En la relación de demanda que se establece con el niño, el Otro incide de manera esencial, pero lo hace en dos dimensiones diferenciadas. Por un lado, su impacto se produce a partir de la alternancia de su presencia y ausencia, configurando así una primera estructura simbólica que remite al Fort-Da freudiano.
Sin embargo, Lacan introduce otra dimensión del Otro, que comienza a delinear en sus reflexiones sobre la angustia en el seminario La Identificación. Aquí, la presencia del Otro no se inscribe en la alternancia del Fort-Da, sino que se manifiesta en lo intervalar, en un espacio donde su presencia se torna inquietante. Es precisamente en este punto donde surge la angustia, pues esta aparece cuando falta la falta.
La angustia, en este sentido, funciona como una señal del deseo. Pero esto plantea una pregunta crucial: ¿qué es el deseo en este nivel, más allá de sus respuestas convencionales?
En el psicoanálisis, al igual que en Hegel, el deseo es el deseo del Otro. Sin embargo, a diferencia del planteo hegeliano, en el psicoanálisis el deseo conlleva una opacidad constitutiva, vinculada a un punto de no saber.
Esta opacidad radica en el hecho de que el deseo del Otro me concierne y me involucra, pero precisamente en la medida en que no lo sé. Más aún, el Otro tampoco sabe, lo que lo imposibilita para responder por su propio deseo. En este sentido, Lacan remite al sueño freudiano del padre muerto: el padre que no sabe.
Esta opacidad introduce un giro en la concepción del deseo. En la medida en que el niño es deseante del deseo del Otro, no solo se constituye en objeto, sino que es un objeto. Ya no basta con ser o no ser el falo para la madre; lo decisivo es ser o no ser la causa de su deseo. Y es precisamente en la causa donde se introduce la imposibilidad que afecta al saber, de allí que el objeto a se constituya como el resto de la cosa sabida.
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