lunes, 27 de diciembre de 2021

¿Qué es la metáfora? La metáfora paterna, en el análisis y en el amor

El concepto de la metáfora proviene de la lingüística y Lacan le dio un nuevo sentido al realizar matemas con ella y expresarla como la función de un significante por otro.

La barra de Saussure representa la resistencia, en principio linguística, pero también la resistencia del pasaje del inconsciente hacia el pre consciente. El resultado de la metáfora es la de producir un nuevo sentido que no estaba en el significante anterior, un plus de sentido que resulta más rico que la metonimia, que implica un desplazamiento de un significante a otro con algún tipo de contigüidad. 

Las fórmulas que Lacan dio sobre la metáfora se parecen a fórmulas matemáticas, pero no lo son. La fórmula de la metáfora indica cómo se produce la sustitución de un significante por otro.

Otra de las fórmulas de la metáfora es la siguiente:



En la primera fórmula, vemos un significante y debajo de la barra, otro significante: S'. Al estar debajo de la barra, nos indica que está oculto a la consciencia, resistido, tal vez inconsciente. Ese significante es portador de un sentido y contiene un enigma.  Cuando se produce la sustitución de un significante por el otro, luego de la flecha, lo que se produce es un nuevo significante (S) con un nuevo significado (s). La I puede ser un 1, no introduce una variable. La I quiere decir "imaginario", un efecto de sentido imaginario de significado.

El mejor ejemplo de metáfora es la metáfora paterna, que se produce en el Edipo.  

El Edipo en sí mismo es una metáfora, además de un discurso social. De lo que se aquí se tratra es de la sustitución del deseo de la madre (DM) por el nombre del padre (NP), que deja un sentido nuevo. El (A) es el Otro, que está sin barrar. Pero entendemos que lo está, porque debajo de la barra aparece el falo simbólico, el significante de la falta en el Otro.

Trabajemos la idea de metáfora en El Banquete, en términos del amante (erastés), el amado (eromenos) con Albibíades y Sócrates.

Recordemos el Banquete: El Banquete trata sobre una reunión cuyo tema es el amor y Eros, el dios que lo posibilita. No sabemos a ciencia cierta si los eventos de El Banquete ocurrieron o no. Platón lo cuenta  mediante diálogos, que es un formato literario de cadena de narradores, que le dan un sentido de veracidad al hecho. Platón mismo no aparece en el texto, contándolo desde afuera. Se supone que el simposio ocurrió en el 427 AC, aunque también se dice que ocurrió en el año 370 AC.

De todos los discursos, que son los de Fedro, Arixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates, vamos a tomar dos:

1) El de Aristófanes, que habla de los andróginos separados por Zeus. Se trataba de unos seres que compartían dos genitales, dos pares de brazos y de piernas. Vivían felices, bastándose a sí mismos. Desafían a Zeus, quien como castigo los divide, lo que los condena a buscar a su otra mitad perdida. Esa es la base del amor romántico del siglo XIX, que trae la idea de complementariedad, donde uno encuentra todo en el otro. 

Si decimos que el amor es una forma de transferencia, este es el piso para pensar que cuando uno se enamora, de lo que trata es de un encuentro con el origen; el Edipo y los objetos de amor originarios. En la transferencia aparece todo lo elaborado en la relación con los padres. Rudinesco dice que en un análisis, de lo que se habla es sobre el amor. El análisis, si uno atiende a esa historia, es una metáfora.

La versión de Aristófanes es la versión narcisista del amor, porque es lo que cierra, lo que completa. El narcisismo secundario es una manera de reconocerse en el otro, o ver al otro como yo. La idea de complementariedad trae todo el padecimiento que sabemos que trae el amor.

2) La versión de Sócrates, en donde él habla de lo que le dijo la sacerdotisa Diotima. Sócrate se dedica a marcar todo lo que Eros le falta, pues si busca lo bello en el otro, es que no lo tiene. Este discurso es interrumpido por Alcibíades, que llega a la reunión borracho.

Sócrates es descrito por Alcibíades como un ser carente, pero que desea. Si Sócrates desea, también necesita de los otros. Sócrates desea que los otros deseen, por eso la esencia de Eros es provocar el deseo en los otros. Alcibíades está enojado porque Sócrates no le corresponde como amante. Lo llama desagradable, como una especie de sileno que engaña con su elocuencia pero es un ser horrible, no obstante que contiene algo que no está a la vista: el agalma. Las agalmas son unas estatuillas griegas que popr dentro tenían algo valioso. Cuando la estatuilla se partía, se hallaba eso valioso. Alcibíades dice que Sócrates es eso, algo desagradable que contiene en su interior algo bello. 

