miércoles, 31 de julio de 2019

Melancolizaciones en la neurosis: intervenciones clínicas


Conferencia dictada por Mariana Davidovich, el 3 de julio de 2018.

He cometido el peor de los pecados 
que un hombre puede cometer. No he sido 
feliz. Que los glaciares del olvido 
me arrastren y me pierdan, despiadados. 

Mis padres me engendraron para el juego 
arriesgado y hermoso de la vida, 
para la tierra, el agua, el aire, el fuego. 
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida 

no fue su joven voluntad. Mi mente 
se aplicó a las simétricas porfías 
del arte, que entreteje naderías. 

Me legaron valor. No fui valiente. 
No me abandona. Siempre está a mi lado 
La sombra de haber sido un desdichado.

Este poema de Borges me evocó cuando venía armando este complejo tema, dado que hay mucho escrito sobre melancolía, pero la propuesta de hoy es la de las melancolizaciones en la neurosis. Claramente hay sujetos que perdieron la alegría de vivir y están sumergidos en una profunda tristeza. No estamos hablando de duelo, ese tiempo necesario de dolor, del proceso y el trabajo que requiere la pérdida de un ser querido. estamos hablando de un estado que se sostiene: la falta de ganas de vivir, la apatía, el sin-sentido. 

El término melancolía viene de la antigüedad. Hipócrates decía que la melancolía estaba causada por la bilis negra, cuyo exceso en el cerebro traía como consecuencia esta enfermedad. En la edad media, la melancolía pasa a ser considerada un pecado. Adquiere el nombre de acedia, es uno de los pecados de pecados capitales. Al principio los pecados capitales eran 8, pero luego a acedia se juntó la tristeza y pasaron a ser 7. ¿Pero por qué se la consideraba un pecado? Dante, en La Divina Comedia, pone a los perezosos y a los melancólicos en un círculo del infierno. Lo que se penalizaba era no amar a Dios, porque el monje dejaba de colmar el sentido de su vida con lo espiritual. Es decir, el deseo dejaba de circular hacia Dios. La tristeza y la acedia se condensan en la pereza. 

En un reportaje que le hicieron a Lacan, que está en un texto llamado Televisión, considera a la tristeza como cobardía moral. No tiene nada que ver con la moral, sino que el psicoanálisis apunta a hacer del sufrimiento una cuestión de saber. Lo que plantea Lacan respecto a la melancolía, es que hay un rechazo al saber del inconsciente. El deseo de saber ha desaparecido. Entonces, retomando a Dante y a Spinoza, Lacan llama a la tristeza cobardía moral, justamente por el rechazo al saber del inconsciente. Nosotros apuntamos a hacer del sufrimiento un síntoma o una cuestión de saber, con lo cual si no hay palabra y rechazo al saber del inconsciente, no hay posibilidad de entrar en el dispositivo analítico. 

En un ciclo de narcisismo como este, las melancolizaciones son una tema central. Vayamos a lo que Freud nombró como melancolía, para luego hacer una diferencia de lo que serían las melancolizaciones. En una carta a Fliess en 1895, que se conoce como el Manuscrito G, Freud sitúa hechos que son evidentes. Él va a decir que nota un vínculo muy estrecho entre la melancolía y la anestesia sexual. La neurosis alimentaria, paralela a la melancolía, nos dice que es la anorexia. La enferma indicaba no haber comido, simplemente, porque no tenía apetito. Esto no es lo mismo que el goce al rechazo del alimento.  El afecto que corresponde a la melancolía, dice Freud, es el del duelo, o sea la añoranza de algo perdido. ¿Pero de qué pérdida se trata, dado que las melancolizaciones no siempre surgen por la muerte de alguien o un ideal equivalente? Me parece que podríamos pensar que es una pérdida libidinal. La pérdida de apetito que acabamos de nombrar en la anorexia corresponde a una pérdida de libido. Freud nos está dando una pista: la anorexia responde a la melancolía, de la misma forma que podemos pensar que ciertos actings, pasajes al acto o inclusive la ingesta de ciertas sustancias tóxicas, drogas, etc. podrían responder a una melancolía o a melancolizaciones. 

Decíamos que la pérdida de la que se trata la podemos ubicar dentro de la vida pulsional. Habría, entonces, una inhibición psíquica, el deseo anestesiado, un empobrecimiento pulsional. Freud compara la melancolía con la hemorragia interna, diferenciándolo de lo que sería una herida. En una herida, tenemos una cicatriz que cierra y sutura. En la hemorragia, tenemos una herida abierta, es un estado que no cierra nunca. En cambio, en el duelo, mediante un trabajo la libido vuelve a estar disponible y por ende, la capacidad de amar y de desear. 

En esta misma línea, en el Manuscrito E, Freud subraya que con frecuencia los melancólicos han sido anestésicos. No tienen ninguna necesidad de coito, sino una gran añoranza por el amor en su forma psíquica. Cuando la tensión de de amor se acumula, se genera melancolía, a diferencia de lo que había planteado respecto a las neurosis de angustia, que sería la tensión sexual física no ligada. 

