posición femenina, la temática amorosa y en general es un tema que se sitúa equivocadamente: dicen “Es una erotómana, está enamorada de…”. Es un error, porque la erotomanía tiene como postulado más importante “Él me ama”, no “Yo estoy enamorada de él. La erotomanía es suponer que el otro me ama. En 1920, Clerambault estudia la erotomanía. Pone este postulado fundamental y va a hablar de un trayecto que tiene este amor sin destino.

Partimos de que es el otro el que me ama, es el único que me ama o por lo menos el que más ama. El otro es de rango superior, más elevado, social o culturalmente. Todo esto es de Clerambault, que fue maestro de Lacan. “El otro no puede ser dichoso sin ella. El otro no puede tener un valor completo sin ella. Su matrimonio no es válido”. Clerambault era muy fino en su observación, fundamentalmente en mujeres, que eran su pasión, y él dice que los temas que se comprueban y que están derivados de esto es que hay una vigilancia y protección contínua por parte de ese otro que ama. Hay conversaciones indirectas por parte de ese otro. El otro que ama posee recursos enormes y este romance trae como consecuencia una simpatía casi universal. La conducta paradójica y contradictoria de ese que ama es leída desde ese postulado y es signo de amor.

Los sentimientos básicos que va a marcar Clerambault en la erotomanía son el orgullo, el deseo y la esperanza. El orgullo es el principal sentimiento, el que comanda todo. Clerembault incluye a la erotomanía dentro de las psicosis paranoicas y él va a mostrar que este delirio, que se basa en tomar señales, signos de ese otro que supuestamente ama desde una lógica psicótica, ese delirio se va a desarrollar en 3 estadíos.

Esperanza. El sujeto, casi siempre mujer, se da cuenta que él le manda todo tiempo de mensajes para enterarla de su amor. Ella necesita interpretar esos mensajes. Se va enterando que es amada, que ella posee algo sin lo cual él no es feliz. La necesita. Ella está orgullosa de ser elegida para completar a alguien que en apariencia es su superior. Interpreta todo como signos del amor que él le ofrece.
Despecho. Desde el primer momento de la erotomanía, tiene la idea de que todo el mundo sabe, comparte y está de acuerdo con este amor, pronto se va a a empezar a encontrar, para quien padece la erotomanía, con que no puede seguir sosteniendo este delirio, porque lo que ella entiende como mensajes que son indirectas para un encuentro en determinado lugar, ella va al lugar y él nunca llega. Lo que si llega es el despecho, el segundo momento de este delirio. Él no responde, no la perdona por no haber entendido rápidamente sus mensajes, él la ama y la odia, pero no puede olvidarla.
Reivindicación. Es el estadío final del delirio. Tiene que ver con algo típicamente paranoico, que es el rencor, la reivindicación y la venganza. Él no puede tratarla así, él no puede perdonarla. Todos saben que este amor ha caído. Todos saben que este amor ha muerto y ella sufre muchísimo por este destino feroz de este amor que la había elegido.

Este delirio, descrito y sistematizado por Clerambault, nos mete de lleno en el tema de las pasiones, en la psiquiatría. No porque antes no estuviera, sino porque él le da un lugar diferente dentro de su propio delirio. Las pasiones han sido tema de la literatura y de la filosofía desde Aristóteles hasta la actualidad. Podemos decir que las pasiones, ya sean movidas por la lucha de clases, por el fanatismo religioso o político, pensadas como vicios, que llevan a la locura o como germen de la creación artística tienen algunas características comunes.
  • Las pasiones son irresistibles.
  • Borran los límites del sujeto.
  • Poseen al sujeto, que se transforma en el que padece la pasión.

La característica de la pasión, desde que nace el romance, lo que llamamos novela, es el obstáculo. Toda pasión tiene que tener en su estructura un impedimento. Un impedimento de que esos amantes se encuentren. Toda novela, como las que hay actualmente, tienen que ver con esa imposibilidad. Sabemos que el final es feliz, pero los amantes por mucho tiempo tienen que pasar por una serie de obstáculos para lograr estar juntos. Es decir que es la separación de los amantes la que arma la novela. Es lo que caracteriza el romance de Roman Roland. Todos sabemos que al final va a venir el capítulo feliz, pero es muy fugaz, porque nadie escribe una novela que siga cuando los amantes se encuentran, porque sería aburridísima. El final es feliz y corto.

