Abordar la toxicomanía desde el psicoanálisis implica concebirla como un modo particular de satisfacción, diferente de la dependencia biológica propia de la concepción biologicista en relación al acto toxicómano. De esta manera, la cuestión se centra en el consumo y no en el objeto del que se trata, qué relación arma ese sujeto con el objeto en cuestión. No es lo mismo un objeto que otro, por supuesto, pues los distintos objetos tienen particularidades que los hacen preferibles en el caso por caso y el analista debe intentar comprender la relación particular que hay allí. Nos preguntamos, entonces, ¿De qué característica se reviste esa relación al objeto?
En Más allá del principio del placer (1920), Freud describe el concepto de repetición. En el juego fort-da del nieto de Freud, el niño tira de un carretel y lo recupera tirando de un hilo, mientras articula la oposición fort (‘allá’, ‘fuera’), da (‘acá’), sostenida en la ausencia del objeto. El niño manifiesta una felicidad mayor cuando lo expulsa que cuando lo recupera. Freud interpreta que este juego de repetición de la pérdida, es un intento de elaborar la ausencia.
En una nota al pie del mismo texto, Freud describe cómo, mediante este juego, el niño corre su imagen del espejo; descubriendo que puede salirse y no estar:
“Un día que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada a su regreso con esta comunicación: ‘¡Bebé o-o-o-o!’; primero esto resultó incomprensible, pero pronto se pudo comprobar que durante esa larga soledad el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario, que llegaba casi hasta el suelo, y luego corrió el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo ‘se fue’.”
Lacan, en la clase 5 del Seminario 14 (1964) propuso una lectura diferente a la de Freud, indicando que el carretel es el niño, identificado a un objeto, arrojando el objeto fuera de la mirada del Otro, festejando una existencia por fuera del campo del Otro.
“Freud, cuando capta la repetición en el juego de su nieto, en el fort-da reiterado, puede muy bien destacar que el niño tapona el efecto de la desaparición de su madre haciéndose su agente, pero el fenómeno es secundario. (...) La hiancia introducida por la ausencia dibujada, y siempre abierta, queda como causa de un trazado centrífugo donde lo que cae no es el otro en tanto que figura donde se proyecta el sujeto, sino ese carrete unido a él por el hilo que agarra, donde se expresa qué se desprende de él en esta prueba, la automutilación a partir de la cual el orden de la significancia va a cobrar su perspectiva.
El carrete no es la madre reducida a una pequeña bola (...) -es como un trocito del sujeto que se desprende pero sin dejar de ser bien suyo, pues sigue reteniéndolo. Esto da lugar para decir, a imitación de Aristóteles, que el hombre piensa con su objeto.(...) en el objeto al que esta oposición se aplica en acto, en el carrete, en él hemos de designar al sujeto, a este objeto daremos posteriormente su nombre de álgebra lacaniana: el a minúscula.”
El ejemplo del fort-da le permitió a Lacan ubicar un paso de la constitución simbólica en el niño: El niño, mediante el juego del fort-da, “Busca aquello que, esencialmente, no está, en tanto que representado -porque el propio juego es el Repräsantanz de la Vorstellung.”
Por otra parte, en la clase 18 Lacan estuvo en contra de la posturas de que el fort-da fuera un ejemplo de simbolización primordial ó de la función de dominio que se le atribuyó, asociando tanto al fort como al da al nivel de la alienación.
Si el pequeño sujeto puede ejercitarse en este juego del fort-da, es precisamente porque no se ejercita del todo, pues ningún sujeto puede captar esta articulación radical. Se ejercita con ayuda de una pequeña bobina, es decir, con el objeto a. La función del ejercicio con ese objeto se refiere a una alienación y no a un cualquier y supuesto dominio, del que no vemos en qué lo aumentaría una repetición indefinida, mientras que la repetición indefinida en cuestión saca a luz la vacilación radical del sujeto.