20 años después del manuscrito G, en 1915, Freud escribe Duelo y Melancolía. Este artículo puede considerarse una extensión del artículo Introducción al narcisismo, escrito un año antes. En este último texto, Freud ya planteaba la instancia crítica que luego va a llamar superyó en El Yo y el ello. En Duelo y melancolía, va a articuar especialmente a esta instancia psíquica, a la melancolía. Ubica a la melancolía dentro de las perturbaciones narcisistas.

Aspectos comunes entre el duelo y la melancolía.
  • Dolor.
  • Cancelación del interés por el mundo exterior. El duelo consiste en una rememoración pieza por pieza del objeto y eso consume la libido. Una vez cumplido, se relanza el circuito libidinal deseante.
  • Pérdida de la capacidad de amar.
  • Diferencias entre duelo y la melancolía.
  • En la melancolía hay rebaja del sentimiento de sí. 
  • En la melancolía hay desfallecimiento de la pulsión de vida permanente, mientras que en el duelo es transitorio.

Esa rebaja del sentimiento de sí se materializa en autorreproches, autodenigraciones y espectativa de castigo. En el duelo, el mundo se ha vuelto pobre y vacío. Esto es lo que le ocurre al yo en la melancolía, como un estado. En ese estado, el masoquismo moral juega un papel fundamental. Lo que le interesa al sujeto en el masoquismo moral -dice Freud-, es padecer. Se ve obligado a hacer cosas en contra de su propio beneficio. Sabemos que el masoquismo moral desciende la pulsión de muerte. Hay un goce ahí. El sentimiento de si, en la melancolía, el yo queda reducido a un puro objeto maltratado por el superyó.

Voy a escribir la metáfora paterna. 
El deseo de la madre apunta a una X. Si nos quedáramos acá (recuadro) estaríamos en el terreno de las psicosis, aunque el deseo materno ya está simbolizado y ya no es goce de la madre. El Nombre del Padre interviene sustituyendo el deseo de la madre. Es un significante que pasa, reprime y sustituye al deseo de la madre. Esro quiere decir que el Nombre del Padre prohibe el incesto entre la madre y el niño. La prohibición del incesto no es solo no acostarse con el niño en la cama, sino enlazar cualquier goce al límite. Esta metáfora, en la que el Nombre del Padre sustituye al deseo de la madre, hace que la madre no se quede encima ahogando al niño haciéndolo un súbdito, como dijo Lacan en las clases de la metáfora paterna, a su je en un subdito. El resultado de la metáfora paterna es lo que llamamos la significación fálica. El Otro, como resultado de esta operación, pasa a estar dividido por el falo simbólico.

Si la prohibición del incesto funciona, el niño deja de ser un súbdito, un objeto de goce de la madre. Pero esta metáfora tiene fallas. La sustitución del deseo materno instala en el niño la falta, el amor, el deseo, dado que no está encargado de satisfacer el goce de la madre. Libera al niño de ser el encargado de satisfacer el goce de la madre: el niño no sutura al Otro, sino que es lo que le falta. ¿Pero qué es esa X, esa significación fálica? En las idas y venidas de la madre, el niño se pregunta qué es para ella, qué quiere de él. Y eso es una X. Lo que responde como resultado de esta operación es “quiere el falo”. Le da significación a su ausencia. El falo le da la razón del deseo. El significante fálico implica que su deseo no está concentrado en el niño. Este falo o significación fálica como significante, anuncia la caída del sujeto como falo imaginario. Puede quedar como falo, pero no-todo. No todo completando a la madre. Es y no es el falo. El enigma de la X, que dará como resultado la significación fálica, no resuelve la incógnita, pues si la resuelve enteramente, estamos en el terreno de la melancolía. Es decir, resuelve en un costado simbólico en el que ordena que no es, pero no lo resuelve porque podría estar la amenaza de ser el objeto de la madre, aún en la neurosis. 

En las melancolizaciones, de hecho, creo que justamente una de las cuestiones más complicadas es que esta operación se cumplió: se inscribió la prohibición del incesto. Pero resulta que el consultante que nos viene a ver está instalado como objeto. La sombra del objeto cae sobre el yo. Se trata de pacientes que no están en relación a su deseo, sino que están en relación a la demanda del Otro. Podría quedar quedar resuelto el enigma en las melancolizaciones, esa X que no debería quedar resuelta del todo. Podría quedar resuelta como un “soy…”, soy el objeto del Otro. Por lo tanto, si soy el objeto, tengo un programa al que me tengo que sumar. Hay algo prefijado que tengo que obedecer. Justamente, las fallas de la metáfora paterna tienen que ver con el superyó: el superyó nombra lo que el Nombre del Padre no puso simbolizar. 