¿Qué tiene que ver todo esto con la erotomanía? ¿Y por qué es femenino? ¿Las mujeres encarnamos desde cualquier estructura la necesidad de ser amadas? Y digo desde cualquier estructura porque la erotomanía, no como delirio como vimos, sino con cierta certeza de que el otro me ama, de darse cuenta del amor del otro, también lo escuchamos en las neurosis. Uno le pregunta al paciente cómo se dio cuenta y las razones que dan son muy subjetivas, muy imaginarias. Hoy en día los signos no son claros, no hay tirar el pañuelito, ni las mujeres andan con abanicos haciendo un lenguaje con eso, con lo cual los signos del amor se hacen más sutiles. Y digo amor, no atracción sexual.

Pensemos que esta patología que aparece dentro de una sociedad patriarcal, donde el destino de las mujeres dependía de la alcurnia y de las posibilidades económicas del pretendiente. Ser amada por un hombre importante marcaba su destino, no tan solo su buena suerte. Muchas veces el destino de las mujeres era conseguir un buen hombre, un buen marido que le diera refugio y un nombre. Pasaban a ser “la señora de…”, con lo cual el amor de un hombre a una mujer, durante muchísimo tiempo, le daba identidad. En el código romano, del que se basan nuestras leyes, el hombre era dueño de la mujer, de los hijos (les pone su apellido) y de los bienes (patrimonio). Con esto no explico el cuadro, sino que lo quiero contextuar. Más allá del patriarcado, hay una necesidad humana de ser amados que persiste a pesar de cualquier aplicación moderna para encontrar pareja.

¿Por qué la erotomanía se encarna con mayor asiduidad en las mujeres? Vamos a Freud. Él hizo un aporte sustancial a la psiquiatría cuando planteó que el delirio no era una construcción falsa o mentirosa, como sostenían los psiquiatras de esa época y lamentablemente muchos aún hoy. El delirio es una tentativa de curación fallida. Además, el delirio no es patognomónico de la psicosis, sino que aparece, como Freud lo demostró en la Gradiva, en las neurosis.

Delirio y alucinación no son patognomónicos de la psicosis. Los neuróticos, cuando se desencadenan, pueden alucinar y pueden delirar. Con lo cual, el diagnóstico diferencial es algo muy fino, muy preciso y de mucha responsabilidad. debemos tomarnos tiempo, porque sabemos que aunque hay alguien que delire y alucine, eso no quiere decir que esté psicótico. El delirio tiene, para Freud, una verdad mal dicha, una verdad a descifrar, una verdad de ese sujeto particular. Las formas pueden recrearse, los pasos que siguen pueden establecerse, pero el contenido particular del delirio es de de cada uno. Los hilos con los que se tejen son de la historia de cada uno y todos son intentos de tapar un agujero. Lo que nunca hubo, lo que debería estar y no estuvo, algo que no se imprime. Hay una lógica del delirio, pero también hay una historia del sujeto. También sabemos que cuando hay un delirio, es más posible que el tratamiento posible, que hay un intento de curación por parte de él, que tiene recursos para armarlo. No todos los sujetos psicóticos arman delirios, pero cuando pueden hacerlo, algo de ese relato se vuelve posible de ser escuchado y preguntado.

¿De qué nos habla el erotómano? De que alguien muy importante la amó. Ella no supo leer los signos de ese amor, se desencontró. Finalmente fue un amor abortado, fallido, sin otro destino que la persecución. La erotómana vuelve al desamor con el que empezó a delirar. Para que se construya un delirio, algo tiene que haber sido forcluido en la constitución de la subjetividad. Algún significante fundamental para la constitución de un sujeto faltó. La forclusión, revelada como falla en la estructura simbólica, repercute sobre la estructura imaginaria, la disuelve, la reduce a la estructura elemental llamada el estadío del espejo. Esta frase es de Lacan. ¿Qué es el estadío del espejo? El infans se reconoce en su imagen en el espejo mediante la mirada amorosa de otro. Se reconoce alienadamente cuando mirando al espejo dice “Ese soy yo”. ¿Por qué es sostenido por la mirada amorosa de otro? Porque es en el campo de ese Otro fundamental para el niño que se va a reconocer deseado, amado. El Otro aloja, da significantes, da un lugar en el linaje. Hijo de, le da un lugar en su deseo inconsciente y estructura así el inconsciente. En este período del estadío del espejo se constituye el yo como instancia psíquica, como lugar de reconocimiento. Se configura el pequeño otro y el cuerpo como propio. El cuerpo como propio es una adquisición que en muchas psicosis no está. Es decir, el cuerpo no es reconocido como propio. Cuando Lacan en El Sinthome dice que el analista puede sospechar una psicosis, habla de la caída del cuerpo como propio.

