miércoles, 11 de agosto de 2021

Algunas coordenadas filosóficas para pensar el suicidio y la eutanasia

Para los griegos, la muerte por mano propia estaba muy mal vista. Los suicidas eran enterrados fuera de la ciudad, no se recordaba su nombre. Sin embargo, los estoicos detallaron algo muy interesante: el suicidio como salida (exagoge) aceptable en determinadas circunstancias es doctrina general en la escuela estoica. No obstante, si bien presenta diferencias significativas, la actitud al respecto está relacionada con la noción de señal divina siguiendo la enseñanza de Sócrates. 

La muerte de Sócrates pudo ser evitada, porque le ofrecieron escaparse. Sócrates decía que quería deshacerse de su propio cuerpo, al que vivía como una carga y quería encontrarse en el mundo de las almas y de las ideas. La condena de Sócrates es un pharmakon, la cicuta. Él la tomó y antes de morir le dice a su amigo "No te olvides que le debemos un gallo a Esculapio". No se sabe muy bien qué quiso decir con eso, Esculapio era el dios de la salud y se supone que ese gallo era una ofrenda. 


El suicidio de Sócrates fue visto como una salida digna, lo cual nos trae el concepto actual de eutanasia, concepto traído por los médicos del Tercer Reich sobre la muerte digna, pero es un concepto problemático, pues cada persona tiene un concepto diferente sobre la dignidad


Hoy en día hay un pensamiento sobre la muerte digna. Esto es una muerte en tanto concerniente a las determinaciones del ser, en el sentido en que se le da un sentido en el cual se hace patente la dimensión del concepto de vida y no exclusivamente en relación con el carácter del ente biológico. Esto también se puede leer desde el punto de vista de las consideraciones que hacen al sujeto del deseo.


Para los estoicos, el suicidio puede ser un acto apropiado. Hay filósofos que nos dan a entender que hay posibilidad de pensar la muerte por mano propia que en ciertas circunstancias, no solo ser un acto perfectamente apropiado, sino también el más virtuoso de todos. Los estoicos son un ejemplo de ese pensamiento. 


No obstante, algunos estoicos no consideraban el suicidio. Por ejemplo, en Fedro, para el mismo Sócrates la vida pertenecía a los dioses. La vida de una persona no depende sino de los dioses y uno no debe quitarse la vida "antes de que el dios le haya dado una señal de que es necesario hacerlo". En suma, el suicidio es algo que no puede considerarse porque solo depende de los dioses. 


Para Sócrates, el suicidio puede hacerse "siempre y cuando el dios le envíe alguna señal que lo obligue a ello". Esto podría interpretarse en el sentido de que Sócrates parece referirse a su propia muerte como una elección propia, dado que su "suicidio" es resultado de una señal divina, es aceptable.


Para los estoicos, sólo el sabio podía quitarse la vida. Es un antecedente para pensar que, para el estoico, sólo es aceptable quitarse la vida el que puede hacerse cargo de ello: el sabio; no el ignorante. Para el estoico sabio es quien a través de su práctica y de su pensamiento puede hacerse cargo de las pasiones, librándose de ellas y sosteniéndose de la razón para guiar su vida. Esta posición, al contrario de Sócrates, deja de lado la cuestión divina.


Para los estoicos, el suicidio no era una salida frente a una enfermedad incurable. Para el sabio es una salida posible siempre y cuando el agente lo decida como acto responsable. Pero nunca puede ser una salida a una cuestión conflictiva, ni siquiera si se encuentra afectado por una enfermedad incurable u otra situación semejante. Para el Estoico, es más importante el ser que la vida biológica, solo lo contemplaban en casos de deshonor. Una enfermedad debía enfrentarse con valentía.


Para el estoico, el suicidio correcto es un acto virtuoso. El suicida que lleva a cabo su acto es un sujeto virtuoso. El punto de vista estoico puede ser interesante al evaluar situaciones en las que actuar por omisión puede ser considerado como un acto suicida, en sentido lato pero que, paradójicamente, ayuda a conservar nuestra humanidad.


Vayamos a un caso...

Un hombre de 83 años padecía una larga enfermedad y no soporta más los padecimientos de la vida tras 16 años de una enfermedad incurable y tras haber pasado 30 operaciones. Decide hablar con su médico para que él acabe con su vida con morfina. El caso clínico es conocido… fue Freud. En una entrevista, dijo 6 años antes de morir:


Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándose la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos.


En el seminario XI, Lacan rescata todo esto de la alteridad. En el duelo, no solo se pierde el ser querido, sino algo de uno, que tiene que ver con los deseos y con lo propio puesto en el otro.


En los análisis, es frecuente el planteo del deseo de suicidarse o de morir. A veces estas ideas de suicidio cumplen un tipo de función, más allá de que no lo hagan. Quien comunica esto, espera algún tipo de respuesta, que abre a la alteridad.


La pregunta sobre el suicidio es muy dificil de responder en términos generales, por lo que conviene abordar el caso por caso. 


La entrevista de Freud continúa con algo muy interesante:

Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Asi como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, asi también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo.

[...]

La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la via directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.


En un texto de Goethe, El joven Werther, el protagonista se suicida y generó una epidemia de suicidios en la época pues muchos se identificaron con esas pautas. Lo mismo pasó con muchos discípulos de Sócrates cuando murió. Los suicidios colectivos son interesantes para pensar más allá del acting out y pasaje al acto.


No obstante, todos estos temas nos ponen en la pista del concepto de dolor psíquico, que como veremos, ha tenido un largo desarrollo.

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