Adriane de Freitas Barroso. Alternativas en Psicología. Revista Semestral. Tercera Época. Año XVI. Número 27. Agosto-Septiembre 2012
El presente artículo tiene como objetivo sustentar la hipótesis de que la noción de sujeto en el psicoanálisis se remonta a la teoría freudiana, aunque en ella, carezca de una definición formal, sugiriéndose solamente en las entrelíneas de los textos de Freud, contraponiéndose a la noción de cogito cartesiano y a la supremacía del yo. Es en Lacán, más tarde, que esa falta gana estatus de concepto, pieza central de la obra lacaniana y de que lo que el autor nombra como “regreso a Freud”, cediendo espacio, a la finalidad de la enseñanza lacaniana, al concepto de falasser o tener un cuerpo en el momento en que la concepción de gozo adquiere importancia central en las elaboraciones de Lacán.
Palabras clave: Sujeto, inconsciente, Yo, pulsión, gozo.
El concepto de sujeto ganó, a lo largo de la teoría psicoanalítica, estatus de discusión central, al punto de que necesitamos de cierto esfuerzo para recordar que éste no siempre existió de manera formal en ese campo del saber. Freud no construyó tal concepto; en sus alusiones al término acostumbraba asociarlo a la noción corriente de autor de la acción, de participante activo. Sin embargo, es posible afirmar que la referencia, a lo que Lacán más tarde denominó sujeto, es su aporte para el avance del psicoanálisis y reside en las entrelíneas de textos freudianos desde sus inicios.
Ya en el “Proyecto para una psicología científica” (Freud, 1895/1996), se hace evidente el esfuerzo de Freud para definir el aparato psíquico buscando comprender su existencia, su actividad y sus diferenciaciones internas. Constátense los intentos de explicar algo que ultrapasase a la noción de individuo centrado en la razón y tocase la construcción subjetiva, a partir del descentramiento traído por el descubrimiento del inconsciente.
Si Freud no se ocupó de la tarea de buscar una “epistemología propia” (Cabas, 2009, p.5) sobre la cuestión, podemos suponer que esa laguna se da, entre otros motivos, por su formación médica, que lo lleva a usar, en sus textos, términos como “individuo”, “sujeto” y “organismo” de manera como los definía la tradición científica, epistemología propia de la época. El sujeto, aquí, aún era el del cogito cartesiano, marcado por la noción de unidad e indivisibilidad, teniendo la razón como centro de su funcionamiento y de su existencia.
Una de las grandes contribuciones freudianas sistematizadas como concepto, a pesar de todo, fue el circuito energético que apoya el trabajo del aparato psíquico, aspecto que introduce en el campo analítico la dimensión de la causa. Tratase de la pulsión.
“(…) concepto situado en la frontera entre lo mental y lo somático, como el representante psíquico de los estímulos que se originan dentro del organismos y en lacan a la mente, como una medida de la exigencia hecha a la mente en el sentido de trabajar en consecuencia de su relación con el cuerpo” (Freud, 1915/1996, p.127)
La pulsión, es un concepto que forma parte de la metapsicología freudiana, compuesta por constructos que sólo se manifiestan y son observables a partir de sus fines, de sus efectos. Se define como un estímulo que desestabiliza la tendencia a la inercia presente en la vida psíquica, ejerciendo la función de un “vacío” que exige que un acto sea realizado para suprimir el desequilibrio tensional provocado por ella. Opera como fuerza constante proveniente del interior del organismo, volviendo inútil la huida motora, como se hace posible en el arco reflejo. Ese “vacío” está situado en el cuerpo erógeno, que trasciende a la mera anatomía y se establece como una fuente de la pulsión, produciendo circulación ininterrumpida en el aparato psíquico. Luego, aunque se muestre absolutamente impalpable y ajena a una representación concreta, la pulsión puede ser pensada como la idea más próxima de un sustentáculo material del lugar del sujeto en la experiencia freudiana (García-Roza, 2001).
El circuito pulsional traza un movimiento pendular: del yo, su fuente primordial, va en dirección al objeto, orientado nuevamente al yo, de forma sucesiva, organizada para impedir el pasaje de cualquier cantidad de energía que surja acompañada de dolor. En la reorientación tendría justamente la función de evitar el displacer: en él, el concepto que no puede acceder a la conciencia sin causar sufrimiento llamaría a una imagen acústica alternativa, distinta de la original, garantizando entonces su acceso.
