miércoles, 16 de junio de 2021

Angustia, dolor y duelo

En el texto Inhibición, síntoma y angustia hay un apartado con el nombre del título. Allí Freud nos invita a diferenciar estos aspectos, planteando la pregunta por la diferenciación de la angustia por la pérdida del objeto y el duelo, del cual se había ocupado en Duelo y melancolía. Se pregunta cuándo la pérdida del objeto lleva al duelo, cuándo a la angustia y cuándo está simplemente en juego el dolor. Lacan situó unas coordenadas en referencia a este texto.

Una primera hipótesis de la cual podríamos partir que los afectos son efecto del impacto del lenguaje sobre el cuerpo. Esto aparece en Televisión, donde Lacan había sido cuestionado por no dedicarse a los afectos, ya pasado el seminario de la angustia. Lacan se pregunta si el afecto concierne al cuerpo. Una descarga de adrenalina, ¿Es del cuerpo ó no? Que desordene las funciones corporales es verdad, ¿pero viene ello del alma? Su respuesta es que el afecto es del pensamiento que descarga. Es decir, altera el cuerpo, pero ¿viene de él?

Hay cuatro términos para situar estas diferencias que Freud propuso tener en cuenta: afecto, el yo, el cuerpo y el objeto. Hay que distinguir los distintos modos del padecimiento anímico para saber cuándo se trata de la angustia, los estados de duelo y las melancolías.

Acerca de la angustia y el duelo, tanto Freud como Lacan hicieron teoría. En lo que atañe al dolor, vamos a encontrarnos con diversidades conceptuales que no facilitan la determinación de la especificidad y la diferencia.

Por empezar, tanto angustia como dolor implican afectos. En cambio, el duelo alude a un proceso de trabajo psíquico, que se puede homologar -según Freud- al trabajo del sueño. Es cierto que suele asociarse al dolor como el afecto sufriente que está en juego en el duelo, pero también nos encontramos con otros modos clínicos, como el dolor melancólico. Si el dolor se relaciona con el duelo, ¿cuál es su especificidad para la dimensión del duelo imposible, tal como se indica en la melancolía?

Hay ciertas consonancias que no encontramos respecto al dolor, que lo permiten deslindar de la angustia y el duelo. En Freud, tempranamente, en Un caso de curación por hipnosis, plantea:

en las neurosis -y no me refiero solamente a la histeria; sino al status nervosus en general- existe, primariamente, una tendencia a la depresión anímica y a la disminución de la consciencia del propio yo, tal y como la encontramos, a título de síntoma aislado y altamente desarrollado, en la melancolía. 

Abraham planteó una proto-depresión como base para una melancolía ulterior. Melanie Klein, por su parte, planteó la posición depresiva como una condición prácticamente de estructura.

En Lacan está el dolor de existir, entre otros dolores, que no parecen alinearse con la angustia. El dolor de existir Lacan se lo adjudica a los melancólicos, pero también lo sitúa en aquello que deja a un soñador trastornado, como lo plantea en el texto de Kant con Sade. Cualquiera que tenga un trastorno en el sueño tendrá este tipo de dolor.

La primera hipótesis, dijimos,  es la condición lenguajera de los afectos. Una segunda hipótesis es que los afectos son efectos de lo imposible de la estructura.

El yo, ¿Es un término unívoco? 

En el sentido clásico, hay para ubicar tres tiempos en las formulaciones del yo que hizo Freud. 

- "Un yo burlado". El primer tiempo es el de la formación de conflicto, representación irreconciliable, el síntoma. Se trata de un yo engañado, ya que lo que debiera funcionar como defensa para él, termina siendo su condena. El yo termina agujeareado por el síntoma, cuya causa desconoce.

- "Un rey desnudo y deudor". El segundo tiempo es cuando Freud sitúa que el yo está insertado, encastrado, en un cuerpo libidinal. Incluso, el yo mismo es un objeto libidinal. Se trata del yo del narcisismo. Se trata de un yo más virtuoso, "his majesty the baby", pero una ficción ideal, pues el autoerotismo como cuerpo fragmentado por la pulsión, no se deja reducir por el yo narcisista. Se trata de un rey... que está desnudo y que no se percata de ello y que además tiene "al rey" como ideal. El ideal del yo está como punto de partida y de llegada para el yo. El ideal es inalcanzable y siempre queda una deuda por pagar. 

- "Un yo vasallo". El tercer tiempo que podemos pensar es el de la segunda tópica, el yo en tanto instancia derivada del ello y sometido a las otras instancias. Ya no se trata solo del ideal, sino del superyó como emisario del ello que embate su furia sobre él, cuyo vasallo puede estar bajo los designios más oscuros. 

