Próximos al fin de año, asistimos a acontecimientos gravísimos en América Latina, donde nos encontramos la mayoría de los lectores: golpes de estado, violaciones a los derechos humanos, persecución de minorías y por motivos políticos, brutales represiones policiales y violencia institucional.
Como psicoanalistas, no podemos desentendernos de estas situaciones. Aún si pudiéramos, este contexto no dejaría de influir en la situación de aquellos que se presentan en la consulta y cómo nos enfrentamos a eso. Por ese motivo, dedicarremos unas palabras a la situación de la clínica en estos tiempos.
Hay situaciones de crisis que de tanto en tanto se van repitiendo a través de la historia. En Buenos Aires, Argentina, los tiempos de dictadura militar fueron años muy difíciles y la salud pública se vio bastante alterada. En esos tiempos, el psicoanálisis estaba por fuera de las posibilidades de estudio. Era una formación por fuera de la Universidad, por ejemplo en los consultorios de los psicoanalistas. Había que entrar de a uno, porque no podía haber grupos en las esquinas ni en las puertas de los edificios. El impulso por estudiar, por saber, por meterse en el psicoanálisis fue un tiempo muy productivo para muchos, pese a la crisis.
En lo referido a la salud pública, no se podía trabajar desde el psicoanálisis en los sistemas de salud, ni en las clínicas ni en los hospitales, ni en la internación. No había ley de ejercicio profesional para el psicólogo. Cuando volvió la democracia se formaron colegios de psicólogos, donde legislan el ejercicio profesional. Fue un tiempo muy oscuro donde el psicólogo solo era un auxiliar del médico, por no mencionar el secuestro y la desaparición de estudiantes y de psicoanalistas. El psicanálisis estaba forcluído, por fuera, no tenía ningún lugar porque era considerado por ellos como subversivo.
Con el comienzo de la democracia, esto fue cambiando. Para la formación de los analistas en Buenos Aires, comenzarona surgir muchas escuelas de psicoanálisis que están abiertas hasta el día de hoy, que brindan un espacio, una formación, una transferencia de trabajo para la formación.
Otra situación que podemos mencionar es la crisis del 2001 en Argentina, que también afectó a países cercanos. Hubo un nivel de desempleo y desbarranque económico muy importante. Muchas empresas cerradas, mucha gente en la calle, una situación de pobreza y precariedad importante. Eran tiempos en que se cuestionaba la política y las instituciones de manera muy fuerte, todo lo que era el marco simbólico. La sociedad tambaleaba. En las consultas habían muchas crisis de angustia, ataques de pánico, situaciones de borde. Esto que va sucediendo alrededor, impacta en la subjetividad y cómo va a reaccionar a esto que viene de afuera.
Otro de los puntos tiene que ver con los honorarios en ese tiempo, no solo los que son pactados entre analista y paciente, que queda arreglado en ese lugar, sino que surgieron una nueva forma de paro que eran unos bonos que circulaban en lugar del dinero. Como las empresas no tenían dinero en efectivo para pagar, se inventó una moned nueva que eran unos bonos con una promesa de pago. Había una cuestión de los pacientes que le planteaban esto al analista, quien a su vez se interrogaba qué hacer con este modo de pago.
Más allá de lo anecdótico, los elementos que se pusieron en juego en estos tiempos eran pedidos de interrupción bastante frecuentes. Esto hace que el analista tenga que volver a colocar el síntoma, a volver a colocar el proceso del análisis e intentar avanzar sobre la resistencia. A propósito de todo esto, en el texto Más allá del principio del placer, Freud ubica dos cuestiones que tienen que ver con los estimulos que vienen de afuera con los efectos que producen y los estímulos internos. Y va a decir Freud que lo que provoca más sufrimiento son los estímulos internos. Podríamos pensar que la manera en que los sujetos van a procesar las situaciones son individuales y hay que ver qué recursos y qué posibilidad tiene para esto.
Cada época está atravesada por un discurso cultural. La época posmoderna está caracterizada por la disolución de la subjetividad. Por sobre la ética del deseo, se da una engañosa propuesta de un goce desmedido, irrefrenable, que el mundo del consumo intenta todo el tiempo colmar. Hay mucho objeto y poco sujeto. A partir de los años '70, hubo una transformación de las reglas de juego de la ciencia, la literatura, la política. En esta posmodernidad, a consecuencia de las Guerras Mundiales, totalitariosmos, campos de concentración y las crisis económicas.
El lazo social permitiría acotar ese goce obsceno, pero la modalidad actual del lazo social oscila, por un lado, el individualismo; por otro lado, la masificación de los fundamentalismos. El narcisismo en juego tiene una dimensión en el hombre posmoderno que lo aleja de la idea de sujeto.