La literatura tiene a un británico, McEwan, que escribe maravillosamente bien, que noveliza la erotomanía en su obra “Amor perdurable”. Quiero leerles un párrafo que me parece muy esclarecedor:

Era como si un encaje delicado se reparase su propio tejido desgarrado con la sola fuerza de su complejidad. Me vino de golpe, y parecía imposible que lo hubiese olvidado. El palacio era el de Buckingham, y el rey, Jorge V; la mujer delante del palacio era francesa, y la época, poco después de la Primera Guerra Mundial. Había viajado a Inglaterra en varias ocasiones con la sola intención de apostarse ante las verjas de palacio con la esperanza de vislumbrar al rey, de quien estaba enamorada. Nunca se había encontrado con él, y jamás lo haría, pero a él iban todos sus pensamientos.
[...]
Aquella mujer estaba convencida de que toda la sociedad londinense comentaba sus amores con el rey, que estaba muy afectado. Cuando en una de sus visitas no encontró alojamiento en ningún hotel, creyó que el rey había utilizado su influencia para impedir su estancia en Londres. La única certeza que tenía era que el rey la amaba. Ella lo quería a su vez, pero estaba amargamente resentida con él. Él la rechazaba, pero no dejaba de darle esperanzas. Le enviaba señales que sólo ella sabía interpretar, dándole a entender que por muy inconveniente, por violento e inadecuado que fuese, la amaba y siempre la querría. Se servía de las cortinas de las ventanas del palacio de Buckingham para comunicarse con ella. La mujer vivía en la lóbrega cárcel de aquella vana ilusión.

Me parece interesante cómo él describe este caso real, de ella esperando el movimiento de una cortina para que ella tomara esto como un mensaje hacia ella. Los signos de amor pueden ser tan frágiles y superfluos como el movimiento de la mano que descubre una cortina. Y si bien son sutiles, evanescentes, como una mirada o una sonrisa que se demora, el neurótico no tiene certeza, hasta el punto de preguntar hasta el hartazgo si él nos ama, si nos ama todavía y cómo, cuánto y por qué. En cambio, el erotómano sabe. Su saber no tiene duda ni vacilación. Y si no lo ama, es porque lo odia, no hay matices.

Ahora bien, la pulsión va a ser presentada por Lacan, en su retorno a Freud, como una trayectoria, como un circuito donde la pulsión se origina en una zona erógena en los agujeros del cuerpo; gira en torno al objeto y vuelve de regreso a la zona erógena. Las zonas erógenas son las zonas del cuerpo donde la pulsión se hace presente. Este circuito está estructurado por 3 goces gramaticales: la voz activa (ej. ver, en el caso de la pulsión escópica), la voz reflexiva (verse) y la voz pasiva (ser visto). Los primeros 2 tiempos, la voz activa y la voz reflexiva, son autoeróticos, en la medida en que falta el sujeto. Solo en el tercer tiempo, en la voz pasiva aparece el sujeto, donde la pulsión completa su circuito, como dice Lacan en el S. XI Los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis. Aunque el tercer tiempo del circuito pulsional es pasivo, la pulsión es escencialmente activa, razón por la cual Lacan describe ese tercer tiempo no como ser visto, sino como hacerse ver. Hacerse ver, hacerse oir, etc.