Muchas veces se pierde de vista la importancia de la transferencia en el análisis, en relación al lugar que el analista ocupa para cada paciente. La transferencia, si no es un obstáculo, es el motor de la cura, de manera que no hay cura en un análisis sin la transferencia. 

Lacan ubicó que así como el Banquete tenía una jerarquía y una organización, y que es un pretexto para el diálogo, así como también lo es un análisis. El dispositivo supone ciertas reglas que hacen al análisis funcionar.

Para Lacan el amor es un sentimiento cómico, porque es dar lo que no se tiene. Amar no es dar lo que uno quiere o tiene, eso está en terreno de la demanda. Si hablamos de deseo, amar es dar lo que no se tiene. Es la idea nodal del seminario VIII. Se suele decir la frase "Amor es dar lo que no se tiene a quien no es", pero así como el amor platónico (del que Platón nunca habló), Lacan nunca la dijo. En el seminario 12 "Problemas cruciales del psicoanálisis", casi al final (clase 12 del 17/03/1965), Lacan dice que amar es dar lo que no se tiene alguien que no quiere eso. Esto completa lo dicho en el seminario 8 y es muy diferente a lo que se dice. 

Lo que no se tiene es falta, agujero, nada. Eso que no se tiene hay que dárselo al otro y el otro no lo quiere. El otro demanda pruebas de amor, bajame la luna, la tapa del inodoro... El amor siempre se pone a prueba con estas demandas, pero en el terreno del deseo inconsciente, nadie quisiera que lo que uno ofrezca sea nada; sin embargo, ofrecerle nada significa ofrecerle el propio agujero, mostrarse castrado, en falta para que el otro tenga un lugar. Si el analista se muestra como una esfera cerrada, como un yo, que es una ilusión que se muestra perfecto, el paciente no tiene lugar. Lo que hace que alguien se enamore es la fragilidad, la ternura, un punto de falta. Eso el analista lo tiene que dar, ofrecer. 

Para Lacan, el amor es una dialéctica donde hay dos participantes: el amante y el amado. El deseo siempre es deseo de otra cosa, es decir, no hay algo más metanímico que el deseo, que a su vez es metafórica. Metonimia y metáfora van muy asociados.

Ejemplo de metonimia: Por suerte, estamos en una época donde las botas no vuelven. Las botas representan a los militares, por desplazamiento. De manera que un significante cobra el valor de otro. No se produce un nuevo sentido, sino que está este desplazamiento.

Ejemplo de metáfora: Me enamoraron las perlas de tu boca. Las perlas se refieren a los dientes, pero al elegir perlas se dice algo más que dientes, aunque la sustitución sea perlas por dientes. El sentido de perlas, que no tienen los dientes, remite a lo precioso, al valor, brillo... La metáfora siempre trae un plus de sentido.

Tanto el complejo de Edipo como el análisis son metáforas. La transferencia, el amor, el síntoma y la represión también lo son. En la represión, el significante que aparece está asociado a otro que es inconsciente y que lo sustituye por la cadena de falso enlace.

Veamos más ejemplos de metáfora. La primavera de tu vida... La primavera quizá hace alusión a lo jovial, a la juventud y a una serie de sentidos que no son unívocos y que abre a un campo semántico nuevo. 

El amor como metáfora

Lacan dice que hay dos figuras, el amado y el amante. En el análisis también hay dos, el análisis y el analizante, con lugares muy precisos. El amado básicamente está marcado la falla, la falta, por un yerro. El amado tiene algo que anda mal y algo le falta. Si el otro no muestra eso, no enamora. Lacan dice que cuando el amor se da, es inevitable que algo falta y no hay forma de escapar de eso. 

Si al amado algo le falta, al amante también, el problema es que ninguno de los dos sabe qué es. A veces, hasta ignoran que están en falta y cuál es ese objeto que constituye el motivo de deseo. El amante y el amado no saben qué tiene escondido, no sabe que esa falta es lo que puede atraer. El amor es sin duda un significante, así como la transferencia y la contratransferencia. El amor también es una metáfora, es decir que se produce la significación de un significante por otro.

El amante tiene que ser sustituído por el otro significante. Quien está en posiciónd e amante deja bajo la barra y desconoce aquello que tiene el amado, por lo cual se produce el amor. El amado contiene un misterio (agalma) y para que se produzca el amor el amado tiene que encontrar algo de ese misterio en el amante. 

