miércoles, 30 de enero de 2019

Del nachträglich freudiano a la extimidad lacaniana.

por Lucas Leserre
Uno: La máquina del tiempo
Freud rompe con la filosofía kantiana al inventar un inconsciente que podríamos considerar como una máquina del tiempo, ya que el tiempo no es para él ni una categoría a-priori ni tampoco tiene representación en el inconsciente.

El tiempo es movimiento, el fluir del río heracliteano es la metáfora por excelencia del tiempo en su devenir constitutivo.

La máquina temporal que Freud construye se caracteriza por varios movimientos que la distinguen de toda otra idea sobre el tiempo. Uno de ellos es la “fijación” -siempre considerada por Freud en términos libidinales[1]-, es decir, esta máquina temporal inconsciente puede quedar fijada en algún estadio, en alguna escena, o la misma repetición de una acción (por ejemplo, el chupeteo en el caso Dora) puede dejar marcas de fijación, como así también lo puede hacer una enfermedad orgánica. Desmontemos la lógica freudiana: la pre-condición somática es “la intensa activación de esta zona erógena a temprana edad es, por tanto, la condición para la posterior solicitación somática”[2], a la cual, secundariamente, se le sueldan, “soldadura” dice Freud, los diversos sentidos que aportarán las fantasías -metáfora de lo que para Freud será posteriormente lo que constituirá el concepto límite entre lo psíquico y lo somático: la pulsión. Estas dos partes del síntoma histérico, dirá Freud, son como un odre viejo que se llena de vino nuevo. O, también, es como el cauce y el río, una vez que se abre un cauce es difícil que el río vaya por otro lado. Como vemos la metáfora del río se impone cuando se habla del tiempo[3].

Podríamos decir que la intuición de Freud fue directamente primero al núcleo, al nudo entre inconsciente-tiempo-cuerpo. Anticipa -en cierto modo- con su concepto de fijación al parlêtre lacaniano al “soldar” en el mismo movimiento temporal al inconsciente y al cuerpo -para Jaques-Alain Miller el término fijación designa la conexión del Uno y del goce planteada por Lacan al final de su enseñanza[4].

Otro de los movimientos de esto que hemos dado en llamar la máquina del tiempo es el famoso nachträglich freudiano. Este adjetivo de uso corriente en la obra de Freud con respecto a la temporalidad y a la causalidad (Nachträglichkeit es el sustantivo), fue destacado por Lacan (après coup en francés) quien le otorgó un valor conceptual. Traducido como “a posteriori” en español (en realidad es traducido de muchos modos, lo cual fue una de las razones por las que pasó desapercibido hasta Lacan), es utilizado por Freud en tanto “resignificación”, es decir, algo adquiere un sentido nuevo, algo que fue placentero en su momento, en su recuerdo puede devenir displacentero. Con esta misma modalidad temporal, que rompe con la dimensión lineal del tiempo, Freud da cuenta del origen de la conciencia de culpa en la humanidad, referido en su mito del asesinato del padre en su obra “Tótem y Tabú”: “Lo que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos lo prohibieron ahora en la situación psíquica de la «obediencia de efecto retardado {nachträglich}»”[5].

Muchos conceptos freudianos están construidos teniendo como base esta idea del tiempo ajeno a toda linealidad: 
  • el concepto de regresión, 
  • su noción de agieren
  • de compulsión a la repetición
  • sus desarrollos sobre la memoria: recuerdo encubridor, 
  • huella mnémica, etc.

Por su lado Lacan, en el momento en que su elaboración alcanza el mayor grado de significantización del goce, como lo expresa Jacques-Alain Miller, lleva al extremo lo que Freud elaboró como primario y secundario, y le otorga así un valor radical y fundamental a esta máquina del tiempo inconsciente, ya que la ubica como una de las tres propiedades de la “cadena significante”, es decir, la articulación mínima de dos significantes, S1 y S2 en su escrito “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” donde afirma: “la producción de una cadena significante […] toma como tal una realidad proporcional al tiempo”[6].