Lacan describe a la pulsión como una trayectoria que circunscribe el objeto y esa trayectoria es, en última instancia, significante y simbólica. A esta cara significante de la pulsión se opone una cara real, que apunta directamente al goce. La verdadera finalidad de la pulsión es obtener la satisfacción, sin que importe el objeto de la pulsión. Freud fue muy claro en distinguir pulsión de instinto. Los animales tienen instintos, pero los humanos por la acción del lenguaje sobre el cuerpo somos los únicos que podemos tener un orgasmo con un fetiche, ya sea un zapato o una prenda de la amada. Por ejemplo, en la novela “Reflejos en tus ojos dorados”, de Carson McCullers, llevada al cine. A veces pensamos que lo que buscamos es la satisfacción. Tenemos el consultorio lleno de insatisfechos, debemos decir que la satisfacción por lo menos es paradójica. El camino del sujeto, en búsqueda de la satisfacción, pasa entre 2 murallas de lo imposible. Es decir, la erotómana dice una verdad mal dicha. Ella supo que alguien importante, el rey de su mundo, su otro hisórico e inolvidable, debería haberla amado. Es más, ella le correspondió y lo amó. Pero no es que su primer postulado esea erróneo (que él no la amó), sino que él no se enteró que ella le correspondía. Esto es lo que dice el erotómano. Ella construye en el delirio algo donde ella le correspondió, pero que él nunca se enteró y por eso el amor no fue.

El gran amor del erotómano es imposible, no tiene pasado, ni presente ni futuro. Su amor es un amor muerto. ¿Es un hombre el que la rechaza? Podríamos decir que es él o ella, que de amarla le hubiera dado un nombre propio. Él la hubiera hecho su dueña, le hubiera otorgado un amor perdurable. A veces escuchamos en algunas pacientes neuróticas algo parecido, algo que no admite réplica, algo puede dar vueltas todo lo que el otro diga como para llevar agua para su molino. No importa que el otro diga “No te amo”, ella puede pasar por encima de sus palabras, aplastarlas y convertirlas en su opuesto. Si estamos más o menos en la idea de que se trata de una neurosis, o por lo menos de que no es una estructura psicótica, debemos preguntarnos qué sostiene en ella ese amor para defenderlo con uñas y dientes, para no querer saber ninguna otra cosa que ese postulado: él me ama.

El amor es difícil, no tiene manual, no tiene credenciales, puede aparecer en cualquier lado. Pero puede estar ausente cuando más se lo desea o supone, cuando más se lo necesita. La erotómana protesta locamente porque no ha tenido un amor que la haga reina. Como dice Freud, nunca ha sido “su majestad el bebé”. Lo que denuncia la erotómana es que ese amor, que debería ser a primera vista como la madre con su hijo, ese amor que parte de la madre, del Otro primordial que aloja, no ha existido. Lo que el delirio cura es de ese dolor espantoso de no haber sido amada, transformándolo en “si me ama; no se enteró que yo lo correspondía”. Es una vuelta de tuerca para no pasar por la insoportable verdad de “no he sido amada, no he sido traída al mundo con amor”. Por eso, el delirio erotómano es un intento de curación fallido, como todo delirio, como todo intento de curación que hace el propio paciente, que intenta transformar algo que es muy insoportable, que lo transforma en “Él me ama, es muy importante, todos lo saben pero él nunca se entera que yo le correspondo, nunca le llega mi aceptación”. Con lo cual, trata de paliar ese sufrir de este modo tan amargo.

Es como si la erotomanía no se pudiera rendir al desamor que la arroja al anonimato. Ella se hace notar, se hace ver. Si el amor es para Lacan dar lo que no se tiene a quien no lo es, para donar la falta hay que haber sido alojado en el campo del Otro. Hay que haber estado alienado al campo del Otro, para poder separarse con el efecto de la castración y forjar la falta. Nadie que no ha atravesado estas operaciones tan complejas puede donar su falta. No ha llegado a tenerla nunca, porque no se ha podido alojar en el Otro y de eso mal habido dicen los psicóticos, dicen las erotomanías, dicen los delirios. El me ama, cualquier gesto, movimiento o palabra sirven para confirmar esto.