Freud confunde el superyó con la conciencia moral. Lacan es quien los diferencia claramente. La conciencia moral más bien tiene que ver con la ley, con la ley de la prohibición del incesto. El superyó, por el contrario, tiene que ver con el costado insensato de la ley. Es decir, ese deseo materno deja una cicatriz en la cual el sujeto queda instalado, si bien fue desalojado de ese lugar, queda instalado a su je como súbdito. El superyó es un resto inevitable de la ley, solo que podemos intervenir sobre él, dialectizándolo: el superyó, de alguna manera, detiene la pregunta. Funciona como un imperativo inconsciente. Primo Levi cuenta en uno de sus libro esta escena, que nos puede dar para pensar esto que estoy diciendo: él estaba en el campo de concentración y ve a un prisionero que estaba tomando agua de la nieve que había en el suelo. Se le acerca un nazi, lo apunta y le dice que eso está prohibido. El prisionero le pregunta por qué, y el nazi le responde porque sí, no hay un porqué. El superyó ordena y el sujeto queda atrapado sin poder interrogar. Esta es la clínica nuestra de todos los días: mandatos insensatos, que al no ser interrogados, son obedecidos. 

Por supuesto, que ahí donde reina el superyó, no opera la castración, que es esa pérdida de goce efecto de la prohibición del incesto, aún cuando el Nombre del Padre fue inscripto. Lo que no opera en el superyó es el agujero central del sujeto que Lacan llama “no soy”: no soy el objeto de goce del Otro. Eso es el dasein, el ser del sujeto es el no soy, que Lacan va a llamar a. No soy lo que el Otro ha programado para mí. Por supuesto que nosotros, en la clínica, vamos a tocar las identificaciones, ¡pero no las que funcionan! En la neurosis, hay muchas identificaciones al “soy”, marcados por el ideal del Otro, que nos enlazan a la vida y al amor. El tema son aquellas identificaciones que nos hacen penar de más, que nos quitan el sentido de la vida. 

En esta misma línea, me encuentro con un texto de Freud que había olvidado, de 1915 también: Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica. Freud cuenta un caso de un abogado que le lleva a una paciente le lleva, porque tenía una especie de delirio paranoico en el que un compañero con el que había tenido una relación, le había sacado fotos en ese encuentro y la quería denunciar para hacerla echar. Freud se encuentra con este caso, que él le contradice la teoría psicoanalítica -finalmente nos encontremos que no, porque el perseguidor era del mismo sexo, la jefa-. La mujer tenía el mismo cabello canoso que la madre. Entonces, el perseguidor, finalmente, era la madre. Allí Freud sostiene que el amor a la madre equivale a la consciencia moral. Quiere hacer que la muchacha se vuelva atrás en su primer paso hacia la satisfacción sexual normal y logra perturbar la relación con el hombre. Yo creo que de aquí surge el concepto, si bien Freud lo llama conciencia moral, de superyó materno arcaico y de la madre estrago, es decir, ahí donde el nombre del padre no opera. Dice que la madre inhibe o pone en suspenso la afirmación sexual de la hija. Es asunto de la hija lograr desasirse de esta influencia. Esto se produce debido a una regla general, no dice que esto es particular de este caso. Dice que el complejo materno es hiperintenso. Es decir, la función Nombre del Padre deberá ponerle un palo a la boca del cocodrilo. En la neurosis está este palo, pero no funciona: en las melancolizaciones nos encontramos que el sujeto está detenido en su lugar de sujeto deseante. El sujeto es deseo, no está en posición de sujeto. En la significación fálica, que hace que el Otro debiera ser el falo, está en suspenso en la neurosis. Es como si el sujeto fuera “nombrado para”. Nombrado para es una variante que da Lacan del Nombre del Padre. En el seminario XXI, Lacan dice que el nombrar para, implica una orden de hierro para el que en esta nominación basta con la madre y el sujeto se pasa la vida obedeciendo a un mandato, a un programa que fue armado para él. 

Si bien esto, que Lacan llama “orden de hierro”, que es un fracaso de la metáfora paterna, nosotros podemos pensar también otras variantes donde no basta con la madre… Se inscribió el nombre del padre, pero el sujeto no queda liberado de ser el objeto del Otro. Allí donde el nombre del padre no termina de operar, podemos decir que será el sujeto el que tendrá que poner una distancia, tal cual como lo dice Freud. Si el nombre del padre hace de barrera al deseo materno, a falta de padre esa barrera queda a cargo del sujeto y esto es su suplencia como síntoma, acting, inhibición. Recuerden que para Lacan el síntoma es nombre del padre, porque es un intento de hacer de barrera al goce de la madre. Cuando digo madre, me refiero a la función de sostén: pueden haber padres maternantes, por ejemplo. 

