viernes, 1 de febrero de 2019

Ya no hay hombres.

En el año 2005, el músico Gabo Ferro editó el disco Canciones que un hombre no debería cantar. El título proviene de la frase que, en 1959, Édith Piaf habría dicho luego de escuchar a Jacques Brel cantar Ne me quitte pas: “¡Un hombre no debería cantar cosas así!”, exclamó el gorrión de París.

En dicha canción, Brel interpretaba a un hombre que suplicaba no ser abandonado. ¿Qué puede tener de escandaloso un gesto semejante? En palabras de Ferro: “¿Acaso ver a un hombre en el lugar en que cierta (gran) parte de la sociedad y la cultura venían (con pocas excepciones) colocando a la mujer?”. Asimismo, cabe acompañar esta pregunta con otra: “¿Qué cosas deberíamos, entonces, cantar los hombres?”.

Desde hace algunos años se habla, en el contexto del psicoanálisis, de cierta “feminización del mundo”. (1) La expresión es curiosa: retoma, por un lado, la llamada “estetización de la vida cotidiana”, (2) de la que algunos filósofos han hablado desde los ’80 hasta nuestros días; pero también, por otro, agrega un matiz suplementario, referido a una cuestión de las posiciones sexuadas.

En sentido amplio, la concepción vulgar entiende esta expresión en función de una mayor disposición de las mujeres para acceder a lugares anteriormente ocupados por varones. No obstante, no podría afirmarse con certeza que esto sea algo universal, como tampoco que este acceso sea un índice de feminidad. En varios casos no demuestra más que la aptitud masculina de algunas mujeres, su competencia para la destreza fálica.

Este libro avanza en sentido contrario. Antes que un ascenso de lo femenino a la esfera pública, determinados fenómenos sociales contemporáneos demuestran que los hombres (varones y mujeres) ya no tienen interés en continuar asociados a la potencia del falo. Esta podría ser una forma menos tonta de entender el desenlace del patriarcado. Ya no hay hombres... en el sentido tradicional de la palabra.

Pensemos un ejemplo. Suele hablarse hoy en día de “femicidios”. Evaluar la pertinencia de esta categoría es poco interesante. Mejor atendamos a la circunstancia siguiente: se vincularía este tipo de violencia con la consideración de la mujer como objeto. Sin embargo, en diferentes casos se comprueba todo lo contrario; es lo que ocurre cuando muchas veces el varón que ataca a la mujer lo hace a partir de sentir celos. El varón celoso de nuestro tiempo ya no corre en busca de su rival, al que desafía a través de un duelo; por el contrario, vive atormentado por el goce que le supone a la mujer.

“Mientras yo estoy acá hablando, ella seguro está pasándola bomba...”, decía un analizante mientras se retorcía en el diván.

Ya no hay duelo, ya no hay hombres. Sólo existen los retornos imaginarios del goce que se supone a las mujeres. Porque, si como decía Lacan en los ’70: “La mujer no existe”, sólo nos queda fantasearla. Éste es el sueño eterno del mundo contemporáneo. La mujer ya no es objeto, sino sujeto supuesto al goce, y esta hipótesis podría volver inteligibles muchos de los actos violentos de esta época.

Por otro lado, en el seminario La relación de objeto (1956-57) Lacan propuso una indicación inquietante al comparar al varón contemporáneo con el caso de Freud conocido como “El pequeño Hans”. La idea también es atractiva. ¿Acaso no se afirma hoy en día que muchos de los hombres son “fóbicos”?

Sin embargo, antes que un tipo clínico, quizá sea más interesante ubicar la posición de niño en que se encuentran los hombres de nuestro tiempo. Esto es algo que también Lacan supo entrever, en el “Discurso de clausura de las Jornadas sobre psicosis en el niño” (1967), cuando se refirió a nuestra época como la del “niño generalizado”.

En cierta ocasión, un analizante anunciaba su separación en los siguientes términos: “Soltero de nuevo”. La pregunta con que lo interpelamos fue inequívoca: “¿Soltero o en adopción?”. Ya no hay hombres, sino niños, en un mundo que sólo ofrece la posibilidad de consumir a falta de experiencia.

1- Cf. Miller, J.-A.; Laurent, E. (2005) El Otro que no existe y sus comités de ética, Buenos Aires, Paidós.
2- Cf. Vattimo, G. (1986) “Muerte o crepúsculo del arte” en El fin de la modernidad. Nihilismo yhermenéutica en la cultura posmoderna, Barcelona, Gedisa. Más recientemente: Lipovetsky, G.; Serroy, J. (2013) L’esthétisation du monde. Vivre à l’âge du capitalisme artiste, Paris, Gallimard.

Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "La potencia impotente"

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