“Goce” y “placer” son dos palabras que en el lenguaje vulgar se intercambian habitualmente, pero no es así para el psicoanálisis, señala el autor de este trabajo. Observa que, en el goce, “algo se fuerza” y advierte que (aun mientras se lee esta página) “es imposible no gozar”. Es que existen goces muy diferentes.
“Goce” y “placer” son dos palabras que en el lenguaje vulgar se intercambian habitualmente: no es así para el psicoanálisis, a partir de la enseñanza de Jacques Lacan. Como suele suceder con los descubrimientos o invenciones, Lacan, al producir un nuevo concepto, lo nominó con un viejo significante. Comentaré un fragmento de su trabajo “Psicoanálisis y medicina”: se trata de una conferencia pronunciada ante un auditorio de médicos, no psicoanalistas.
Dijo entonces Lacan: “¿Qué se nos dice del placer? Que es la menor excitación, lo que hace desaparecer la tensión, la atempera más, por lo tanto aquello que nos detiene necesariamente en un punto de alejamiento, de distancia muy respetuosa del goce. Pues lo que yo llamo goce, en el sentido que en el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo aparece velada (...) Este cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo”.
En la primera parte del fragmento, Lacan expone con sus palabras la definición que ya Freud había dado sobre el llamado “principio del placer”, donde el placer se vincula con la reducción de una tensión. En cambio, él advierte que el goce, “en el sentido que en el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión”. Aquí Lacan describe el goce a partir de lo básico: cómo se lo percibe y se lo experimenta en el cuerpo. Se trata de un observable en la práctica. En ese sentido, afirmo: es imposible no gozar. Seguramente, los lectores de este texto están experimentando de un modo o de otro su cuerpo. En algún lugar tienen alguna tensión, en algún lugar algún dolor, en algún lugar andan pensando que tendrían que ir al masajista.
Y Lacan agrega que el goce es del orden “del forzamiento”. Esto también marca una gran diferencia con el placer: en el placer no se fuerza. Y añade Lacan: “... del gasto”; el goce gasta, algo se pierde. Y agrega todavía “... incluso de la hazaña”: aquí ya sale de la descripción del goce en el cuerpo y salta a lo simbólico-imaginario. La hazaña es una determinada realidad con que el sujeto se expresa. Especialmente los hombres somos muy adictos a creernos héroes de hazañas, y esto sucede particularmente en los obsesivos. Siempre tenemos que mostrar que podemos un poco más.
El fragmento sigue con que “hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor”. Destaco que es “donde comienza” el dolor. Hay una cierta vulgarización psicoanalítica para la cual el goce sería en sí mismo dolor, sufrimiento: puede serlo, sí, pero sólo a veces. Lo cierto es que, cuando comienza a aparecer el dolor, el cuerpo se empieza a experimentar. Entonces, continúa Lacan, “puede experimentarse una dimensión del organismo que de otro modo queda velada”. Los intestinos nos pasan inadvertidos hasta que se producen retortijones. La existencia de la musculatura lisa no se advierte hasta que duele o entra en tensión.
En otro lugar del mismo trabajo, Lacan dice: “Este cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo”. La frase “de sí mismo” no es común en Lacan. Es mucho más común en Freud, en Winnicott, en Hélène Deutsch; en Lacan, no. Aquí viene a centrar el goce como un goce de sí mismo. Este es un punto clave: tiene mucho que ver con los desencuentros que se producen entre la gente, ni qué decir entre los amantes.
En el seminario “Aún”, donde Lacan toma a fondo esta cuestión, Lacan se refiere a la causa del goce. Hasta entonces, los lacanianos estaban habituados a colocar en el campo de la causa sólo el objeto como perdido, ya que Lacan se había centrado en la cuestión del deseo. El goce, aunque está articulado con el deseo, es otro tema. Y reconoce una causa que no es la del deseo. Si el deseo surge causado por la pérdida de objeto, la causa del goce está en el significante. Lacan da una explicación muy sencilla: “¿Cómo saber dónde y con qué gozar si no disponemos del significante?”. Cada pedazo de nuestro cuerpo está nominado por algún significante, y lo mismo sucede con cada pedazo del cuerpo del otro. La disposición de estos significantes es lo que nos permite saber qué hacer cuando nos disponemos a ejercer el goce.
