Si la paciente se ha enamorado del médico, el lego pensará que solo dos desenlaces son posibles: uno mas raro, en que todas las circunstancias consintieran la unión legitima y permanente de ambos, y otro mas común, en que el médico y paciente se separarían, abandonando el recién iniciado trabajo que debía servir al restablecimiento, como si un accidente elemental lo hubiera perturbado.
Claro está también es concebible un tercer desenlace, el anudamiento de relaciones amorosas ilegítimas, y no destinadas a ser eternas, pero lo vuelven imposible tanto la moral civil como la dignidad médica.
Supongamos el segundo caso: el médico y la paciente se alejan tras enamorarse ella de él, la cura es resignada. Pero el estado de la paciente pronto vuelve necesario un segundo intento analítico con otro médico, y de igual modo, si interrumpe y recomienza, del tercero, etc.
Tiene que discernir que el enamoramiento de la paciente le ha sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir, digamos, a las excelencias de su persona, que por tanto no hay razón para que se enorgullezca de semejante conquista.
Para la paciente en cambio se plantea una alternativa: debe renunciar a todo tratamiento psicoanalítico, o consentir su enamoramiento del médico como un destino inevitable.
Es cierto que a primera vista no parece que del enamoramiento en la transferencia pudiera nacer algo auspicioso para la cura. La paciente, aún la mas dócil hasta entonces, se ha perdido de pronto toda inteligencia del tratamiento y todo interés por el, no quiere hablar ni oír más que de su amor, demanda que le sea correspondido, ha resignado sus síntomas o los desprecia, y hasta se declara sana.
En el surgimiento de esa demanda de amor la resistencia tiene sin duda una participación grande.
Es que desde hacia tiempo uno observaba en la paciente los signos de una transferencia tierna, y con acierto pudo imputar a esa actitud frente al médico su docilidad, su favorable acogida a las explicaciones del análisis, su notable comprensión y la elevada inteligencia que así demostraba.
Todo ello ha desaparecido como por encanto: la enferma ya no intelige nada, parece absorta en su enamoramiento, y semejante mudanza sobreviene con toda regularidad en un punto temporal en que fue preciso alentarla a admitir o recordar un fragmento muy penoso y fuertemente reprimido de su biografía. Vale decir que el enamoramiento existía mucho antes, pero ahora la resistencia empieza a servirse de él para inhibir la prosecución de la cura, apartar del trabajo todo interés y sumir al médico analista en un penoso desconcierto.
Del enamoramiento: es el afán de la paciente por asegurarse de que es irresistible, por quebrantar la autoridad del médico rebajándolo a la condición de amado, y por todo cuanto pueda resultar atractivo como ganancia colateral de la satisfacción amorosa.
De la resistencia, es lícito conjeturar que en ocasiones aprovechará la declaración de amor como un medio para poner a prueba al riguroso analista, quien en caso de condescender recibirá una reconvención.
Uno tiene la impresión que la resistencia, como “agent provocateur”, acrecienta el enamoramiento y exagera la buena disposición a la entrega sexual a fin de justificar, la acción eficaz de la represión.
El analista jamás tiene derecho a aceptar la ternura que se le ofrece ni responder a ella, por el contrario, debería considerar llegado el momento de abogar ante la mujer enamorada por el reclamo ético y la necesidad de la renuncia, conseguir que abandone su apetencia y, venciendo la parte animal de su yo, prosiga el trabajo analítico.
Pero Freud sostiene que, que exhortar al paciente, tan pronto como ella ha confesado su transferencia de amor, a sofocar lo pulsional, a la renuncia y a la sublimación, no seria para el un obrar analítico, sino un obrar sin sentido. Uno habría llamado lo reprimido a la consciencia solo para reprimirlo de nuevo, Además contra las pasiones de poco valen los discursos, la paciente solo sentirá desaire y no dejara de vengarse.
Freud, lo que quiere postular es lo siguiente: hay que dejar subsistir en el enfermo la necesidad y añoranza como una fuerzas pulsionales del trabajo y la alteración y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados, puesto que la enferma, consecuencia de su estado y mientras no hayan sido levantadas sus represiones, será incapaz de lograr una efectiva satisfacción.
Pregunta que pasaría si el médico accediera y correspondería AL AMOR DE LA PACIENTE Y A SACIAR SU NECESIDAD DE TERNURA.
LA PACIENTE ALCANZARIA SU META, PERO EL NO LA SUYA.
Sería un gran triunfo para la paciente, y una total derrota para la cura.
En la relación de amor ella sacaría a relucir todas las inhibiciones y reaccione patológicas de su vida amorosa sin que fuera posible rectificarlas en algo, y esta experiencia penosa concluiría en el arrepentimiento y en un gran esfuerzo de su inclinación represora.
Uno retiene la transferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una situación por la que se atraviesa en la cura, que debe ser reorientada hacia sus orígenes inconscientes y ayudará a llevar a la consciencia lo más escondido de la vida amorosa de la enferma, para así gobernarlo.
Más adelante dice que si bien es verdad que la participación de la resistencia en el amor de transferencia es indiscutible y muy considerable. Sin embargo, la resistencia no ha creado este amor, lo encuentra ahí, se sirve de el y exagera sus exteriorizaciones.
También es verdad, que este enamoramiento consta de reediciones de rasgos antiguos, y repite reacciones infantiles, pero ese es el carácter esencial de todo enamoramiento.
Ninguno hay que no repita modelos infantiles.
Justamente lo que constituye su carácter compulsivo, que recuerda a lo patológico, procede de su condicionamiento infantil.
Resumiendo: No hay ningún derecho negar el carácter de amor genuino al enamoramiento que sobreviene dentro del tratamiento analítico.
Así que:
Es provocado por la situación analítica.
Es empujado hacia arriba por la resistencia que gobierna a esta situación.
Carece en alto grado del miramiento por la realidad objetiva, es menos prudente, menos cuidadoso de sus consecuencias, más ciego en la apreciación de la persona amada de lo que querríamos concederle a un enamoramiento normal.
Para el obrar médico es decisiva la primera de esas propiedades del amor de transferencia. El tendió el señuelo a ese enamoramiento al introducir al tratamiento a analítico para curar la neurosis, es para el resultado inevitable de una situación médica.
El psicoterapeuta debe librar así una lucha triple:
En su interior, contra los poderes que querrían hacerlo bajar del nivel analítico.
Fuera del análisis, contra los oponentes que le impugnan la significatividad de las fuerzas pulsionales sexuales y le prohíben servirse de ellas en su técnica científica.
En el análisis, contra sus pacientes, que al comienzo se comportan como los oponentes, pero que luego dejan conocer la sobrestimación de la vida sexual que los domina, y quieren aprisionar al médico con su apasionamiento no dominado socialmente.
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