Fuente: Clase de Daniel Zimmerman del 04/10/12, cátedra "Psicoanálisis II" - UMSA.
Del texto “Inhibición, Síntoma y angustia” podríamos decir, en líneas generales, dijimos que en 1925 Freud nos dice que se equivocó. Habían algunas cosas que afirmaba previamente, por ejemplo, cuando atendió a Juanito lo trató con la teoría que ahora va a abandonar. Ahora dice que si existe una relación entre la angustia y la represión, es exactamente al revés de cómo la había planteado antes. Si antes afirmaba que la represión generaba angustia: frente a la represión se disocian representación y afecto. Y es ese afecto que es trasmutado en angustia, mientras que esa representación se reprime, el afecto queda trasmutado en angustia. Es decir, la angustia surgía a partir de la puesta en marcha de la represión.
20 años después, Freud no vacila en reconocer que debemos considerarlo exactamente a la inversa: es la angustia la que genera la represión. Es como medio de acotar esa angustia, que siempre es de castración, que surge de la represión. El retorno de lo reprimido causa el síntoma.
El miedo angustioso de la zoofobia es el miedo a la castración, sin modificación alguna, esto es, un miedo real; miedo a un peligro verdaderamente inminente o juzgado real. La angustia causa aquí la represión, y no, como antes afirmábamos, la represión causa la angustia.Aunque no nos es agradable recordarlo, de nada serviría silenciar ahora que hemos sostenido repetidamente la opinión de que por medio de la represión quedaba la representación del instinto deformada, esto es, desplazada, etc., y transformado el impulso instintivo en angustia. Ahora bien, y como acabamos de ver, la investigación de las fobias, que creíamos habría de probar tales afirmaciones nuestras, no sólo no las confirma, sino que parece contradecirlas directamente. El miedo angustioso de las zoofobias es el miedo del yo a la castración; la angustia de la agorafobia, menos fundamentalmente estudiada hasta ahora, parece ser un miedo a la tentación sexual, miedo que ha de hallarse enlazado, en su génesis, al miedo de la castración.
Freud vuelve a revisar sus 2 historiales publicados a la luz de esta nueva perspectiva. Entonces va a decir que es la fobia la que lo ilustra más cabalmente. Si un sujeto, infantil o adulto, desarrolla una fobia, en cuanto síntoma neurótico, el retorno de lo reprimido y una operación que se puso en marcha, como tentativa de manipular una angustia que al sujeto le resulta intolerable. Ante una angustia que resulta intolerable, el sujeto encuentra un modo de parapetarse frente a eso estableciendo un miedo localizado a un objeto. Después, no tiene más que mantenerse distante de ese objeto. El mecanismo es de desplazamiento y de evitación.
Freud dice que la angustia es de castración, que se puede ver en la clínica de la fobia de Juanito. Ahora, a la luz de esta nueva perspectiva del surgimiento de angustia, la fobia de Juanito a que un caballo lo muerda, propone Freud que debe leerse en una equivalencia simbólica del caballo con su padre, como es manejo de evitación y desplazamiento, intenta tramitar psíquicamente la angustia que surge en este infantil sujeto ante la amenaza de que su padre lo castre, es decir, que le corte el hace-pipí en la medida que él, aún a pesar de su corta edad, haberse atrevido a ponerse en rivalidad con su padre en relación a la madre. Si alguna duda quedara con que esa amenaza no podría ser cierta, el sexo de la hermanita vendría a corroborarla, sumado a que la madre le dijo que las mujeres también tenían hace-pipi.
A partir de esa formulación, Freud revisa otras situaciones en las que uno puede reconocer en la evolución del sujeto, angustias características: ante el destete, cuando el niño se queda solo, el trauma del nacimiento. El denominador común es la amenaza o el peligro de la pérdida del objeto, sea la madre, sea la teta o sea el hace-pipí. La angustia surge en esa encrucijada. Dice Freud que surge en esa encrucijada en función de advertencia, de señal. Para nosotros, ese afecto indescriptible e incómodo, tiene un valor de señal. La señal que advierte de ese peligro.
Freud pensaba que la angustia se encontraba en otra instancia psíquica, pero ahora no le cabe duda de la instancia psíquica que padece la angustia es el yo. La angustia es un afecto que funciona como señal que advierte de un peligro y ese peligro sería la pérdida del objeto.
La angustia para Lacan.
Lacan dedica todo un año al tema de la angustia, que está en el Seminario 10. Aunque él no lo explica, si uno se involucra, advierte que expresa una respuesta frente a una crítica de su propio entorno frente a sus desarrollos: el hecho de que poniendo el acento en la lingüística, el significante, lo simbólico y todo lo que venimos desarrollando, habría descuidado el tema de los afectos. Lacan responde a esta crítica dedicando todo un año a lo que podríamos considerar el afecto princeps: la angustia.