En nuestro tiempo y en América Latina en particular, el discurso capitalista tiene como consecuencia crisis económicas que producen precarización en la población, a niveles cada vez más graves. Esto potencia la falta de sostén simbólico, que el gran Otro scial y su ley deberían brindar a los ciudadanos. La consecuencia directa es una violencia cada vez mayor. Cuando la disminución de la calidad de vida y la falta de trabajo toman niveles alarmantes, se produce un arrasamiento de la subjetividad.
Por otro lado, tenemos la ciencia, otra bandera del capitalismo, que promete seguir avanzando en lo real. No tiene límite, promete nuevas técnicas reproductivas, clonación, cambio de sexo, todo tiempo de intervenciones para asegurar la juventud eterna. Intervenciones también en el genoma humano, soñadas por la ideología nazi. Las neurociencias pretenden que el psiquismo se reduzca a lo neuronal y el inconsciente a un producto de ese funcionamiento. El deseo, así, no sería más que una secreción química.
Los pacientes de estos tiempos solicitan a la medicina no sentir nada: ni angustia, ni tristeza ni dolor. No hay implicación subjetiva. Se medican "depresiones" por la muerte de un ser querido, en lugar de implicarse en un trabajo de duelo, en elaborar una pérdida. El psicoanálisis nos enseña que el sujeto se constituye en una trama simbólica: palabra, gesto, reconocimiento, amor y prohibiciones. Se aloja en un lugar simbólico. En nuestra clínica nos consultan con frecuencia pacientes desamparados simbólicamente, arrasados por un exceso de goce, que por ejemplo van de acting en acting, de consumo en consumo. Jóvenes perdidos, creyendo en éxitos fugaces, poco valorado el esfuerzo personal.
Como efecto del desamparo simbólico de la época, la angustia no se pudo constituir como señal. Aparece el ataque de pánico, un ataque que inmoviliza, que paraliza, donde algo de la muerte se vive en el cuerpo.
Por otra parte, asistimos a afecciones narcisistas: falta de deseo, el sin sentido, que arrojan al sujeto a distintos modos de consumo. También escuchamos en estos tiempos la falta de ritos alrededor de la muerte. Todo debe ser rápido, veloz, descarnado. Los ritos, o sea el acompañamiento simbólico, que implica a los familiares, la gente del lugar, los compañeros de trabajo, hacerse acompañar por los otros es un acompañamiento simbólico que tiene que ver con el rito, favorece la detención de la tramitación de los duelos.
La familia, como institución reguladora y formadora, se encuentra en interrogación. El lugar del padre, desdibujado. Hay padres maternales, con mucha dificultad de colocar una prohibición, un no.
En las neurosis actuales, nos encontramos en nuestra práctica con una gran dificultad en el compromiso subjetivo. Por lo tanto, esto lo constatamos reflejado en la transferencia. Son necesarios otros tiempos para la inclusión de quien consulta en el trabajo en el lenguaje y para el anclaje transferencial. Como analistas, debemos pensar en otras formas de sostener el acto analítico frente a las demandas que vienen. En este sentido, Lacan nos planteó que el trabajo del analista es artesanal: se trata del sujeto y no de la manada. Este punto ya lo había planteado Freud en Psicología de las masas y en el texto de El malestar en la cultura.
Freud nos dejó una enseñanza como analistas frente a la época que a él le toco vivir, nada fácil por cierto. Como judío en la Europa de esos tiempos, Freud sufrió la segregación previa al tiempo del nazismo. Habían cupos para la universidad, no todos podían estudiar. Había mucha dificultad para ingresar posteriormente a los lugares de investigación. En su biografía hay muchas anécdotas de la segregación que sufrieron él y su padre.
Durante el nazismo, Freud fundó una institución psicoanalítica que fue prohibida y terminó cerrándose. Se quemaron los libros, la Gestapo detuvo a su hija Anna por 48 horas y es a partir de ese suceso que él decide exhiliar. Hacía tiempo que sus colegas y alumnos querían que él se fuera, pese a que Freud quería seguir quedándose. Lo de la hija fue definitorio. Freud sufrió segregación, persecución, prohibición, quema de libros. Un hijo de él murió en la guerra, otra por enfermedad. El mismo Freud tuvo una enfermedad en la boca. Algunos biógrafos dicen que se trataba de cáncer; otros que era una lesión. Lo que sabemos es que le causó mucho sufrimiento. Sin embargo, su deseo de avanzar con la clínica, de investigar, de estudiar, de escribir, más allá de los dolores de su vida, le permitió dejarnos un camino y una obra maravillosa.
A pesar de los tiempos difíciles que nos toca transitar en los diferentes países de América latina; aunque sea también difícil de sostener, hay que sostener el trabajo, el estudio, las preguntas sobre nuestra clínica. El anclaje simbólico nos va a permitir encontrar refugios contra el malestar y la violencia. En anclaje simbólico siempre coloca alivio y tiene que ver esto con nuestra posición ética en el psicoanálisis, con una postura que esté del lado del sujeto.
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