Si en el juego del fort-da el sujeto no se ejercita del todo, sino con la ayuda de un objeto imaginario, ¿Es posible pensar que el objeto droga pueda prestar ayuda semejante, allí donde aún no está acabada la simbolización? En Cierre de las Jornadas de Estudio de Carteles de la Escuela Freudiana (1975), Lacan dio una definición del uso de la droga por parte del sujeto, relacionándola con la angustia:
La angustia está muy precisamente localizada en un punto [...] que el hombrecito o la futura mujercita se da cuenta [...] que está casado con su pija. [...] es lo que generalmente se llama pene o pito, y que se infla cuando se dan cuenta que no hay allí nada mejor con que hacer falo. Pero si hay algo que en los cinco psicoanálisis está hecho para mostrarnos la relación de la angustia con el descubrimiento del pequeño-pipí [...], porque hablé de matrimonio, y todo lo que permite escapar a ese matrimonio evidentemente es bienvenido, de allí el éxito de la droga, por ejemplo, no hay ninguna otra definición de la droga que ésta, es lo que permite romper el matrimonio con el pequeño pipí”
Bajo esta definición, no puede dejar de compararse la paradoja que tanto en el fort-da como en la fijación, lo que paradójicamente está en juego es una ruptura. No obstante, este intento se repite. ¿Qué es lo esencial de la repetición? Freud ya había detectado en “Más allá...” que lo que está en juego en la repetición es energía no ligada, no enlazada a las representaciones. En el seminario 11, Lacan propone pensar la repetición en los términos aristotélicos de tyche y automatón. El automatón es el funcionamiento de la cadena significante, bajo el principio del placer, en el marco de lo simbólico. La tyche, como falla, un más allá, un real imposible de reducirse por la vía significante. De esta manera, la repetición tendrá un costado simbólico, relacionado con el significante, y otro que se articula con el objeto. Lo real, más allá del significante, se actualiza con la repetición y es lo que Lacan “no cesa de no inscribirse”.
El tema de la repetición en cualquier compulsión nos coloca en la pista del goce, que es el nombre de la satisfacción pulsional. La pulsión está organizada por los significantes de la demanda inconsciente y desde el grafo del deseo en El Seminario 5 (“Las formaciones del Inconciente”), Lacan estableció que la fórmula de la demanda es la misma que la de la pulsión, que es la que ubica en el piso superior del grafo: $◊D. Lacan (1957-58) explica su lógica en el seminario 5:
”Si escribo $ con respecto a la demanda, ($◊D)…no prejuzga nada en cuanto al punto de ese pequeño cuadrado donde interviene la demanda propiamente dicha, es decir, la articulación de una necesidad en forma de significante” (p. 448)
De esta manera, la satisfacción pulsional tiene que ver con un cuerpo sustancialmente modificado por la operación del significante, que a su vez es la misma que introduce la dimensión de pérdida, como corte significante, y la pérdida abre la posibilidad de búsqueda del deseo. No obstante, según nuestro desarrollo, lo que está en juego en las adicciones es una pérdida que no ha terminado de inscribirse. ¿Pero de qué pérdida se trata?
En el seminario X, Lacan situó una lógica acerca de la constitución subjetiva neurótica, proponiendo la siguiente fórmula en el seminario 10 (p.36):
El primer nivel se refiere a un tiempo lógico (no cronológico) en el que hay un Otro (A) y un sujeto (S) por venir. El segundo nivel intenta formalizar la eficacia de una operación, que en términos freudianos podríamos llamar Ley de prohibición del incesto o en términos lacanianos, la eficacia de la metáfora paterna. La eficacia de esta operación hace producir un doble resultado: tanto el sujeto como el Otro estarán en falta ó “barrados”. Lacan dice que esto representa la idea de inconsciente en tanto lugar del significante (p. 32) , pero también podemos leerlo como el otro en falta por eficacia de la metáfora paterna. El último nivel, lo que se encuentra es un resto de la operación de constitución de un sujeto en el campo del Otro: el objeto a.
Del extenso desarrollo que tiene el concepto a, diremos únicamente dos cuestiones. La primera, es que escapa a la simbolización. La segunda, es que debe permanecer perdido para funcionar como causa de deseo. En la clase 14 del seminario 10, Lacan dice:
a simboliza aquello que, en la esfera del significante, siempre se presenta como perdido, como lo que se pierde para la significantización. Ahora bien, justamente ese desecho, esa caída, lo que resiste a la significantización, viene a constituir el fundamento como tal del sujeto deseante, no ya del sujeto del goce, sino del sujeto en tanto que por la vía de su búsqueda en tanto que goza, que no es búsqueda de su goce sino un querer hacer entrar ese goce en el lugar del Otro como lugar del significante, es allí, por esa vía, que el sujeto se precipita, se anticipa como deseante.
