El hombre puede ser un estrago para una mujer, decía Lacan). Ahora bien, lo curioso es que este mismo término ("estrago") fuera utilizado por Lacan para referirse a la relación con la madre. Entonces, ¿en qué sentido un hombre puede ocupar el lugar para la madre en la relación con una mujer?
La pregunta es acuciante, y retorna un planteo freudiano, expresado en la máxima que sostiene que los segundos matrimonios son más afortunados que los primeros ("funcionan mucho mejor" dice en Sobre la sexualidad femenina, de 1931). He aquí una tesis que retorna un hermoso libro titulado ¿Por qué las mujeres aman a los hombres y no a sus madres?, de M.-C. Hamon. En efecto, hay mujeres que se casan con sus madres y, por lo tanto, es sólo a través de la distancia que (en la vida o el análisis) se puede imprimir a esta relación pre-edípica que se consigue la relación con un hombre, en tanto éste puede ser quien otorgue como don (a veces en la figura de un hijo) el falo que la mujer no tiene (y que, eventualmente, se pudo reclamar a la madre). Pero, ¿qué ocurre del lado del hombre? ¿No hay hombres que también se casan con sus madres? Por cierto, esta es una elección más que corriente y, muchas veces, es la que también certifica el lugar de estrago para el varón. Es el caso de una mujer que luego de 30 años de matrimonio se encuentra con la situación de que su marido pide interrumpir la relación y comienza un affaire con una mujer más joven. Sin embargo, no solicita el divorcio. Y, en la medida en que transcurren algunas -entrevistas, se establece como un posible desencadenante el día en que ella decidió dejar de teñirse y llevar su pelo blanco.
Es un rasgo anecdótico que el cabello de esta mujer sea cano como el de la madre del hombre. Mucho más importante es reconocer que durante el tiempo que duró la pareja, él se desentendió de los diversos compromisos que su lugar de marido y -padre le imprimían, acompañado como lo estaba por una mujer que se presentaba como autosuficiente y siempre dispuesta. En cierta ocasión, esta analizante comenta: "A partir de la separación, él comenzó a ser el padre y el hombre que nunca fue en todos estos años"...
He aquí una encrucijada corriente en la sexuación masculina. Sin duda hubiera sido mucho más difícil para este hombre hacer un duelo por el tiempo perdido que golpear en su esposa la proyección de sus Males, bajo la imagen de una mujer sobreprotectora. Lo cierto es que a lo sumo alguien puede arrepentirse de lo hecho, pero por lo que no ocurrió sólo responde la ferocidad de la culpa, ante la cual es habitual que el varón realice un intercambio: un dolor inasimilable por un dolor localizado; en este caso, el duelo por su esposa.
El relato indirecto de una posición masculina a través de esta indicación clínica apunta no sólo a cuidar la confidencialidad de este análisis, sino a la realización de una generalización que, como tal: no es universal. Es una coordenada corroborada en diversos análisis, pero no obligatoria. En todo caso, lo significativo se plantea con la pregunta siguiente: ¿cómo es posible que un hombre sea capaz de infligir a una mujer un dolor por el cual jamás se sentirá interpelado?
Esta mujer tenía razón (que, como toda razón, es parcial) en un aspecto: ella no creía haber hecho nada para merecer un desenlace tal. Toda su historia la predisponía a la búsqueda de una familia ejemplar, de la cual creía haber obtenido un ejemplo, cuando se encontró con el efecto sorprendente de la separación. En este punto, las diversas precipitaciones de sentido no reducían su malestar: había elegido un hombre para la foto; la caducidad del cuerpo podía haber atenuado la causa del deseo; etc. Pero ninguna de estas condiciones se revelaba como suficiente.
En cierta ocasión, ella recordó un detalle trivial, pero fundamental. El día de la separación era también el día en que se acostumbra festejar el día de la madre. Por esta vía, recuerda que un aspecto común en su marido siempre había sido estar a la espera de la palabra de su madre. Hasta en más de una ocasión él la había llamado con el nombre de esta última. ¡Cuántas veces no había renegado o habían discutido por ese sitio concedido! De este modo, advierte una verdad de estructura Para el varón: sólo a una madre el niño se permite causarle cualquier daño. Lo vemos cotidianamente en la calle, cuando algunos pequeños son capaces de patear en los talones o insultar a aquellas personas de las que esperan una incondicionalidad incuestionable. Después de todo, no en otra cosa consiste la omnipotencia del Otro. Dicho de otra manera, el saldo de esta revelación fue darse cuenta de que él jamás se iba a dar cuenta del dolor que le había producido. "Quizá se va a dar cuenta el día en que se muera su mamá, pero ya va a ser tarde".
A partir de esta coyuntura su análisis cambió de rumbo. Porque entre otras cuestiones destacó que durante todo el tiempo siguiente a la separación, él jamás había pedido el divorcio. Incluso se permitía llamarla en cualquier momento sin consultarla respecto de si estaba ocupada o podía atender. En la circunstancia de ser invitados a un casamiento, cedió ante la evidencia de regalar juntos. Pero ese gesto también fue el último de una serie. A partir de ese momento, dejó no sólo de esperar que la relación pudiera recomponerse, sino de encontrar un sentido para esta ruptura. Era un hecho, en el que lo acontecido siempre implica un exceso respecto de cualquier interpretación.
Un hombre puede ser un estrago para una mujer, en la medida en que puede encamar al Otro materno. Incluso un hombre también puede casarse con su madre y, como en el caso anterior, dar por descontada su presencia. Esta es una situación corriente en el obsesivo que, por lo general, reconoce retrospectivamente sus sentimientos: "Pero yo te amaba...", clave que demuestra que sólo cuando un afecto pierde su tinte incestuoso es que puede ser asumido como tal.
Sin embargo, no sólo con sus madres se casan los hombres. También puede ocurrir que, de vez en cuando, alguno elija una mujer... como síntoma. Es el caso de un analizante que recordaba que, un día, en una disputa feroz con un superior, no pudo evitar decir-el nombre de su esposa (en sustitución por el de su jefe). El efecto fue inmediato, ambos rieron a las carcajadas. De acuerdo con el título de un libro de R. Carver ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, podría decirse (con Lacan) que si un hombre escucha a una mujer, es porque confía en su decir y espera de este mucho más que incondicionalidad. Aunque eventualmente le resulte insoportable o bien, según la expresión popular, le "rompa las pelotas".
(LUCIANO LUTEREAU)
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