Melanie Klein adjudicó a la actividad de las fantasías un desempeño preponderante
durante las primeras experiencias vitales. La fantasía inconsciente es una expresión
mental de los instintos o pulsiones, y por consiguiente, existe como éstos desde el
comienzo de la vida. El aparato psíquico relaciona el instinto con la fantasía de un
objeto adecuado a él de modo que, para cada impulso instintivo hay una fantasía
correspondiente. Por ejemplo, el bebé somnoliento que mueve la boca con expresión
placentera y hace ruidos de succión o se chupa los dedos, fantasea que está realmente
succionando o incorporando el pecho, y se duerme con la fantasía de tener el-pechoque-da-leche realmente dentro de sí. En forma similar, el bebé hambriento, furioso, que
grita y patalea, fantasea que está realmente atacando al pecho, desgarrándolo y
destruyendolo, y vivencia sus propios gritos que lo desgarran y lastiman como el pecho
desgarrado atacándolo en su propio interior.
Cuando el sujeto proyecta una alucinación desiderativa o fantasía de realización de deseos en un estado de privación, está evitando la frustración de una realidad externa displaciente pero también se esta defendiendo contra la realidad de su propia hambre y de su propia ira, o sea, contra su realidad interna.
El concepto freudiano de realización alucinatoria de deseos implica un yo capaz de establecer una relación objetal en la fantasía. En las primeras etapas del desarrollo el yo es lábil, se halla en constante fluencia, su grado de integración varía de día en día y hasta de un momento a otro; aquí el yo está expuesto a la innata polaridad y conflicto de las pulsiones de vida y muerte; el yo deflexiona la pulsión de muerte y el miedo original a ésta se transforma en miedo a un perseguidor. La intrusión de la pulsión de muerte se siente objetivada en el pecho escindiéndolo en muchos pedazos, de manera que el yo se encuentra a merced de multitud de perseguidores. El niño experimenta estados atribulados de ansiedad relacionados con sentimientos de frustración e impulsos de muerte, los cuales generan miedo a la propia aniquilación y son causa de ansiedades persecutorias. El superyó (instancia psíquica censora y prohibitiva que es presentida al transgredirla como sentimiento de culpa) aparece entre los 2 y 4 meses aproximadamente, iniciándose con las primeras introyecciones orales (la introyección es un mecanismo que busca, en la medida de lo posible, internalizar todo lo bueno del exterior, y es el par antitético de la proyección que intenta externalizar lo malo del interior y objetivarlo). En la posición esquizoparanoide (O a 3 ó 4 meses aprox.) la ansiedad predominante es paranoide y el estado del yo y de sus objetos se caracteriza por la desintegración y la escisión que son esquizoides.
Cuando el sujeto proyecta una alucinación desiderativa o fantasía de realización de deseos en un estado de privación, está evitando la frustración de una realidad externa displaciente pero también se esta defendiendo contra la realidad de su propia hambre y de su propia ira, o sea, contra su realidad interna.
El concepto freudiano de realización alucinatoria de deseos implica un yo capaz de establecer una relación objetal en la fantasía. En las primeras etapas del desarrollo el yo es lábil, se halla en constante fluencia, su grado de integración varía de día en día y hasta de un momento a otro; aquí el yo está expuesto a la innata polaridad y conflicto de las pulsiones de vida y muerte; el yo deflexiona la pulsión de muerte y el miedo original a ésta se transforma en miedo a un perseguidor. La intrusión de la pulsión de muerte se siente objetivada en el pecho escindiéndolo en muchos pedazos, de manera que el yo se encuentra a merced de multitud de perseguidores. El niño experimenta estados atribulados de ansiedad relacionados con sentimientos de frustración e impulsos de muerte, los cuales generan miedo a la propia aniquilación y son causa de ansiedades persecutorias. El superyó (instancia psíquica censora y prohibitiva que es presentida al transgredirla como sentimiento de culpa) aparece entre los 2 y 4 meses aproximadamente, iniciándose con las primeras introyecciones orales (la introyección es un mecanismo que busca, en la medida de lo posible, internalizar todo lo bueno del exterior, y es el par antitético de la proyección que intenta externalizar lo malo del interior y objetivarlo). En la posición esquizoparanoide (O a 3 ó 4 meses aprox.) la ansiedad predominante es paranoide y el estado del yo y de sus objetos se caracteriza por la desintegración y la escisión que son esquizoides.
El «pecho malo» o frustador es odiado y adquiere cualidades oralmente
destructivas. En sus fantasías el niño muerde y ataca al pecho y siente que el pecho lo va
a atacar en la misma forma por proyección. La expulsión de las heces simboliza un
enérgico rechazo del objeto incorporado y va acompañada de sentimientos de
destrucción. A medida que los impulsos uretrales y sádico-anales progresan, el niño
ataca al pecho con orina y excrementos; luego siente que el pechó puede ser explosivo y
venenoso para él, erigiéndose ideas persecutorias y devastadoras del pecho malo
vengativo. La introyección de los objetos malos persecutorios es hasta cierto punto
determinada por la proyección de impulsos destructores y malevolentes sobre el objeto.
