miércoles, 21 de octubre de 2020

Etiología de la esquizofrenia en Melanie Klein: La posición esquizo-paranoide.

Melanie Klein adjudicó a la actividad de las fantasías un desempeño preponderante durante las primeras experiencias vitales. La fantasía inconsciente es una expresión mental de los instintos o pulsiones, y por consiguiente, existe como éstos desde el comienzo de la vida. El aparato psíquico relaciona el instinto con la fantasía de un objeto adecuado a él de modo que, para cada impulso instintivo hay una fantasía correspondiente. Por ejemplo, el bebé somnoliento que mueve la boca con expresión placentera y hace ruidos de succión o se chupa los dedos, fantasea que está realmente succionando o incorporando el pecho, y se duerme con la fantasía de tener el-pechoque-da-leche realmente dentro de sí. En forma similar, el bebé hambriento, furioso, que grita y patalea, fantasea que está realmente atacando al pecho, desgarrándolo y destruyendolo, y vivencia sus propios gritos que lo desgarran y lastiman como el pecho desgarrado atacándolo en su propio interior. 

Cuando el sujeto proyecta una alucinación desiderativa o fantasía de realización de deseos en un estado de privación, está evitando la frustración de una realidad externa displaciente pero también se esta defendiendo contra la realidad de su propia hambre y de su propia ira, o sea, contra su realidad interna. 

El concepto freudiano de realización alucinatoria de deseos implica un yo capaz de establecer una relación objetal en la fantasía. En las primeras etapas del desarrollo el yo es lábil, se halla en constante fluencia, su grado de integración varía de día en día y hasta de un momento a otro; aquí el yo está expuesto a la innata polaridad y conflicto de las pulsiones de vida y muerte; el yo deflexiona la pulsión de muerte y el miedo original a ésta se transforma en miedo a un perseguidor. La intrusión de la pulsión de muerte se siente objetivada en el pecho escindiéndolo en muchos pedazos, de manera que el yo se encuentra a merced de multitud de perseguidores. El niño experimenta estados atribulados de ansiedad relacionados con sentimientos de frustración e impulsos de muerte, los cuales generan miedo a la propia aniquilación y son causa de ansiedades persecutorias. El superyó (instancia psíquica censora y prohibitiva que es presentida al transgredirla como sentimiento de culpa) aparece entre los 2 y 4 meses aproximadamente, iniciándose con las primeras introyecciones orales (la introyección es un mecanismo que busca, en la medida de lo posible, internalizar todo lo bueno del exterior, y es el par antitético de la proyección que intenta externalizar lo malo del interior y objetivarlo). En la posición esquizoparanoide (O a 3 ó 4 meses aprox.) la ansiedad predominante es paranoide y el estado del yo y de sus objetos se caracteriza por la desintegración y la escisión que son esquizoides. 

El «pecho malo» o frustador es odiado y adquiere cualidades oralmente destructivas. En sus fantasías el niño muerde y ataca al pecho y siente que el pecho lo va a atacar en la misma forma por proyección. La expulsión de las heces simboliza un enérgico rechazo del objeto incorporado y va acompañada de sentimientos de destrucción. A medida que los impulsos uretrales y sádico-anales progresan, el niño ataca al pecho con orina y excrementos; luego siente que el pechó puede ser explosivo y venenoso para él, erigiéndose ideas persecutorias y devastadoras del pecho malo vengativo. La introyección de los objetos malos persecutorios es hasta cierto punto determinada por la proyección de impulsos destructores y malevolentes sobre el objeto. El deseo de proyectar maldad aumenta por el temor a los «perseguidores internos». La ansiedad es la responsable del incremento de los impulsos a destruir objetos externos. Los sentimientos persecutorios aumentan aún más las ideas del «pecho bueno» en el deseo de que el pecho sea un refugio ante ellos. El periodo de fijación o clivaje de la esquizofrenia es en este momento de inmenso sadismo: la división del pecho en bueno y malo da origen a la sensación de que el yo está también disociado. El sadismo oral alcanza su nivel máximo durante e inmediatamente después del destete. Las ganas de chupar y morder dirigidas al pecho se extienden al interior del cuerpo de la madre que contiene más objetos parciales malos. «En los primeros meses de la existencia del niño, éste tiene impulsos sádicos dirigidos no sólo contra el pecho de su madre, sino también contra el interior de su cuerpo; impulsos de vaciar su contenido, de devorarlo y destruirlo por todos los medios que el sadismo puede sugerir» (M. Klein, 1934). La proyección hacia afuera de malos sentimientos y partes malas del yo produce persecución externa. La reintroyección de perseguidores origina ansiedad hipocondríaca. La proyección hacia afuera de partes buenas produce la ansiedad de quedar vacío de bondad e invadido por enemigos perseguidores. Para protegerse, el yo opta por el más desesperado de los intentos: la desintegración, hacerse pedazos y quedar pulverizado. La ansiedad no es sino la respuesta del yo a la actividad del instinto de muerte; ésta puede ser paranoide o depresiva. 