En la clase 3 del mismo seminario Lacan había recomendado volver al texto freudiano “Lo siniestro” para poder abordar la cuestión de la angustia. De esta manera, indicará que la angustia aparece en la medida que “falta la falta”, en la medida que:
si de pronto viene a faltar toda norma, es decir lo que constituye la falta —pues la norma es correlativa de la idea de falta— si de pronto eso no falta —y créanme, traten de aplicar esto a muchas cosas— en ese momento comienza la angustia.
Es decir, de lo que se trata es que el sujeto no sea ese objeto que complete al Otro, objeto que está perdido. De esta manera, dice Lacan, en el seminario 10 (p. 64):
"no es la nostalgia del seno materno lo que engendra angustia, sino su inminencia" (...) "Lo más angustiante que hay para el niño se produce, precisamente, cuando la relación sobre la cual él se instituye, la de la falta que produce deseo, es perturbada, y ésta es perturbada al máximo cuando no hay posibilidad de falta" .
De la compulsión al síntoma
Lacan propone dos formulaciones respecto del síntoma, por un lado “los síntomas hablan”; así se conceptualiza el descubrimiento freudiano en la medida en que en ellos se pone de manifiesto una verdad que es singular y fundante para cada sujeto, dando cuenta que el síntoma vela y revela al mismo tiempo. Inicialmente esta verdad se presentará como un significante reprimido, como capitulo tachado o arrancado de un texto.
Lacan en sintonía con esta concepción freudiana, a comienzos de su obra, postula que el síntoma es la metáfora de una “palabra amordazada” que no llega a decirse, pero que puede recuperarse en la cura, dejando de lado lo real.
Posteriormente, en un segundo momento, el concepto de verdad ya no es un significante reprimido, sino como aquello que queda inevitablemente excluido de toda articulación significante; como aquello que no puede ser dicho cuando algo se dice. De este modo el mito y el enigma son el paradigma del decir de la verdad.
De este modo se articula así síntoma y verdad, el síntoma vehiculiza una verdad poniendo en evidencia un saber reprimido y a la vez aquello que excede toda verdad, esa verdad es la de aquello que se excluye de todo saber, el síntoma pasa a ser también lo que se opone a todo intento de totalización del saber. El síntoma se transforma como obstáculo que interpela la pretensión estructural y hegemónica de todo saber.
Se define poder como un saber que se erige como verdad; con esta disquisición el síntoma quedará como oposición al poder, lo que no anda, lo que indica el fracaso de esa pretensión.
Dicho esto, ¿cómo podría pensarse la clínica desde la intención y la extensión del psicoanálisis? En la intención clínica de lo singular, el poder del que se trata es el que conceptualizamos relacionado con la función paterna. El aspecto per-verso de esta tiene, en la extensión, su equivalente en la resistencia de los poderes, que intentan denigrar o aplastar todo aquello que no anda en la cultura y en las instituciones, quitándole al síntoma su valor creativo de denuncia y de verdad.
Otro aspecto del síntoma conceptualizado por Freud, es como de compromiso entre defensa y satisfacción, satisfacción de lo pulsional llamado goce, paradójicamente el síntoma cuestiona al poder, la satisfacción pulsional brinda un asidero gozoso, aunque precario y conflictivo y al mismo tiempo refugio y protección. De este modo se comprende que “sufrir” la preponderancia de un gobernante no impida seguir sostenién-dolo en una dicotomía: denuncia y malestar; y, oposición y sujeción gozosa. Ergo el síntoma es un recurso y a la vez un atolladero. Por sí mismo no permite una salida pero posibilita la transferencia.
La transferencia del síntoma, incluso como práctica y lazo social, abre la instancia de una lectura, posibilitara recorrer pasadizos de significantes donde se anudó un goce que produce efectos de verdad. La transferencia es una vía para lograr una transformación, que dependerá de tres factores, a saber: que el síntoma se haya podido constituir como primer recurso subjetivo; que se pueda transferir y como un tercer elemento que refiere a la dirección de la cura.