El deseo de proyectar maldad aumenta por el temor a los «perseguidores internos». La
ansiedad es la responsable del incremento de los impulsos a destruir objetos externos.
Los sentimientos persecutorios aumentan aún más las ideas del «pecho bueno» en el
deseo de que el pecho sea un refugio ante ellos. El periodo de fijación o clivaje de la
esquizofrenia es en este momento de inmenso sadismo: la división del pecho en bueno y
malo da origen a la sensación de que el yo está también disociado. El sadismo oral
alcanza su nivel máximo durante e inmediatamente después del destete. Las ganas de
chupar y morder dirigidas al pecho se extienden al interior del cuerpo de la madre que
contiene más objetos parciales malos. «En los primeros meses de la existencia del niño,
éste tiene impulsos sádicos dirigidos no sólo contra el pecho de su madre, sino también
contra el interior de su cuerpo; impulsos de vaciar su contenido, de devorarlo y
destruirlo por todos los medios que el sadismo puede sugerir» (M. Klein, 1934). La
proyección hacia afuera de malos sentimientos y partes malas del yo produce
persecución externa. La reintroyección de perseguidores origina ansiedad hipocondríaca. La proyección hacia afuera de partes buenas produce la ansiedad de quedar
vacío de bondad e invadido por enemigos perseguidores. Para protegerse, el yo opta por
el más desesperado de los intentos: la desintegración, hacerse pedazos y quedar
pulverizado. La ansiedad no es sino la respuesta del yo a la actividad del instinto de
muerte; ésta puede ser paranoide o depresiva.
El buen desarrollo del bebé durante la posición esquizo-paranoide va a depender
de que las experiencias buenas predominen sobre las malas. Las experiencias del bebé
van a depender de factores internos y externos. La gratificación que proporciona el
ambiente puede alterarse por factores internos hasta llegar a impedir tal gratificación.
En esto intervienen tres emociones o impulsos básicos: la envidia, los celos y la
voracidad. La envidia es la más elemental de estas emociones fundantes; es una relación
de dos partes en que el sujeto odia al objeto por alguna posesión o cualidad. La envidia
se experimenta fundamentalmente en función de objetos parciales (pecho, pene),
aunque persista en relaciones de objetos totales (madre, padre) vistos como parciales,
mientras que los celos implican una relación de objeto total. El objetivo de la voracidad
es poseer todo lo bueno que pueda extraerse del objeto, pero la destrucción del objeto es
contingente y no el fin. El fin es adquirir lo bueno a toda costa, estando, no obstante,
impregnado de un vampírico instinto de muerte. Al atentar contra la propia fuente de
vida y de amor, se la puede considerar como la primera externalización de la pulsión de
muerte.
El alimento percibido como habiendo formado parte del pecho, es en sí mismo
destino de arremetidas envidiosas. La envidia utiliza la proyección -con frecuencia su
mecanismo favorito-, por ejemplo cuando el bebé se siente repleto de ansiedad y de
maldad, y siente que el pecho de la madre es una fuente de todo lo bueno, por envidia
quiere estropear el pecho proyectándole partes malas y dañinas de sí mismo: en su
fantasía lo ataca escupiéndole, orinándolo y defecándolo, con flatos y con la mirada
penetrante proyectiva (el «mal de ojo»).
A medida que se prosigue el desarrollo, continúan estos ataques dirigidos ahora
contra el cuerpo entero de la madre (objeto total) y la relación coital de los padres (los
celos). La envidia se puede fusionar con la voracidad, constituyendo así otro
determinante del deseo de extinguir completamente al objeto, no sólo ya para poseer
todo lo bueno, sino también para exprimirlo y destrozarlo a fin de que ya no contenga
nada envidiable. Al atacar y arruinar al objeto bueno -que origina envidia- no se puede
mantener el proceso de escisión en un objeto bueno y en uno malo persecutorio que es
de capital importancia durante la posición esquizoparanoide. Un objeto «ideal» es aquel
objeto perfecto y carente de toda maldad, siendo por esto mismo un objeto idealizado e
inalcanzable fijado como fantasía contra los objetos malos y «extraños». Pero este
recurso ha convertido a este objeto ideal en un verdadero encubridor de objetos
parciales sumamente destructivos y persecutorios, quizás los más peligrosos de todos.
Las defensas paranoides van a conducir a una confusión entre lo «bueno» y lo
«malo» que interfiere en la escisión y va a impedir preservar al objeto bueno y la
identificación con él, por lo tanto el desarrollo del yo debe sufrir necesariamente.
Cuando la envidia es muy intensa lleva a la desesperación. Al no encontrar objetos
buenos no hay esperanza de recibir amor y ayuda: los objetos arruinados y
despedazados provocan incesante persecución y luego culpa durante la posición
depresiva.