El amor no es completo y si no hay reciprocidad, no hay amor. Así como el amado se convierte en amante, el amante también se tiene que transformar en amante. Si no se da esa doble vuelta, no hay amor. El amor es, así, una doble metáfora. Lacan sitúa un problema, que es el que denuncia Alcibíades. Alcibíades se coloca en el lugar de amante, pero Sócrates no lo corresponde y no quiere ser amante. Se resiste a esa doble vuelta de la metáfora y el amor no se consuma, lo que enoja a Alcibíades.

esta es la mejor metáfora de lo que ocurre en la transferencia en un análisis, donde la posición de Sócrates es la posición del analista. Se deja amar, pero no corresponde a ese amor, se resiste a convertirse en amante. En ese sentido, los analistas somos socráticos: nos resistimos a ser amantes y además el lugar del analista es hacer que el analizante lo ubique como objeto de deseo sin ser correspondido. Sostener ese lugar no es fácil, requiere de un gran trabajo.

El analista también es socrático por la manera en la que trabaja. Sócrates nunca demostraba su saber, sino que lo llevaba y lo guiaba para que se diera cuenta que tal vez estaba equivocado. El señuelo del analista está en sostener sabe desde un semblante imaginario, pero no creer que sabe, por mucho que haya leído. Es una posición complicada, porque muchas veces el analista se hace el que no sabe pero cree saber y es un gran error. Cuanto uno más cree saber del otro, menos escucha. Es un obstáculo epistemológico donde un saber anterior obtura la posibilidad de saber más. ¿Cómo salir de la posición donde uno aprendió sobre psicopatología y después olvidarlo? Si uno escucha como psicopatólogo, se cae como analista.

El amor narcisista

Recordemos el famoso esquema de los espejos de Lacan. Sabemos que en muchos pacientes esquizofrénicos, cuando se va a desencadenar la psicosis, pierden su registro corporal o su identificación de su imagen frente al espejo. El estadío del espejo tiene que ver con la constitución del narcisismo freudiano.

i'(a), en términos freudianos, es el yo ideal. Freud dice que en la constitución del narcisismo primario hay una anticipación a la biología, donde se alcanza la percepción de un cuerpo completo, cuando todavía la percepción orgánica no ha permitido todavía salir de la noción de cuerpo fragmentado. Esto que no se puede dar desde la sentestesia, se da de manera imaginaria. 

El jarrón invertido está separado de las flores, pero se llega a ver completo como un yo ideal a través de un juego de espejos, que Lacan ubica como el Otro. La mirada materna, por ejemplo, que en el esquema es la orientación exacta que tiene que tener el espejo cóncavo con el plano para poder armar la imagen virtual (derecha). Esta posición del espejo es básicamente la posición simbólica que ocupa el Otro, que no solamente permite armar un yo ideal, sino un ideal del yo. El yo ideal es aquel que conforma el deseo de la madre, aquel que se trasnforma en amable, aquel que es lo que la madre quiere: su falo.

El yo siempre es imaginario. Si uno hace una lista de "Yo soy...", todos los atributos que uno pone son dados por el Otro. No hay nada que defina la subjetividad, que haga que ese yo sea un sujeto o que los represente. Incluso el propio nombre está dado por el Otro. Lo único que nos define es el deseo que nos constituye, a partir del fantasma. Lo más propio de cualquiera es lo que no conoce y que el yo no puede decir. 

El esquema óptico nos permite pensr que hay algo que no está a la vista y está escondido: el yo, que es pura imagen, y que para Freud es corporal, para Lacan es predominantemente imaginario. La parte simbólica del cuerpo son las palabras, cómo nombramos el cuerpo, los afectos. Nuestro cuerpo tiene una cara simbólica, como el descubrimiento de Freud de que que las histéricas se comportaban como si desconocieran la anatomía. Esto es porque hay algo simbólico que no se corresponde con la anatomía. Lo real del cuerpo lo encontramos en lo imposible, en lo que no puede ser representado y es inefable. La biología y la medicina nombran e hipotetizan sobre el funcionamiento del cuerpo, pero siempre hay algo que se escapa a la comprensión y a la percepción. Como real, es inaccesible.

El jarrón invertido que queda fuera de la vista también representa el agalma, eso que todos llevamos y desconocemos. Se trata de nuestro deseo, lo más particular de cada uno, que hace que seamos sujetos del inconsciente y ue estemos sujetados a algo que escapa a la razón y que ésta no alcanza para explicar qué somos. 

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