Caso clínico.
Hace mucho tiempo, un colega me llama desesperado para derivarme una paciente suya, que según él dice, le está haciendo la vida imposible. Lo sigue, se la encuentra en todas partes, está en todos los lugares donde él transita, lo vuelve loco. Antes de llamar a la policía, que le sonaba muy agresivo, quería intentar una derivación.
La paciente viene a verme. Ella está muy mal, atravesada del dolor. No tiene dudas de lo que él le hizo saber, que estaba enamorado de ella. Él está casado y ella comprende sus dificultades y le hace saber todo el tiempo que ella le corresponde y que está dispuesta a esperarlo. Todo lo que él dice le confirma su certeza. El profesional publica artículos en el diario que él sabe que ella lee. Son mensajes dirigidos a ella, para que se encuentren en algún lugar. Ella va todas las veces a ese encuentro y él no aparece. Él no aparece porque no se entera que ella le corresponde. Él no da muestras de saber lo que ella siente por él o de la manera que ella eligió para que ella fuese. Parece hacerse el desentendido. Ella no lo entiende, porque además él le dijo que no podía seguir atendiéndola y ella pensó que seguro era para poder empezar una relación estable, porque era necesario que él dejase de ser su analista poder estar juntos. Pero ahora él no le atiende el teléfono. Ella lo llama constantemente, le deja mensajes y él no responde.
“Él no me puede hacer esto, es un chanta. Me engañó, me animó a armar algo fuerte entre nosotros y ahora que me convenció, me deja. Esto son los hombres, una no puede confiar”. Todo lo que hizo se dedicó a informarla que la amaba y ahí le pregunto cuándo empezó a pensar esto. Ella contesta que una vez llegó al consultorio. Él le abrió la puerta con el portero eléctrico. Ella entró a la sala de espera y escucha al analista hablando por teléfono y él repetía “Si, la quiero, sí, la quiero”. Ahí ella tuvo la primera revelación. Después, cuando ella lo confrontó, él dijo “El boludo me dijo que se refería a una boleta que le debían del taller del auto. Cree que soy idiota, él no estaba peleando ninguna boleta, había elegido esa manera para que me entere, justo cuando yo entro”.
Otro día, ella ve en un pizarrón que el analista tenía en su consultorio (él daba clase), que había escrito en marcador:  DM y N de P, deseo de la madre y nombre del padre. Era un mensaje que ella tenía que descifrar. D era la primera letra del nombre de ella y P la primera letra del nombre del analista. La M era “maravillosa”. Le pregunto “¿Y la N? Ella vacila, dice que lo sabía, pero que ahora lo olvidó. “Demasiado dolor, en su momento lo supe ver”. D tuvo que ser medicada. La vi muchas veces en los primeros tiempos. Tuve que convocar a la poca red de familia que tenía: una hermana, una buena amiga. Tratamos que el psiquiatra evitara cualquier tipo de intervención.
Con el tiempo, D dejó de hablar de P. Su relación transferencial conmigo seguía siendo de muchísima desconfianza. Ella se preguntaba qué relación tendría yo con él. El peligro de convertirme para ella en su rival especular me llevó a confrontarla. En un momento dado le digo que P era un colega con el que yo no había otro lazo que el que se tiene entre colegas. Y que si ella no me podía creer, quizá deberíamos pensar que ella no podía tratarse conmigo, que tendríamos que interrumpir el tratamiento. Aclaro que yo estaba dispuesta, pese a que yo tenía muchas ganas de atenderla, a no seguir atendiéndola si esta seguía esta transferencia de desconfianza y resquemor. Ella ahí dio un giro y dijo, en tono cálido que de ninguna manera, que ella me creía, que cómo iba a pensar que P, además de su esposa y ella, podría amar a alguien más. Entonces, algo de ese amor total se escuchó por primera vez compartido: ella compartí a P con la esposa. Algo importante había acontecido, ese amor no era único, no era todo, no era de su pertenencia. Se lo digo, que por primera vez ella había incluído a la mujer.
Una vez, en sesión, volvió al anagrama N de P. Y dijo que lo que no podía recordar de su lectura anterior, ahora pensaba que debería leerlo como “nunca de P”.
Gracias.

Pregunta: ¿Por qué pensar que solamente la erotomanía ocurre en las mujeres, en especial en este tiempo?
E.F.: El relato de una paciente que me relataba un acoso por parte de su jefe, era algo muy parecido a una erotomanía. Él se le vino encima y ella le dijo que qué hacía, que ella lo veía como un padre, por la diferencia de edad. Él le dice que ella le dio un montón de señales. Y yo, escuchándola, pensé que por qué esto no se incluía como erotomanía. Porque lo que él tomaba como señales para autorizarse a abalanzarse sobre ella eran gestos que ella no le había dirigido. Ella estaba de novia, con un tema amoroso y no con este señor. Supongamos lo peor, que ella fuera una histérica, que puede seducir a todos los que tiene alrededor, pero no específicamente a este señor, que tomaba los gestos dirigidos exclusivamente hacia él. Por eso yo me empecé a preguntar por qué no hay tantos erotómanos, ¿será que el instrumento con lo que los buscamos no es viable y las mujeres si hablamos más de todo este tema, que los hombres tienen otra manera de abordar a una mujer y confirmar eso de ‘ella me ama’?