Al tener como fundamento de la experiencia analítica la “re-significación” freudiana produce una ruptura con la teoría clásica de la comunicación y su apotegma “el emisor recibe su propio mensaje en forma invertida”, otorgándole, en el mismo golpe, un peso fundamental a la acción del analista: “Así, es una puntuación afortunada la que da su sentido al discurso del sujeto. Por eso la suspensión de la sesión de la que la técnica actual hace un alto puramente cronométrico, y como tal indiferente a la trama del discurso, desempeña en él un papel de escansión que tiene todo el valor de una intervención para precipitar los momentos concluyentes”[7]. Así como unos años más tarde aparecerá, como dato fundamental de la dirección que importa en la experiencia analítica, el vector retrogrado de su grafo del deseo, aquel que engancha al pez en su nado vivo y que, situado en A, lugar del tesoro de los significantes, el analista resignificará el discurso del sujeto.

Dos: Lacan y la extimidad
Aunque podemos encontrar un fuerte antecedente en el concepto de unheimlich freudiano y en su idea del síntoma como un “cuerpo extraño”, Lacan deja caer de su boca solamente dos veces el neologismo: extimidad [8]. Se produce así la operación contraria pero que tiene el mismo efecto. Uno, Lacan, descubre en la obra de Freud, en el uso común y corriente de un término, lo que constituirá la estructura del tiempo de la experiencia analítica; el otro, Jacques-Alain Miller, al revés, pesca en el discurso de Lacan una palabra, un término inventado y usado solo un par de veces, el pez que será el comienzo de ese mar de peces que será la topología lacaniana. Los dos elevan a la categoría de concepto aquello que había pasado desapercibido.

Miller capturó el término extimidad y dio cuenta de él en su curso de 1984-85, definiéndolo al comienzo como “lo más íntimo pero en el exterior”[9].

Con este neologismo Lacan, valiéndose de la vieja banda de Moebius, nombra un espacio no-convencional, donde se pasa de lo exterior a lo interior sin saltos, algo que puede estar adentro y a la vez afuera.

Es evidente que la topología cautivó mucho más a Lacan que a Freud, y es tan así que podemos encontrar rastros de esta fascinación a lo largo de toda su enseñanza. Con este término Lacan invita a pensar que hay una estructura que incluye en su interior algo que no es del mismo orden, de la misma factura, que esa estructura. Así Miller en su curso Extimidad distinguirá y hará desfilar y serán desmenuzados los éxtimos das Ding, el pequeño a y, finalmente, el analista -claro, si Lacan dice que el analista ocupa el lugar del objeto a, es “lógico” que sea éxtimo.

Las cuestiones que se van planteando a lo largo del curso son del orden siguiente: ¿el A tiene el objeto o es el objeto? O, ¿el objeto a es el agujero o lo es sus envoltorios? A partir de ahí recorrerá diversos estatutos del objeto: su vertiente agalmática como causa de deseo; su estatuto de positividad como sustancia de goce, plus-de-goce y también como extracción del cuerpo.

La propuesta milleriana es recorrer el camino wittgensteiniano “the meaning is the use” y a partir de ahí, en su primera clase, invita a pensar varios estatutos de lo éxtimo.

De este modo, plantea al inconsciente como éxtimo, es decir sin profundidad, con el que se tiene una relación de ajenidad ante sus formaciones: precisamente, la sorpresa ante un lapsus es una de las manifestaciones de esta ajenidad. Como consecuencia no tiene lugar el imperativo socrático “conócete a ti mismo”, pues el concepto de éxtimo desbarata cualquier ilusión de yo soy yo. “La extimidad es una fractura constitutiva de la intimidad”[10] -si aparece algo del orden de lo éxtimo en el espejo, por caso el objeto a, se cae el velo, es decir, la ilusión de la identificación con la imagen de uno mismo.

Respecto al inconsciente, Miller también señala su carácter de éxtimo. Esta vertiente del inconsciente aparece en la enseñanza de Lacan a la altura del Seminario 11 cuando se empieza a separar del “inconsciente de Freud”, o como lo escribe en “Posición del inconsciente”: “Hiancia, latido, una alternancia de succión para seguir ciertas indicaciones de Freud, de esto es de lo que tenemos que dar cuenta, y con ese fin hemos procedido a fundarlo [al inconsciente] en una topología. La estructura de lo que se cierra se inscribe en efecto en una geometría donde el espacio se reduce a una combinatoria: es propiamente lo que se llama borde. […] Se da uno cuenta de que es el cierre del inconsciente el que da la clave de su espacio, y concretamente de la impropiedad que hay en hacer de él un dentro”[11].