¿Qué sucede si hay fracaso del síntoma, si hay dificultad de hacer real la palabra, con el tiempo donde la palabra poco vale?. Un tiempo en el cual el síntoma no logra ser tramitado y estructurado.
La matriz desde la que Lacan trabaja el tríptico de; Inhibición (impedimento- embarazo), Síntoma (movimiento- emoción- pasaje al acto) y Angustia (turbación- acting-out) , desplegada en el seminario X, “La Angustia”; permite situar el tiempo pre-sintomático, que tiene como eje a la inhibición y abre a la dimensión del agieren freudiano, siempre presente en las adicciones: ya como acto evitado o inhibido, ya como acción de drogarse (al modo del acting-out o del pasaje al acto).
Lacan sostiene: … “el síntomas necesita de la transferencia” para ser interpretado [para que diga su verdad], pero en principio no necesita de Uds. como el acting-out. Aquel que pudo estructurar un síntoma encuentra allí un modo de anudamiento y de sostén. El acting-out da cuenta que este proceso fracaso. Es un llamado que se exhibe en silencio para que otro se haga presente con su mirada y su poder. “Es, a diferencia del síntoma, un esbozo de transferencia, es la transferencia salvaje”.
Inhibición (impedimento- embarazo), Síntoma (movimiento- emoción- pasaje al acto) y Angustia (turbación- acting-out) no son homogéneos, y por lo tanto es preciso ubicarlos en hileras y columnas diferentes. El pasaje de uno a otro no se produce naturalmente, en la continuidad de una serie, sino que implica un salto y una operación que lo permita. La práctica adictiva es pensable como una operación y un montaje, inscriptos en la dimensión del actuar en el registro del agieren freudiano (tiene algo de acción, de actuación, de puesta en escena) el acto es lo esperado y lo evitado al mismo tiempo, en tanto siempre implica la castración.
La matriz comienza con la inhibición, se produce un recorrido que puede desembocar en la alienación (pasaje al acto) o en el desconociendo (acting-out) sin alcanzar el estatuto del síntoma. La posibilidad de intervenir cuando el impedimento o la emoción nos requieren, abren el camino a la posibilidad de transformarlo en síntoma. La turbación y el embarazo en cambio, nos dice que ya estamos ya en el borde de las patologías del acto. Cuando el sujeto permanece en estos circuitos sin acceder al síntoma, no se establece el tiempo de espera, de demora, de apertura del tiempo de comprender que aquel implica, desembocando en una locura que no se homologa a la psicosis.
Estos desarrollos nos convocan y nos interpelan en nuestra práctica clínica, por lo tanto nos preguntamos ¿es posible el análisis con sujetos que padecen estas problemáticas? Dado los cambios sociales y culturales; ¿serían necesarios ciertos replanteos de la teoría?, ¿o lo necesario sería repensar la técnica?
Siguiendo esta línea de pensamiento no debiéramos soslayar la complejidad de la adicción. Pensarla, también, desde un trabajo multidisciplinario, apoyado con un marco institucional que aloje y responda a las demandas de un sujeto que sufre y padece.
Desestabilización del fantasma y la toxicomanía como respuesta.
Todo lo mencionado anteriormente respecto del síntoma, parece confirmar que en las toxicomanías, el sujeto puede recurrir al uso de una sustancia en un momento de desestabilización fantasmática o en un momento de vacío de respuestas frente a lo que es el deseo y la demanda del Otro, momentos en los que se produce la emergencia insoportable de la angustia.
Ahora bien, resulta importante recordar que para la constitución estable del fantasma existen tres movimientos identificatorios necesarios, sin los cuales la función del fantasma fracasaría.
La primera identificación es la precondición del fantasma, y consiste en la identificación del niño al falo de la madre. La significación fálica que la madre atribuye a su hijo no es normativa, ya que puede no manifestarse como sucede en los casos de niños autistas.
El tránsito por el complejo de Edipo hace eficaz, en la madre, a la operatoria del Nombre-del-Padre, estabilizando su relación con la falta fálica, habilitándola al deseo de tener un hijo.