Pregunta: ¿Faltaría ahí el postulado, no?
E.F.: Obvio, es verdad. Ya cuando hay unos pasos tan especificados estaríamos en una erotomanía. En la residencia en el Borda, yo me encontraba con un erotómano en el pasillo de la residencia hasta la guardia, que era bastante largo. En la residencia teníamos habitaciones donde pasábamos la noche de guardia. Yo quería para mi habitación un espejo y mi padre se ofreció a traérmelo. Cuando él lo ingresó, se encontró con el erotómano y le dijo “Su hija me ama y yo pensé que podría ir a su casa, si me permite la dirección, a tomar mate”. Ese es el erotómano, “su hija me ama…”, no “yo la amo”. Después me esperó a la salida varias veces para que le diera la dirección de mi casa.

Pregunta: ¿Qué pasa cuando los pedófilos culpan a los niños de haberlos seducido?
E.F.:  Yo no sé si esto es la manera de un sujeto perverso de justificar su acto y no que realmente piense eso. Hay ausencia de sufrimiento y tiene como base la renegación, el “Si, pero no”, yo estoy abusando de él, pero a él le gusta. En este punto está la perversión.

Pregunta: Es como cuando cierto actor dijo “Mirá cómo me ponés”
E.F.: Si, es una manera perversa de poner en el otro la actividad, de manera que él no pueda hacer otra cosa que cometer el hecho. Una cosa es la perversión y la justificación perversa y otra cosa es la erotomanía, cuando aparece como postulado tapando el agujero de “No he sido amada”, esta posibilidad de ser amada por alguien muy importante, para quien ella pasa a ser quien la completa.

Pregunta: En esto del delirio, ¿existe la imposibilidad de hacer duelo por no haber sido amado?
E.F.: Cuando Freud se mete a descubrir que las neurosis también pueden enloquecer y desencadenar, él se basa en un autor, que es Meynert, que había escrito las amencias de Meynert. Es lo que hoy llamamos locuras y Freud dice que en las amencias había un duelo imposible, un duelo que por haber perdido algo tan importante y querido, no se puede soportar, entonces se lo alucina, se lo delira y pone el caso de la mujer que mece un leño como mecía a su bebé que había muerto. Frente al horror de que se le había muerto el bebé y no poder hacer el duelo por la pérdida de este bebé, hace una locura sustituyendo al objeto, como que no se lo perdió. Este es un diagnóstico muy fino para hacer entre locura y psicosis.
  • En las locuras, tenemos que investigar si no hubo un duelo previo que no se pudo transitar.
  • En las paranoias y en las erotomanías, no es posible hacer un duelo porque la falta del amor es el fundante. Es el amor del Otro, de la madre, del padre, lo que está en juego. No hay posibilidad de constituirse subjetivamente como un neurótico, entonces tampoco hay cómo hacer un duelo, porque no hay inscripción de la falta.

En las neurosis hay inscripción de la falta, pero las contingencias y los avatares pueden hacer que un sujeto no soporte el duelo y enloquezca.

Pregunta: ¿Cómo es el desencadenamiento en las neurosis para hablar de delirio?
E.F.: Para hablar de delirio en las neurosis, hay que buscar un duelo imposible de elaborar. Pero no se trata de un duelo fundante, de la madre y el padre de crianza. Se trata de un duelo por un novio, un trabajo, un lugar donde estaba realmente equilibrado y compensado o nombrado. Esto se pierde y no hay posibilidad de tramitar el duelo. La presentación de locuras y psicosis son muy similares, por eso es muy importante:
  • Tomarse tiempo para discriminarlas.
  • No hacer interpretaciones por polisemia significante.
  • Hay que trabajar como si fuera una psicosis, tratando de hacer intervenciones que discriminen, que sitúen, o construcciones. Para eso, pueden leer Construcciones… en Freud, que es un trabajo precioso, que es como uno trabaja con un persona psicótica o tan grave que no sabe de que se trata.