La cura, en la clínica psicoanalítica, estaría asociada a la unión del concepto con la imagen acústica verdadera; en ese momento de la teoría, Freud cree en la posibilidad de la palabra plena, en la armonía entre el significante y significado como interrelacionados de forma fija y estable. En el año siguiente, en su Carta 52, dirigida a Fliess, Freud (1896/1996) aclara lo que ya había esbozado en el texto La Afasia (Freud 1891/1987) al respecto del mecanismo del aparato psíquico. Éste funcionaría a partir de rearreglos sucesivos de trazos de memoria en diferentes registros, de acuerdo con el tipo de neurona -lo que hace evidente la conexión inicial de las ideas freudianas con la biología-. Diversas capas superpuestas contendrían vestigios de memoria dejados como surcos en el aparato psíquico. Como menciona Lima (2010), para pasar de un elemento a otro, la excitación tendría que vencer una resistencia, abriendo un camino para facilitarlo.
La primera de las capas del aparato psíquico, W (percepciones), estaría relacionada a la consciencia y no guardaría trozos de memoria, una vez que memoria y percepción se excluirían mutuamente. Solamente en Wz (indicación de percepción) habría el primer registro de la percepción, en cuanto a la capa siguiente, Ub (inconsciente), se encargaría de los registros de conceptos. La capa Vb (preconsciente) sería la tercera transcripción, de palabras.
Para Lima (2010), es justamente en esa tercera etapa que se borra “la cosa” (de las Ding) para advertir algo de lo que, más tarde, Lacán va a definir como el trozo unitario (Lacán, 1961-1962), significante que fundamenta el sujeto. Finalmente, en Bews (conciencia), concepto y palabra pueden pasar a la consciencia, que surge en lugar de un trozo de memoria (Freud, 1896/1996). Como se ve, el órgano responsable de los estímulos sensoriales es la consciencia encontrándose en polos opuestos del aparato psíquico, separados por los sistemas de la memoria. La concepción de un aparato psíquico que comprende un inconsciente y modifica sucesivamente sus registros, altera de manera crucial la noción de yo como lugar de la verdad que imperaba hasta el surgimiento de la teoría freudiana, cobijada por la prevalencia de la concepción de cogito cartesiano, racional e indivisible. El cogito freudiano, al contrario, revela el yo como lugar de ocultamiento, demarcando que sujeto y yo son términos que no se recuperan. La cuestión del sujeto pasa claramente por un cambio radical a partir de la lógica psicoanalítica y de la concepción de yo (García-Roza, 2001). A lo largo de la teoría freudiana, retomamos informaciones de que el yo es una instancia que emana de la percepción y que tiene como rasgo esencial ser consciente.
Con todo, la mayor parte de la vida psíquica en Freud se muestra inconsciente, presentando el yo, tenido hasta entonces como la sede de la experiencia subjetiva, como siendo afectado de forma pasiva por esa “parte oscura” del aparato psíquico. Habría por lo tanto, dos principios: la percepción, en relación estrecha con el principio del placer/realidad, y la pulsión, relacionada a una satisfacción que se sitúa más allá de ese modo de funcionamiento, no restringiéndose a él.
Es en 1914, en Sobre el narcisismo, que Freud (1914/1996) da una definición más explícita al yo. Antes de su constitución en el ser humano, habría un momento inicial llamado de “auto-erotismo”, marcado por el surgimiento de la pulsión a partir de una desviación del instinto. El movimiento pulsional, en ese momento, sería aún anárquico, una vez que no habría imagen unificada del cuerpo sobre la cual pudiese invertir de modo sistemático. El yo, en verdad, sería su constitución intrínsecamente ligada a la inversión libidinal de las pulsiones que coexisten en la fase auto-erótica y que entonces se unifican. Se tiene en ese segundo momento lo que Freud (1914/1996) denomina “narcisismo primario”, estado precoz en que el niño invierte en sí y que prepara el terreno para el “narcisismo secundario”, cuando la pulsión ya es orientada hacia los objetos, mas regresa sucesivamente al yo. Se anula aquí la oposición entre pulsiones del yo y objetal, una vez que las dos llegan a ser vistas como de la misma naturaleza, diferenciadas solo por el objeto de inversión en cada momento.
Como respuesta al narcisismo infantil, tenemos la formación del ideal, que establece exigencias más intensas al yo, surgiendo con ello la necesidad de remarcar cuando se percibe una diferencia entre el ideal y lo que el yo ofrece. La identificación con la fuente parental, modelo al que el individuo trata de conformar, converge con el narcisismo, resultando en lo que Freud denomina ideal del yo. Hay por lo tanto dos identificaciones. La primera, narcisista primaria, es pre-edípica, y la otra, narcisista secundaria, ya presupone la construcción de otro.
La construcción del yo, se concluye, ocurre paulatinamente ligada a la conciencia y al inconsciente. Sería la parte del inconsciente que se modificó por la proximidad e influencia del mundo externo, sirviendo como mediador lo que pone en confrontación el principio del placer y de la realidad. Otra instancia, por su parte, se constituiría como instancia autónoma y agente crítico: el súper yo, con función de auto observación, consciencia moral e ideal del yo (García-Roza, 2001).
El año de 1920 significa una transformación de rumbos en la elaboración psicoanalítica, a partir del momento en que Freud (1920/1996) postula la existencia de algo para más allá del principio del placer –y, por extensión, del principio de la realidad- hasta entonces tenidos como la lógica del funcionamiento exclusiva del aparato psíquico. Si es posible recalcar los representantes pulsionales que generan el displacer, no es posible, por otra parte, silenciarlos de manera definitiva. La compulsión a la repetición es lo que escapa al principio del placer, buscando la satisfacción pulsional a toda costa, imponiéndola como exigencia. Sería tarea del analista superar la resistencia y hacer emerger, en intervalos y encima del cuadro inercial impuesto por los ideales, el inconsciente, “recipientes donde las premisas del ideal no son más que letra muerta. Y es justamente allí, en esos recipientes, que florece el síntoma” (Cabas, 2009, p.45).
A partir de esa afirmación, podemos comenzar a inferir que “inconsciente” puede ser tomado como uno de los nombres de sujeto para Freud, aquello que aflora a la manifestación rápida de una idea o chispa, de manera lacunar, un acontecimiento puntual.
La concepción dualista de pulsiones sexuales y del yo, suspendida a partir del momento en que el yo pasa a ser confrontado como un blanco de investidura sexual, se transfiere entonces a la oposición ente pulsiones de vida y de muerte. Se puede pensar en una categoría de pulsión que tiende a la repetición, a la conservación, y otra que impulsa hacia la descarga, la producción. En ambos casos, el objetivo es la constancia, a partir de la satisfacción completa, intangible, “repetición de una experiencia primaria de satisfacción” (Freud, 1920/1996, p.52).
Por debajo de las resistencias, Freud dejaba entrever, en aquella época, la noción de deseo, uno de los puntos cruciales de su teoría. Es debido a la confrontación entre pulsión e ideal que el deseo trae un desorden entre el conjunto de representaciones de sí y el del mundo y la permeancia de esa identidad que la pulsión viene a traer. Una vez más, vemos de soslayo algo del sujeto cuando hablamos del carácter de fugacidad del deseo, su aparición repentina y siempre pasajera.
En 1933, en la Conferencia XXXI, Freud (1933/1996) profiere la frase “wo es war, soll ich werden), traducida comúnmente por “dónde estaba el id, o el ego debe sobrevivir”. García-Roza (2001) se opone a esa versión por el hecho de que ésta no es ni siquiera la traducción literal de la frase en alemán escogida por Freud. La frase freudiana no trae impedimentos por cuestiones lingüísticas, más por una limitación conceptual, una vez que faltaban aún recursos para comprenderse la construcción del sujeto como tal. Después de avanzar en la construcción de ese concepto, Lacán (1959-1969/1988) va a decir que no era sustancial lo que el padre del psicoanálisis decía en aquel momento, pero sí de una exigencia del advenimiento de la verdad desconocida por el yo, que es comparable con el advenimiento del sujeto, atropellando la concepción cartesiana. Pensemos la traducción de la frase usada por Freud, entonces, como algo cercano al “así donde se estaba, allí como sujeto debo permanecer" (García-Roza, 2001).
Vicisitudes del sujeto en Lacán
Es en la obra lacaniana que la concepción del sujeto es tomada de las entrelineas de la teoría psicoanalítica y pasa, paulatinamente, al estatuto de concepto. Lacán comienza a trabajar en el psicoanálisis en un momento en que la teoría freudiana sufría una apropiación por los postfreudianos, centrados en la comprensión del yo y en un funcionamiento clínico que buscaba su fortalecimiento. Esa posición se opone al descubrimiento primario de Freud, el inconsciente. Fue buscando hacer frente a esa equivocación que Lacán formuló su teoría, dando nuevamente primacía al inconsciente y centrando la teoría freudiana en el sujeto (Cabas, 2009).
En Lacán, el yo es producido a partir de la imagen del otro, en lo que él nombraba “estadío del espejo” (Lacán, 1966/1998). La experiencia de fragmentación del cuerpo por las pulsiones es superada por la cristalización de una imagen unificante, que pasa a tener peso de referencia, trayendo una vivencia de júbilo frente al reconocimiento de la propia imagen, que sucede al reconocimiento recibido por el otro. Hay ahí un recubrimiento imaginario de lo real, y a cada momento que la experiencia especular con el semejante se repite, el yo se consolida. Se establece consecuentemente, una matriz simbólica donde el yo se precipita, que, en Freud (1914/1996), fue nombrada como yo ideal. Se trata de una ficción irreductible, “armadura” que cristaliza el ideal, el primer momento del narcisismo. Más tarde, él será permeado por los semblantes sociales y sufrirá una limitación, constituyendo el ideal del yo, ya sometido a los efectos de la castración.
Aunque, en sus primeras enseñanzas, Lacán haya orientado su atención hacia lo imaginario y sus efectos, el avance gradual de la teoría hace necesario adelantar en esa concepción copiada en el “moi”, en la identificación, que se muestra insuficiente para contener en sí la verdad del sujeto. Tiene lugar, entonces, la concepción de sujeto por la dirección de lo simbólico, marcado de manera inevitable por el lenguaje, alienado en lo significante. La castración instaura el sujeto segmentado, dividido, del lenguaje, del inconsciente, del deseo. Lo que Lacán llama “sujeto” es justamente ese enigma traído de la palabra barra, por la división que funda el inconsciente, que descentra el individuo y la razón (Lacán, 1973/1981).
La primacía de lo simbólico en ese segundo momento de la enseñanza lacaniana es tan grande que de alguna manera impregna su teoría, obligando al autor nuevamente a revisarla más tarde. Es en el Seminario, libro 20: más aún (Lacan, 1972/1992) que tiene lugar la pregunta del cuerpo en cuanto cuerpo de gozo, aspecto hasta entonces relegado a segundo plano, que se muestra, paulatinamente, fundamental para pensarse la cuestión del inconsciente. Se abre ahí el tercero y último momento de la enseñanza lacaniana, marcada por la noción de inconsciente real, que disminuye la propuesta del inconsciente estructurado como un lenguaje y permite hacerlo emerger en cuanto puro campo de gozo no-fálico, aunque sea lo simbólico que lo contenga y lo fuerza a existir. Se prepara el terreno para el surgimiento, pocos años más tarde, del concepto de “falasia” explicado en el Seminario 23 (Lacán, 1975/2007).
La nominación que viene del otro y con la cual cada uno se identifica, es el nombre de gozo, uniéndose al retoque original, S1, que es significante puro, surgiendo como un enjambre o conjunto que no hace cadena, destituido de cualquier significación (Lima, 2010). Extraído ese significante, trazo unitario, hace existir el conjunto de significantes del inconsciente, desdoblándose en los S1 disponibles, ropajes del S1 original de los cuales el análisis busca desidentificarnos, permitiéndonos escoger un significante en torno del cual la falta a ser irá a girar, saliendo del puro asentimiento (Lacán, 1973/1981).
El significado es siempre una operación a posteriori, de retroacción, permitiendo un desdoblamiento de los significados dados por el otro hasta entonces. En esa operación S1-S2, en ese deslizamiento de los significantes para producir significado, tenemos un sujeto que aparece en el intervalo, entre un significante y otro, un sujeto que, como ya vimos, al contrario de establecer una solidez, surge como un rayo. Se trata por lo tanto, de mucho más que una “experiencia del sujeto” de una materialización, una encarnación. Si el análisis promueve el descolocamiento significante-significado, podemos decir que lo que ella hace es alterar el lugar de ese sujeto que es efecto, haciendo vacilar identificaciones cristalizadas.
Conclusiones: sujeto como efecto
El descentramiento del yo como fuente de todos los actos humanos permite que hagamos la pregunta sobre el sujeto. Para Freud, sujeto no es un concepto construido explícitamente, mas algo que surge en las entrelíneas, se presenta como el nombre del deseo. Se muestra extraño y ajeno al yo porque inconsciente, oriundo de los imperativos de la pulsión. El es el que insiste, la repetición que se impone. Luego, el sujeto no existe por sí, mas puede surgir a partir del inconsciente (Cabas, 2009).
En Lacán, la noción de sujeto sufre una serie de transformaciones en la medida en que la teoría avanza. De la primacía de lo simbólico a la concepción de gozo que alcanza su punto más alto en el concepto de falasser o tener un cuerpo; queda claro, para el autor, que falta a esa construcción cualquier materialidad que haya sido inicialmente hipotetizada.
Se concluye por lo tanto, de forma simplificada y aún amplia de abordar el tema con la extensión y la intensidad que sus vicisitudes exigirían, que la construcción del concepto de sujeto, de Freud y Lacán, avanza sucesivamente, alcanzando el plano central de la teoría lacaniana, donde permanece hasta la construcción del concepto de falasser o tener un cuerpo que lo sucede. Sin embargo, el sujeto no deja nunca de ser encarado, desde el punto de vista teórico, solo por las orillas de forma indirecta, una vez que su existencia es del orden del afecto no de la sustancia.
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