La madre al contraer una deuda con su propio padre, ésta deuda opera en la constitución subjetiva de su hijo. Debido a que el padre que pone en falta a la madre es anterior al juego edípico del niño, se considera a este padre como el Padre Muerto, del cual Freud habla en el mito de la horda primitiva. Convocando a su hijo para suturar su falta fálica, la madre-cocodrilo lo apetece para tragarlo. Pero como esa convocatoria se hace en nombre-del-padre, la madre desiste de engullirse al niño, habilitando al niño a tragar al padre muerto que la madre le transmite.
De allí en más el niño estará muerto para el goce del Otro. La madre le otorga al niño la significación fálica, y el soma biológico infantil se transforma en cuerpo pulsional. Pero si la madre usa a su hijo para suturar su vacío fálico a perpetuidad, entonces se bloquea la eficacia de la castración. En los casos en donde prima el goce fálico y no la significación fálica, la madre predispone al fracaso permanente del fantasma de su hijo.
Sin embargo, la identificación del niño al falo imaginario nunca es total, siempre queda un resto que objeta la alienación completa. Si persiste esta alienación infantil en el campo del Otro, el objeto a que hace mella a esa sutura se tornará acusador y superyoico, ya que marca cuán lejos se está de la perfección anhelada.
Pero en cambio, si ese resto es convalidado por la madre, se afirma como motor del juego infantil posibilitando la pregunta por el deseo del Otro. Transitar la segunda identificación con éxito es otro paso hacia la constitución del fantasma. En este tramo identificatorio entra en juego la figura del padre edípico. Ya no se trata de la deuda que contrajo la madre con su propio padre que le hizo desear tener un hijo, sino que se trata de la deuda de la madre hacia el hombre que efectivamente es el padre de su hijo.
En este momento resulta crucial que el padre, como varón sexuado, libidinize a su mujer en tanto mujer y no sólo como madre de sus hijos. Al evocar a su mujer como causa de su deseo hace posible que se despliegue con eficacia la segunda identificación en el niño, en su doble vertiente: metafórica y metonímica.
Gracias a esta eficacia metafórica el deseo de la madre ya no consistirá en obturar su vacío fálico con el hijo sino que será el padre quien se ocupe de satisfacer a la madre. El falo ya no será el lugar del hijo, como en la primera identificación, sino la razón del deseo de la madre. De esta manera, el deseo de la madre se transformará en un enigma para el niño, que a partir de ahora intentará encontrar el rasgo común a todas las demandas de la madre, y hallará ese rasgo unario (teorizado por Lacan) que lo guiará en el campo del Otro.
No obstante, la autora Silvia Amigo sostiene: “Si el sujeto no ha podido llevar a cabo la segunda identificación a lo simbólico del Otro real, entonces no va a poder enmarcar los agujeros del cuerpo ni constituir el marco escritura de su fantasma.” (2005, p. 26)
El narcisismo abatido se recupera gracias a la acción de la tercera identificación, que es una identificación histérica al deseo del otro.
La tercera identificación asignará un nuevo narcisismo infantil que ya no estará fundamentado en el intento de suturar la falta del Otro. Con un cuerpo renarcisizado, el sujeto estará habilitado para catectizar al objeto.
Lacan en su trabajo sobre la dialéctica del deseo, plantea:
“En ese nivel en que el sujeto intenta constituirse, situarse, en la demanda dirigida al Otro, y autentificarse como sujeto de la palabra, la operación de división se detiene, dado que el cociente que el sujeto busca alcanzar queda suspendido en presencia de la aparición, en el nivel del Otro, de ese resto mediante el cual el sujeto mismo aporta la contrapartida y viene a compensar la carencia, en el nivel del Otro del significante que le responda. (...) El fantasma no es otra cosa que ese enfrentamiento perpetuo entre la S tachada y la a minúscula”. (1958-59, p. 418)
Ahora bien, para que un sujeto descubra cuál es su deseo es necesario que previamente deduzca cuál es el deseo del Otro. Ante la formulación de la pregunta por el deseo del Otro, el sujeto brinda una respuesta subjetiva singular, ésta respuesta es el Fantasma. Para que se constituya el fantasma es imprescindible que el goce del Otro no abrume al sujeto, ya que tal acoso impediría que se formule la posible pregunta y por lo tanto no se podría presentar ninguna respuesta fantasmática.