Si la metáfora paterna funciona, el sujeto está determinado por los significantes del Otro, pero lo decisivo es la ideterminación. Recuerden que en las melancolizaciones el sujeto siente que ha perdido el sentido de la vida. Lo decisivo es la indeterminación, en la medida en no tener un programa al cual haya que obedecer. Es decir, no estar encerrado en un sentido absoluto, en una certeza, tal como vimos en el “porque si” del general nazi. El análisis, a lo que apuntaría, es a poner nuevamente en funcionamiento la significación fálica, que es la significación del “no soy”. Es la significación del vacío respecto a esas significaciones que lo hacen padecer. Por ejemplo, en Juanito, la madre tenía una posición ambigua. Decía que no a algunas cosas porque el padre la presionaba, pero luego lo admitía en su cama. Con lo cual, dice Lacan, lo tiene en una posición de súbdito y no puede restarse sino con una fobia. Fíjense que la fobia es un intento de restarse (que no termina de producirse) del deseo del Otro, de ahí el síntoma como nombre del padre. 

El sentimiento de si. Vimos que Freud hacía una diferencia entre el duelo y la melancolía: en la melancolía el yo se vuelve denigrado, triste, apático y sin sentido. Después de 25 años de haber introducido el estadío del espejo, Lacan en 1962 publica las observaciones sobre el informe de Daniel Lagache y lo llama estadío del espejo generalizado. ¿Por qué necesita volver a retomar el estadío del espejo, que estaba realmente muy desplegado? En este texto Lacan introduce por primera vez un agregado. Dice que con frecuencia, después de la asunción de la imagen especular, el niño dirige los ojos hacia el adulto que lo tiene en brazos y en este giro de cabeza y de su mirada, encuentra furtivamente la mirada de ese adulto. Para que se produzca la asunción efectiva de la imago, para que se reconozca allí, se necesita otra cosa: la mirada deseante de la madre, el orden simbólico. Sino, no se va a producir esa identificación que se llama yo o moi en el Estadío del Espejo. El niño mira su imagen especular jubilosamente, porque ahí percibe una completud que no siente. Si bien su inmadurez hace que no sienta una completud salvo cuando la madre lo mira, el niño se identifica a una completud. Antes de eso no hay “él”, en realidad, se identifica al lugar de falo imaginario. Luego dirige la mirada hacia la madre y acto seguido hacia la imagen especular. La novedad es que necesita dirigir la mirada hacia la madre, ¿Pero por qué a la madre, a la imagen, a la madre otra vez y  ala imagen nuevamente? El niño vuelve a dirigir la mirada hacia la madre porque el niño espera que ella le confirme que esa imagen que ve ahí es él, que esa imagen que ve ahí le es propia. Busca, dice Lacan, el asentimiento. El asentimiento es un acto absoluto. Es un decir que sí, no se trata de un más o menos, es “sos ese”. El niño se apropia de ese asentimiento que Lacan va a decir que es el rasgo unario, al que llamamos en alemán einziger Zug

El niño se apropia de ese asentimiento y esto quiere decir que el Otro le legitima que tiene una existencia fuera de lo especularizable, liberándolo entonces de creer que él solo es lo que el Otro dice de él. El sentimiento de sí es lo que le permitiría al sujeto que no se juegue todo en relación a lo que el Otro le devuelve de su imago, porque si se juega todo en lo que el Otro le devuelve de su imago, se arma una servidumbre a lo que el Otro demanda y dice. Esto lo vemos en los niños cuando se les repite muchas veces que son distraídos, por ejemplo, finalmente va a serlo. Se va a identificar a esa demanda del ideal del Otro. El yo es metonimia del ideal del Otro, tiene que ver con las significaciones que el Otro va dándole al yo: es efecto de esas significaciones. En la clínica tratamos de vaciar esas identificaciones o esos sentidos que lo hacen sufrir. Pero el yo no es solamente efecto de esas identificaciones, porque operó el nombre del padre. El sentimiento de sí, entonces, es que hay algo de mi que no está en el espejo, en lo que el Otro dice de mi. El niño, entonces, no es puramente simbólico o imaginario,es además real (no se puede cubrir enteramente lo que es por lo simbólico y por lo imaginario). El núcleo del sujeto es real, sino todo seríamos marionetas del Otro, cuestión que sucede en las psicosis. Por ejemplo, en el transitivismo: le pegan al niño que está al lado de otro y este última llora como si le estuvieran pegando a él. No sabe que él es este, se ve en esa imago. Una paciente mía -una psicosis- cuenta que se hizo amiga de una compañera de la facultad de la que dice que es muy parecida. Esta amiga le cuenta que ella fue abusada de niña y la paciente empieza a tener la certeza que ella fue abusada también. Es decir, falta de sentimiento de sí. No hay límite entre la imago al partenaire y el sujeto. Yo les di el ejemplo extremo en la psicosis, pero esto también existe en la neurosis.  El sentimiento de si es algo de mi que no está en el espejo, en lo que el Otro dice de mi. 