Lacan dice que todo su seminario transcurre en un diálogo en una interrogación permanente del texto de Freud “Inhibición, Síntoma y Angustia”. Él retorna a Freud y reformula lo que dijo. Él va a plantear a esta reformulación en los términos que él viene proponiendo. Lacan dialoga con estas afirmaciones de Freud y se pregunta: Admitamos con Freud que la sede de la angustia es el yo. Pero si la angustia tiene como sede al yo, ¿quiere decir que como señal está dirigida al yo?
Va a decir que en tanto señal tiene lugar en el yo, pero va a proponer Lacan que la angustia está dirigida al sujeto para advertirle de un peligro que tiene que ver con la castración, pero entendida de una forma diferente a como la entiende Freud.
El peligro de que la angustia advierte, es sobre el deseo. Justamente, en la encrucijada que este sujeto, en tanto sujeto deseante, se confronta con el deseo del Otro. Lacan nos propone que la angustia es la sensación del deseo del Otro. Cuando él dice eso en su seminario, se da cuenta de que debe bajarlo un poco.
Para explicarlo mejor, le cuenta a su auditorio un cuentito. Se vale de una ficción que él inventa, para lo cual solo tenemos que tener en cuenta qué es una mantis religiosa. Es un insecto de tamaño mediano de aproximadamente 4 a 6 c.m. Tiene dos grandes ojos compuestos y tres ojos sencillos entre ellos. Sus patas delanteras, que mantiene recogidas ante la cabeza, están provistas de espinas para sujetar a sus presas.
Son animales solitarios excepto en la época de reproducción, cuando macho y hembra se buscan para aparearse. Las hembras son mayores que los machos. En raras ocasiones, durante y tras el apareamiento la hembra se come al macho.
Lacan le propone imaginarse al auditorio que hay una mantis religiosa alta hasta el techo. Él se imagina disfrazado de mantis, pero sin saber de qué género (macho o hembra) está hecho el disfraz. Desesperado Lacan, busca verse a modo de espejo frente al ojo de la mantis para ver de qué está disfrazado. Pero el ojo de la mantis, todo facetado, no permitiría apreciar esa verificación. Lacan dice que esa es la encrucijada de la angustia: la encrucijada en la que le presenta al sujeto la pregunta de qué quiere ese Otro de mí. O qué clase de objeto soy yo para ese Otro.
La angustia surge en esa encrucijada. Al sujeto se le ha presentado, de alguna forma, el dilema de qué clase de objeto soy para el Otro. El deseo del Otro, como cualquier otro deseo, es algo que nunca se va a revelar. El neurótico se sienta a esperar conocer ese deseo, pero tiene 50% de chances, puede quedar arrasado en su condición de sujeto. La angustia señalaría al sujeto el peligro de quedar extraviado en el camino del propio deseo: es el peligro de que ante la irrupción del deseo del Otro, el sujeto podría quedar extraviado en el camino de su propio deseo.
No es solamente lidiar con el deseo del otro. El deseo del Otro me apremia a manifestarme deseante. No se trata solamente de esquivarlo, porque si yo digo que el deseo del hombre es el deseo del Otro, yo necesito del deseo del Otro para constituir mi propio deseo. O sea que el deseo del hombre se construye con el deseo del Otro. Si no hace nada, puede quedar arrasado, en sentido de cómo sujeto. Por lo tanto, el deseo del Otro me obliga, me apremia al acto, a accionar. Recuerden que ante todo, el Otro es un lugar, no necesariamente tiene que tener una encarnación como la mantis o puede ser una circunstancia. En Juanito, el Otro es el Otro primordial que es la madre.
La tercera afirmación de Lacan (después será retomada en futuras clases) es contraria a lo que dice Freud. Lacan va a decir que la angustia tiene que ver con la pérdida del objeto, pero va a advertir de un peligro, en relación del objeto, que no tiene que ver con que el objeto se pierda, sino con el objeto no se pierda. El asunto es que para poder afirmar eso, Lacan va a necesitar otra concepción del objeto en psicoanálisis que va a ser novedosa: va a inventar su propio objeto, el objeto a. Para Lacan, el objeto que tiene que ver en el psicoanálisis, va a ser un objeto que él plantea desde su propia concepción. El objeto a. Ya lo vamos a ver, pero desde esta perspectiva del objeto a, Lacan va a decir que en la medida que concibamos al objeto como objeto a, es que vamos a poder afirmar que el peligro que señala la angustia, no es como dice Freud que señala el peligro de su pérdida, sino el peligro de que esa pérdida no se produzca. Entonces Lacan va a decir que no es el peligro de quedarnos sin el objeto, Lacan recurre a un recurso retórico y va a decir “la angustia no es sin objeto”. Freud decía que la angustia es sin objeto. Lacan nunca va a explicar de qué se trata eso, de ahí que la gente estudie, escriba artículos y libros.