Durante la constitución subjetiva puede fracasar el fantasma en forma permanente dando como resultado estructuras clínicas como el autismo y las psicosis; también puede suceder que debido a crisis momentáneas se pierda la disponibilidad del fantasma ya conformado de los sujetos neuróticos; y es posible además que la respuesta fantasmática no se haya terminado de construir dando lugar a estructuras que no son psicóticas, tampoco neuróticas, ni perversas, sino que consisten en estructuras de borde, neurosis narcisistas o cuartas estructuras (Amigo, S. 2005). El caso clínico que se expone a continuación pensamos que se corresponde a este último grupo e ilustra como de una manera singular hace del consumo problemático de cocaína su síntoma o respuesta ante la desestabilización de su propia construcción fantasmática.
CASUÍSTICA: CASO JUAN
Juan (42) consulta por su consumo problemático de cocaína de varios años, motivado por una pelea que tuvo con su padre, donde casi se agarran a las piñas. El conflicto se desató ante una discusión en la mesa por política, donde el padre defendía a la dictadura militar y aprovechó el momento para decirle a su hijo que él desperdició su vida, que no estudió.
Juan vive con sus padres y comparte la habitación con su abuela. Tiene una hija a la cual no mantiene. Tiene trabajos temporales, pero cada vez que gana dinero, el consumo de cocaína se hace presente, haciéndole perder el trabajo y el dinero ganado. Juan se pregunta por qué desde los 17 años, “cada vez que las cosas se ordenan o me van bien, hago algo para que se entere mi familia: choco el auto, me drogo, me ven roto y nunca me retaron. La cago y después tengo que mentir para tapar la cagada”.
Una semana antes de la pelea se fue a hacer un estudio genético con las Madres de Plaza de Mayo, pues dice haber “muchas incongruencias respecto a mi identidad”. Una de ellas es que su hermano, dos años mayor que él, tenía un gemelo que falleció al cumplir dos años de un broncoespasmo durante la noche. Su nombre: Juan. Tras aquella pérdida, un médico le recomienda a los padres que les haría bien “generar otro hijo”. De esta manera nace Juan, portando el nombre de su hermano muerto, cosa que siempre le ha generado mucha incomodidad. “No sé cómo describirlo, yo sentía como si la mitad de mi cuerpo fuera de él”. El gemelo sobreviviente es descrito como exitoso en todo lo que hace, tomado como modelo para los padres sobre lo que Juan debería ser.
La filiación de Juan tiene otro aspecto que lo hace sospechar: según sus cálculos de, hay sólo dos meses entre el fallecimiento de su hermano y su nacimiento. Este descubrimiento lo hizo a sus 15 años, pero cobró fuerza a partir de las políticas de Estado del kirchnerismo en el 2009, referido a los desaparecidos. Desde entonces, se preguntó: ¿Cuándo murió él? ¿Quién soy yo? ¿Cómo me defino?
En un trámite, descubrió que su acta de nacimiento no existe en los registros, pues en la jurisdicción donde él nació se habían borrado los registros del ‘76 al ‘82 en la dictadura. El empleado del lugar le dice “Sos un desaparecido, un NN, no existís para la Nación Argentina”. Otra sospecha de Juan se relaciona con el enjuiciamiento de uno de sus tíos, relacionado a los militares. Imputado por secuestros, torturas y violaciones.
Las respuestas a las preguntas de Juan, por el lado de la madre, fue que ella “lo parió”, lo cual se lo dice llorando. El padre, por su parte, le dice que es “un pelotudo”, que se quiere “hacer la víctima para no hacerse cargo de su existencia”. Se trata de un padre que siempre le ha dicho que no sirve para nada. Además, el padre de Juan también tiene su nombre mal escrito desde que lo trajeron de otro país europeo, cosa que su propia madre (la abuela paterna de Juan) no le dio demasiada importancia.
ANÁLISIS Y CONCLUSIONES
En psicoanálisis, la realidad psíquica es la que importa en el tratamiento de un paciente. En el caso, notamos la renegación acerca de la pérdida de un hijo y el intento de sustituirlo con otro. Sabemos que los nombres de las personas están relacionados inconscientemente con sus padres y sus deseos y no es un dato menor que Juan porte el nombre de su hermano muerto. Las referencias del paciente sobre esto implica sensaciones corporales que pueden ponerse en serie con lo siniestro.