En el seminario X, Lacan va a llamar a esto de no estar anteramente en el espejo, reserva libidinal, resto vivo del sujeto. Es una reserva que le permite no estar enteramente en las significaciones del Otro. La libido no queda enteramente en el espejo. No es que el yo se identifica con la imagen que le ofrece la mirada del Otro, sino que el yo ese efecto y se forma ahí recién. Surge por la mirada deseante del Otro y se constituye como yo ideal si está ubicado en el buen lugar, dice Lacan. Ese buen lugar se refiere a estar ubicado respecto al ideal, para que se vea reflejado en el espejo, el ojo tiene que estar ubicado en un determinado lugar del esquema. Si bien esto Lacan lo toma para el modelo, nosotros podemos pensar qué quiere decir “en el buen lugar”. Sepamos que el espejo es prescindible, pero la mirada deseante del Otro no. Si el Otro rechaza darle lugar a un sujeto, estaremos en el terreno del autismo o de la psicosis. 

La identificación formadora del yo es al rasgo unario. Esto quiere decir, en la neurosis, tributaria del nombre del padre que acabamos de ver, es a lo asemántico. Es decir, no hay ningún significante que defina el ser del sujeto. Ese signo de asentimiento le da un lugar al sujeto de deseo, es decir, volviendo al nombre del padre, “sos mi falo, pero no enteramente”. Esto libera al sujeto de la servidumbre de ser súbdito, porque el significante o rasgo unario es asemántico, no tiene ningún sentido. Con lo cual, la servidumbre imaginaria de estar en relación a lo que el Otro dice, está asegurada que habrá posibilidad de que podrá rectificarse ese rumbo en un análisis, si se inscribió el rasgo asemántico. El asentimiento, entonces, es esa mirada del Otro deseante que le permite al sujeto inscribir el “no soy”, si bien se va a constituir el falo, esa imago que neutraliza la vivencia de cuerpo fragmentado que anticipa una integración que no posee, nunca va a coincidir enteramente con el yo ideal. 

Ahora bien, la legitimación de la existencia por fuera del sentido del Otro es tributario del nombre del padre en la neurosis. Los significantes que aparecen fuera de la cadena, como podrían ser injurias... Mi paciente dice “soy lesbiana”, que se le presenta como una idea obsesiva. Ella no dice que es una alucinación. Se trata de un significante fuera de la cadena que la paraliza y no le permite enlazar a otro significante. Cuando la interrogo respecto a quién dice o por qué dice, ella responde que sabe que es lesbiana y que se quiere morir por eso. El significante unario, justamente, es el significante tributario del nombre del padre que permite que haya una cadena. Ninguna significación es absoluta, no es porque si como vimos en Primo Levy.

Un significante no es el signo saussuriano en donde la palabra tiene un significado fijo. Ya en Freud el significante era asemántico: Yo puedo decir “Me voy a casar/cazar”. La novedad que introduce Lacan y que todos repetimos en la facultad es que un significante representa a un sujeto para otro significante. Lacan introduce que en el dispositivo analítico, un significante no es una palabra. El analista recorta a partir de su escucha un significante, que podría ser en el caso de Isabel D.R., toda la cadena que arma en “No puedo dar un paso más”. Eso puede ser un significante: el analista recorta un significante del discurso del paciente porque lo representa al sujeto. No solo que el significante es asemántico, sino que representa al sujeto. Esto quiere decir que emerge a partir de ahí un sentido nuevo que al sujeto le permite descontarse del sentido del Otro. El significante no es el significante lingüístico: para nosotros analistas el significante proviene de la escucha del analista, que subraya en el decir del paciente un significante, porque allí emerge un sentido nuevo y una verdad. 

Ahora, el significante subrayado podría liberar al sujeto de la orden inequívoca. Si ese rasgo simbólico se introyecta -Lacan dice que se introyecta- por la mirada deseante de la madre, el yo tendrá, a partir de allí, una reserva libidinal que lo libera del campo del sentido del Otro, es decir, le permitirá sostener los distintos embates de la vida sin pretender colmar al Otro. Lacan dice que le permitirá verse como amado más allá de la mirada del Otro. La función decisiva es entonces la mirada del Otro deseante. En el autismo no encuentra dónde poder mirarse. Hay un rechazo del Otro. Pero en la neurosis, la mirada puede ser petrificante, superyoica, que congela. Puede haber unificación de la imago, constitución de una superficie. La imago es una superficie con agujeros donde lo que se asegura el yo, efecto de su unificación, es que el goce no invada el interior del cuerpo. Esta invasión de goce es la que vemos en la psicosis, es decir, el goce entra y los pacientes dicen cosas como que los bichos le caminan por los nervios. O una paciente en el hospital que hablaba de un bulto que le iba creciendo y que no para de moverle los intestinos. Se trata de un goce que invade el interior del cuerpo. En la neurosis se constituye una superficie que permite el modelo que Lacan toma, el florero, que tiene agujeros. En la neurosis, el goce se limita a los agujeros del cuerpo: pulsión oral, anal, escópica, invocante. 

