miércoles, 29 de julio de 2020

La transferencia en la psicosis - Élida Fernandez


El analista al convocar a los demonios se encuentra con la transferencia. No hay análisis sin ella, a ella debemos esperar para dar comienzo a la interpretación, ella nos autoriza a ocupar el lugar del Sujeto Supuesto Saber.
La transferencia, santo y seña del comienzo de análisis, no tiene lugar para Freud en la psicosis.
Si el psicótico en su catástrofe libidinal no tiene otro objeto que él mismo, y vacía el mundo de relaciones, no puede quedar lugar para el analista.
En Construcciones en psicoanálisis, la tarea principal del analista no es ya la interpretación sino que ésta prepararía el camino  para acceder a la construcción, que ubicará al sujeto en análisis en relaciona su historia desde la lectura de los efectos del inconsciente.
Pero he aquí que esta tarea es similar a la que realiza el psicótico con su delirio.
Ya en Freud hay similitudes entre el lugar del analista y el del psicótico: ambos interpretan, ambos constituyen. 
Si lo que constituye a la transferencia es el lazo entre el sujeto y el intérprete ¿cómo pensar esta relación en la psicosis?
Lo que la neurosis dialectiza la psicosis lo suelta, y esto en fenómenos de mortificación  y goce desenfrenados.
¿Qué lazo puede anudar a un sujeto psicótico con un analista?
Pienso que es por sufrir en lo real, sin malla imaginaria, que reconstruya este agujero, sin simbolizaciones que regule este goce sin límite.
Por ser objeto sin coto, por no tener el instrumento de la castración, viene a pedir que cese el padecimiento.
Creo que todos lo que trabajan con pacientes psicóticos, coinciden en afirmar:
Hay transferencia en la psicosis. El lío se arma cuando se intenta encontrar una fundamentación teórica. Por eso pienso que la fundamentación de la transferencia en la psicosis es el punto más álgido en su teorización.
En el tratamiento de las neurosis uno se apodera de la parte flotante de la libido del paciente y la transfiere a su propia persona. La traducción del material inconsciente al plano consciente se realiza con ayuda de dicha transferencia. La cura por lo tanto, se efectúa por medio de un amor consciente.
En la histeria, la neurosis obsesiva, parte de la libido es móvil y el tratamiento  puede comenzar con esta parte.
Esto no es posible en la paranoia a causa de la regresión al autoerotismo. El médico no encuentra fe por que no encuentra amor.
En Lo inconsciente, en el capítulo VII  Freud se aboca a las llamadas neurosis narcisistas, para diferenciarlas justamente por vía de las otras neurosis.
En la esquizofrenia la libido no buscaría un nuevo objeto sino que se retiene en el yo  produciéndose un estado de narcisismo primitivo.
Acá Freud  ubica en primer plano las alteraciones del lenguaje con referencia a órganos  o inervaciones  del cuerpo.
El dicho esquizofrénico, ha devenido lenguaje del órgano.
En las esquizofrenias las palabras son sometidas al mismo proceso que desde los pensamientos oníricos latentes crea las imágenes del sueño y hemos llamado proceso psíquico primario.
El proceso primario caracterizado por la condensación (una representación puede tomar sobre si la investidura integra de muchas otras)  y por desplazamiento (Una representación puede entregar a otra todo el monto de su investidura).
Si propone Freud que en la esquizofrenia las representaciones de palabra están sometidas al proceso primario podemos deducir aquí la no instauración de la represión primaria como constituyente del sistema inconsciente separado del preconsciente.
El sueño reconoce una regresión tópica, la esquizofrenia no. En el sueño esta expedito  el comercio entre investiduras de palabra  (precc.)  e investiduras de cosa (icc.), lo característico de la esquizofrenia es que este comercio permanece bloqueado.
Este comercio bloqueado, el tratamiento de las representaciones de palabra por el proceso primario nos da como resultado un aparato psíquico diferente en las neurosis narcisistas: una no instalación de la represión primaria, por lo tanto la no traducción  entre representación inca y la representación palabra sobre investida como intento de restablecer la relación con el objeto.
Esta relación de objeto fue recortada, forcluida, tratada como si nunca hubiese existido “el yo se arranca de la representación insoportable pero esto se entrama de manera inseparable con un fragmento de la realidad objetiva.
Todo este recorrido lo hizo para poder situar este dato clínico. HAY TRANSFERENCIA EN LA PSICOSIS, No la transferencia de la neurosis, sino otra distinta, de características peculiares que propongo que se puede leer también desde Freud.
Es justamente  en este recorrido, en esta afirmación “la investidura de las representaciones palabra de los objetos se mantiene” donde podemos situar su particularidad.
El psicótico no nos toma por objeto, nos toma por palabra, palabra excluida de la estructura del lenguaje. Nos da el tratamiento que le da la palabra, nos trata como signo.
Tampoco podemos decir alegremente que el neurótico nos toma por objeto, mas bien busca reconocimiento, ser amado.
Es cierto que el psicótico no nos pide que lo amemos, asevera que lo hacemos (en la erotomanía) o que tiene la certeza que podemos hacerle daño (paranoia). Pero nada mas ajeno que la transferencia a la subjetividad y a la dialéctica del reconocimiento de un otro.
Entonces podemos decir que la palabra es transferencial y si hay palabra en la psicosis hay transferencia.
Pero hay diferencias:
El tratamiento que le da el psicótico a la palabra es peculiar.
Ya sea que digamos con Freud que la representación de la palabra esta aquí afectada  por el proceso primario o que afirmaremos la existencia de holofrases donde S1 y S2  están condensados de tal manera que no se produce un intervalo, o que situemos el neologismo como un sentido pleno sin posibilidad de dialéctica alguna, estamos situando la palabra en la psicosis en un estatuto distinto y con un tratamiento propio, con otra lógica.
Cuando el psicótico nos engloba en su delirio generalmente la relaciona al analista  como palabra es paranoide o erotómana. O somos los que hablamos la lengua del perseguidor, o la del amante.
Transferencialmente el analista queda ubicado en el lugar donde proviene eso que le habla, lo persigue, lo ama. Esto en el momento del despliegue delirante. Este otro que lo ama, persigue, habla, etc. se dirige a él. Acá podemos  pensar como lo forcluido retorna desde lo real pero no idéntico. El sujeto que no pudo alojarse en el otro delira que ese que no lo alojo lo busca, lo necesita (erotomanía) o necesita destruirlo por su enorme poder (paranoia).
No es lo mismo la ubicación de la relación con el analista durante las crisis o fuera de ellas.
Después dice que así pueden coexistir en la psicosis, la relación salida de su eje con el otro, con la relación amistosa.
Se pregunta ¿que lugar entonces para el analista fuera del delirio, fuera de esta relación  salida de su eje con el otro?
Retornando a la afirmación: el psicótico no nos toma por objetos sino por palabra. Esto dio lugar a todas las advertencias sobre las precauciones de no interpretar y todos los riesgos que corremos en cada intervención.
Acá propone lo siguiente:
Dijimos la posibilidad de un “amor de amistad, de una phillia, de un amor de uno o más sujetos en relación a una idea” un primer amor al semejante, salido de la relación al otro que goza, en la psicosis. Este es el lugar posible para el analista en el tratamiento, el secretario del alienado, el lector de un lector, el testigo de un testigo.
Amor posible fuera de la dialéctica de la castración.
Dentro de esta phillia, la transferencia es aquí a una idea, al analista como palabra, palabra que toma por si misma el lugar de una cadena integra de pensamientos, palabra tomada por la cosa, sometida al proceso primario.

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