En todos los casos, el yo desconoce su posición. Freud ha dicho que el yo no es amo de su propia casa (El yo y el ello), que es un expectador de sus propias fantasías (El creador literario y el fantaseo y Pegan a un niño), como jinete dominado por el caballo (El yo y el ello). Algo que aparece en varios textos es que el yo es el almácigo y sede de los afectos, en particular de la angustia. Es el yo quien los trae a la consulta ante aquello que lo hace padecer y que demuestra la encerrona en que pasivamente se encuentra, ya sea sometido, burlado, desnudo, endeudado, esclavizado y, a veces, ofrecido como objeto de sacrificio.

El cuerpo

Tanto en El proyecto, como en El yo y el ello, Freud sitúa que el dolor es uno de los modos arquetípicos de conocimiento del cuerpo propio y que incluso, el dolor tiene su peso en la génesis del yo. Freud nos dice que no sabríamos de algunas partes de nuestro cuerpo si el dolor no las hiciera existir. Si bien él habla del dolor corporal, ¿Qué acceso al conocimiento del órgano tenemos? Identificamos ese dolor en el cuerpo propio, como el dolor de muelas, propio en el sentido de que el yo está apropiado de una superficie corporal. Pero no tenemos del cuerpo, en ningun caso, la dimensipon del órgano.

Por otro lado, el pensamiento, incluso inconsciente, no solo anima a un cuerpo, sino que el lenguaje también lo hace, aunque éste no sea comprendido. El lenguaje le inyecta un ánima, produce un cuerpo que podemos habitar en tanto nos apropiemos de él y podamos llamar cuerpo propio. Dentro de ese cuerpo propio, hay impacto de lo psíquico que produzcan una sensación de propiedad. Por lo tanto, armamos una geografía donde hay un fuera del cuerpo en el cuerpo mismo. 

Si ponemos en relación al yo y al cuerpo, podemos decir que está en juego la ilusión de aquello que vale como propio y se distingue de lo que presenta la cualidad de ajeno, en el seno mismo del yo, donde aparece segregado de las redes del pensamiento. Segregado no significa ausente. Estas categorías de lo propio y ajeno, desplegadas en sus múltiples variables de otredad, pueden ser la brújula que nos oriente en nuestro recorrido.

Situemos algunas cuestiones respecto al desarrollo de Lacan acerca del yo. 

Hay un movimiento importante que se hace desde el Estadío del espejo como formador del yo a su definición en el seminario de la angustia. En el estadío del espejo, Lacan señala que la unificación del yo solo se produce a condición de la posición donde el sujeto se ubica en relación a la experiencia constitutiva de su propia imagen, sostenida por el Otro, que soporta esa experiencia. Lacan agrega que esa constitución del yo es paranoide, se conforma de manera alienada a la imagen que proviene del semejante. De ahí, por ejemplo, los efectos imaginarios del doble en la paranoia. 

En el seminario de la angustia, cuando tiene una definición del objeto como diferente a los objetos comunes, priduce un movimiento ubicando en el seno del yo la dimensión del objeto a. El moi, escrito así:

i'(a)

Sigue la misma escritura del grafo del deseo y del esquema óptico, pero la notación del a en este seminario no es del pequeño otro, del semejante, sino que da cuenta que hay algo no integrable al yo y que le da su sostén a la imagen. La condición es que ese objeto a quede velado, por eso está entre paréntesis. 

Para que la lectura del afecto narcisista que está en juego en el dolor psíquico no quede reducida a la versión imaginaria, partimos de algo que para nosotros es un ordenador: el objeto a es el que le da su ley invisible a la imagen especular. De manera que lo que sucede en el dolor, es que si bien lo podemos ubicar del lado del narcisismo y del cuerpo propio, también es necesario establecer su fundamento en el objeto a. Esto nos hace pensar en otra hipótesis: en el campo de los afectos, de lo que se trata es del objeto Estos son los efectos en la estructura: la condición lenguajera, efecto de lo que vale como imnposible y que es del objeto que se trata en el campo de los afectos.

Lacan hace otro movimiento respecto del yo, que es el ego y que no hay que homologarlo. Cuando habla de Joyce, dice que frente a la paliza que Joyce recibe, su cuerpo se desprende como una cáscara y que la forma que tiene Joyce de armar un ego es la escritura, su nombre propio. Tenemos un deslizamiento del yo que se formaría en el estadío del espejo y esa dimensión de práctica que aparece en el ego, una cáscara vacía en donde la estructura es circunstancial.