El buen desarrollo del bebé durante la posición esquizo-paranoide va a depender de que las experiencias buenas predominen sobre las malas. Las experiencias del bebé van a depender de factores internos y externos. La gratificación que proporciona el ambiente puede alterarse por factores internos hasta llegar a impedir tal gratificación. En esto intervienen tres emociones o impulsos básicos: la envidia, los celos y la voracidad. La envidia es la más elemental de estas emociones fundantes; es una relación de dos partes en que el sujeto odia al objeto por alguna posesión o cualidad. La envidia se experimenta fundamentalmente en función de objetos parciales (pecho, pene), aunque persista en relaciones de objetos totales (madre, padre) vistos como parciales, mientras que los celos implican una relación de objeto total. El objetivo de la voracidad es poseer todo lo bueno que pueda extraerse del objeto, pero la destrucción del objeto es contingente y no el fin. El fin es adquirir lo bueno a toda costa, estando, no obstante, impregnado de un vampírico instinto de muerte. Al atentar contra la propia fuente de vida y de amor, se la puede considerar como la primera externalización de la pulsión de muerte. 

El alimento percibido como habiendo formado parte del pecho, es en sí mismo destino de arremetidas envidiosas. La envidia utiliza la proyección -con frecuencia su mecanismo favorito-, por ejemplo cuando el bebé se siente repleto de ansiedad y de maldad, y siente que el pecho de la madre es una fuente de todo lo bueno, por envidia quiere estropear el pecho proyectándole partes malas y dañinas de sí mismo: en su fantasía lo ataca escupiéndole, orinándolo y defecándolo, con flatos y con la mirada penetrante proyectiva (el «mal de ojo»). 

A medida que se prosigue el desarrollo, continúan estos ataques dirigidos ahora contra el cuerpo entero de la madre (objeto total) y la relación coital de los padres (los celos). La envidia se puede fusionar con la voracidad, constituyendo así otro determinante del deseo de extinguir completamente al objeto, no sólo ya para poseer todo lo bueno, sino también para exprimirlo y destrozarlo a fin de que ya no contenga nada envidiable. Al atacar y arruinar al objeto bueno -que origina envidia- no se puede mantener el proceso de escisión en un objeto bueno y en uno malo persecutorio que es de capital importancia durante la posición esquizoparanoide. Un objeto «ideal» es aquel objeto perfecto y carente de toda maldad, siendo por esto mismo un objeto idealizado e inalcanzable fijado como fantasía contra los objetos malos y «extraños». Pero este recurso ha convertido a este objeto ideal en un verdadero encubridor de objetos parciales sumamente destructivos y persecutorios, quizás los más peligrosos de todos. 

Las defensas paranoides van a conducir a una confusión entre lo «bueno» y lo «malo» que interfiere en la escisión y va a impedir preservar al objeto bueno y la identificación con él, por lo tanto el desarrollo del yo debe sufrir necesariamente. Cuando la envidia es muy intensa lleva a la desesperación. Al no encontrar objetos buenos no hay esperanza de recibir amor y ayuda: los objetos arruinados y despedazados provocan incesante persecución y luego culpa durante la posición depresiva. 

Si estas experiencias malas superan a las buenas, se planteará un devenir patológico donde la realidad se vivencia en esencia como persecución. Se odia con vehemencia toda experiencia interna o externa. Cada diminuto pedazo en que ha sido fragmentado el objeto se convierte en una fracción violentamente hostil del yo u «objeto extraño». El bebé esquizoide vive en un mundo muy distinto ya al del niño normal, con quien compartía en un principio las mismas experiencias malas. Tiene su aparato perceptual dañado, se siente rodeado de objetos proyectados caníbales y voraces (los «objetos extraños»), sus vínculos con la realidad están cortados o son muy dolorosos, y su capacidad de establecerlos y de integrarse se ha desbaratado. 