Y, también, el significante permite saber ponerle punto final a cada circunstancia de goce. Si no se supiera ejercer el final del goce, éste sólo podría ser la muerte o cualquier variante invalidante. Hay una película que, además de ser hermosa en sí misma, resulta muy interesante para esta cuestión: El imperio de los sentidos. Es muy interesante observar el movimiento que, con relación al goce, se produce en los dos protagonistas, y cómo, cuando el significante deja de funcionar como causa final del goce, en ese momento sucede la muerte.
Exquisito, pero...
Lacan fue discriminando diferentes tipos de goce. Y tiene especial importancia observarlos en su variación. El goce es, fundamentalmente, goce fálico. En primer lugar, porque el goce fálico está limitado por el significante. En la película que mencioné, por no estar limitado por el significante, se pierde incluso lo que toma el lugar de encarnadura del falo: el pene de uno de los protagonistas. El goce fálico, al tener relación con el significante, la tiene con el establecimiento de una realidad. Sin embargo, observa Lacan en “Aún”, el significante es necio; es lo que permite mantener la relación habitual entre la gente, la relación imaginaria, que es necesaria pero a costa de la necedad, de perder la posibilidad de ver y captar muchas cosas en términos que permitan producir algo nuevo.
Y también se refiere Lacan al goce del Otro. Hay una cuestión radical: no hay acceso al goce del Otro. El goce es “de sí mismo”, goce del propio cuerpo. De lo que le pasa al otro vamos a hacer mil interpretaciones, vamos a creer y a querer creer mil cosas, pero, por lo general, ni el otro mismo sabe qué le pasa. Especialmente si es una mujer.
Pero Lacan va a desarrollar el tema del goce del Otro como fantasma neurótico. Es uno de los fantasmas neuróticos más lamentables, más graves para las sociedades: buena parte del racismo, de las guerras, de las luchas o encontronazos sociales tiene que ver con esa ilusión neurótica de que, mientras uno no goza, el otro sí goza.
En cuanto al psicótico, se siente gozado por el Otro por sus voces, las alucinaciones, a lo cual responderá en forma delirante. Se sentirá gozado por ese Otro imposible de callar. Más adelante, en el seminario “El sinthome”, Lacan va a señalar que el goce del Otro es, en realidad, “del Otro que no hay”. Esto se vincula con que no podemos saber cómo el Otro goza. Conviene aclarar esto para no suponer que, por ejemplo, Fulanito es gozado por el padre o por la madre: ése será en todo caso el fantasma o el delirio de Fulanito.
Y finalmente está lo que Lacan llama el Otro goce; a veces también lo llama el goce femenino, y lo describe como no limitado por el significante. Acceder a este goce es menos improbable para las mujeres que para los hombres, especialmente para la mujer que ha logrado salir de la posición histérica, que es un obstáculo para el goce femenino. En la posición histérica, las mujeres gozan de su cuerpo como falo, o no van más allá del goce de su clítoris; encuentran un obstáculo parecido al que encuentra el hombre para gozar. Pero, por fuera de esa posición, llega a ser accesible un goce del que podría decirse que abarca todo su cuerpo. En todo caso, de ese goce no se puede dar cuenta; es un goce inefable que no pueden transmitir, no lo pueden expresar en palabras. No está limitado por el significante. En el varón, en la medida en que el goce fálico se reduzca al pene, obstaculiza el del resto del cuerpo. Es cierto que el pene es un órgano de goce tan exquisito que puede hacer obstáculo a que goce del resto del cuerpo. En el varón tiene que haberse producido un importante movimiento de libidinización del resto del cuerpo, debe haber perdido cierto peso el goce del pene, para que pueda haber algún acceso al goce femenino.
Fuente: Sergio Rodríguez* (2/08/2006) "Hay goces y goces" - Página 12.
* Extractado de En la trastienda de los análisis, vol. 4.
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