El viraje que hace San Agustín como forma de gobierno y forma de control de la población cristiana es sostener y decretar que el pecado original es universal. Hasta ese entonces, solo existía la necesidad del celibato, porque en los años 202 y 203 las tribus cristianas estaban bastante desorganizadas y habían empezado a practicar el amor libre. Para ese entonces, la Iglesia determina que el celibato es necesario para el sacerdocio.
Que el pecado sea universal, va a tener una consecuencia en la tristeza.
"El mal debe corresponder en definitiva a algo que se constituya en el sustrato esencial del mismo, el primer eslabón es la libidine, o cupiditas. El adulterio de por sí no puede ser considerado un mal por la acción misma. El desearás a la mujer de tu prójimo no puede entenderse solo desde el mandato enunciativo de una ley."
Para San Agustin, la mala acción no representa algo del orden de la existencia ontológica del mal. Se pregunta si el mal absoluto existe y esta pregunta va a ser repetitiva en el orden de la filosofía. ¿Qué es el mal? San Agustin responde que el mal absoluto no existe, sino que está dado por el libre albedrío del hombre, cuya acción determina si va a ser una acción de Dios (buena) o no en función de Dios (mala).
Sobre la libidines, dice;
"...toda acción no es mala por otra causa, sino.porque se realiza bajo el influjo de la pasión (libidines), o sea de un deseo reprobable (improbanda cupiditate)" Y la libidines como deseo reprobable solo puede ser medida en la determinación de una ley eterna que lo ordena.
En el CAPITULO XVII de La ciudad de Dios, “De la desnudez de los primeros hombres y de cómo, después que pecaron, les pareció torpe y vergonzosa” San Agustín dice:
“No crió Dios ciegos a los primeros hombres, como piensa el necio vulgo, porque Adán vio los animales a quienes puso los nombres, y de Eva dice el Evangelio: «Vio la mujer que era buena la fruta del árbol y agradable a la vista.» Tenían, pues, los ojos abiertos, pero no atendían y miraban de manera que conociesen lo que la gracia les encubría, cuando sus miembros ignoraban lo que es desobedecer a la voluntad. Al faltar esta gracia, para que la desobediencia fuese castigada con pena recíproca, hallóse en el movimiento del, cuerpo una desvergonzada novedad, que convirtió en indecente la desnudez y los dejó avergonzados y confusos. De aquí que, después que quebrantaron al descubierto mandamiento de Dios, diga de ellos la Escritura: «Y se abrieron los ojos de entrambos, y conocieron que estaban desnudos y entrelazaron hojas de higuera y se hicieron sendos ceñidores. Abriéronse, dice, los ojos de entrambos, no para ver, porque también antes veían, sino para discernir y conocer el bien que habían perdido y el mal en que habían caído.”
Aunque no se pueda creer, esto es retomado por la psiquiatría clásica. Lo que Agustin marca es un movimiento deshonesto del cuerpo de Adan, algo que se movió independientemente de la voluntad de Dios. Se trata de una parte del cuerpo que no se puede dominar desde el narcisismo, la erección. El pene tiene características que están en relación directa con la libidines.
Como consecuencia de esto, continúa San Agustín:
“De las que los griegos llaman eupathías, y nosotros podemos decir pasiones buenas, y Cicerón en el idioma latino llamó constancias, los estoicos no quisieron que hubiese en el ánimo del sabio más que tres en lugar de tres pasiones, por el deseo, voluntad; por la alegría, gozo; por el temor, cautela; pero en lugar del dolor (a que nosotros, por huir de la ambigüedad, quisimos llamar tristeza) dicen que no puede haber objeto alguno en el ánimo del sabio; porque la voluntad apetece y desea lo bueno, lo que hace el sabio; el gozo es del bien conseguido, lo cual dondequiera alcanza el sabio; la cautela evitar el mal, lo que debe obviar el sabio.
Pero la tristeza, porque es del mal que ya sucedió, son de opinión los estoicos que ningún mal puede traer al sabio y dicen que en lugar de ella no puede haber otra igual en su ánimo [...] Y aun la tristeza, en cuyo lugar dicen los estoicos que no se puede hallar cosa alguna en el alma del sabio, se halla usada en buena parte, y principalmente entre los nuestros; porque el Apóstol elogia a los corintios de que se hubiesen entristecido según Dios.
Pero dirá alguno acaso que el Apóstol les dio el parabién de que se hubiesen acongojado haciendo penitencia, y semejante tristeza no la puede haber sino en los que pecaron”
Con la idea del pecado universal, que los estoicos no consideraban, San Agustin introduce a la tristeza como una eupathia.
"Es asi que la tristeza contiene, por un lado y al mismo tiempo, el brillo de la constricción de las penas en nombre del desasosiego ante el pecado y en el camino de la redención de las mismas, y por otro, la estigma del mal en relación con el pecado. Por un.lado, la tristeza representa el carácter del mal al cual el penitente, delante del.requerimiento de la fe, debe hacer frente; y por otro, representa el carácter de la contrición del alma, un subrogado de la poena adanis en la caída del hombre en el pecado original".
De esta manera, en la religión cristiana la tristeza tuvo un carácter indulgente y central.
