¿Qué nos han dicho nuestros padres y educadores? Si te ofrecen drogas, dí que no. De las drogas se entra, pero no se sale. En general, ellos no logran situar ningún peligro específico; las veces que pueden pueden, se refieren al impacto en la salud específico de cada droga. Hoy vamos a dedicarnos a evaluar un riesgo más del que no se suele hablar. Sin embargo, se trata de un riesgo tan obvio, que de alguna manera pasa casi siempre desapercibido, aunque cada tanto salga alguna noticia en los periódicos que nos anoticie de los terribles efectos.
Veamos de qué se trata.
Veamos de qué se trata.
Una de las charlas más interesantes que tuve ocurrió hace años con un productor de éxtasis, al que llamaremos Horacio. No se trataba de una mara tatuada, ni el estreotipo de lo que conocemos como "narco". Más bien, Horacio parecía un tipo común cuyo único mérito había sido tener buenas notas en la escuela. Cuenta que durante su adolescencia probó éxtasis y la droga le gustó tanto que empezó a buscar formas de producirla él mismo. Ni por necesidad, ni por ambición, sino por diversión. Dedicó su tiempo a estudiar química informalmente (preguntaba sus dudas en foros de química de gente que hacía lo mismo) y así se enteró, por ejemplo, que podía obtener safrol del mínimo que existe contenido en la nuez moscada. El safrol es uno de los ingredientes de la receta del éxtasis.
Mediante trabajos informales, Horacio se dedicó a ir formando su laboratorio en su casa y a reunir los poductos químicos necesarios. Empezó a producir esta droga de a poco. Su primer lote consistió en 2,5 g. de éxtasis, suficiente como para lograr 15 dosis. Le pregunté cómo y cuándo empezó a vender y ahí me dijo algo que me llamó la atención: el problema no es vender drogas, sino verificar la calidad del producto.
Pongamos el problema de la calidad en términos de la química: La reacción final para producir éxtasis involucra al aluminio elemental como catalizador de la reacción de reducción. Para quitar el óxido de aluminio del aluminio, se utiliza mercurio. Se debe introducir el mercurio en el recipiente de reacción y limpiarlo con hidróxido de sodio. Si cualquiera de estos pasos no se hace de la manera correcta, el resultado puede ser sencillamente veneno.
¿Y cómo probar la calidad de un lote de droga? - le pregunté a Horacio.
La forma honesta implica utilizar ratones de laboratorio, que es lo que hacía Horacio. Él informa que los ratones, biológicamente, son bastante parecidos a los seres humanos, lo mismo que los cerdos. Se les inyecta un poco de droga y se espera a ver el efecto. Si la rata vive, uno puede probarlo en sí mismo.
La forma económica, por otra parte, es utilizar conejillos de indias humanos. En las fiestas electrónicas, bares y boliches está lleno de ellos y resulta económico -bueno, gratis-, ya que los consumidores ni siquiera saben que son sujetos de prueba de un laboratorio. De buena gana y sin muchas preguntas están dispuestos a consumir lo que se les dé, simplemente, porque piensan que se lo merecen: portan demasiada belleza, demasiada seguridad en sí mismos, tienen muchos seguidores por las redes sociales y saben suficientemente del mundo como para tener que pagar por sus drogas.
Una vez regalado el éxtasis -o lo que aquella sustancia en realidad sea sea-, al productor solo le queda esperar al diario del lunes, que en nuestros días toma la forma de redes sociales. Si los conejillos sobrevivieron, un punto a favor del lote. Si además no tuvieron que ser hospitalizados, otro punto. Y si además a los consumidores-conejillo les gustó su experiencia, el fabricante gana un plus de un nuevo cliente. Ese lote está listo para salir a la venta.
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