Para hablar de los afectos, es importante partir del modelo para todos los afectos que Freud trabaja según la vivencia de dolor, contrapartia de la vivencia de satisfacción. Por otro lado nos deja situar algunas cuestiones de lo propio y lo ajeno, más allá de la cuestión yo - no yo, como el adentro y el afuera.

Si bien las vivencias como la de la primera satisfacción tienen un valor ficcional y mítico, le sirven a Freud para situar la naturaleza psíquica del desear, que aquello que nos anima y nos impulsa a soñar es de naturaleza psíquica, no mental, ni cerebral u orgánica. A partir de la necesidad de repetir esa necesidad, por ejemplo la de satisfacción, esa deuda alimentaria con el Otro. Freud habla de la necesidad de repetir y de recuperar lo que supuestamente dio satisfacción. Secundariamente, esa huella adquiere una cualidad de bueno, que es una atribución. Es un juicio atributivo, pero en la necesidad de repetir, dada la diferencia que hay ("Nadie se baña nunca en el mismo río" dice Heráclito"), el sujeto sigue buscando. La necesidad de repetir es la que le da existencia a la primera. 

En la viveniacia de dolor, también un soporte ficcional, lo que Freud ubica es su inverso, el rechazo a investir y a incorporar en las redes del pensamiento aquello que causó dolor y que para nuestro aparato de representaciones se vuelve ajeno y que en el juicio atributivo adquiere la cualidad y el predicado de hostil. Eso, asociado al dolor, queda segregado -pero no ausente- del campo de la representación. Es producto de lo simbólico, pero ex-siste ajeno en su interior con su calificativo de hostil.

Ahora bien, no podemos pensar esas vivencias sin la dimensión del Otro, que tan bien recortó Freud en el complejo del semejante. Es ese Otro prehistórico que también aparece escindido, porque si el objeto está escindido entre aquello que quiere ser recuperado y la otra cara que da cuenta de la repulsa a incorrporar o investi a eso que causa dolor, el Otro también se encuentra escindido entre aquello que puede reconducir al cuerpo propio y se califica de semejante y aquello que resta incomprendido y que Freud llamó "la cosa", en sentido de algo innombrable. Siendo producto de algo lenguajero, carece de significante que pueda circunscribirlo o apresarlo en las redes del pensamiento.

Una cuestión -no menor- es que en el desvalimiento inicial que nos enlaza al Otro, que Lacan sitúa en la dimensión de la llamada en relación a la demanda y a la función secundaria del lenguaje hace que tengamos de entrada una vía que conecta con los diques anímicos, las defensas frente a la satisfacción pulsional que empuja para satisfacerse y que se articula con la función del superyó.

¿Cuál es el lugar que ocupa aquello que vale como ajeno y hostil para el aparato psíquico y que tiene consecuencias para el yo? Si desmontamos la idea de dolor, teniendo en cuenta la dimensión del rechazo a incorporar en las redes del pensamiento y en la memoria ese objeto que produjo displacer. En esa experiencia de repulsa, Freud ubica como resto al afecto, que también puede ser el afecto del terror. Es decir, frente a la emergencia de aquello que ha sido rechazado de las redes del pensamiento, el afecto que emerge es el terror. Cuando Freud retoma la experiencia del dolor en La interpretación de los sueños, llama a la vivencia del dolor como vivencia del terror, en referencia a esos sueños que despiertan.

En cuanto al terror, Freud acentúa el factor sorpresa, que lo vemos en el susto y en los ataques de angustia.  Se trata del desprendimiento repentino del afecto, que Freud lo señala con carácter traumático y cierta caída de la escena. Lo repentino es un factor temporal fundamental, porque señala el instante. La angustia, en su caracter de automática, no avisa ni funciona como señal para la defensa, aunque sí es señal de la presencia de ese "algo" que hace que Freud la ubique como sin objeto en el campo de la representacion. Lacan señala que no es sin objeto, en tanto se trata de ese "algo". La angustia en su forma radical, que podemos calificar como dolor-terror, es un instante en donde la escena del mundo se hunde, pues la emergencia de ese algo es incompatible con el yo. El yo habita la escena del mundo, que para el neurótico es el marco que permite que haya una organización. Cuando Lacan habla del acting o pasaje al acto, justamente se refiere a un accidente de la escena, a una caída del fantasma, que tiene un valor cosmético (cosmos, como contrario de caos). Cuando Freud tempranamente propuso la histeria del terror, que produce una laguna mnémica y un resto, que es el terror. Se trata de una irrupción que despierta en la mitad del dormir en los sueños traumáticos, con renovado terror. 