Entonces, San Agustin se pregunta cómo entender el hecho de que la tristeza como pasión pueda ser condenable. Si la penitencia conlleva necesariamente el dolor y la tristeza; más aún si el acto de la penitencia debía servir al regocijo. Si el llanto expresa la tristeza por una pérdida por lo amado, aquel.que opta por la condición deja de gozar lo que en la instancia secular deleitaba.
De esta forma, la tristeza inunda el tiempo de los días de la vanidad como el estiércol: "pues la tristeza es como el estiércol. El estiércol, si no está en su sitio, es porquería. El estiércol que no está en su sitio ensucia la casa; si está donde debe, hace fértil el campo”.
San Agustin remite a la lectura de San Pablo cuando dice que la tristeza según dios es buena y según las cosas del mundo es algo malo. Lo interesante es la relación que hay entre la tristeza y esto que se desprende del cuerpo, el estiércol.
San Agustin recuerda que:
"Dice el apóstol: ¿Y quién me alegrará sino el que me contrista por mi? Y en otro lugar dice: "La tristeza según Dios obra la penitencia saludable, de la que jamás hay que arrepentirse".
El pecado de la tristeza
El pecado de la tristeza es una enfermedad muy extraña que se empezó a ver en los desiertos de Alejandría, donde los penitentes se internaban para vivir en soledad, alejados de las cosas del mundo, pues pensaban que así se podía encontrar a Dios. En estos institutos, hacían una vida de renuncia de estímulo que pudiese mover la libidine.
Los penitentes encontraban que más que serenidad, lo que encontraban era desesperación, una voraz tristeza que se relacionaba con la tristeza paulina que ya vimos, un estado de total vacío y desasosiego.
Juan Casiano, desde una concepción semipelagiana del albedrío, en De institutis coenobiorum et octo principalium vitiorum remedii advierte que el quinto combate está dedicado a la tristeza en particular a rechazar el "aguijón de la voraz tristeza" (edacis tristitiae stiumuli). La misma proviene de la intemperancia de las pasiones. Aún, sin embargo, hay otro tipo de tristeza, que es de la más detestable, que no lleva al sujeto a la corrección del curso de su vida o a la enmendación de sus faltas y que, en todo caso incita a una desesperación perniciosa del alma.
El tadeum vitae el tumbo de este suceso del alma pero también del cuerpo, ya que la ansiedad del corazón era la manifestación elocuente de la intranquilidad del corazón (auxietatem cordis). El enardecimiento, como una fiebre intensa o un acaloramiento, que define como "ardentissimus aestus" era una actitud pasiva, pero no era una acción de la voluntad manifiesta que la acedia como padecimiento.
Los monjes, además, padecian de algo que les era insoportable: eyaculaciones nocturnas. Muchos se suicidaban; otros, se autocastraban al no poder soportar la independencia de cierta parte del cuerpo que los conducía al pecado.
Todo esto está escrito de esta manera desde los padres de la Iglesia.
El pecado de la tristeza se llamó acedia, que era el octavo pecado capital. Juan Huarte, un médico del renacimiento,leyó en el apostol los rasgos propios del conflicto del melancólico y por eso lo señala como paradigma de una lógica agonística que intenta resolver la contradicción del pecado original que advierte en la disparidad entre el espíritu y la carne. De esta manera, se refiere a la cuestión:
"[...] san Pablo que sentía dentro de sí dos leyes contrarias: una en el ánima, con la cual amaba a la ley de Dios y se holgaba con ella; y otra en los miembros de su cuerpo, que le convidaba a pecar".
Huarte también lee, en San Agustín y describe, desde el punto renacentista, el misterio de la erección:
"Si el hombre está contemplando en una mujer hermosa, o está dando y tomando con la imaginación en el acto venéreo, luego acuden estos espíritus vitales a los miembros genitales y los levantan para la obra".
Esto a su vez fue leído por autores de la psiquiatría clásica, a partir de Huarte.
En El Libro de la melancolía (1585) Andrés Velazquez, que también leyó a Agustín, dice:
"Paréceme a mí, como muy bien apuntó un doctísimo médico, que pudiera como más aparecia el doctor san Juan reprehender a Galeno en el mismo libro y capítulo, tratando de la misma materia del instinto de la naturaleza, y aunque es un poco lasciva será bien tratemos en suma, y con la mayor brevedad posible de la verdad… que no es de maravillarse que las partes genitales: luego desde el principio sepan y conozcan aquellas obras y ministerios; para que fueron hechas y fabricadas de naturaleza.
De manera, que de parecer de Galeno en este lugar, la causa de dilatarse y levantarse los miembros genitales, es su virtud propia e instincto de naturaleza, la cual causa (recibida la venia de Galeno) no es en caso verdadera: porque si fuese verdad lo que Galeno dize: parece que la imaginación y la contemplación de los actos venéreos, no aprovecharan para dilatación y erección de los miembros genitales: y vemos, que estas contemplaciones más que otra cosa los levanta: luego no es por instincto de naturaleza, sino por causa dello[...]"
Moreau de Tours reintrodujo la paradoja de la tristeza bajo la mirada del genio creador. El reencuentro con lo planteado con Aristóteles es oportunamente comentado por Moreau de Tours, quien posiblemente lo traduce a partir de Huarte. Más allá de eso, el tema había sido planteado por Chiaruggi. Desde ese punto, la melancolía encuentra aún nexo con la genialidad que, desde la misma manera que en la observación del Estagirita, se convierte en una extraña manifestación de una oculta potencia creadora.
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