En cuanto al duelo, pensaba en una paciente que cuando vino decía que estaba muy mal, que se quería tirar por la ventana del consultorio y decía que se veía cara de rata. Estaba a punto de perder el trabajo porque se la pasaba encerrada en el baño tratando de verse la cara de rata. Se trataba de estos casos terribles donde no hay familia, ni a quien llamar. No quería ir al psiquiatra. Lo único que me decía era que se quería suicidar.

Empiezo a preguntar por la historia, porque sin historia no podemos trabajar. Ella dice que la había dejado el novio. El novio era precioso, divino, fantástico y la dejó. Le pregunto por qué. Ella venía vestida de una forma sumamente provocativa, muy llamativa. Dice “Porque dice que soy puta, no le gusta como me visto”. A partir de que él la deja, se ve cara de rata. Ahí me tiro un lance y le pregunto si se le ocurre algo con ratas. ¿Por qué? Porque si es una psicótica, me va a decir “nada” y va a seguir su camino. No le hago ningún daño pidiendo una asociación. Ella me dice que sí se le ocurre y empieza a contar un montón de cosas donde aparece su historia. Cuenta que su papá siempre comía queso y la madre le decía que era una rata. Le digo “Bueno, capaz que vos tenés cara de rata porque te parecés a tu papá”. Esto de ponerla en la genealogía con el padre la lleva a ella a seguir asociando. Esto llevó mucho tiempo, aunque yo lo cuento resumidamente. Llevó mucho tiempo que ella pudiera pedir una licencia en su trabajo, traer a una hermana lejana, que era lo único que ella tenía de familia. Como ella fue trabajando, resultó ser una neurótica. Finalmente, ella cursó un análisis con buenos efectos para ella.

En este caso, habían muchos indicadores que decían que era una psicótica, pero ella empieza a asociar y a situar su drama a partir de este novio que la dejó, que la remite a su padre, que era muy denigrado, ahí aparece otro tipo de duelo y de faltas. No era que faltaba el significante del nombre del padre, sino que estaba devaluado.

Pregunta: En el caso que vos contabas de N, ¿cómo se llegó a hacer un descompletamiento de este amor absoluto?
E.F.: Yo creo que es transferencia. Cuando yo le digo que estoy dispuesta a interrumpir el tratamiento ante su desconfianza y suspicacia puesta en la relación transferencial, ¿cómo seguir trabajando con alguien que deconfía? Si ella no me cree que tenía una relación de colegas con P, ella ahí puede hacer ese movimiento, al no querer perderme, y dice que me cree. Ahí dice “¿Quién va a pensar que P, además de amar a su mujer y a mi, va a amar a otra?” ¡Por suerte P no es único, también ama a la mujer! A partir de ahí, en transferencia se juga algo de la posibilidad de perder y puede llegar a Nunca P.

Pregunta: ¿Cuántas veces a la semana la veías?
E.F.: Cuando empezó, la he llegado a ver 3 veces en un día. Se trata de situaciones muy límite donde se juega un pasaje al acto, un intento de suicidio, homicidio… Yo nunca he sido internista, por eso podía llegar a ver -ya no tengo la juventud ni el entusiasmo para abordar este tipo de pacientes- muchas veces. Esto durante los primeros meses, luego se van viendo los primeros efectos por la medicación, la palabra, por la relación transferencial que se empieza a armar.

La transferencia es un instrumento importantísimo. Es en transferencia y desde ella que trabajamos. No podemos trabajar sin ella, aun en transferencia negativa, Lacan dice que puede ser muy fructífera siempre que no sea un obstáculo total. Cuando es un obstáculo total, como la erotómana con el analista, ahí no se puede trabajar. Peor puede darse una derivación posible y que el tratamiento siga.

Pregunta: ¿Es cierto que los suicidas no avisan?
E.F.: No es que los suicidas no avisan, sino que algunos melancólicos no avisan, lo que no es lo mismo. El suicidio lo puede cometer cualquier persona con cualquier estructura, que no siempre sigue la regla de no decirle a nadie. Eso de no avisar ocurre en ciertas melancolías, no todas, donde no dan datos y sorprenden a todos. Pero muchas veces el suicida avisa, dicen que no pueden más y que quieren tirarse por la ventana. La clínica no es “Los que se van a suicidar no avisan”, no, muchísimos avisan. Los melancólicos no.

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