¿Pero qué es eso que se resiste a entrar en la cadena asociativa? Se trata de algo siempre nuevo que no entra en la memoria, que no cesa de no inscribirse. Debemos decir que en la emergencia de la angustia, es imposible que en la misma escena del mundo haya algún encuentro del yo con el objeto, que siendo lo más propio adquiere carácter de hostil, rechazado de las redes del pensamiento.

El estado de angustia flotante, que no es la del ataque pero que tampoco moviliza a la defensa para producir un síntoma, termina siendo un afecto familiar al yo, que no por eso es comprensible para el yo, que desconoce la causa que lo anima a ocupar un lugar donde no encaja, como en el caso de las histerias de angustias.

En la segunda modalidad del yo que vimos, asociada a Introducción al narcisismo y a su texto inmediato Duelo y melancolía, Freud menciona el dolor de muelas, donde en la estrecha cavidad de su muela recluye su alma toda. Freud marca el notorio egoísmo del enfermo, que recubre al dolor corporal y al dolor del duelo. La cancelación del mundo exterior aparece tanto en el duelo como en la melancolía, así como en el dolor. Este es un punto importante en el diagnóstico diferencial con la paranoia, donde todo el mundo habla de él. En la melancolía, el mundo exterior aparece cancelado.

El dolor psíquico de este segundo modo implica una dimensión libidinal del dolor. Se adjunta al duelo y a diferencia de la angustia, que lejos de evitar el encuentro con el objeto, su pérdida impone al yo el deseo del reencuentro, aunque sea una promesa como el más allá celestial. 

Mientras que la angustia es un momento de huída, el duelo es un desgarro para el yo, una parte de sí que se ha perdido según el lugar que se ocupó. Acá se pone en juego la pregunta que nos constituye como deseantes, ¿qué objeto fuimos para el deseo del Otro? ¿Puedes perderme? ¿Qué valgo, qué soy? La pérdida del otro nos hace perder eso que fuimos para él, pues el yo no es más que su investidura. Allouch dice, en La erótica del duelo en los tiempos de la muerte seca, que la forma de tramitar el duelo es una cesión: se trata de ceder aquel objeto que fuimos para el otro. El muerto se ha llevado mi corazón y es ahí donde debe estar, donde acompaña esa cesión de aquel que se ha ido.

El dolor melancólico, si bien se encuentra emparentado al duelo, se encuentra imposible y eternizado. La pérdida del objeto para el yo es un estado permamente de situacuón, lo cual revela un intento fallido de inscripción de la pérdida, que es una y otra vez. La hipótesis es que el dolor melancólico es para el yo el reverso del duelo y también de la angustia. Si tomamos el delirio de indignidad melancólico, ser indigno y moralmente despreciable donde el objeto muestra su carácter hostil, en lugar de éste quedar segregado e incompatible con el yo, el objeto es parte del sí mismo propio.

El melancólico exhibe sin vergüenza su rebajamiento que demuestra que aquello que debió ser segregado quedó adherido al yo, al i'(a). Una no separación entre el yo y el objeto que devenido hostil, hace uno en el delirio de insignificancia o en el pasaje al acto. La particularidad del dolor melancólico, a diferencia del dolor del duelo y el dolor corporal, es que la cara de la vivencia que apunta al objeto con carácter de hostil debería constituírse como un exterior ajeno (que daría cuenta de la angustia) y la cara del dolor que apunta al yo no parecen diferenciarse. Se produce un aplastamiento entre el objeto hostil y el yo, entre el objeto a vale como una ajenidad y la dimensión del yo, el i'(a). Lacan dijo que el duelo está en relación al ideal; el trabajo del duelo se hace pieza por pieza, ideal por ideal. En el melancólico, está en juego el objeto a: el ciclo manía-melancolía, que puede no funcionar como ciclo. 

Freud propuso a la melancolía en el campo de las neurosis narcisistas, por el conflicto entre el yo y el superyó. Esto nos habilita a situar que el dolor, por el relato de la ley moral kantiana, implica ese efecto imperativo superyoico, no atemperado por el ideal del yo ni erotizado por el masoquismo secundario. 

Hay una variable temporal subjetiva que diferenciamos entre el instante de ajenidad respecto de la angustia y la eternización y lo propio del dolor melancólico. En ese sentido, podemos cuestionar la idea de identificación narcisista para dar cuenta de la melancolía, porque la falta de distancia entre el yo y el objeto que lo hace penar da cuenta de una dificultad de la separación. Podemeos pensar si a falta del ideal se mantiene la distancia y si sin esta distancia el superyó impone su aplastamiento, con esa idea de Freud que la sombra del objeto cae sobre el yo.