Si estas experiencias malas superan a las buenas, se planteará un devenir
patológico donde la realidad se vivencia en esencia como persecución. Se odia con
vehemencia toda experiencia interna o externa. Cada diminuto pedazo en que ha sido
fragmentado el objeto se convierte en una fracción violentamente hostil del yo u «objeto
extraño». El bebé esquizoide vive en un mundo muy distinto ya al del niño normal, con
quien compartía en un principio las mismas experiencias malas. Tiene su aparato
perceptual dañado, se siente rodeado de objetos proyectados caníbales y voraces (los
«objetos extraños»), sus vínculos con la realidad están cortados o son muy dolorosos, y
su capacidad de establecerlos y de integrarse se ha desbaratado.
La posición depresiva es un concepto de importancia suprema en la teoría de
Melanie Klein y corresponde a una etapa posterior de ansiedad depresiva que oscila
entre el tercer y sexto mes, y aún después, incluso hasta el final del primer año. Aquí el
bebé puede distinguir objetos totales (personas), y crece su poder para expresar
emociones. Su ansiedad depresiva está referida al miedo de perder al objeto amado y la
motiva la posibilidad de que la propia agresión aniquile o haya aniquilado para siempre
al objeto, siendo ésta la primera experiencia depresiva que padece todo ser humano. El
amor, el odio, lo bueno, lo malo, se enlazan ahora a personas enteras. El temor de perder
al objeto amado por haberlo oprobiado y estropeado ocasiona ansiedad depresiva y ésta
a su vez aumenta la avidez. La ansiedad de sentir a la madre expuesta al peligro de ser
aniquilada o desaparecida para siempre conduce al infante a una fuerte identificación a
fin de asegurarse la permanencia interna del objeto envilecido y fulminado por su odio.
Como en esta etapa surgen sentimientos de congoja, culpabilidad y arrepentimiento
muy intensos, aparecen los impulsos de reparar al presunto objeto injuriado y agotado
del abastecimiento nutricio. Los padres ambivalentemente amados durante la posición
depresiva forman el núcleo del superyó. El niño debe identificarse con el objeto
comiéndoselo para conjurar la maldad y la venganza.
En la cúspide de la ambivalencia puede sobrevenirle la desesperación depresiva al
recordar que ha amado, y que en realidad ama aún a su madre -la madre buena-, pero
siente que ha atentado contra ella, que ya no la merece y que por tanto ha quedado
desamparado y condenado. El conflicto depresivo es una lucha constante entre la
destructividad del bebé y sus impulsos eróticos y reparatorios. El bebé cree
omnipotentes sus impulsos tanto buenos corno malos. Las defensas maníacas contra la ansiedad depresiva se dan ante la sensación de haber perpetrado una atrocidad contra la
madre en virtud de ser una «madre mala». Este es uno de los mecanismos ejercitados
por el bebé durante la posición depresiva de odio. La negación de los sentimientos
depresivos se puede conseguir temporalmente triunfando sobre ellos; esto está ligado a
la derrota del objeto durante el primer ataque infligido por la retaliación depresiva. Este
sentimiento de triunfo omnipotente coadyuva a no permitir que afloren los sentimientos
de dependencia depresivos, que se evitarán, negarán o invertirán. El desprecio es una
manera de negar la valoración del objeto, y por ende los sentimientos de pérdida y
culpa. Más aún, es motivo para seguir ensañándose con él por envidia. En otro sentido,
la realidad procura restaurar al objeto bueno internalizado amado y dañado. Dicha
reparación puede usarse como parte del sistema de defensas maníacas, en cuyo caso
adquiere las características maníacas de control, manipulación, negación y desprecio.
El punto de fijación o clivaje de las enfermedades psicóticas yace en la posición
esquizo-paranoide y en los comienzos de la posición depresiva. Cuando se produce una
regresión a estos puntos tempranos del desarrollo, el sentido de la realidad se enajena y
el individuo se psicotiza. Pero si se alcanzó la posición depresiva y se la elaboró por lo
menos en parte, las dificultades que aparecen en el desarrollo posterior no son de
carácter psicótico, sino neurótico. En este punto se puede advertir la génesis de la
formación de símbolos. Al comienzo de la posición depresiva el superyó es vivenciado
aún como muy severo y persecutorio -la madre o padre malos-, luego los impulsos
reparatorios destinados a recomponer y restaurar los objetos buenos prefiguran las bases
de la confianza, la creatividad, la sublimación y el amor futuro. Sólo a través de un
proceso de duelo, culpa y nostalgia puede producirse una renuncia y expiación exitosas.
La formación de símbolos resulta ser la consecuencia de una pérdida. La posición
depresiva nunca se elabora completamente. Siempre tenemos ansiedades relacionadas
con la ambivalencia y la culpa, y situaciones que reavivan experiencias depresivas de
remordimiento («re-morder»).
Fuente: Sparrow, César, "Explicaciones etiológicas de las psicosis" - Instituto de Investigaciones Psicológicas - UNMSM Revista de Investigación en Psicología Año II No. 2 138
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