La pulsión del superyó es cultivo puro de la pulsión de muerte: no está enlazada al otro, al deseo ni al amor. La mirada del superyó, según Lacan, puede ser petrificante, meduzante. Puede haber unificación en la neurosis, pero puede haber una voz que marque la insuficiencia de este sujeto, que no se vea como yo ideal. Si bien estamos hablando de la neurosis, puede no verse en ese espejo del Otro con una mirada amable. En la clínica, nosotros vamos de la identificación al deseo. Vamos a iluminar el significante unario, para poder vaciar sentidos que hacen sufrir al sujeto. El significante unario es el significante asemántico que le da la libertad, es el significante del deseo. El deseo es lo que va más allá de la demanda del Otro. Lacan dice que la función paterna lo que inscribe es un “no soy”. El deseo es “no soy, puedo ir más allá de la demanda”. Entonces, devolvemos al sujeto a la indeterminación para que se determine de otro modo. 

El yo denigrado no tiene preguntas y a esto Lacan lo llama cobardía moral. El yo denigrado ES ese objeto. El primer acto analítico nuestro es decirle “Hable”, que eso quiere decir algo, para hacer de ese sufrimiento un síntoma, una cuestión de saber. 

Caso clínico.
Mujer de 40 años. Consulta traída por una conocida de la madre. Esta madre la atormentaba, diciéndole a esta hija que la tenía cansada. Es una mujer que vivió sometiéndose a tratamientos estéticos, cirugías que han afectado enormemente su imagen. Además tiene una delicada salud por efecto de una enfermedad autoinmune. Su modalidad de presentación es entre el sin sentido “No sé para qué vivo” y la agresividad, que por supuesto tomaba el terreno transferencial. 

Sin darme el tiempo para comprender, me espeta con furia que nadie entiende su dolor debido a su enfermedad autoinmune. Insulta a la vida, a Dios y agrede a su analista, en el sentido de “vos no entendés”. Ha tenido 2 intentos de suicidio, que fueron únicamente medicados y tratados por psiquiatras. Se queja de las grandes limitaciones que le trae su enfermedad: graves dolores, una deformación no significativa de la vista, una imposibilidad de hacer deporte debido a su malestar, lo cual además, según ella le impide trabajar. No tiene dificultad para caminar, para sentar sentada ni para hablar. Ella dice que esto la inhabilita. 

Habla y grita sin pausa, todo lo que dice lo aclara. Cada vez que habla, ella dice “No es tan así…”, “Bueno, no”. Es un no, que veremos, no puede proferirle al Otro. La escena transferencial era algo agotador. Cuando me lo permite, le señalo que su vida estaba complicada desde mucho antes que el estallido de su enfermedad, ya que no tenía amigas ni podía relacionarse con nadie. Además había tenido 2 intentos de suicidio que no habían concluído en internaciones, pero si en tratamientos psiquiátricos.

Le pregunto si tuvo amigas y me cuenta que en el secundario tenía, pero se terminó peleando, pero no sabe por qué. Dice que una era una boluda, la otra no sé… No termina de dar ninguna especificidad. 

Me pide que vea a los padres. Los padres condicionan el pago del tratamiento de esta hija que no trabajaba, a conocerme. Por supuesto, acepto. Me encuentro con unos padres que hablan bastante peor que ella, me piden que “resuelva este tema”, que la haga independiente y que no moleste. Les digo que yo la voy a escuchar, trato de frenar el clima de demanda virulenta y les hago saber, en el intento de alojar algo de su dolor que no había (había furia, ganas de sacársela de encima), les digo que entiendo que ellos están muy desesperados y que por eso me están pidiendo eso. Les digo esto y paran el griterío, la demanda y la queja, se sienten reconocidos. No les prometo nada, sino que digo que voy a empezar a escucharla. Me llama la atención que recién ahora decida ir a un análisis y los padres me cuentan que no, que fue a varios, pero que no tiene solución. Aceptan pagarle el tratamiento, ellos me piden si podía ser una vez por semana en lugar de 2 y les digo que no, que no les quiero hacer perder tiempo y que necesito verlo una vez por semana. Aceptan.

La paciente había tenido un novio en la adolescencia. Desde ahí no tuvo nunca más una pareja ni ngún tipo de encuentro sexual. Le pregunto qué pasó con ese novio. Me dice que él era un boludo, que se creía piola… La interrumpo. 

- ¿Quién dice eso? Porque así como este chico era un boludo, las amigas también eran unas boludas. 
- Bueno, si, en realidad mi padre siempre dijo que ellas se aprovechaban de mi, que yo tenía una casa tan linda y que querían venir...