Si bien podemos ubicar que el dolor es ubicable en el campo del narcisismo, la condición es establecer que en su fundamento se trata del objeto a. En el campo de los afectos, de lo que se trata es del objeto. Los modos clínicos en que se manifiesta el dolor encuentra en lo que atañe al campo de lo propio cierta especificidad. La separación y la distancia con el objeto a y aquello que hace a su investidura aparece dificultado en el campo de lo imaginario, que lejos de retroceder aterrado como en la angustia, el yo busca una reunión imposible. Lo modos de padecimiento de ese dolor, que varían del duelo a la melancolía, donde no hay correlación sino inversión de un duelo posible hacia uno imposible. 

En el duelo nos encontramos con la deserotización: el objeto del duelo es deslibidinado, a imagen y semejanza del yo. En la melancolía, en cambio, aparece la deserotización. En Freud vemos la anorexia mental del Manuscrito G, la falta de apetito, la pérdid libidinal, la falta de alteridad entre el yo y el objeto a. 

Aparece también el rechazo al inconsciente, pues en la melancolía aparece la falta de la verdad en tanto ficción. El delirio del melancólico es monótono y poco florido, del que se puede decir que es verdad. Es muy difícil en estos casos construir una verdad como ficción, con lo cual aparece una exhibición, pero sin marco de la escena. Una exhibición porque al melancólico no le da vergüenza de contar esta verdad de su indignidad. No se trata de una escena de sostén del mundo, porque aparece una cancelación del mundo exterior.

La ausencia del ideal (que mantiene la distancia entre el objeto a y la imagen especular) en la melancolía, siendo el superyó su relevo. La ausencia del ideal lleva al aplastamiento, haciendo coincidir al objeto a en tanto hostil y al yo hasta su total avasallamiento. El dolor melancólico no puede ser arrojado afuera ni eyectado, porque en el exterior del melancólico no deviene alteridad y el objeto hostil no es rechazado fuera, sino que coincide con lo propio de sí mismo. El yo del narcisismo que está en juego, queda arrasado por es afalta de alteridad, tanto porque el Otro se encuentra ausente (rechazo del inconsciente) como porque lo hetero, eso que señalamos con la angustia, deviene hostil le es propio sin mediación simbólica. Esa no separación entre el objeto a y i'(a) se distingue de la identificación narcisista, que siendo secundaria, no es más que al plano de la imagen, donde si aparece un objeto es el plano imaginario que hace existir y consistir la pérdida imposible de escribir, una y otra vez.

Resumiendo, así como en el modo clínico de la angustia el sujeto se encuentra en disyunción con la aparición del objeto, en el caso del dolor hay una aparente conjunción, como en ese anhelo de conjunción que hay en el duelo y el esfuerzo de conjunción por la falta de separación que aparece en la melancolía. Hacerse uno con el objeto se nos presenta contrapuesto a la angustia, que demuestra que la aparición que el acercamiento de lo ajeno hace que el yo retroceda aterrado frente a lo que no es más que su íntima exterioridad. La angustia, en su carácter de automática, pone por un instante al descubierto aquello que lo imaginario oculta y que excede a lo simbólico: lo real. Aquello irreductible al yo hace su aparición inminente y lejos de querer reunirse con él o de sentirlo como propio, nos presenta una totalidad alteridad frente a la que el yo retrocede. Es en relación frente a ese aterrado que podemos calificarlo como terror. Etimológicamente, Lacan dice que aterrado viene de caer por tierra. La caída de la escena frente a esa inminencia que produce el afecto del terror nos habilita a homologar a la angustia traumática con el afecto del terror. 

El dolor psíquico está en juego para todo el hablante-ser, como el dolor de existir, o como la virtualidad melancólica que Collete Soler marca como la mortificación del significante, encontramos en los afectos particularidades diversas, sin recortar los que Lacan tomó para su cuadro del seminario 10. Encontramos también afectos cuyas articularidades también se manifiestan en el campo de lo propio, en su ilusoria unidad, ya que acentuamos que es el objeto a que le da su ley invisible a su sostén. En el seno mismo de la constitución del yo, hay un núcleo que conecta con los modos clínicos del dolor. 

Fuente: Entrada realizada con notas de la conferencia dictada el martes 1/6/21, por la Dra. Estela Eisenberg.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario