Una desagregación del título del clásico escrito de 1953 puede formularse así: “Función del habla, la escritura, la escucha y la lectura y campo del lenguaje en psicoanálisis”.
La distinción lingüística entre habla y lenguaje fue profundizada por el psicoanálisis, primero por Freud, después por Lacan y por sus continuadores. La distinción y relación entre el significante y la letra (cf. La instancia de la letra…), entre el habla y la escritura (cf. Lituraterre) y la topologización nodal del lenguaje (cf. L’étourdit y últimos seminarios), son hitos claves. Sucede que en la experiencia psicoanalítica es crucial advertir que el significante sólo puede ser escuchado, no puede ser leído sino como letra.
La letra, en efecto, es lo que se lee, no lo que se escucha. Lacan se ocupó de subrayar que lo que se escucha es el significante. Que la letra no se escucha tiene implicaciones, supone que no tiene necesidad de estar ajustada a la índole lineal, de palabras sucesivas, no simultáneas, del habla. Esta posibilidad de la letra de admitir en su índole la simultaneidad, la no diacronía, lo que no puede ser escuchado, invita a estudiar consecuencias del equívoco que consiste en tomar la letra como si fuera un significante.
Entre los problemas que se derivan de ello está que se tomen las letras de los textos escritos por Lacan, por Freud o por cualquiera como “sus” significantes, es decir: “de” Lacan, “de” Freud o “de” tal otro. En efecto, si bien las letras escritas por ellos permanecen iguales a sí mismas, sus nacimientos como significantes, siempre singulares, imposibilitado cada uno de ellos de significarse a sí mismo, quedan perdidos e inaccesibles en el pasado, en el discurso concreto actual operan como significantes del lector. El equívoco que aquí se produce incide en que el estudio de la obra de Lacan, de Freud o de otros se deslice hacia exégesis varias de las letras sostenidas por sacerdotes que encuentran en ellas claves para dirigir, por encima o desde el margen, los trabajos interpretativos en las prácticas.
Cuando la letra visible del Otro es tomada como voz se hace superyó. Sin análisis de ello (sin su lectura) el sujeto, fijado en posición de ser hablado por otro (Otro), enloquece (cf. Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”). Esto debido a que de inicio el sujeto, en posición de demanda y de deseante del Otro, está predispuesto a ser hablado por él. Por eso el psicoanálisis, desde su fundación, es congruente con la proposición siguiente: “en el corazón de la dialéctica del ser está el desconocimiento esencial de la locura” (Lacan, ídem.).
La locura es una posibilidad siempre abierta en la esencia del hombre, que concierne al riesgo de sucumbir “al atractivo de las identificaciones” (ídem.). Es preciso contemplar esta posibilidad en la distribución del lazo social en dos lados, por ejemplo: entre amo y esclavo. En la consideración de Hegel ambos lo son recíprocamente, uno respecto al otro, pero lo son, destaquemos, en tanto uno habla y el Otro escucha: amo es quien habla, esclavo es quien escucha. Si se tiene en cuenta la reflexión psicoanalítica no hay otra definición acabada de la reciprocidad entre estos dos términos (cf. S10, clase 2). El concepto es congruente con que en la masa o grupo el líder es tal encarnando al objeto como voz y mirada.
Respecto a la voz, el líder gobierna las voluntades en la dirección que da a sus palabras, asentándose en la fascinación de la voz/mirada, coherente con la avidez del sujeto por la voz/palabra del otro/Otro. Aquí se encuentra la razón primera de la función del locutor, una de las claves del ordenamiento discursivo global en nuestro tiempo, desde ya no sólo en él.
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