Como “se aprovechaban de ella”, todas las amigas fueron cayendo y este novio también. Le digo que después de eso ella no volvió a tener un novio. Ella responde que salía de vez en cuando, pero cada vez que se vestía el padre le decía que era impresentable. Impresentable es un significante con el que el Otro la nombra desde pequeña. Esclava del hambre y de distintos tratamientos estéticos, que mayormente eran silenciados en su análisis, es decir, yo me encontraba con ella con cambios en el rostro muy significativos de una semana a la otra. 

En cierta ocasión me llama para decirme que no puede salir a la calle, siente que todos la miran. Ni siquiera puede asomarse a su balcón porque se siente mirada, aunque afirma que sabe perfectamente que eso que le pasa no es verdad, que no tiene sentido. Ante mi insistencia de atenderla, le digo que venga, le insisto que tiene que venir. Ella se toma un taxi con anteojos oscuros y vidrios polarizados. Pide eso cuando pide el radio-taxi. Si bien ella no enlaza el hecho de no poder salir al fracaso de una relación amorosa a la cual había depositado cierta ilusión. El hecho de poner a trabajar este significante impresentable con el que el Otro la nombra, ella empieza a salir. Le digo que esta angustia que ella tiene que ver con el rechazo que este hombre tuvo con ella, en el que la insultó, la maltrató, le dijo que no servía para nada… Le enlazo eso y le digo que ese hombre que conoció por internet y con el que se había visto unas pocas veces en su departamento, en realidad no era un hombre que valiera la pena. Le quito consistencia a ese sufrimiento, ya que era ella la que armaba la escena, mantenía el contacto y de verdad ella no se sentía bien tratada. Esta intervención hace que ella salga de su casa, aún cuando me decía que todavía sentía que la veían mal.

En ese tiempo de salida con hombres, de rechazo y de miedo, recrudece el dolor corporal de su enfermedad autoinmune, que hasta ese momento había disminuído. Empieza a mantener encuentros sexuales con distintos hombres que conoce por las redes, que la llevan a sentirse cada vez mejor. Pero su permanente necesidad de ser amada la llevan a actings, en los que hace entrar hombres que no conoce a su casa, lo cual termina en una situación desagradable: un hombre le roba la billetera cuando se queda dormida. La necesidad de ser amada más el intento virulento de cortar con el significante impresentable, justamente la ponían al borde del acting cada vez.

Recibe el rechazo de un hombre a los pocos minutos de haberse conocido y esto la encierra en la desesperación y la furia. Esta vez, sumamente angustiada, se resiste a salir de su habitación. Respondiendo una vez más a sus permanentes quejas, respecto a su retroceso, empieza a decir que está peor, que está mal… Los padres le decían “decile a tu analista que vos no estás para estar pagando y no ver resultados”. Entonces, una vez más, le digo con firmeza y cierto semblante de enojo y hartazgo “Vos ya tenés más de 40 años. Hace meses mencionaste que querías profundizar un idioma que te representa. No te comprometiste con eso. A los 40 años no se puede vivir únicamente para estar linda, para ser presentable, porque eso no te va a hacer presentable. Te convertís en una esclava de tu imagen y te la pasás inventando actividades que no hacés”. Ella conocía a un hombre y le inventaba de qué vivía o de qué se ocupaba para dar una imago amable. Esta intervención permitió que se dedicara al estudio y que hiciera de esto una actividad que pudo sostener. Es decir, pudo presentarse, terminar esa carrera y desentenderse de ser presentable para el Otro. Esta carrera era un profesorado que los padres despreciaban especialmente. Le decían que era para mogólicas y que los maestros no ganaban nada. Hubo que sostener imaginariamente a esta paciente, porque no se animaba a presentarse a las materias, es decir, el deseo que no tenía inscripto como deseo del Otro empujaba a que pudiera presentarse en otro terreno de la mirada y la habilitaba a cursar un profesorado del idioma no familiar, extranjero de los padres. 

El poder hacerse no presentable 100% para el Otro, El significante que pusimos a trabajar que la tenía presa, entregarse a ser presentable para el Otro la tenía muerta en vida. Ella tuvo 2 intentos de suicidio, siendo una neurosis. Tenía inscripto el nombre del padre, pero no el lugar de amada por el Otro. Con lo cual la transferencia le permitió salir de ese encierro, de esa X donde ella respondió “soy impresentable”, Primero con acting, pero los actings son una apuesta en la escena de un deseo, que fueron leídos como tales. Un acting puede ser leído como algo que encierre al sujeto, por ejemplo “No podés hacer esto porque te ponés en peligro”, o “Lo que vos estás diciendo es que tenés ganas de estar en una relación en la que el hombre no sea degradado como fue en tu casa, te traten bien”. Es decir, el acting era una puesta en escena de su deseo. 