En torno a la extimidad del objeto, aquí también se apoya en el seminario de los cuatro conceptos al encontrar en la formulación: “Te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti algo más que tú, el objeto a minúscula, te mutilo”[12]. Se trata de algo del orden del ser, ya no tanto el sujeto marcado por su falta en ser, sino que es el ser lo que es puesto en relieve, la positividad se vuelve protagonista. Esta vuelta de timón exige que el ser, el sujeto ceda algo, que ceda algo como en el sacrificio. Más aún “la extimidad implica que el sujeto no es más que lo que él cede o sacrifica”[13].

Tres: Baltimore al amanecer
Las coordenadas cartesianas de espacio y tiempo quedan revertidas en la experiencia analítica. La flecha del tiempo se perdió en el horizonte de la ficción, y la división del espacio en adentro y afuera no alcanzó cuando Lacan inventó el objeto a con su propiedad de extimidad.

Si para Borges la sustancia de la que estamos hechos es el tiempo, y para Lacan es el goce, decir que “el inconsciente es Baltimore al amanecer” implica apuntar de algún modo a una cita donde se dé la conjunción del tiempo, nuestra materia, nuestro sujeto, nuestra estofa, con el goce siempre encarnado.

¿Cómo llegar a esa cita siempre fallida? Respondemos con Lacan, cuando en su seminario “Momento de Concluir” nos habla de una función del analista que es la de forçage. Sustantivo que en general suele traducirse como “activación”, que quiere decir, por ejemplo: cultivar una planta fuera de temporada. La idea es “forzar” algo en un momento que no es el políticamente correcto, adecuado, conveniente, sino que es, si puedo decirlo así, un extemporáneo, un fuera de tiempo, una dimensión que no apela al cronos clásico sino a un tiempo éxtimo.

El psicoanálisis, el inconsciente, su invención obligan a una topología, exigen situar los datos de la experiencia en una topología. Si la intuición de Freud lo llevó más allá del télos del tiempo y su dirección siempre por delante, una intuición central en Lacan fue la extimidad, o tal vez, su extimidad. Extimidad que lo llevó a decir que “el inconsciente es Baltimore al amanecer”[14] señalando esa conjunción tiempo y espacio.


[1] El término Fixierung alcanza su mayor conceptualización por parte de Freud en los años entre 1912-1914, tomando un lugar central en el desarrollo del caso Schreber en Obras Completas, t. XII, Buenos Aires, Amorrortu, p. 57.
 [2] Freud, S., (1900-1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora)” en Obras Completas, t. VII, Buenos Aires, Amorrortu, p. 47.
 [3] El gran y polisémico término alemán: Trieb cuenta entre sus numerosas acepciones una que implica la idea de algo que propulsa el agua, de ahí que nos encontramos en su obra con expresiones como “oleada pulsional”, “marea alta de libido”, etc. Cf. Hanns, L. A. (2001) Diccionario de términos alemanes de Freud, Buenos Aires, Lohlé-Lumen.
[4] Tema desarrollado en su curso “El ser y el Uno”, clase 9, 30 de marzo de 2013, inédito.
 [5] Freud, S., (1912) “Tótem y Tabú” en Obras Completas, t. XIII, Buenos Aires, Amorrortu, p. 145.
 [6] Lacan, J., (1958) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2. ed. revisada, 2008, p. 510.
 [7] Lacan, J., (1953) “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2. ed. revisada, 2008, p. 245.
 [8] Lacan, J., (1960) La ética del psicoanálisis, El Seminario, libro 7, Bs. As., Paidós, 1988, p. 171.
                     Lacan, J., (1969) De un Otro al otro, El Seminario, libro 16, Bs. As., Paidós, 2008, p. 206.
[9] Miller, J.-A. (1985) “El objeto en el Otro” en Extimidad, Buenos Aires, Paidós, p. 14.
 [10] Miller, J.-A. (1985) “El objeto en el Otro” en Extimidad, Buenos Aires, Paidós, p. 17.
 [11]Lacan, J., (1964) “Posición del inconsciente” en en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2. ed. revisada, 2008, p. 798. (el subrayado es propio)
[12] Lacan, J., (1964) Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, El Seminario, libro 11, Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 276.
[13] Miller, J.-A. (1985) “El objeto en el Otro” en Extimidad, Buenos Aires, Paidós, p. 22.
[14] Lacan, J. (1966) “Conferencia en Baltimore”, inédito.
Alwarex el viernes, junio 24, 2016

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