Además, en su apellido (nombre del padre en francés) también se encuentran aspectos silenciados en cuanto a su origen. De esta manera, encontramos severas fallas en el ordenamiento simbólico en el que se constituye el sujeto, tanto en la inscripción de un linaje (apellido) como en su singularidad dentro de los miembros de la misma familia.
El padre, por su parte, poco ha intervenido sobre estas cuestiones silenciadas. En su lugar, se queja de las permanentes “cagadas” que su hijo hace, que en el relato del paciente cobran un sentido de acting-out, un llamado a la función paterna, que no termina de hacerse presente. La droga, de esta manera, aparece como el intento de una distancia hacia la demanda de la madre: no ser el gemelo -muerto- de aquel hermano que le va bien en todo.
La conclusión, de esta manera, es pensar que en las neurosis el objeto de la adicción -droga, en este caso- es imaginario, pero está en el lugar de un objeto simbólico, en respuesta a una operación que no se ha realizado eficazmente: la metáfora paterna. El fort-da está en la base de la posibilidad de hacer cualquier duelo, en tanto poder interiorizar un objeto perdido y no irse por el agujero de la pérdida. En las adicciones, el proceso del fort-da está interrumpido. Allí donde el sujeto no logra desalienarse, por ejemplo, el objeto droga cumple esa función.
Conclusiones
En este trabajo se ha realizado un breve recorrido sobre la problemática de la adicción desde la perspectiva psicoanalítica.
Hemos tomado como punto de partida una viñeta clínica, la cual nos ha permitido pensar y reflexionar sobre conceptualizaciones que nos acercan y nos orientan a posibles abordajes clínicos.
Las adicciones, tal como es considerada por el psicoanálisis, tiene implicancias en el orden de lo constitucional como elementos estructurantes.
En Más allá del principio de placer,1920, Freud habla de lo que vuelve siempre al mismo lugar. Sería lo Real en Lacan. Freud dice que la tendencia de lo orgánico insiste en transformarse en inorgánico. Habla también de la pulsión de muerte, destructiva si se quiere para los que consumen.
Lacan produjo, en forma explícita, un solo comentario sobre la droga: "La única definición de la droga es esta: ella rompe el matrimonio del cuerpo con la cosita de hacer pi-pi". Lo que nos plantea el problema a resolver de la posibilidad de una ruptura con el ordenamiento fálico sin que haya al mismo tiempo forclusión del Nombre del Padre.
Por otro lado, conceptos tales como el fort-da, iluminan nuestro campo del conocimiento para comprender la clínica; abriendo a la pregunta si el objeto droga viene a sustituir algo del registro de lo simbólico, algo de ese orden que no se ha metabolizado o no ha sido pasible de ser tramitado.
Siguiendo esta línea, la compulsión en pacientes drogadependientes impide realizar un trabajo asociativo, por lo tanto resulta escaso y en ocasiones hasta inexistente.
Se sostiene que hay fracaso del síntoma, porque es el síntoma lo que viene a anudar aquello fallido de la función paterna, tiene una función estructurante en el sujeto. Al no poder anudar lo simbólico aparece más intrusivo lo imaginario y lo real, porque el síntoma falla en su intento de dar sentido.
El acting indicaría que ese recurso fracaso, es un llamado que se exhibe en silencio para que el Otro se haga presente en su mirada y su poder.
Por último, y no por ello menos importante, soy de la idea que el mercado propone y propicia nuevos modos de goce, modos de satisfacción que están en consonancia con la inmediatez del capitalismo al modo del discurso del amo.
La importancia del tener por sobre el ser en la modernidad líquida, en términos de Bauman, encuentra al psicoanálisis en la complejidad de pensarse en su quehacer clínico. Qué posibilidad tiene de intervenir en nuevas subjetividades, cada vez más sometidas a un imperativo de goce sin un saber en el horizonte.
Desafío que nos convoca a seguir repensando la clínica, teniendo como objetivo acompañar a los sujetos en su transformación y cambio de posición subjetiva para lograr y vivenciar bienestar anímico, lo que redundará en todas las esferas de su personalidad. En palabras de Freud, la capacidad de amar y de trabajar definirán la salud psíquica.
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