El acting out en psicoanálisis tiene mala reputación, aunque hay actings peligrosos, pero en transferencia pueden ser leídos rectificando lo mortífero del goce, enlazando el goce al deseo. El goce tampoco es una mala palabra, el asunto es cuando está desenlazado del deseo y el amor, cuando es mortífero, cuando es pura pulsión sin enlace, sin defensas. Puro superyó, pura pulsión de muerte. No es lo mismo comer con amigos, que devorarse la heladera hasta lastimarse la garganta. Una es enlazada al deseo, al otro, al límite, a la ley, al nombre del padre y el otro es desenlazada, autoerótica, mortífera, donde la pulsión en vez de enlazarse al otro, toma como objeto al yo. 

Pregunta: Rasgo unario y significante unario los utilizante como sinónimos. 
M.D.: Si. El significante tiene la posibilidad de enlazarse a otro significante. El rasgo es una introyección de un rasgo simbólico, pero en definitiva es lo mismo. 

Pregunta: No me quedó en claro la diferenciación de melancolizaciones para diferenciarlo de la melancolía.
M.D.: Freud ubicaba la melancolía dentro de las neurosis narcisistas, que es una denominación que a mi me parece interesante y él luego la retoma, porque yo la recuperaría en el sentido de la transferencia. En las neurosis narcisistas está la imposibilidad de hacer transferencia. La melancolía como cuadro, casi te diría que es más radical, aquí tenemos el nombre del padre del síntoma, del acting, de la palabra. En la melancolía hay una denigración del yo, una falta de deseo y casi te diría que son puras. Hay rechazo al saber, a diferencia de las melancolización que tienen una falta de sentido, del deseo, que está taponado por este significante que no funciona como tal: el significante es asemántico, ella no puede interrogarlo hasta que el analista lo pone a trabajar y en algún momento del caso, le pregunto a la paciente quién era el impresentable cuando decía eso… Ella puede empezar a interrogar el deseo de los padres en análisis por primera vez y cuenta que estos padres estaban peleados ambos con toda la familia. Por lo tanto, en las reuniones de fin de año, eran solamente ellos. Es decir, que el impresentable pasó a ser el Otro con ese sentido mortífero, que lejos de liberar al sujeto como vimos en Freud para la exogamia, lo tenía encerrado en el circuito del infierno, diría Dante. En la melancolía hay un rechazo al saber, podríamos hacer esa diferencia donde hay un abandono del sujeto, diría que hay poco síntoma. Las melancolizaciones tienen este efecto donde falta el sentido, pero aburrido. Está el sujeto del inconsciente, aunque taponado como objeto, pero está. Se inscribió el nombre del padre, aunque ese sujeto está como tapón del Otro.

Pregunta: En este caso, el padre funciona como un superyó mortificante.
M.D.: El Otro, que en este caso es el padre, es la figura donde se encarna ese sostén simbólico e imaginario. En lugar de liberarla para tener una vida exogámica, la nombra como impresentable y la condena al autoeortismo casi, encerrada, haciendo dieta, operándose, pero sin enlace al otro. Impresentable funciona como superyó, porque no permite dialectizar. “Soy eso” y la X no se sostiene.

Pregunta: (Pregunta por la diferencia entre el duelo y la melancolía).
M.D.:En el duelo, ante ese dolor se hace un trabajo de elaboración, que requiere un tiempo y es pieza por pieza. Si este proceso no cerrara en un punto donde acepto que el objeto ya no está, podría convertirse en una melancolía. El duelo se termina con en el punto de lo imposible, es decir, encontrarse con lo imposible de que el objeto ya no está más. Es una categoría que Lacan llama analógica, el objeto ya no está. De ahí se puede estar triste, por perder el lugar de falta que tenía para el Otro, el lugar de ser amada por el Otro “No me miran más esos ojos que me miraban con amor”. La melancolización es lo contrario; en el duelo hay un proceso de una herida que cicatriza, aunque se pueda extrañar y haya añoranza, pero no es una melancolización. Es falta de deseo, la significación fálica no funciona, no está operando, el sentido de la vida, la pulsión de vida se ha desvanecido y está opacada. 

Relación entre las melancolizaciones y el fantasma: en el caso expuesto vemos fijeza del fantasma. El lozenge del fantasma (◊) permite una homeostasis: soy, pero no estoy tan segura que soy. No da la certeza de ser una mierda, por ejemplo. Al no tener certeza, uno puede interrogar, moverse, o hacer un acting. En el caso, yo le decía lo limitado de estos padres que no podían querer. Pasar a la castración del Otro es lo que permite no tener odio a los padres y poder separarse. En el fantasma, que es la respuesta a qué soy o qué me quiere el Otro, responde en la neurosis con “soy, pero no estoy tan seguro”. Sino habría certeza, aunque podemos encontrar fijezas que provienen de esa voz superyoica que no permite hacer pregunta que relance el deseo. Es en transferencia que ella puede hacer de eso, ese mandato inequívoco de ser impresentable, puede hacer una pregunta y presentarse más allá del deseo del Otro, como estudiar ese idioma.

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