El inconsciente no se define como lo opuesto a la conciencia. Esa definición no nos dice nada. Si seguimos a Freud, el inconsciente es lo que decimos. Cuando habla de inconsciente, como nos transmite Lacan, las leyes de su composición coinciden con las leyes de composición del discurso.
“El inconsciente es el discurso del Otro”, decía Lacan en 1953. Somos tal como hemos sido
Para presentar el inconsciente, Lacan utiliza esta fórmula: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Así, le da todo su valor al descubrimiento freudiano.
El sujeto, cuando nace, recibe un baño de lenguaje. Lo preceden significantes de las generaciones anteriores, que lo marcan.
En el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” Lacan nos dice, además, que “La naturaleza proporciona significantes —para llamarlos por su nombre—, y estos significantes organizan de manera inaugural las relaciones humanas, dan las estructuras de esas relaciones y las modelan”. Por lo tanto, antes de toda formación del sujeto, algo cuenta, es contado.
Lacan nos trae como ejemplo una respuesta de un test de inteligencia de Binet. Es natural que alguien diga: “Tengo tres hermanos: Pablo, Ernesto y yo”. En principio, el enunciador ya contó como hermano; en un segundo paso, hay un yo que cuenta. Es una primera inclusión lógica en la clase de los hermanos, una estructura simbólica que ya lo cuenta: sujeto sujetado, contado por esta estructura que lo precede y anterior a que ese sujeto trate de hacerse reconocer a sí mismo.
El sujeto, desde el comienzo, cuenta con una marca con la que irá por todas partes. El significante está antes del sujeto, en su cuerpo, antes de que cobre forma de sujeto.
Lacan comienza en este seminario la argumentación sobre el concepto de inconsciente freudiano. En primer lugar coloca la función de la causa y una noción nueva: la hiancia. La causa ocurre al hablar. La hiancia toma el sentido de abertura. Lacan sostiene que en torno a la noción de hiancia hay un enigma que nos permitirá definir la especificidad del inconsciente freudiano.
El inconsciente freudiano es el de la hiancia. En el lugar donde la hiancia se produce, se introduce el dominio de la causa, la ley del significante.
Lo que se produce en esta hiancia se presenta como un hallazgo. Este término, “lo que se produce”, es muy importante, ya que es así como Freud encuentra lo que sucede en el inconsciente a partir de las formaciones: un equívoco, una falla, los sueños, un síntoma. El sujeto del inconsciente puede emerger sólo en el dispositivo analítico.
Otra característica del inconsciente es la discontinuidad. El inconsciente se presenta como lo que vacila en un corte del sujeto. Desde allí vuelve a surgir el hallazgo que Freud llama deseo.
Hablados, según las palabras dichas sobre nosotros. Allí estamos inmersos.
El inconsciente irrumpe, emerge, quiebra la continuidad del discurso corriente. En este punto, Freud se interesa por lo que irrumpe por vía del síntoma o de la formaciones del inconsciente. Trabaja a partir de allí con desechos, restos de palabras.
Freud ya nos planteó que el inconsciente opera sin tiempo; su tiempo es el actual, en tanto se produce en acto, ahí en su emergencia.
En el análisis, la emergencia del inconsciente permite, en la relectura que lleva a cabo el analista, una nueva construcción de la historia.
Lacan sostiene que el sujeto del inconsciente se ubica en el plano del sujeto de la enunciación, más allá de lo que dice. En el cruce entre enunciado y enunciación, recayendo en el lugar de otra escena desde donde se enuncia.
El objetivo, en nuestro trabajo como analistas, es hacer surgir lo que no dice en lo que dice, esa enunciación en la que el sujeto del inconsciente hace su emergencia.
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