La posición depresiva es un concepto de importancia suprema en la teoría de Melanie Klein y corresponde a una etapa posterior de ansiedad depresiva que oscila entre el tercer y sexto mes, y aún después, incluso hasta el final del primer año. Aquí el bebé puede distinguir objetos totales (personas), y crece su poder para expresar emociones. Su ansiedad depresiva está referida al miedo de perder al objeto amado y la motiva la posibilidad de que la propia agresión aniquile o haya aniquilado para siempre al objeto, siendo ésta la primera experiencia depresiva que padece todo ser humano. El amor, el odio, lo bueno, lo malo, se enlazan ahora a personas enteras. El temor de perder al objeto amado por haberlo oprobiado y estropeado ocasiona ansiedad depresiva y ésta a su vez aumenta la avidez. La ansiedad de sentir a la madre expuesta al peligro de ser aniquilada o desaparecida para siempre conduce al infante a una fuerte identificación a fin de asegurarse la permanencia interna del objeto envilecido y fulminado por su odio. Como en esta etapa surgen sentimientos de congoja, culpabilidad y arrepentimiento muy intensos, aparecen los impulsos de reparar al presunto objeto injuriado y agotado del abastecimiento nutricio. Los padres ambivalentemente amados durante la posición depresiva forman el núcleo del superyó. El niño debe identificarse con el objeto comiéndoselo para conjurar la maldad y la venganza. 

En la cúspide de la ambivalencia puede sobrevenirle la desesperación depresiva al recordar que ha amado, y que en realidad ama aún a su madre -la madre buena-, pero siente que ha atentado contra ella, que ya no la merece y que por tanto ha quedado desamparado y condenado. El conflicto depresivo es una lucha constante entre la destructividad del bebé y sus impulsos eróticos y reparatorios. El bebé cree omnipotentes sus impulsos tanto buenos corno malos. Las defensas maníacas contra la ansiedad depresiva se dan ante la sensación de haber perpetrado una atrocidad contra la madre en virtud de ser una «madre mala». Este es uno de los mecanismos ejercitados por el bebé durante la posición depresiva de odio. La negación de los sentimientos depresivos se puede conseguir temporalmente triunfando sobre ellos; esto está ligado a la derrota del objeto durante el primer ataque infligido por la retaliación depresiva. Este sentimiento de triunfo omnipotente coadyuva a no permitir que afloren los sentimientos de dependencia depresivos, que se evitarán, negarán o invertirán. El desprecio es una manera de negar la valoración del objeto, y por ende los sentimientos de pérdida y culpa. Más aún, es motivo para seguir ensañándose con él por envidia. En otro sentido, la realidad procura restaurar al objeto bueno internalizado amado y dañado. Dicha reparación puede usarse como parte del sistema de defensas maníacas, en cuyo caso adquiere las características maníacas de control, manipulación, negación y desprecio. 

El punto de fijación o clivaje de las enfermedades psicóticas yace en la posición esquizo-paranoide y en los comienzos de la posición depresiva. Cuando se produce una regresión a estos puntos tempranos del desarrollo, el sentido de la realidad se enajena y el individuo se psicotiza. Pero si se alcanzó la posición depresiva y se la elaboró por lo menos en parte, las dificultades que aparecen en el desarrollo posterior no son de carácter psicótico, sino neurótico. En este punto se puede advertir la génesis de la formación de símbolos. Al comienzo de la posición depresiva el superyó es vivenciado aún como muy severo y persecutorio -la madre o padre malos-, luego los impulsos reparatorios destinados a recomponer y restaurar los objetos buenos prefiguran las bases de la confianza, la creatividad, la sublimación y el amor futuro. Sólo a través de un proceso de duelo, culpa y nostalgia puede producirse una renuncia y expiación exitosas. La formación de símbolos resulta ser la consecuencia de una pérdida. La posición depresiva nunca se elabora completamente. Siempre tenemos ansiedades relacionadas con la ambivalencia y la culpa, y situaciones que reavivan experiencias depresivas de remordimiento («re-morder»). 

Fuente: Sparrow, César, "Explicaciones etiológicas de las psicosis" - Instituto de Investigaciones Psicológicas - UNMSM Revista de Investigación en Psicología Año II No. 2 138

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