¿Cuál es la ventaja de decir “no es sin objeto”? Si Lacan todo el tiempo está diciendo en que el objeto a es un objeto que quiere sacar de toda figuración… A ver, busquemos frases parecidas:
Lo que ella hace no es sin intención. “reconozco que en lo que hace hay una intención” Pero, ¿de qué intención se trata?
No da puntada sin hilo. Atención con la puntada de Fulanita. Pero no sabemos qué hilo trae atrás.
No puedo seguir sin él. Sabemos que lo necesita, pero no sabemos para qué.
La angustia no es sin objeto
La angustia nos señala la presentificación del objeto, pero no nos dice de qué objeto se trata. El objeto a es justamente el objeto causa del deseo, ya vamos a volver sobre el objeto a.
Caso clínico: Vamos a leer media página de una novela de Javier Marías, “Mañana en la Batalla Piensa en mí”. La contratapa nos sitúa:
Víctor Francés es guionista de televisión y escritor fantasma, encargado de redactar los discursos de hombres importantes e ignorantes. Divorciado recientemente, es invitado a cenar a su casa por Marta Telles, mujer casada cuyo marido está en Londres por trabajo y madre de un niño de casi 2 años. Tras la cena galante, el hombre y la mujer duermen al niño y pasan al dormitorio donde “aún medio vestidos y medio desvestidos, Marta Telles empieza a sentirse mal hasta que agoniza y muere en una escena sobrecogedora. Esta infidelidad no consumada se transforma en una especie de enganchamiento con problemas bien reales e inmediatos. ¿Qué hacer con el cadáver? ¿Avisar o no avisar? ¿Qué hacer respecto al marido? ¿Qué hacer con el niño dormido en la otra pieza? ¿Qué diferencia hay entre la vida y la muerte? Víctor Francés tomará pronto sus decisiones o bien no las tomará, dejándose llevar por sus pasos. Conocerá a la familia de su muerta, el padre, académico y cortesano; al marido, a la hermana menor Luisa, a la que seguirá sin propósito y se irá poniendo en situación de contar su secreto.
Hay un momento en el que Victor se hizo tan amigo de la familia que participa de un almuerzo, en donde está el padre, el viudo y esta hermana menor, Luisa. Están almorzando y evocan cosas de la fallecida. Entonces le explican a él que Marta era su hija mayor, que murió hace poco más de un mes, etc. En esta situación Luisa dice:
Todavía me acuerdo de los guateques de la adolescencia, en los que yo la pasaba fatal por su culpa: me prohibía que me gustara ningún chico hasta que ella no hubiera elegido. “Espérate a que yo decida, ¿eh?”, me decía a la puerta de la casa en que se celebrara. “Te vas a esperar, ¿verdad? Seguro, si no no entro”, me decía, y sólo cuando yo contestaba “Bueno, vale, pero date prisa” llamábamos al timbre. Por ser la mayor ejercía una especie de derecho de tanteo, y yo se lo consentía. Después tardaba bastante en decidirse durante la fiesta, bailaba con unos cuantos antes de comunicarme a quién había elegido; yo pasaba ese rato angustiada temiendo lo que casi siempre ocurría, acababa fijándose en el chico que a mí más me apetecía. Estoy segura de que muchas veces trataba de adivinar quién me gustaba a mí para entonces escogerlo, y luego, cuando yo protestaba, me acusaba de ser una copiona, de fijarme siempre en los chicos que a ella siempre le hacían gracia. Y ya no dejaba de bailar con él en toda la tarde. A cada ocasión yo disimulaba más mis preferencias, pero no había manera, me conocía bien y siempre acertaba, hasta que dejamos de ir a las mismas fiestas, ya más mayores. Era así –dijo Luisa con los ojos un poco perdidos de quien se abisma con facilidad recordando–, aunque también es verdad que habría podido elegir en todo caso, por entonces tenía bastante más pecho que yo y por lo tanto más éxito.
Está claro que Luisa nunca resolvió su angustia. El deseo de una se juega sobre el deseo de la otra. Podríamos pensar que la mantis está encarnada en la figura de la hermana y la pregunta de Luisa es ¿Qué clase de objeto soy yo para mi hermana?. Uno podría preguntarse en cómo aplicar a este ejemplo la angustia desde la perspectiva freudiana y desde la perspectiva lacaniana y ver las líneas de intervención que se desprendería de esa línea que tomáramos.
La clase que viene vamos a ver acting out y pasaje al acto, que son ciertas acciones del sujeto en la confrontación del deseo del otro. Son acciones del sujeto en la encrucijada angustiosa.
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